Literatura

Cuando hablamos de Eduardo Liendo

01/08/2023

Krina Ber con Eduardo Liendo

1. Un asunto personal

Cuando hablamos de Eduardo Liendo, el granito de arena que me permito añadir será primero personal. Lo admiro y lo quiero,  como escritor y como ser humano. Tengo una enorme deuda de gratitud con el destino que hizo de él  mi primer maestro: el mejor que hubiera podido tener.

También fue el primer escritor venezolano que conocí. La sabiduría y el sentido del humor de sus libros  me acompañan desde el principio,  quiero decir mi principio,  cuando, ya en la tercera parte de mi vida, descubrí una extraña atracción hacia la literatura y el idioma español. Pasaron veintitrés años desde entonces, y sin embargo ese descubrimiento o giro vital todavía me parece “nuevo”, reciente. Todavía puedo visualizar aquella aula en la Universidad Católica Andrés Bello y un grupo de participantes —al principio nutrido pero que muy pronto se redujo a siete u ocho fijos— reunidos alrededor del coordinador del taller, un señor no muy alto ni muy imponente, de rostro amable y chispa de picardía en los ojos, del que el único detalle que en mi percepción delataba su condición de escritor eran sus bellos chalecos de colores.

Yo no sabía que Eduardo Liendo era en esa época un autor de fama creciente, en la plenitud de su fuerza creativa (ya tenía seis libros publicados y estaba escribiendo El round del olvido), no sabía nada de literatura venezolana;  apenas había comenzado a leer libros en castellano y a desarrollar una conexión real con el idioma que usaba a diario. Pero allí estaba, con mi acento extranjero que sonaba aún peor entonces, entre chicos que tenían la edad de mi hijo menor. No me extrañó que el coordinador del taller preguntara con mucho tacto qué hacía esta señora allí. No obstante, en la segunda sesión ya era una del grupo porque el taller era pura literatura y nada más importaba. Eduardo Liendo era el mago que creaba ese ambiente.

Me lo dijo sin titubear al leer mi primer cuento: “Tu español está lleno de errores, pero tú, chica, eres una escritora”. Ya nada de señora. Con una sola frase se puede matar o sembrar la autoconfianza de cualquier  persona, y no me cabe duda de que el inicio de la mía se la debo a Eduardo Liendo, así como le debo mi empecinamiento en mejorar el idioma, palabra tras palabra y expresión tras expresión, siguiendo de modo literal lo que él nos repetía en cada sesión del taller: lo poco que se puede aprender del oficio de escribir, se aprende de los libros.

Releo ahora En torno al oficio de escritor —libro que recoge la esencia de ese taller —y me doy cuenta de que recibimos un excelente curso de escritura creativa en píldoras fáciles de tragar, como si solo estuviéramos conversando sobre libros y escritores, intercambiando anécdotas y evaluando textos propios y ajenos en un ejercicio de crítica literaria. Las sesiones eran estimulantes, lúdicas y apenas parecían pedagógicas, aunque sin duda lo eran. Él nos advertía que ser escritor no era algo que se podía aprender, pero aprendíamos, y mucho; nos daba consejos y los asimilábamos, lograba que aprendiéramos por ensayo y error. Al final de cada sesión escogía una frase al azar de un libro cualquiera —este será su disparador de esta semana, decía — y en efecto, el truco servía porque los textos se disparaban.

Aquel año adquirí la convicción de que en cada frase se escondía un cuento, y solo tocaba encontrarlo. ¡Cuántas veces quise volver a ese estado de gracia! Pero la magia no funcionaba así:  fuera del taller de Eduardo Liendo los cuentos se escondían cada vez mejor. Supongo que aquella inspiración tenía algo que ver con la seguridad de contar cada viernes con su lectura y opinión, y con la inmensa confianza que nos inspiraba él, como todos los maestros fieles a sí mismos que te transmiten las certezas y las dudas que ellos mismos sienten.

Paso las páginas del En torno al oficio de escritor recordando aquellos tiempos y me doy cuenta también de la transparencia y del rigor con los que el libro define, sin apenas mencionarlo, el propio corpus narrativo del autor; la manera con la que su obra se nutre tanto de sus circunstancias individuales como del vasto tesoro de sus lecturas.

2. Un estante en mi biblioteca

Después del taller no perdí de vista a Eduardo Liendo. Nos veíamos en muchos eventos literarios  y especialmente en el poderoso club de lectura Visión, dirigido por Nora Bustamante (a quien está dedicado En torno al oficio de escritor) donde leíamos y discutíamos cada nuevo libro suyo. Aquí los tengo alineados en la biblioteca. Los anteriores al taller, más cortas, en el formato de las ediciones de Monte Ávila: Los platos del diablo, Los Topos, Si yo fuera Pedro Infante, La Mascarada —me faltan algunas—; y las grandes novelas posteriores según aparecían en las librerías. El round del olvido, Las kuitas del hombre mosca, El último fantasma, Contigo en la distancia, y esa joya hipertextual que se llama Contraespejismos.

Eduardo Liendo no escribió historias en serie ni creó un mundo especial para sus ficciones: aun cuando son fantásticas, el universo en que ocurren es este. Un inamovible afán de excelencia narrativa se siente en cada libro y en todos asoma, en mayor o menor grado, su fino sentido del humor, no obstante, cada uno nace de una idea-semilla diferente y ninguna historia nos prepara para la que leamos en el libro siguiente. A una novela clásica en la que tres vidas individuales se entrelazan entre sí en el contexto realista venezolano sigue el relato fantástico, cuyo protagonista examina ese contexto con los ojos multifocales de una mosca; luego viene el humorístico arreglo de cuentas con el sistema ideológico que había dominado la juventud del autor a través del diálogo con el fantasma de Vladimir Ilich Lenin instalado en su casa y, finalmente, el viaje onírico del niño que abordó sin permiso el autobús que lo lleva hacia la muerte a través de recuerdos reales e imaginarios. Cada uno fue para mí una sorpresa, como si el escritor quisiera probar su imaginación y su fuerza narrativa en diferentes registros. Y sin embargo estoy de acuerdo con Eritza Liendo  cuando califica su obra literaria en conjunto como “un corpus consistente: una obra durable, estable y sólida: “Así, cuando se hace acopio de los trece títulos que hasta ahora ha publicado Eduardo Liendo uno se encuentra con eso: con un modo Liendo de asumir el gesto de narrar”.   

Saco sus libros del estante, los reviso y pienso, una vez más,  en el inmenso escritor que es Eduardo Liendo, tan prolijo, auténtico e intenso que no podría pretender siquiera reseñar su obra y, si buscara una definición de él como escritor, no encontraría ninguna mejor que la de Pedro Plaza en su reseña de Contigo en la distancia:  “es de las pocas personas con las que uno se cruza en la vida que tienen el poder de evocar una fuerza superior, arraigada en una auténtica humildad.”.

3. El libro que no he leído

Reviso sus libros y de pronto me doy cuenta de que los conozco todos menos el primero, la novela corta que forjó las bases de la carrera de Eduardo Liendo:  El mago de la cara de vidrio. ¡No puedo creerlo! Precisamente el que cumple cincuenta años y que me propuse reseñar. Para colmo, la mitad de estos años  ha estado en mi biblioteca, oculto con modestia entre volúmenes más grandes. Es un libro pequeño, de bolsillo, y no lo he leído. Puede que mi omisión obedezca a  cierto recelo:  el descomunal éxito de una novela tan popular como esta es un arma de doble filo, una bendición no exenta de amargura. Me parece injusto que mi admirado escritor siga identificado desde hace medio siglo como el autor de aquel librito, que esa consagrada cara de vidrio se interponga siempre entre él y sus otras obras. Pregunten a cualquiera por Eduardo Liendo y verán.

Pues sí, admito mi culpa. Sin embargo, hoy no tengo excusas y me lanzo a leer El Mago de la cara de vidrio, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1997, ¡décima cuarta edición en tres años! Sé que lo difundieron como lectura escolar, pero aun así, son muchas reediciones.

En su canal de Youtube, Rodrigo Blanco Calderon dedicó la charla de esta semana al fenómeno del best seller. Según los editoriales, se puede promocionar, apostar a, crear condiciones para, pero nadie puede realmente prever que un libro se convierta en un fenómeno de ventas. Especialmente el primer libro de un autor joven y todavía desconocido.  ¿Cuántas veces le habrán preguntado en las entrevistas por las razones de su popularidad? ¿Cuál era (es) el secreto del Mago?

Primero, supongo: el humor. Lo entretenido que es el libro. En una reciente conversación, Miguel Gomes me advirtió que el humor no suele ser tomado en serio por los lectores venezolanos (valga el oxímoron  para quien lo entienda). Pero el humor de esta pequeña joya literaria, tomado en serio o no, es tan corrosivo, coherente y oportuno que nadie se le puede resistir, ni entonces, ni hoy. Cincuenta años más tarde y en otro milenio tecnológico y comunicacional, leí El Mago de la cara de vidrio entre sonrisas y carcajadas, aunque varios dardos destinados al contexto cultural de los setenta se perdieron para esta extranjera. No importa: la intención cómica está clara. La denuncia está clara. El héroe de esta novela, Ceferino Rodriguez Quiñones, la expone con la seriedad de un maestro y la atención a mantener la dignidad de las palabras que le hace narrar sus peripecias en un hilarante estilo pomposo. El pobre no entiende lo cómico que es, al igual que no lo entendía Alonso Quijano, su ilustre predecesor, claramente parodiado por nuestro Caballero de la Cara Común (solo el nombre me hace reír) que pelea con el aparato de televisión y aunque su guerra está perdida de antemano al menos lo vence en la última batalla con un golpe limpio del bate de béisbol en su abyecta cara de vidrio.

Segundo: Un personaje logrado. Con todas sus chifladuras caricaturescas, Ceferino Rodriguez resulta reconocible, familiar. Es sin duda nuestro quijote criollo.  No me extraña que los lectores venezolanos se sintieron en sintonía con él.

Entre sus otras ventajas, la novela es coherente, de desarrollo compacto, bien construida y la genialidad de sus ocurrencias  justifica por sí sola las catorce ediciones seguidas (al menos hasta la que tengo entre mis manos,  que no sé si fue la última). También el factor satírico  —la parte seria del humor—contribuyó no poco a su condición de fenómeno de ventas. La ridícula narrativa del maestro Ceferino no desmerita la claridad de su denuncia de la televisión como instrumento de alienación que atenta a la individualidad de las personas, a la vida social y a la familia; denuncia entendida y aceptada porque se asienta sobre una sólida plataforma novelesca. De ninguna manera (cito aquí el prólogo de Alexis Márquez Rodríguez) el indudable propósito ideológico del autor toma prioridad o “interfiere en la expresión literaria ni distorsiona el sentido estético de la creación“.

También hay que sumar a las claves del éxito de la primera novela de Eduardo Liendo la fecha en que fue publicada. Es interesante citar al respecto la regla general que formula Milán Kundera en El Telón sobre el “tiempo correcto” en que los temas de las novelas de denuncia captan la atención y la sensibilidad del público:

“El alcance existencial de un fenómeno social no es perceptible con mayor acuidad en el momento de su expansión, sino en sus comienzos, cuando es incomparablemente más frágil que lo que será en el futuro. […] La burocracia en la época de Kafka era un niño inocente al lado de lo que es hoy y, sin embargo, fue Kafka quien puso al descubierto su monstruosidad, que desde entonces ha pasado a ser trivial y ya no interesa a nadie. En los años sesenta del siglo XX, brillantes filósofos sometieron “la sociedad de consumo” a una crítica que, a lo largo de los años, se ha visto tan caricaturescamente superada por la realidad que ya no nos molestamos en proclamarla.”

El Mago de la cara de vidrio apareció en los anaqueles en el momento correcto para tocar la sensibilidad de muchos. Como otros grandes escritores citados por Kundera en ese capítulo, Eduardo Liendo presentía el futuro depredador en la aún inofensiva pantalla pequeña en blanco y negro y limitada oferta visual de esa época.

Y hoy, cincuenta años más tarde, cuando el Mago, infinitamente más poderoso, omnipresente y multiplicado en todas las formas y tamaños domina cada aspecto de nuestras vidas, esa corta novela mantiene en alto su retrospectivo acierto, su humor y su plena vigencia.

Un gran debut de la impecable carrera literaria de Eduardo Liendo: escritor que nos enorgullece a todos.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo