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UNO: Hoy estoy cumpliendo ciento cuarenta días encerrado a cal y canto en mi búnker. Y por lo que se vislumbra en el horizonte, es posible que este año Chino de la Rata, que culminará en febrero de 2021, lo pasaré en el mismo lugar, sin moverme más que para mis caminatas diarias de media hora en el circuito cerrado que me he inventado siguiendo el buen ejemplo de mi amigo Masoliver Ródenas. A pesar de que la esperanza no está dentro de mis expectativas, anoche tuve un sueño extraño, tal vez premonitorio: yo estaba sentado en el banco de una plaza a la sombra de un sicomoro en flor contemplando a un grupo de chicas que patinaban alrededor de una fuente. Las veía fuera de foco pues aún en sueños mi ojo izquierdo permanece empañado debido a la fuerte infección hospitalaria que sufrí en 2019. Una de las chicas se acercó rauda y me di cuenta de que salvo por las botas atadas a sus patines estaba completamente desnuda. Por una décima de segundo pensé que había muerto mientras dormía y que los dioses de la peste me habían enviado para el cielo de los voyeristas. La chica, mediante una maniobra acrobática de máxima dificultad, se inclinó sobre mi cuello y me dejó un mensaje enigmático: “El mes de agosto será propicio para que mediten los jinetes”. Desperté un tanto aturdido. Luego recordé que en estos días he estado leyendo algunos relatos y fragmentos de Franz Kafka para un seminario on line organizado por Rosbelis y apoyado por mis súper amigos Diómedes Cordero y Miguel Ángel Campos acerca de «Las tesis sobre el concepto de historia» del genial filósofo alemán Walter Benjamin. Miguel Ángel nos sugirió que discutiéramos la carta de Benjamin a Gershom Scholem donde aquel critica muy duramente la biografía de Max Brod sobre su admirado doctor Kafka. En fin, que de aquella mezcolanza surgieron las imágenes del sueño. Busqué entonces el texto de Kafka: «Para que mediten los jinetes» aparece en la página 55 de la edición de La condena, que conservo desde 1972. Lo leí en voz alta como si pronunciara un conjuro recordando que en los sueños se nos revela sin pudor alguno la bestia que llevamos dentro.
DOS: Los profetas de nuevo cuño que en esta incierta pandemia han encontrado el terreno abonado para sus engañifas, se ocupan de hacer sus “infalibles” pronósticos para el día después. Es una moda apocalíptica que incluso ha sido bautizada con un término preciso: el «doomscrolling». Uno de los más recurridos y repetidos es aquel que anuncia con bombos y platillos la muerte del capitalismo. Ojalá que desaparezca el capitalismo salvaje del que hablaba el Papa polaco Juan Pablo II: en eso estaría de acuerdo al cien por ciento. Sin embargo, al ver la terrible noticia de que Jeff Bezos, el dueño de Amazon, aumentó su ya inmensa fortuna en un solo día en la bicoca de trece mil millones de USD (sic) y que al día de hoy posee 178,2 mil millones (sic, sic), sin contar los 58,7 mil millones (sic) de su ex esposa MacKenzie Bezos –ahora Scott– me he puesto a pensar… Pienso en un amigo mío que le ha declarado la guerra a Amazon y la imagen que se me viene a la mente es la del Quijote luchando contra los molinos de viento. Siempre estaremos del lado del Quijote.
TRES: Una de las consejas más repetidas durante la pandemia es la que afirma que el siglo XXI comenzó el mes de febrero de 2020 cuando el murciélago de Wuhan dio sus primeros aletazos. ¿En qué siglo habría que ubicar entonces el derribo de las torres gemelas de NY el 11 de septiembre de 2001? O será acaso que el siglo XXI aún no ha comenzado. Ya se escuchan en sordina los rumores de que la próxima guerra será de todos contra China. «Y cuando abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto animal, que decía, ven y verás. Y apareció un caballo pálido y el que estaba sentado sobre él tenía por nombre Muerte». Apocalipsis, según San Juan (VI. 7-8). La mayoría de traductores coincide en llamar bayo al caballo pálido de San Juan, y lo más parecido a un bayo es un caballo amarillo. ¿Desde cuándo se viene hablando del peligro amarillo? No quisiera caer en el juego del doomscrolling, pero las coincidencias llaman la atención. Mientras tanto continúo leyendo a Chuang Tzu, Lao Tse, y en las situaciones más peliagudas consulto el I Ching. En 2006 le hice una pregunta y me respondió así: «Los perseverantes serán aniquilados». No le hice caso, perseveré, y como decimos en criollo: dejé el pelero. ¡Idiota de mí!
CUATRO: Derrumbar estatuas se está convirtiendo en una moda bastante popular. Por supuesto, habrá que aplaudir el derribo de aquellas que representan a un tirano o a un opresor. Pero caerle a martillazos a una estatua del Quijote o de Cervantes allá en alguna perdida ciudad del Imperio es una demostración de estulticia, por no decir de retraso mental. Se me ocurre una propuesta para los progres de la madre patria. En 2013, en camino hacia Málaga en compañía de Paco Robles, director de la editorial Candaya, Lázaro Covadlo, autor de la novela Las alegres muchachas del partido, y su simpática esposa Amalia, nos detuvimos en Trujillo para almorzar. Difícil olvidar los increíbles huevos estrellados que probé por primera y única vez. El restaurante estaba en un costado de la Plaza de Armas, justo enfrente de la imponente estatua ecuestre de Francisco Pizarro, conquistador del Perú. Tal vez en España pocos recuerden que por órdenes de Pizarro, el Inca Atahualpa fue secuestrado luego de que las tropas españolas hubieran masacrado a miles de incas desarmados. Atahualpa ofreció por su rescate llenar un par de enormes habitaciones con objetos de oro y plata. Cumplió su promesa y los inicuos –así los llamaría Simón Bolívar tres siglos después– y crueles conquistadores tomaron el botín, sometieron luego al noble Atahualpa a un juicio amañado donde lo acusaron de idolatría, herejía, regicidio y fratricidio (lo culpaban, sin pruebas, de haber ordenado la muerte de su hermano Huáscar), traición, poligamia e incesto. Lo ahorcaron y colorín colorado. Mi propuesta es la siguiente: derribar la estatua de Pizarro y en su lugar colocar una de Fray Bartolomé de las Casas. ¿Qué les parece el cambalache?
CINCO: Una estatua deberían levantarle a Hulk, el hombre increíble, perdón, quise decir a Sergio Ramos, a la entrada del Santiago Bernabéu. Su fenomenal participación en los últimos partidos de la Liga española le hicieron acreedor de merecidos elogios. Una estatua, sí, con la condición de que en el partido final de la Champions del próximo año cuando seguramente el Real Madrid se titulará campeón por enésima vez, el jugador estrella del equipo se abstenga de fracturar a uno de sus rivales.
SEIS: Sí, al fin terminé de leer Diario del año de la peste de Daniel Defoe. Lo hice con lentitud deliberada pues lo que ahí se contaba es lo más parecido a la pandemia que ahora padecemos y no quería agotar el tema en una lectura compulsiva. Aunque en la espantosa epidemia de Londres en 1665 se trataba de la peste bubónica, de la que ni siquiera se conocía qué era lo que la causaba –habría que esperar hasta 1930 cuando se logró aislar el Yersinia pestis–, y en esta del 2020 estamos frente a un virus conocido y estudiado, pero no menos malicioso, perverso y letal, los comportamientos de las personas son en la práctica idénticos. Apenas citaré dos o tres, e invito a los presuntos lectores de este diario a buscar el libro de Daniel Defoe.
Pero el caso era –y aquí sólo voy a apuntar el problema– que la epidemia se propagaba insensiblemente, y ello por personas que no estaban visiblemente contaminadas, y que ignoraban tanto a quién contaminaban como quién los había contaminado a ellos. [¿Les suena? Ahora los llamamos asintomáticos].
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… pero una vez pasado el terror de la epidemia, todo volvió a sus lamentables causas anteriores, y las cosas siguieron su curso habitual. [Ya lo veremos].
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Por lo que respecta al comercio exterior, bien poco puede decirse. Todas las naciones comerciantes de Europa tenían miedo de nosotros. Ningún puerto de Francia, de Holanda, de España o de Italia admitía nuestros barcos, ni quería tener trato con nosotros. [¿Les suena? El cierre de las fronteras].
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El mejor remedio contra la peste es huir de ella.
Al final de la novela, el personaje inventado por Daniel Defoe se despide con un breve poema:
En Londres hubo una terrible peste
en el sesenta y cinco:
murieron de ella más de cien mil personas;
pero yo aún estoy vivo.
Eso mismo quisiéramos decir el año de gracia del veintiuno.
SIETE: A propósito de lecturas de cuarentena, me estoy divirtiendo un mundo con el libro del defenestrado Woody Allen, A propósito de nada. Cómo no reírse a carcajadas cuando escribe: «Lo único que pido es que esparzan mis cenizas cerca de una farmacia».
OCHO: Este aciago mes de julio se ha llevado a dos personas muy cercanas a mis afectos: Armando Rojas Guardia y Juan Marsé. Aunque detesto los obituarios, debo referirme a ambos.
De Armando, poeta místico y excepcional, único en nuestras desguarnecidas letras vernáculas, conservo como un tesoro su ensayo El Dios de la intemperie (1985), uno de los alegatos autobiográficos, surcado de invocaciones, más auténtico y valiente acerca del oficio de poeta que he leído alguna vez. Con Armando compartí durante los tres años que vivió en Mérida una amistad para mí enriquecedora. Él nos acompañó, junto a Julio E. Miranda y Nuni Sarmiento en la redacción de la revista Solar por allá en los ochenta del siglo pasado. Y me quedó la satisfacción cuando fundé las Ediciones Solar de haber publicado entre los primeros títulos su esclarecedor Diario merideño (1991).
De Juan Marsé había leído tres o cuatro de sus novelas, recordando mi preferida, La muchacha de las bragas de oro, aquella Lolita ibérica, con particular emoción de adolescente –según san Agustín, la adolescencia se prolonga hasta los veintiocho años–. Tuve la fortuna de conocer a don Juan Marsé un domingo helado, 1° de diciembre de 2013, en la mítica tertulia de un café ubicado en la Diagonal de Barcelona, donde fui invitado por mi gran amigo Enrique Vila-Matas. Recuerdo que un chiste que hice sobre los machos mexicanos fue celebrado con una sonora carcajada por Marsé, que luego lo tradujo al catalán a uno de los contertulios que no había entendido mi hablar enrevesado. Recuerdo que Marsé se expresó en muy buenos términos de Miguel Otero Silva, que había sido uno de los jurados del Premio México de Novela que le otorgaron en 1973 por Si te dicen que caí. Según contó Marsé, Otero Silva había defendido a capa y espada su novela, siendo que entre los jurados se encontraban Vargas Llosa, José Revueltas y alguien más. Si te dicen que caí significó para Marsé su proyección como narrador fuera del cerrado ámbito español del franquismo. Al término de la tertulia, Enrique y yo acompañamos a Marsé a la estación de taxis, y en el camino pude hacer unos retratos excelentes de ambos escritores, que guardo con devoción.
NUEVE: “Los resultados de estas elecciones y de todas aquellas que se realicen (…) los dio Padrino López este 5 de julio”. Este fue el atinado comentario del artista gráfico Bassim en su cuenta de Instagram a propósito de las declaraciones del Ministro de la Defensa, que al referirse a la oposición afirmó: “No serán poder político en Venezuela jamás en la vida”. A buen entendedor, pocas palabras.
DIEZ: ¿China contra el mundo? Anteayer, una amiga que nos provee de verduras y aliños nos trajo de un mercado cercano un set de ajos importados de China, parecidos a una de esas miniaturas elaboradas con una copiadora en 3D o con tecnología 5G. Para llegar a nuestra mesa, esos ajos han recorrido por lo menos trece mil kilómetros. Sin embargo, los ajos criollos que produce mi hermano Gerardo en su pequeña granja de La Cuchilla, en las proximidades del páramo del Guirigay, apenas a cuatro horas de aquí, no hay manera de que nos los traiga pues hace meses que su rústico vehículo carece de gasolina. ¡Habrase visto! Yo creo que esa guerra tan anunciada, hace tiempo que China la ganó.
(Mérida, mi herida, 30 de julio de 2020).
Ednodio Quintero
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