#VICTORIA80AÑOSPerspectivas

La utopía literaria de Victoria de Stefano

Fotografía de Ernesto Costante | RMTF

21/06/2020

Con esta serie Prodavinci festeja las ocho décadas de vida de Victoria de Stefano –y más de cincuenta de escritura creativa–  y se une a la celebración permanente de su universo narrativo: obra singular en el contexto de la literatura venezolana y de amplios alcances en otras regiones de la lengua.

2 de septiembre de 2017. Hace veintinueve años, Victoria de Stefano escribió la última entrada de su diario de 1988. Ese día se tropieza con la viuda de Efraín Hurtado, y esa eventualidad la lleva a recordar la época de su amistad en París, en los años sesenta: Victoria estaba en Francia acompañando al marido exiliado; Hurtado, cursando un posgrado en la Sorbona. En esas páginas, el destierro carece de importancia, como si esa condición fuera un trasfondo cuya dureza es patente y por eso innombrable. Allí rememora, además, la figura de Manuel Scorza: «en apariencia era pobre, siempre lo vi con un solo traje, entrando y saliendo de alguna pensión» (p. 27). El escritor peruano se une a la conversación de Hurtado y de Stefano en un café de la rue des Écoles; ya está decepcionado de los combates guerrilleros y de haber perdido tiempo en la política, en lugar de ocuparse con más solicitud del trabajo literario. Después, con pulsión archivista, se anota la muerte de Scorza en el accidente aéreo en el cual también se mataron Jorge Ibargüengoitia, Marta Traba («que había sido mi colega en la Escuela de Arte») y Ángel Rama. Qué ironía o qué corazonada: Manuel Scorza le tenía pánico a los aviones.

Sin embargo, el asunto central de esas páginas se resume en un nombre —Claude Simon. «Fue él [Hurtado] quien me hizo leer Le Palace y L’Herbe» (p. 27). El novelista francés ha sido mencionado por ella numerosas veces como alguien clave: en la serie “Bibliotecas de autor” de Ediciones Letra Muerta, por ejemplo, aparece El jardín botánico junto a otros diez libros que Victoria recomienda. Ese patronímico subraya, sobre todo, un talante narrativo y una cierta correspondencia intelectual, no una sencilla derivación protocolar. Casi al final de la entrada de aquel 2 de septiembre, vemos el registro de otros dos títulos de Simon –La ruta de Flandes y Las geórgicas– y leemos esto: «Fue mucho lo que aprendí con la atención que le dispensé a esas polifónicas novelas con sus complejidades narrativas, su variedad de referencias textuales y no textuales, directas e indirectas, cartas, informes, tratados, documentos, con su minuciosa exactitud y sus audacias para manipular y expandir la novela» (p. 28). Esa descripción funciona como el modelo explícito de obras como El lugar del escritor, Lluvia, Paleografías y Vamos, venimos —conglomerados discursivos que se valen de órdenes dispares para consolidar una global teoría de la ficción.

[Hoy es mi cumpleaños, por cierto; qué grata coincidencia.]

13 de marzo de 2020. El contagio tiene validez literaria. Releo los diarios de Victoria de Stefano con el mismo deslumbramiento que me provocan sus novelas. El 28 de mayo de 1988 –fue sábado, lo juro–, escribió lo siguiente: «Todo lo que leo está en función de lo que escribo». La frase podría catalogarse como un ejercicio de gastronomía literaria: ¿no dijo Paul Valéry en Tel Quel que el león está hecho de cordero asimilado? (Hay una mutación paulista de ese comentario: «Sólo me interesa lo que no es mío. Ley del hombre. Ley del antropófago», según Oswald de Andrade.) Una primera y parcial definición de su literatura resaltaría esa confluencia textual, que no reniega de la inoculación de la experiencia autobiográfica o de sus espejismos, de las reelaboraciones oníricas, de la imaginación de carácter metafísico —que procura extraer del relato una consecuencia sustancial.

Más adelante, continúa: «En mis novelas hay muchas citas, frases de otros autores, frases de personajes vivos (…), lemas, injertos, infiltraciones subterráneas, referencias ocultas» (p. 20). La declaración confirma su cercanía con la escritura de Claude Simon. Acaso el concepto de influencia podría cambiarse por la noción de virus: una presencia no jerarquizada que se reproduce en el destinatario según la singularidad de ese organismo receptor. Sí: leer a Victoria de Stefano supone una acción deambulatoria que puede concluir con la anagnórisis o con el continuado desconcierto. Sus diarios despliegan un sistema de inscripciones que más tarde empleará en sus novelas; solo se modifica en estas últimas la ceremonia de lo subjetivo, lo que aceptamos como “auténtico” en las acotaciones de los años ochenta. De algún modo, el subtítulo de aquellos –La insubordinación de los márgenes– remite, justamente, a una maniobra de atenuada violencia que conduce a la mezcolanza. Uno fantasea con el proceso: de a poco, como en una intervención subrepticia, incluso alevosa, los elementos laterales, sin llegar a cristalizarse, se mueven al centro, y reordenan allí la geografía. Se trata, al cabo, de contaminar, como un bacilo, la complexión del canon. El resultado se vincula con eso que Elena Ferrante llama smarginatura en L’amica geniale: la disolución repentina de los márgenes de personas y cosas.

21 de junio de 2020. Hoy es el cumpleaños de Victoria. Supongo que sus disensiones la fuerzan a celebrar una fecha así con reacomodos: quizá ponga la greca donde por meses tuvo la prensa francesa, saque de una repisa a Clarice Lispector y la deje más cerca de Ezra Pound, sirva los espaguetis con tenedor y shamoji, se calce los zapatos al revés… Esos cometidos tienen, cómo no, una equivalencia gráfica en El jardín botánico de Claude Simon:

Generalmente, esos bloques de texto en Simon acarrean distintos hilos narrativos que en ocasiones coinciden en el escenario o en la línea temporal. Su dispersión nos da una manifiesta autonomía que nos permite decidir sobre la página el orden de lectura. Los fragmentos no tienen una clasificación inequívoca que guíe esa escogencia; a su manera, el acopio de materiales se atiene a la fuerza centrífuga —ficticia, a fin de cuentas. Por otro lado, una novela como Zettel’s Traum, de Arno Schmidt, se ciñe a un código estructural más cerrado: la columna a medias centrada, de mayor interlineado, remite a los acontecimientos vividos por los personajes entre 1965 y 1969; la de la izquierda discute e incluye los textos de Poe que aquellos intentan traducir, e introduce algunos detalles biográficos del escritor norteamericano; la de la derecha contiene otras referencias culturales. Tratándose de Schmidt, por supuesto, esa norma no hace más legible el volumen:

Los bordes sediciosos de Victoria de Stefano operan de forma discreta, como agentes encubiertos o espías. Sus arreglos tipográficos no obedecen a los impulsos que caracterizan a Simon y a Schmidt. En cualquiera de sus libros uno ve la mancha dispuesta según la preceptiva y según las esperanzas de un lector rutinario, pero la materia verbal se encarga de provocar la crisis de las expectativas. Ficción y no-ficción, llamamiento y expediente filosófico, recuerdos transfigurados e invenciones: en su biblioteca autógrafa, Victoria embrolla los espacios propios de cada discurso, comprime los géneros y los disfraza de continuidad. Con eso transgrede una aspiración confesada el 10 de marzo de 1989:

recordé todas las veces que sentí deseos de escribir sobre todo lo que me iba viniendo a la mente mientras escribía, en el margen derecho de la página. Sí, escribir en una columna al margen del texto, como una manera de reproducir y legitimar el proceso “auténtico” de composición. En una columna, la ficción, bajo forma de relato, bien sea débil o fuerte y, en la otra, las reflexiones, las asociaciones extemporáneas, sin exceptuar las correcciones y las enmiendas, relacionadas con el texto a medida que este iba creciendo (p. 49).

Con el tiempo, ese proyecto habría de transformarse, y la visión de esas cuartillas –tan semejantes a las de Zettel’s Traum– terminaría embozada. Las transgresiones de Victoria de Stefano se ejecutan, más bien, con artimaña: la rectangular columna solitaria se convierte, inopinadamente, en guarida de insurrectos, en territorio libre, en utopía.

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Referencias

Ferrante, Elena. L’amica geniale. Roma, Edizioni E/O, 2011.

Schmidt, Arno. Bottom’s Dream.  John E. Woods, trad. Champaign and London, Dalkey Archive, 2016.

Simon, Claude. Le Jardin des plants. Paris, Les Éditions de Minuit, 1997.

Stefano, Victoria de. Diarios 1988-1989. La insubordinación de los márgenes. Caracas, El Estilete, 2016.

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Lea los textos de la serie:

  1. Victoria o el esplendor de la madurez creativa; por Ednodio Quintero.
  2. Victoria me acerca a un rostro; por Rodolfo Izaguirre.
  3. Victoria de Stefano: “A veces siento que llegó la noche”; por Hugo Prieto.
  4. Primer capítulo de “Vamos, Venimos”, la más reciente novela de Victoria de Stefano.
  5. Mi novela favorita de Victoria de Stefano; por Oscar Marcano.
  6. Aprender a caminar de nuevo; por Rodrigo Blanco Calderón.
  7. Victoria de Stefano: Claro-que-sí; por Carolina Lozada.
  8. Para Victoria de Stefano; por Krina Ber.
  9. La niña Victoria; por Antonio López Ortega.
  10. Simplemente, Victoria; por Hugo Prieto
  11. Victoria de Stefano: “En una novela tiene que haber verdad y belleza”; por Hugo Prieto


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