Literatura

Diario literario, marzo 2019 (II)

17/03/2019

Valencia, domingo 10 de marzo de 2019

Escribo a oscuras, apenas con la luz de emergencia del celular. Van 60 horas de blackout general y nada indica que la resolución del problema esté cerca. No hay información sobre lo que efectivamente ocurre. El aislamiento es progresivo y la incomunicación, total. La situación es así: no electricidad, no agua, no gas doméstico, no teléfono fijo o celular; casi nada de combustible para vehículos; escasez de hielo para conservar alimentos; no agua potable; hospitales en estado deplorable; inseguridad generalizada. El único de los grandes males ausentes es la guerra, que Dios no lo quiera.

Virgil And Dante Entering Hell, de Gustave Doré

Dante y San Pablo

La tesis paolina de la Resurrección fue una de las más influyentes en el autor de la Divina Comedia cuando expuso su concepción del Paraíso. Escribió el santo en Corintios 15:

35. Más dirá alguien: ¿Cómo resucitarán los muertos? ¿Con qué cuerpo vendrán?

36: Lo que tú siembras no se vivifica si no muriese antes.

37: Y lo que siembras, no siembras el cuerpo que ha de salir, sino el grano

desnudo; o de trigo de otro.

44. Si siembra cuerpo animal, resucitará espiritual cuerpo. Hay cuerpo animal,

y hay cuerpo espiritual.

51: He aquí, os digo un misterio: Todos ciertamente no dormiremos, mas todos

seremos transformados.

52: En un momento, en un abrir y cerrar de ojos a la final trompeta… y los

muertos serán levantados sin corrupción, y nosotros seremos transformados.

Las revelaciones de San Pablo las utiliza Dante para justificar la presencia del protagonista, con su “cuerpo animal”, frente a Beatriz para transformarse en “espiritual cuerpo”. La tesis paolina, hablándole a los griegos de Corinto, está marcadamente influenciada por las intuiciones órficas, como recuerda W.C. Guthrie: “Cada individuo tiene una parte titánica propensa al pecado… y una parte que, siendo de origen divino, lucha con la otra para expulsarla y purificarse” (Orfeo y la religión griega).

Humano, demasiado humano es el Dante perdido en la selva; allí, en el fondo oscuro donde su corazón ha caído, entiende la necesidad imperiosa de la redención. Y, como buen espíritu de la Edad Media, sabía de revelaciones y apariciones, y de inmediato entiende que se trata de una epifanía la aparición de la luz en lo alto de la montaña que divisa en el horizonte; y se dirige a su encuentro, dando comienzo al más extraordinario de los viajes de la literatura cristiana, uno del cual su alma saldrá redimida. No son viajes fáciles estos que incluyen una visita al más allá. Ulises se dejó guiar y también Eneas. El guía de Dante será Virgilio, su amado maestro, enviado por Beatriz, la más interesada en que el viaje se lleve a cabo. Los trayectos al inframundo son una de las más antiguas tradiciones mediterráneas. Tal vez el primer itinerario conocido sea el del egipcíaco Osiris, quien con un boleto de ida y vuelta llegó hasta el reino de los muertos y regresó triunfante. De Egipto a Grecia, donde Orfeo será uno de los primeros en intentar con éxito el temido descenso a Hades. Lo siguieron otros como Dioniso o Hércules. De allí se extendería por el Mediterráneo hasta llegar a la leyenda cristiana donde Cristo, el gran émulo de Dioniso, pasaría tres días de visita en el infierno.

La aventura de Cristo, seguramente la más interesante de todas las que protagonizó, no ha sido reseñada en los textos ortodoxos. No obstante, la literatura apócrifa abunda en descripciones de los tres días del Hijo del Hombre entre los muertos. La teología musulmana, por el contrario, ha difundido las narraciones de los hechos del profeta en el más allá. Y son variadas, y formidables, las versiones que cuentan los hechos de Mahoma. Una literatura ampliamente difundida en Europa durante los siglos de ocupación islámica en España, y que no escaparon a la curiosidad de Dante, quien la utilizó abiertamente para la arquitectura de su Infierno. En efecto, una alusión en el Corán de un viaje nocturno de Mahoma estimuló, antes del siglo IX, la composición de varios ciclos de leyendas; entre otros, el Viaje nocturno, al cual pertenece este fragmento recogido Miguel Asín Palacios en su brillante y necesario La escatología musulmana en la Divina Comedia:

Vino a mí un hombre que me tomó de la mano y me pidió que le siguiera hasta

que me condujo a un monte elevado y me dijo: “Sube a ese monte… Yo te ayudaré”. Y comencé a poner un pie en cada uno de los escalones en que él ponía el suyo…

Empezamos a caminar y nos encontramos con unos hombres y mujeres que

llevaban desgarradas las comisuras de los labios. Dije: ¿Quiénes son estos?

Y dijo: “estos son los que dicen y no hacen”…

Y después nos encontramos con unos hombres y mujeres cuyo aspecto y

vestido era la cosa más fea y repugnante y que despedían un hedor

asqueroso, como si fuera de letrinas. Dije: ¿Quiénes son estos? “Estos

son los adúlteros y las adúlteras”.

Y así continúa el Viaje nocturno con descripciones inquietantes que impresionaron al bardo florentino. Las coincidencias son irrefutables, a pesar de los cuestionamientos de críticos más cristianos que Cristo que se niegan a aceptar la posibilidad de una marcada injerencia islámica en el más grande poema de la cristiandad. Ya antes, no obstante, la poesía del islam había permitido el surgimiento de la primera lírica moderna de occidente; la formidable poesía provenzal, leída, admirada e imitada por Dante en su juventud de poeta estilnovista.

Promenade

Salgo a caminar en una plaza cercana en una mañana calurosa pero clara. Los chaguaramos y los pájaros cantando en las ramas de caobos y cedros ejercen un efecto sanador sobre la pobre psique acosada por agresiones de todo tipo. En estas condiciones no es difícil el surgimiento de brotes psicóticos entre amigos y conocidos. De la noche oscura e insomne surgen los demonios que desarreglan la cordura. Las sociedades de consumo, decía Marcuse producen neurosis, pero los regímenes totalitarios propician la psicosis.

Valencia, lunes 11 de marzo de 2019

El oscuro inconsciente

De manera epiléptica y mezquina, ha sido restablecida la electricidad en algunas ciudades, aunque nadie sabe por cuánto tiempo. Ahora lo ves, ahora no lo ves. La psique, sin embargo, no termina de recuperarse de la devastadora experiencia, agravada por la incertidumbre del eventual restablecimiento del servicio. Por mi parte, me cuesta concentrarme, disponerme para un trabajo de cierta extensión. Que ahora disfrute de la claridad del día, no significa mucho. Nada me asegura que esta noche no regresen las tinieblas. Para la conciencia de muchos la luz ha regresado, pero para el inconsciente de todos la oscuridad persiste. No se supera con la carga de un bombillo la experiencia a que ha sido sometido el inconsciente, que ha sentido de nuevo los terrores que acosaban a nuestros antepasados de las cavernas. Hemos vivido de nuevo esos miedos que creíamos dejado atrás. Frente a nuestras temblorosas velas y efímeras linternas, volvimos a ser los atemorizados cavernícolas alrededor de sus pálidas fogatas. Vivo aquí en una casa, y afuera cada ruido era tan ominoso como los rugidos ancestrales de los tigres gigantescos y otros carnívoros hambrientos. Los ruidos en la calle eran ciertamente inquietantes, pero no tanto como el silencio viscoso y amenazante en el que se hundía la noche y nosotros con ella. El insomnio era una posibilidad y el sueño no descansaba. Con la aurora de rosados dedos constatábamos, como en la antigua cueva, que estábamos vivos, que las fieras habían pasado de largo, que nos habíamos salvado. Fatalmente el día, esa luz (mehr Licht, fueron las últimas palabras de Goethe), no iba a durar para siempre, y que otra espesa noche nos esperaba. El inconsciente, en su manera tan particular de reaccionar, se resiste a creer que el peligro haya pasado y que en lo sucesivo las noches serán menos oscuras y seguras. Las suyas son reacciones que la razón no entiende. Con paciencia hay que ayudarlo para evitar males peores.

Anábasis

Trato de distraerme leyendo cualquier cosa. Al azar, encuentro uno de los tantos tomos de la Anábasis de Alejandro Magno, la formidable crónica de la vida y hechos del príncipe macedonio escrita en griego por el muy culto político e historiador romano Flavio Arriano hacia el II d.C. Los Libros IV-VII están dedicados a las campañas de Alejandro en la India, controversiales, criticadas pero siempre magníficas. Como bien puede y suele suceder, a menudo interesan más las descripciones marginales que las hazañas de los protagonistas. Es lo que ocurre cuando Arriano refiere la presencia de Dioniso (Baco) en aquellas latitudes. Hace un par de años en Creta me pude impresionar por la conocida tendencia de los griegos de dar realidad a sus dioses y héroes. Se refieren a ellos con una inquietante naturalidad, como si de un antepasado se tratara. En una de las tantas rocosas montañas del occidente de la isla se distingue la cueva donde nació el gran Zeus, el más distinguido de los cretenses. Lo que impresiona es que a ninguno de los habitantes se le ocurriría poner en duda esa circunstancia, o, por lo mismo, la existencia del minotauro, del cual se conservan restos del laberinto que habitaba y acaso parte de su enorme osamenta cornuda. No otra cosa le ocurrió a Arriano quien, a pesar de su vocación de historiador, nunca puso en duda la veracidad de las fuentes consultadas. Cuando refiere la presencia de Dioniso en la India lo hace tan convencido de su existencia histórica como la del mismo Alejandro:

Por lo que a la expedición de Dioniso concierne han quedado recuerdos nada

deleznables: la ciudad de Nisa, así como el nombre del nombre del monte

Muslo y la yedra que en la región crece. También viene de Dioniso la costumbre

India de de ir al combate tocando tambores y címbalos, así como la pintoresca

vestimenta a la usanza de los seguidores de Dioniso.

Sírvate como prueba decisiva de que Dioniso fue el fundador de Nisa, el hecho

que la yedra, que no crece en región alguna de la India, se cría abundantemente

en los campos de Nisa.

Alejandro, por su parte, no dudó nunca de la veracidad de tradiciones como esta, y se propuso “proseguir más allá que el mismo Dioniso y emular y superar sus hazañas”. Sólo en un aspecto no consiguió sobrepasar al gran dios, y cayó, víctima de su condición, allí donde el hijo de Sémele consiguió ir y regresar del más allá. Porque, aun cuando puede ser asombroso el poder de los inmortales, es en la capacidad de regresar del Hades. Lo que realmente los diferencia de los hombres.

Valencia, martes 12 de mayo de 2019

Milagros del verano

Avanza inclemente el verano en estas tierras llanas. En lo sucesivo serán siete meses de implacable calor y humedad, el bochorno en toda su agobiante realidad. Adolezco de una indeclinable intolerancia al calor, y sólo los acondicionadores de aire, a cuyo amparo he vivido desde la adolescencia, han hecho posible mi existencia en estas regiones tristes del trópico. En lo sucesivo, y hasta finales de año, la región será visitada por los vientos que, como un siroco, avanzan de hacia acá desde los llanos polvorientos. Tal vez el único milagro del verano sea la aparición de una serie de árboles que en toda su altura, nada tímida en algunos casos, se cubren de flores de rara intensidad: apamates, palos de María, nazarenos, bucares, araguaneyes, bucares. «Fue lo que más me impresionó, cuando me vine a vivir a Venezuela», me confesaría José Solanes en una oportunidad. Y no es para menos.

Milagro blanco

Era del año

la estación

reseca,

cuando la tierra

sedienta

revela

su piel

de cicatrices

y grietas.

Seis meses

sin lluvia

que agotan

la tierra muda.

Envuelto

en la luz

más pura,

un blanco apamate

flotaba en el monte

y su espesura.

Un nuevo milagro

de una presencia

que, para mí,

sigue siendo oscura.

Caracas, miércoles 13 de marzo de 2019

Aquí, en esta ciudad maltratada, no menos que la provincia, donde antes era el bullicio y un tránsito enloquecedor, ahora reina el silencio y la soledad. A esta hora, 4:30 pm, no pasa ni un caballo por estas calles donde vivo. La visual es la que conocemos del famoso malecón de la capital antillana; modelo del desarrollo revolucionario, donde el mar es lo único que hace ruido ante la mirada de los nativos que suspiran por la tierra prometida del norte gringo. Es una regla conocida en cocina, con una misma receta saldrá siempre el mismo plato. Lo que salió de los fogones en el experimento castrista es lo que ahora tenemos, siguiendo la receta, en nuestra mesa: desolación, miseria y depresión.

Agota Kristof retratada por Christian Rossier

Agota Kristof

Llevo leídas nueve novelas en lo que va de año; tres de Agota Kristof y cuatro de Banana Yoshimoto. Entre la escritora húngara (1935-2011) median treinta años. A la Kristof le tocó todo lo peor que un país puede ofrecer: una guerra mundial durante la infancia; una ocupación comunista durante la adolescencia, y una represión sangrienta en la primera juventud. Yoshimoto, nacida en 1964, vivió entre los vagos fantasmas de la luna pálida post-Hiroshima y el consumismo desenfrenado durante los locos años noventa. No sé si tres décadas son suficientes para justificar la dramática divergencia estilística, y concepciones del mundo tan asimétricas. La de la Kristof, especialmente en El gran cuaderno (1986), es una prosa desollada, ósea, inmisericorde y cruel; cada frase es una nueva mutilación y casa página una cicatriz; que, no obstante, es suficiente para que a la autora exprese lo que parece inexpresable: la existencia improbable de unos gémelos huérfanos, reducidos a vivir con una abuela desnaturalizada. Como escribí antes en este diario, se trata de un cuento de hadas al revés, sin hadas madrinas ni príncipes. Todo lo sórdido de la vida de los hombres, como en un compendio, se reúnen en este libro torturado y, sin embargo, no desprovisto de belleza.

El estilo de El gran cuaderno, entrecortado, telegráfico, cede en la segunda de estas novelas que integran La trilogía de la ciudad de K. Ahora las frases se despliegan para describir el desolado paisaje donde conviven los protagonistas. Ciudades sitiadas, paralizadas y vigiladas. Una prosa precisa y exigente, cuyo modelo no es Kafka y mucho menos su compatriota Sándor Márai. Kristof, que no escribió en húngaro sino en francés aprendido con un diccionario; y que huyó de Hungría para refugiarse en Suiza, encontró en Thomas Bernhard un modelo y un compañero de miserias. A ambos les debemos algunas de las páginas más brillantes de la narrativa europea de su tiempo. La prueba, que es como se llama esta segunda novela de la trilogía, es la vida solitaria de uno de los hermanos (el otro huyó a un país vecino) desde su infancia de abandonos hasta su muerte de suicidios. En una de sus páginas, la autora asegura que, por más que un libro sea triste, nunca lo será tanto como la vida. Y es posible, pero no debe ser fácil encontrar un libro tan desolador como este, publicado el año de la caída de la cortina de hierro. Una novela que, al terminarla, hace unos pocos días, me llevó a la pregunta inevitable, ¿Cómo pude terminar este libro? La tercera mentira es el último libro de La trilogía de la ciudad de K., está escrita menos a lo Bernhard que a lo Kristof. Su prosa es más fluida y los diálogos menos abruptos, pero la tensión es la misma. Los hermanos, al final, se reencuentran pero son incapaces de reconocerse; al suicidio del primero es seguro que seguirá el del segundo. La única observación a esta tercera novela desesperada, es su deriva hacia un formalismo afrancesado que le concedió, hacia 1991 una modernidad, de la cual no tenía necesidad, que tuvo que pagar inmolando la claridad. Recuerda más a Modiano que a Bernhard. Lo que se cuenta nunca ocurrió, por ejemplo; los que murieron no habían muerto sino en sueños; lo que se ve no está allí sino que es un reflejo, y así por el estilo. Aun así, La trilogía es una tensa descripción de la existencia de los europeos que vivieron del otro lado de la famosamente lúgubre cortina de hierro. La tristeza de sus páginas sólo es comparable al conmovedor espectáculo que se cuenta y canta: la vida de los hombres en las condiciones extremas impuestas por el totalitarismo, el peor de lo males de un siglo ayuno de bondades.


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