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Con esta serie Prodavinci festeja las ocho décadas de vida de Victoria de Stefano –y más de cincuenta de escritura creativa– y se une a la celebración permanente de su universo narrativo: obra singular en el contexto de la literatura venezolana y de amplios alcances en otras regiones de la lengua.
Conocí a Victoria de Stefano, lo recuerdo muy bien, un día de noviembre de 1993 en la primera Feria del Libro de Caracas. Alguien nos presentó y Victoria se alejó enseguida como si anduviera con prisa. Me quedé impresionado por su figura elegante, su porte de reina en el exilio, su donaire en el andar y su belleza. Había escuchado hablar de ella, pero no la había leído. Años después, en 1998, en una librería de Mérida me llamó la atención un libro de portada oscura con un título maoísta: Historias de la marcha a pie, la opera magna de Victoria, que leí en un par de días fascinado con aquel feliz descubrimiento que me reconcilió con la literatura venezolana, en particular con su narrativa, que a decir verdad hasta ese momento no me había entusiasmado en demasía. Ahora, me dije, no me podrán seguir acusando de que en mis preferencias literarias sólo aparezcan escritores extranjeros como Kafka, Beckett, Borges, Proust, Joyce, Clarice Lispector, Faulkner, Gombrowicz (ése quién es), Virginia Woolf o algún japonés de las antípodas… pues Victoria de Stefano posee méritos de sobra para ocupar un lugar destacado en mi altar particular.
He tenido la inmensa fortuna de disfrutar de la generosa amistad de Victoria. En su casa de Sebucán, en Mérida, por teléfono y en la memorable gira que hicimos juntos por algunas ciudades y pueblos de España con motivo de la presentación de su exquisita novela Lluvia (Candaya, 2006), hemos compartido preciosas y enriquecedoras (al menos para mí) horas de conversación. De alguna manera, nos hemos convertido en cómplices y aliados.
Leer a Victoria ha sido para mí una inolvidable experiencia de los sentidos. Cuando me preparaba a escribir precisamente el prólogo para la reedición de Lluvia, leí de nuevo toda su obra narrativa integrada para ese momento por siete novelas, desde la inicial, El desolvido (1971), firmada como Victoria Duno, hasta la última, Pedir demasiado (2004). E intenté hacer una relación digamos estructural entre aquel septeto observando cómo la autora iba refinando y puliendo sus instrumentos narrativos hasta alcanzar lo que podríamos llamar el Everest de su escritura.
Ese álgido punto que tantos tormentos, insomnios, frustraciones y dolores de cabeza causa a los escritores, a mi parecer lo había logrado a la perfección Victoria de Stefano con su prodigiosa novela Historias de la marcha a pie. Aquí la narradora, quizá un alter ego de Victoria, aunque esta hipótesis carece de relevancia, emprende una larga marcha cuesta arriba para visitar a un amigo suyo que padece una grave enfermedad. En ese periplo surge como en la película que suelen ver los moribundos, una serie concatenada de historias que remiten a otras historias relacionadas entre sí o con el arte y la vida, la propia y la ajena, un verdadero concierto de voces e imágenes guardadas en la fecunda memoria de la narradora, que nos conduce hasta el final de su marcha atados a su sombra paladeando las virtudes de un lenguaje terso, único e irrepetible. De lo mejor que hemos leído en el idioma heredado de Cervantes. Así las cosas, nuestra autora podría haber hecho mutis por el foro y sentarse a vivir de sus laureles.
Pero he aquí que aquella dama curiosa e inquieta que conocí hace unos cuantos años no se iba a quedar viendo crecer la yerba: en 2010 nos sorprende con Paleografías, una novedosa narración en la cual despliega sus habilidades para armar una historia ubicada en una situación de aislamiento. Elige un tema que asoma en toda su obra: la condición del hombre como animal de necesidades básicas en contraste con su afán de trascendencia, es decir, lo espiritual que conlleva el arte. No por casualidad, Victoria de Stefano cursó estudios de Filosofía y ha sido durante varios años profesora de Arte y Estética.
La sorpresa mayor, sin embargo, nos llega a finales del año pasado cuando aparece la última novela de Victoria, Vamos, venimos, editada en Bogotá. En mi caso particular, aunque sabía de su existencia y de las dificultades de su publicación debido al efecto país que nos ha dejado desguarnecidos y en la inopia, aunque aguardaba con cierta ansiedad esta nueva incursión de Victoria en el género de mi preferencia, al tenerla en mis manos y comenzar a leerla creía estar siendo víctima de una alucinación. Pienso que el adjetivo alucinante le cuadra a las mil maravillas a Vamos, venimos. Sé que es riesgoso aseverar que esta narración supera a Historias de la marcha a pie, pero me atrevo a afirmar que Victoria, al igual que los saltadores de altura, fijó su listón lo más alto posible y logró sobrepasarlo.
¿Qué decir en un espacio reducido de esta novela asombrosa? Si tuviera que decirlo en tres líneas recordaría el diálogo que sostuve con mi súper amigo Diómedes Cordero, lector consecuente de Victoria, que al igual que yo se sentía fascinado con Vamos, venimos. Nos preguntábamos: “¿Quién está escribiendo en el ámbito de la lengua como Victoria? ¿Dime tú, quién?”.
Al comenzar la lectura nos sentimos hechizados por el lenguaje con claras resonancias clásicas, que nos va conduciendo al igual que una sonata de Beethoven hacia un territorio donde las palabras se convierten en reclamos de la poesía. Poesía en el sentido esencial del placer que significa dejarse llevar como si un coro de voces te arrullara. Lenguaje vivo que fluye como un lento y poderoso río, que resuena como el canto del ruiseñor, que susurra en nuestros oídos como los vientos amarillos del sur.
Son múltiples y variadas las historias que se entretejen al igual que en Historias de la marcha a pie, llevadas aquí a extremos que no cesan de asombrarnos, hasta formar una intrincada red que incluye el entorno de Juan, el protagonista narrador, y se extiende por el vecindario hasta abarcar el país. En la segunda parte, apoyadas en el extraordinario diario que la madre de Juan lleva en su último viaje a Europa, alcanzan las cotas más altas en el rastreo de existencias ajenas, avatares de la historia universal, menudencias de la cotidianidad como un almuerzo campestre. En fin, anhelos, recuerdos, sueños, pensamientos convertidos en literatura pura, maravillas de la invención de una escritora llamada Victoria de Stefano en la plenitud de su madurez creativa, dueña y señora de su oficio, el arte de narrar.
¡Larga vida a Victoria en su ochenta aniversario!
(Mérida, mi herida, 16 de junio de 2020).
***
Lea los textos de la serie:
- Victoria me acerca a un rostro; por Rodolfo Izaguirre.
- Victoria de Stefano: “A veces siento que llegó la noche”; por Hugo Prieto.
- Primer capítulo de “Vamos, Venimos”, la más reciente novela de Victoria de Stefano.
- Mi novela favorita de Victoria de Stefano; por Oscar Marcano.
- Aprender a caminar de nuevo; por Rodrigo Blanco Calderón.
- Victoria de Stefano: Claro-que-sí; por Carolina Lozada.
- Para Victoria de Stefano; por Krina Ber.
- La utopía literaria de Victoria de Stefano; por Luis Moreno Villamediana.
- La niña Victoria; por Antonio López Ortega.
- Simplemente, Victoria; por Hugo Prieto
- Victoria de Stefano: “En una novela tiene que haber verdad y belleza”; por Hugo Prieto.
Ednodio Quintero
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