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A Victoria de Stefano en alguna oportunidad le llamó la atención que en sus diarios figuraran temas como depresiones, angustias y preocupaciones. Con esa extrañeza desde sí misma, adelanta estudios de filosofía y hasta comienza a escribir de forma regular más allá de sus diarios cuando publica su primera novela, El desolvido, en los años 70. Imbuido del espíritu de las novelas existenciales, El desolvido, ahora reeditada por Mondadori, se domicilia en los años sesenta, tiempo en que la discusión y la violencia pujaron por derrotarse mutuamente. Es una de esas escritoras imparables a la que el tiempo deparará vida eterna.
De alguna forma los escritores venezolanos en alguna circunstancia se retrataron en grupo: Válvula, Viernes, Sardio, El Techo de la Ballena, Guaire, Tráfico, etc. ¿Cree que efectivamente nuestra literatura se ha retratado o se retrata en grupo y qué consecuencias ha traído o trae esto?
Hasta una determinada época, quizás hasta los años setenta, los escritores se retrataron en grupo, por ejemplo los últimos fueron Tráfico y Guaire. Eso ha sido un fenómeno general, no sólo para Venezuela, creo que para todo el mundo, como decía Lottman que escribió la biografía de Albert Camus existía una época del café, pero eso ya desapareció. Yo no pertenecí a ningún grupo por la sencilla razón de que me gradué muy joven, empecé a trabajar muy joven y también tuve hijos muy joven, y de una manera pública yo aparezco como escritora, si bien no retratada en grupo, a partir de los ochenta con cuarenta años. Ha habido otros escritores que no han tenido grupos tampoco, pero yo no creo que los grupos sean dañinos sino que responden a un momento. Sin embargo hay un momento en la vida de un escritor en que el diálogo con los escritores que respeta es importantísimo. Para mí fue muy importante el diálogo cuando era joven con Guillent Pérez, que me abrió a otros horizontes de la literatura, el diálogo con Juan Sánchez Peláez. Hay criterios que uno respeta mucho, hay escritores cuyos criterios literarios a uno no le interesan, pero incluso respetando a ese escritor con sus diferencias, ese diálogo se hace imprescindible.
Durante años nuestra literatura apenas si circuló entre nosotros. Hoy con algún boom que está ocurriendo entre nosotros y tal vez con nuestro país sonando fuera, para bien o para mal, hay una expectativa de que demos el gran salto hacia fuera. ¿Cómo ve ese proceso? ¿Por qué no nos han leído en el exterior, respetando las excepciones?
A ese reclamo de que los venezolanos no hemos pegado ningún escritor, no le veo mucho sentido. Sí siento como tú mismo dices que hay un boom, que viene digamos marcado por circunstancias políticas, así como le sucedió a los chilenos que tuvieron una ventana abierta al mundo por una triste coyuntura política. Pero sí, en los últimos tiempos la gente está comenzando a leer a los escritores venezolanos, y creo que ha jugado un papel importante el hecho más silencioso de que a partir de los ochenta empezó a salir mucha gente fuera del país, para realizar estudios de postgrado en literatura. Esas personas que salían trabajaban sobre la literatura venezolana y los profesores de afuera se interesaron. En este momento hay como un magma crítico más definido con personas muy brillantes, profesores que están interesándose por este hecho literario. Y esto sí que es importante, un escritor necesita la compañía del crítico, no simplemente del reseñista que escribe en la prensa, sino del crítico que lo haga conocer, que lo haga entender. A nosotros eso nos falló mucho, escritores de peso como fue el caso de Oswaldo Trejo, eran no sólo desconocidos sino burlados porque iban por otro camino que ahora resulta que era un camino muy interesante y en el que nuevas generaciones han podido encontrar allí un referente.
Uno de los mitos o lugares comunes que nos circundan y que creo que se está cayendo justamente por su condición de lugar común es que el venezolano no lee.
El mundo no es un mundo de lectores en ninguna parte. Incluso se ve en España, que la gente compra muchos libros pero sólo una franja media los lee. Ahora la gente está leyendo más, hace falta que el lector y la crítica del país, al igual que las editoriales ayuden al lector a pasar de ciertas lecturas a lecturas de mayor interés. También hoy se presenta el caso en que se tiende a mirar más hacia el país porque nos hacemos preguntas.
Vamos con lo que me trajo aquí, El desolvido. ¿Cuándo fue escrita y qué ha motivado su republicación?
Fue escrita en el 68, publicada en el 70, a partir de una experiencia en cierto modo de vida. Es una novela en la línea de las novelas existenciales, incluso de lo que los franceses llaman la novela moral no porque sea moralista sino porque cubre las expectativas de las preguntas del ser humano en los niveles de extracción más altos que son los de la moral y la ética como conducta inmediata de los seres humanos. ¿Qué motivó a publicarla otra vez? Mondadori lo propuso. Sergio Dahbar desde la primera vez que la leyó en aquellos años manifestó su entusiasmo por esa novela y ahora pues volvió a interesarle. Supongo que también esta nueva situación del país hace que la novela sea pertinente.
En la novela hay un cierto tono de nostalgia por una época, donde independientemente de los métodos que rayaron en la violencia, las ideas definitivamente pesaban. ¿Qué han perdido y ganado nuestras sociedades con respecto a los sesenta?
Mira, sí hay un tono de nostalgia en la medida en que la gente creía ingenuamente que cumplía un papel como líder. Eso se acabó, si alguien me dijera ahora qué es lo que a ti te gustaría de un gobernante, no me refiero a un presidente, sino cualquiera que desempeñe cualquier actividad pública, incluso un profesor que enseñe a sus alumnos. Te diría que no se planteen grandes cosas sino hagan las cosas paso a paso, que no me ofrezcan maravillas. Yo tenía una amiga que tenía un pretendiente a quien ella le decía: Vamos a tomarnos un café. El pretendiente en cuestión le respondía: Que café ni que café, yo lo que quiero es llevarte a París, pero nuca la llevó a París y nunca se tomaron un café. Entonces habrá que plantearse no reformar el mundo en ese sentido de los grandes propósitos pero si ir poco a poco en eso.
Una de las cosas que más me gustó de la novela además del contenido moral o político, es el tema de las relaciones humanas. En la novela hay una frase totalmente epigrafiable que dice así: “La experiencia me había enseñado que las situaciones y las personas que más nos afectan sentimentalmente son las que con el tiempo nos inspiran los pensamientos más amargos”. ¿De dónde ha nacido esa magnífica frase?
De mi experiencia, porque la admiración quema la idealización y no hay que idealizar nada: esa es una forma de engañarte incluso en la vida afectiva. ¿Cuál es la parte venenosa, maligna del enamoramiento? La ceguera como la parte enfermiza de las relaciones y la sentimentalidad que tiene una carga terrible, incluso de perversidad.
Hablando un poco sobre el desencanto que recorre por este texto: la guerrilla y la lucha urbana en Venezuela fueron un inmenso fracaso. ¿Entendió la izquierda el idioma de la tolerancia democrática finalmente?
Yo creo que en gran parte sí lo entendió, incluso uno podría pensar que algunas personas de izquierda que no lo entendieron fue porque tampoco supieron envejecer.
Federico Mayor Zaragoza ha dicho recientemente que luego de la caída del Muro de Berlín y del colapso de la dictadura soviética, el mundo se rindió ante la evidencia del mercado y no se tuvo la inteligencia de equilibrar las sociedades. ¿Qué nos hace falta en este sentido?
Yo no pienso en términos de mercado.
Pero ha habido una gran corriente contemporánea después justamente de la caída de estos sistemas, que solamente ve al mercado, solamente ve al cuánto, solamente ve, para utilizar una frase de Sabato, a la razón o al dinero.
Pero eso también ha hecho crisis, puede que en su inmediatez fue así, pero el concepto del progreso también hizo crisis, quizás viene haciéndolo desde hace tiempo pero hay se evidencia después de los 80. Acuérdate que cuando vimos al hombre llegar a la luna todo el mundo, independientemente de la ideología de cada cual, estaba en éxtasis, era otro progreso. Todo eso se vino abajo, las guerras han contribuido mucho a eso y hasta ese supuesto neoliberalismo ha hecho crisis en todo el mundo aun en los propios neoliberales.
¿De qué modo la literatura ha sido para usted una de las formas de la felicidad como sostenía Knut Hamsun?
Voy a leerte un párrafo de mi obra Lluvia, en la última página: “Si no mirara ciertos planos de fondo, si no mirara el paisaje, si no mirara los cerros, altos, y recortados, si no oteara las cumbres, si no admirara el temblor de los árboles, si no me hiciera eco del siseo de sus hojas, si no me fijara en los pájaros variopintos entrando y saliendo de su fronda, si no percibiera el tenue brillo de su plumaje, si no apuntara al cielo y no me extasiara con las formas puras de su ingravidez, si no lanzara mis ojos lejos y agarrara altura, si no borrara de mi vista todo lo que es deplorable, ruinoso y feo, si no expulsara de mi mente los desastrosos errores cometidos, las pérdidas, los fracasos, las humillaciones, si no me sumiera en el letargo de mis contemplaciones, si no escenificara mis historias ficticias o reales en el punto y lugar donde ellas me llevan, si contra toda esperanza no intentara cortar mis ataduras, si no hiciera mesiánicos esfuerzos por desplegar las alas, hacia donde podría mirar que no sintiera la muerte en el alma”.
¿Qué siente por el narrador o por la narradora o por sus personajes al concluir un texto?
Voy a citarte a André Malraux, una frase de él un poco retórica pero muy bella y muy interesante, que sus personajes son siempre personajes con los cuales él afectivamente tiene un lazo, que en sus novelas no aparecen canallas. Es decir, en mis novelas no creo que aparezcan tampoco, no es que yo crea que esto sea una virtud. Hay que tocar el mal y los seres perversos viven del mal y desarrollan una dimensión de la condición humana. Pero por mis personajes, que no son canallas, siento piedad.
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Escritora venezolana nacida en Rímini (Italia) en 1940. Seis años más tarde pisó tierra venezolana para permanecer en ella. Licenciada en filosofía y ensayista. Ha sido finalista del premio de novela Rómulo Gallegos y ha publicado, entre otros, los siguientes libros: La noche llama a la noche (Monte Ávila,1985), Historias de la marcha a pie (Oscar Todtmann Editores, 1997), y Lluvia (Oscar Todtmann Editores, 2002). Es una de las voces referenciales de nuestra actual literatura.
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Lea otros textos en homenaje a la escritora:
- Victoria; por Carlos Sandoval
- Sobre “Vamos, venimos”, de Victoria de Stefano; por Diajanida Hernández
- Victoria, sentido y personal; por Hugo Prieto
- “¡Cómo estalla el silencio en el silencio!”, Victoria; por Inger Pedreáñez
Karl Krispin
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