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“¡Cómo estalla el silencio en el silencio!”, Victoria

07/01/2023

Victoria De Stefano retratada por Roberto Mata | RMTF.

Cuando leí Diarios 1988-1989, de Victoria de Stefano, no solo me encontré con una asolada Caracas desde su mirada. La imaginaba a ella como si estuviera en una película, detenida frente a la ventana. Subrayé en mi memoria frases que aún repito en mi cotidianidad. Como aquella que nos dibuja como ciudadanos escurridizos de una violencia que no queremos que nos alcance: “Miramos al Ávila para no ver el horror”. Son de esas verdades que te sacan el aire como un golpe al estómago. Pero a la vez, era su gran sabiduría la que volvía a darte el sosiego cuando decía: “Pensar como Diderot: lo que escapa de mí no vale más de lo que vive en mí”.

Ayer consideré no escribir sobre su despedida, una que me duele por partida doble, por la ausencia que ahora nos atrapa y el duelo que embarga a toda mi familia y en especial a mi esposo Hugo Prieto, porque ella fue parte de la nuestra. Consejera y de grata conversación, me sorprendía todo lo que ella podía saber de una sociedad artística y literaria del país. En las conversaciones había chismes, sí, pero también un entramado que nos hace falta para comprender quienes somos. 

La primera vez que la invitamos a almorzar en nuestro hogar, yo quería lucirme para agasajarle y hasta puse unos candelabros (estoy segura de que, en su interior, Victoria se habrá burlado de mi cursilería, tal como ahora lo veo), pero en el momento de encender la vela, la cabeza del cerillo flameante se fue directo a su blusa, y ella se la sacudió rápidamente. Afortunadamente fue solo un susto, y un momento de risas… 

La acompañamos en el honor que Silvio Mignano, embajador en Venezuela para ese momento, le celebró al condecorarla con la orden Cavaliere della República Italiana, y hasta Elvira Isabel fue considerada una sobrina de ella; y Victoria gustosa de que así lo pareciera. Realmente asumía su rol de tía, preguntando por ella. Mi hija y Juan Pablo Árraez le hicieron un bello cortometraje tiempo después. Y cito la introducción que ella escribió para presentar ese documental:

Victoria de Stefano llega a Venezuela luego de la Segunda Guerra Mundial. Abandona Italia antes de aprender a leer y escribir. Con 6 años, llega a Venezuela con la convicción de aprender y dominar el idioma que la recibió: el español. Victoria, entonces, consigue su razón de vida en el idioma y el lenguaje, convirtiéndose en una de las más prominentes figuras de la literatura contemporánea venezolana. 

Siempre estaba interesada en la juventud. Un día me contó que había un estudiante de letras de Mérida que se comunicaba con ella, y esos diálogos a ella le resultaban esperanzadores, por la distancia generacional que se salvaba, pero también por lo que se sembraba en esas conversaciones. 

Generosa con sus libros, una vez Hugo le comentó que me estaba leyendo una biografía de Julio Cortázar, y le preguntó “¿escrita por quién?, y acto seguido me envió una edición de otro autor, que a su criterio era mejor. 

Fotografía de Inger Pedreáñez.

A mediados del año pasado, Victoria no pudo escapar de la pandemia, pero logró superar el virus. En la última conversación telefónica que tuvimos, a propósito del cortometraje a su amiga Malena Coello, (la llamé para ver si me quería acompañar a La Poeteca para verlo juntas, y ella siempre adelantada me dijo «ya lo vi, muy bueno»), ella me decía con cierta angustia que la enfermedad le había afectado en su memoria y le impedía recordar algunas palabras. Tenía tiempo escribiendo ya otra novela, y ella, tan precisa con sus pensamientos, reprochaba esa sensación de no lograr el término preciso. 

En la sentida nota que escribió Hugo Prieto, también para este espacio de Prodavinci, hay una anécdota que ambos admiramos, y es cómo Victoria en su hablar pausado y bajito arropó el interés de un salón lleno de inquietos jóvenes del Colegio Rondalera que guardaron silencio para escucharla y no perderse ni un gramo de sus ideas. ¡Quien no podía guardar silencio ante la oportunidad de escuchar a Victoria…! 

El título de esta nota de duelo son palabras de la propia Victoria de Stefano, de su novela La noche llama a la noche.

Ahora este silencio será demasiado largo, pero si algo puede servir de consuelo es que Victoria tuvo una buena vida, rodeada de buenos amigos, orgullosa de sus hijos, fiel a su disciplina de escribir, y una sencillez adornada de esa chispa de humor que extrañaremos por siempre.

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