EntrevistaDesafíos de la educación en pandemia
Nora Souki: “Es tiempo de tomarnos muy en serio la educación socioemocional”
por Indira Rojas
La psicóloga escolar recomienda escuchar también a los niños y niñas, saber cuáles son sus miedos y frustraciones. Fotografía de Ethan Miller | AFP
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Los estudiantes venezolanos iniciaron un nuevo año escolar el miércoles 16 de septiembre. Las clases son dictadas a distancia. Escuelas y familias se preguntan cómo asegurar el éxito para los alumnos a pesar de la incertidumbre, las fallas de conectividad y las deficiencias en los servicios básicos. Esta es una entrega de Desafíos de la educación en pandemia, una serie sobre la perspectiva de los expertos en políticas educativas para comprender la situación venezolana. En esta oportunidad habla Nora Souki, psicoterapeuta especialista en niños y adolescentes. También es psicóloga escolar, con experiencia en programas sobre violencia escolar y crecimiento personal.
Durante estos meses escuché a muchos estudiantes, docentes y familias. Los estudiantes expresaban su deseo de relacionarse con otros, su cansancio por las demandas de la escuela y de sus padres. Las familias se quejaban de las demandas de la escuela, el teletrabajo y la atención de los hijos; y los docentes de las demandas de la escuela, la atención de sus hijos o familiares y la atención de sus alumnos.
A pesar del costo emocional y la energía que nos tomó lidiar con la incertidumbre, el estrés, y el miedo que se originó en la cuarentena, puedo decir que la escuela, los docentes, los padres y los estudiantes pudieron dar respuestas rápidas con los recursos que contaban, lo que es una muestra de la resiliencia y capacidad para adaptarse al cambio, además de tolerar la incertidumbre y la frustración que esta nueva realidad implicaba.
También ocurrió que una gran parte de este grupo quedó en una pseudo situación de alarma permanente, porque el agente generador sigue afuera, y porque esas demandas y situaciones de frustración estuvieron por encima de los recursos, apoyos y habilidades con las que contaban para hacerles frente. La educación a distancia también visibilizó muchas de nuestras debilidades como sistema, las deficiencias en la conectividad de la mayoría, la falta de recursos tecnológicos apropiados y la insuficiencia en la preparación de los docentes, quienes se vieron afectados por la nueva situación.
A pesar de esto ¡la escuela siguió viva!, más allá de estar muy clara de la necesidad de cambios profundos en la educación. Con los recursos que contaba, entró a las casas, se coló por los mensajes de texto, por grupos de WhatsApp, por el correo, y plataformas varias. Consiguió la forma de llegar.
Fuimos bombardeados de información, cientos de webinars gratuitos, plataformas, páginas web, cursos, grupos de WhatsApp y foros, todos ofreciendo material para hacer más enriquecedor el aprendizaje, queriendo de alguna forma llegar a todos más allá de las fronteras. Esto ayuda a entender que no estamos solos, que todos pasamos por lo mismo, y que juntos podemos dar mejores soluciones para garantizar el aprendizaje en esta nueva normalidad.
Queda abierta la pregunta: ¿Cómo nos vamos a reinventar para este futuro inmediato que parece ser más definitivo?
Como psicóloga, considero que es indiscutible que la presencialidad es muy importante. Los niños necesitan a sus maestros, crecen por la conexión con el otro y el intercambio socioemocional y, para muchos, la escuela es el mejor lugar donde ellos pueden estar. Sin embargo, es muy claro que las condiciones de bioseguridad óptimas no están dadas. Aunque hay una flexibilización de la cuarentena, por los momentos no hay rutas claras para reabrir las escuelas con responsabilidad.
En las redes sociales, la preocupación se manifestó en agosto a través de hashtags como #novanaclases, #noaliniciodeclases #mishijosnovan #ConCovid19NoHayClase y la mayoría manifestó su rechazo rotundo a la propuesta de retorno a las aulas, porque saben que no están dadas las condiciones que garanticen este regreso a clases.
Hay que entender que esto no viene desde una rebelión a la autoridad, sino que nos habla del miedo de la gente a enfermarse, a complicarse y a morir. Muchos han tenido pérdidas afectivas y familiares con duelos puestos en pausa, marcados por la distancia y el silencio.
No les tranquiliza saber que gran parte de los infectados se recuperan de la enfermedad, porque la realidad es que la mayoría no cuenta con servicios de atención médica que garanticen su recuperación, y la información que disponemos nos llena de dudas e incertidumbre; lo que es completamente comprensible. La salud no puede negociarse.
También vale escuchar la opinión de los niños, saber cómo lo ven, ellos tienen derecho a participar y ser escuchados, así podríamos ver cómo van viviendo sus miedos.
En lo personal, una de mis mayores preocupaciones sobre el estado de la educación en Venezuela tiene que ver con la ausencia o poco trabajo sobre la educación socioemocional y la importancia que tiene en la vida de nuestros niños. Pareciera valorarse más el cuánto sabe, cómo salió, si pasó o no pasó y no cómo se siente, qué piensa, qué necesita, qué le angustia de esta situación, desde un lugar de escucha activa y empática.
En mi experiencia durante todo este tiempo, he visto con preocupación las dificultades de los adultos para reconocer el impacto que estas nuevas realidades tienen en sus niños, sus síntomas, el cambio de sus patrones de comportamiento y de sus rutinas.
También quiero detenerme en resaltar la necesidad de favorecer una educación inclusiva, diferenciada, que atienda las necesidades educativas especiales y las particularidades de cada niño en su familia y contexto. No podemos seguir escuchando “¿y qué hace este niño aquí?”, o “este niño no es para esta escuela”. La escuela tiene que favorecer la integración y esta debe ser una oportunidad de aprendizaje.
Para cambiar un país tenemos que cambiar nuestro modelo educativo. Los niños van perdiendo la curiosidad y el asombro que los caracteriza. No pretendo generalizar, pero es común escuchar frases como “qué aburrido”, “¡ay no!”, “otra vez…” Nuestro papel en las escuelas es trascendental, es importante acercarnos desde la afectividad y la calidez. No solo importa cuánto se sabe, también cómo es tu contacto e intercambio emocional con ese niño que también sufre. Hay que escucharlos, hacer silencio para que ellos hablen y cuenten.
Otra de mis preocupaciones tiene que ver con el alcance de la educación en Venezuela, porque hay una disminución considerable de la demanda educativa en el país y la pérdida de docentes es alarmante. La mayoría de las familias no tiene las condiciones para trabajar a distancia, lo que incrementa la desigualdad. Es urgente atender a este sector sobre el que reposa el futuro del país.
Insisto que es tiempo de tomarnos muy en serio la educación socioemocional, el educar para la vida y ajustarnos a lo que los estudiantes necesitan para el futuro. Necesitamos redes de apoyo entre todas las escuelas, favorecer el acompañamiento a padres y docentes para que estén disponibles emocionalmente, que potencien la construcción de la resiliencia y las habilidades de afrontamiento para la vida. Mucho trabajo aún por hacer.
Se necesita un cambio de paradigma, no podemos seguir viendo la escuela online como la teníamos en modalidad presencial. Se requiere de innovación, herramientas digitales, darle nuevos lugares al alumno y al docente y, en definitiva, trabajar sobre habilidades comunicacionales, el autoaprendizaje, manejo del tiempo, el desarrollo de la autonomía, el autocontrol, la motivación al logro, la empatía, el aprendizaje colaborativo, y la convivencia. Y todo esto podrá ser posible si retomamos la profesionalización del docente y valoramos el lugar de importancia y trascendencia que debe tener en la vida de un país.
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Lea aquí otras entregas de la serie Desafíos de la educación en pandemia:
- Olga Ramos: “En educación no se puede improvisar”
- Juan Maragall: “En Venezuela no hay un seguimiento a la calidad de la educación”
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