#VICTORIA80AÑOSPerspectivas

Para Victoria de Stefano

21/06/2020

Con esta serie Prodavinci festeja las ocho décadas de vida de Victoria de Stefano –y más de cincuenta de escritura creativa–  y se une a la celebración permanente de su universo narrativo: obra singular en el contexto de la literatura venezolana y de amplios alcances en otras regiones de la lengua.

Victoria de Stefano retratada por Ernesto Costante | RMTF

Ella cumple ochenta años en estos días, y aprovecho esta ocasión para algo que debí haber hecho hace tiempo: agradecerle sus libros, su narrativa y mis lecturas.

Hoy no está lloviendo y es mi momento preferido del día: esos cinco o siete minutos de súbita quietud antes del atardecer, cuando cesa el trino habitual de los pájaros y la trifulca de las guacamayas. El sol aún ilumina las fachadas del otro lado del parque pero el aire ya se siente opaco e inmóvil y hasta el viento parece aguantar el aliento en una casi imperceptible espera. Y es como si ese momento perteneciese a algún libro de Victoria de Stefano y existiera también en su prosa, porque así se comportan los vasos comunicantes entre realidad y ficción, entre un libro y el recuerdo de otro, entre las páginas que leo y las sensaciones que despiertan.

Pienso en Lluvia, aunque no esté lloviendo.

Pienso en Paleografías.

Cómo hablar en tono íntimo a la mujer que no conozco realmente, aunque desde luego sé quién es –es inconfundible su estatura, su silueta de elegante esbeltez y la sonrisa franca y amable– y no pocas veces nos hemos saludado con cariño en los eventos públicos donde el amor a la literatura hermana a todos los presentes con los escritores genuinamente grandes, como lo es Victoria.

Esa afirmación no se debe a la opinión general que la respalda: lo descubrí por mí misma, al principio de mis lecturas ávidas, desordenadas y eufóricas cuando, sin saber todavía nada de los autores, lo que estaba descubriendo en realidad era el idioma (un verdadero renacer tras toda mi vida adulta alejada de literatura) y cayó en mis manos un quinteto editado por Oscar Todtmann en 2002, cuando todavía importaba el aspecto de los libros, el ingenio de reunirlos en una cajita con un título común y la calidad del diseño gráfico del conjunto y de sus partes. Ese título o lema era: Hoy la noche será blanca y negra, y recuerdo que contenía unas joyas como Los traumatólogos de Kosovo de Federico Vegas y Homenaje a la Estrella de Elisa Lerner, pero el que más me deslumbró fue el libro de Victoria de Stefano.

Se llamaba Lluvia: una novela corta y reflexiva, una novela en la que, en apariencia, solo estaba lloviendo. Las frases olían a la tierra fresca, las frases mojaban. Era un libro dentro del mismo libro, un diario dentro del mismo diario; las imágenes, los sonidos y los olores surgían desde el interior de la consciencia narradora que los registraba con demoledora exactitud. Aún no sabía nada de la metaficción literaria, pero sentí como una revelación esa narrativa pausada y auténtica, que no hacía concesiones a nadie, que no buscaba “atrapar” al lector, ni lograr que “no pudiera soltar el libro” hasta el final de la historia; que ni siquiera parecía buscar una historia porque esta crecía sola desde esa suerte de magia que se desprende al transponer la realidad –cualquier pedacito de realidad– a un plano paralelo: verbal. La autora era consciente de esa magia y la dominaba a la perfección. Bueno: así lo sentí yo, y los lectores tenemos el privilegio de interpretar los libros tal como los sentimos.

Antes de redactar este pequeño homenaje quise refrescar la memoria y busqué en mi biblioteca Lluvia, Pedir demasiado o Historias de la marcha a pie. En vano: mis libros carecen de disciplina, no están donde deberían, tienen la manía de desaparecer y nunca recuerdo si –a quién– los hubiera prestado. Pero encuentro Paleografías –Premio de la Crítica a la Novela 2010– esa joya reflexiva sobre la desazón, la angustia del vacío y, a pesar de todo, la vida. En 2010 perdí a mi marido, y ningún estado del alma de Augusto me era ajeno cuando leí esa novela dos años después. La releo hoy, y no es el mismo libro: la nostalgia tiene otros colores y otro peso muy distintos al de aquella vez. Pero encuentro también lo que buscaba: un trozo de espacio tan real que puedes tocarlo aunque esté descrito desde la reflexiva consciencia del narrador-protagonista. Un trozo de tiempo, corto y abierto, que sin embargo encierra toda su vida y esboza las de otros, siempre envueltas en incógnitas. Porque el lenguaje que usas, Victoria, tan denso y preciso, tu minuciosa descripción de los simples espectáculos cotidianos –un bosque, un rancho, una pajarera o (siempre) la lluvia– es como un espejo de muchas facetas donde laten reflejadas las historias de tus personajes, sus dramas, búsquedas y anhelos. Sus vidas, tan parecidas a la errancia. Los fogonazos de dicha y sentido a pesar de la inevitable derrota: esos instantes de emoción auténtica que nos proporciona el amor, la belleza y el arte. Y, desde luego, la literatura.

Feliz Cumpleaños, Victoria.

Deseo que sientas eso a pesar de estar cumpliendo ochenta años en el contexto de nuestra tragedia colectiva, a pesar de la destrucción y el despojo; te deseo muchos años más de salud, de fuerza, inspiración y empuje para escribir.

***

Lea los textos de la serie:

  1. Victoria o el esplendor de la madurez creativa; por Ednodio Quintero.
  2. Victoria me acerca a un rostro; por Rodolfo Izaguirre.
  3. Victoria de Stefano: “A veces siento que llegó la noche”; por Hugo Prieto.
  4. Primer capítulo de “Vamos, Venimos”, la más reciente novela de Victoria de Stefano.
  5. Mi novela favorita de Victoria de Stefano; por Oscar Marcano.
  6. Aprender a caminar de nuevo; por Rodrigo Blanco Calderón.
  7. Victoria de Stefano: Claro-que-sí; por Carolina Lozada.
  8. La utopía literaria de Victoria de Stefano; por Luis Moreno Villamediana.
  9. La niña Victoria; por Antonio López Ortega.
  10. Simplemente, Victoria; por Hugo Prieto
  11. Victoria de Stefano: “En una novela tiene que haber verdad y belleza”; por Hugo Prieto.


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