EntrevistaDesafíos de la educación en pandemia

Óscar Misle: “Convertir cada casa en una escuela aumentó el clima de tensión familiar”

Muchas familias no cuentan con las competencias para cumplir con las exigencias pedagógicas de la educación a distancia. Fotografía de Claudio Cruz | AFP

17/09/2020

Los estudiantes venezolanos iniciaron un nuevo año escolar el miércoles 16 de septiembre. Las clases son dictadas a distancia. Escuelas y familias se preguntan cómo asegurar el éxito para los alumnos a pesar de la incertidumbre, las fallas de conectividad y las deficiencias en los servicios básicos. Esta es la novena entrega de Desafíos de la educación en pandemia, una serie sobre la perspectiva de los expertos en políticas educativas para comprender la situación venezolana. En esta oportunidad habla Óscar Misle Terrero, educador y psicoterapeuta. Es cofundador y directivo de la ONG por los derechos de la niñez Cecodap, y es coautor de los libros Si los pupitres hablaran, No me hace caso: ¿qué hago? y Adolescente en casa: ¿Qué hago?, entre otros.

Iniciar el nuevo año escolar con la modalidad presencial o semipresencial es una necesidad y un deseo para muchos niños, adolescentes y familias. Les ha tocado una cuarentena extendida en la que la salud mental se ha visto afectada por el aislamiento físico, en una situación de país con muchas dificultades que se vienen arrastrando antes de que comenzara la pandemia. La emergencia humanitaria compleja que afecta el país desde hace varios años, caracterizada por la ausencia o ineficiencia de servicios públicos, la merma del poder adquisitivo y el clima de inseguridad personal, incrementa los riesgos en la salud, la nutrición, la vida y la seguridad de miles de hogares en todo el país. Sin embargo, el coronavirus nos coloca en una realidad que pone en riesgo la salud y la vida de la población. Mientras aumente el contagio, no se puede poner en riesgo la salud de los niños, del personal docente y de la comunidad educativa en general. No es conveniente ni responsable el inicio de las clases presenciales en estos momentos.

No queda otra alternativa que mantener el esquema de la educación a distancia, sin embargo, pensar solo en el Internet como posibilidad es excluir a un 60% de la población de su derecho a la educación. Solo un tercio de la población goza de ese privilegio sin estar exento de problemas de conectividad o de fallas en los servicios públicos, como la luz eléctrica.

La brecha entre una minoría con acceso a recursos tecnológicos y a la información y una mayoría de estudiantes que se están quedando al margen de la educación constituye el principal desafío del momento actual. La falta de conectividad o la mala calidad del Internet en Venezuela dificulta tener acceso oportuno y eficiente a la información por parte de estudiantes y también de docentes. Y la posibilidad de utilizar la televisión y la radio como un recurso para la educación en casa no cumplió con los objetivos planteados, pues se trasladó el aula tradicional a la pantalla.

Fotografía cedida por Óscar Misle.

En el año escolar anterior en la pandemia aprendimos que no tenemos educadores preparados y equipados tecnológicamente para hacer efectiva una educación que requiere competencias que no se logran de un día para otro. Exigen formación y recursos que no están disponibles.

También hay que pensar en las condiciones salariales de los docentes. La precariedad de los ingresos hace cada vez menos atrayente el ejercicio de la docencia, considerando además los riesgos del momento actual y el deterioro creciente de las instalaciones escolares, especialmente las de la red de educación pública que abarcan el 80% de la población escolar, lo cual complica la posibilidad de tener las condiciones de bioseguridad para el regreso a las aulas en el futuro.

Pretender convertir cada casa en una escuela, en la que las madres, padres o abuelos debieron convertirse en maestros, no para acompañar a sus hijos en asignaciones escolares, sino para desarrollar contenidos curriculares, significó aumentar el clima de tensión, ansiedad y frustración familiar. Muchas familias no contaban con las competencias, conocimientos y estabilidad emocional para cumplir con las exigencias pedagógicas planteadas. Además, la necesidad de finalizar el tercer lapso generó una sobrecarga de asignaciones escolares en buena parte de las instituciones educativas, generando malestar y frustración.

Los problemas de salud mental de la población estudiantil y docente requieren estrategias psicosociales que permitan la educación emocional para el manejo de la frustración y la prevención de la violencia. Preocupa que se pierda la posibilidad de revisar el currículo para la adecuación de sus contenidos a fin de responder efectivamente a las realidades planteadas por la pandemia, especialmente en lo que se refiere a la protección de la salud física y emocional.

Corregir fallas

En cuanto a las medidas para corregir las fallas del año escolar anterior y prepararse para nuevos desafíos se debe:

  • Considerar prioritaria la educación con políticas públicas que respondan a las necesidades de cada contexto.
  • Buscar alternativas reales para garantizar la educación a ese 60% excluido, con limitaciones de conectividad, lo que obliga a reforzar el uso de los medios radioeléctricos.
  • Realizar consultas a los diferentes sectores (familias, docentes, estudiantes, educación privada y pública) para pulsar la realidad de cada contexto y establecer las estrategias que respondan a las distintas necesidades.
  • Realizar un plan de adecuación y acondicionamiento de la red escolar para que, en el momento en que sea posible, al volver a la presencialidad o semipresencialidad cuente con las condiciones necesarias para no poner en riesgo la salud y la vida de los estudiantes, las familias y las comunidades educativas.

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