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Con esta serie Prodavinci festeja las ocho décadas de vida de Victoria de Stefano –y más de cincuenta de escritura creativa– y se une a la celebración permanente de su universo narrativo: obra singular en el contexto de la literatura venezolana y de amplios alcances en otras regiones de la lengua.
Victoria de Stefano y su familia llegaron a Venezuela en 1946, previo paso transitorio por New York, donde la niña vestida de lunares rosados y calzada con zapatos toscos y maltrechos caminaba por las calles sin querer mirar los rascacielos porque le producían miedo. «Una vez en Caracas empezó a leer y escribir a los siete años, con muchas dificultades. Creía que nunca aprendería a leer, las eles y las emes eran su tortura» (Refiguración, p. 68). Superada la dificultad le agarró el gusto a las palabras, tanto que a los doce años llevaba un diario y pronto desarrolló una afición por escarbar palabras en el diccionario, que luego anotaba en un cuaderno. Ese regusto por ellas se aprecia en sus novelas, en su ejercicio acumulativo, lúdico, coleccionista:
Despertábamos con todos los voladores, y eran legión, cantando, piando, trinando de placer o desgañitándose como las cotorras o las guacharacas. Tortolitas, tucusitos, calandrias, bellas urracas, querrequerres, lindo azulejos y gonzalitos reales entraban en la cocina, en la sala, o martillaban con sus piquitos los vidrios de las ventanas. (Vamos, p. 62)
La lectura de diarios y poesía es otra de sus pasiones; así me lo ha manifestado en nuestra correspondencia personal, que archivo con el afecto y admiración que siento ante las delicadas y sabias páginas de Victoria:
Querida Carolina, hace unos años leí un dossier con las Cartas de Rodez de Artaud y otros escritos relacionados, me los prestó Juan Sánchez, quien también me prestó el libro de Adamov, a mí me encanta leer en línea. Poco después leí los diarios de Leataud, que son de un talante muy parecido, pero no completos, sino dos tomitos, al parecer son muchos, siete, creo. Los franceses tienen una larga tradición diarista y confesional, nosotros muy escasa (24/08/2014).
En medio de las dificultades venezolanas arrastradas en la última década, la poesía la ha asistido en eso que ella llama “¿qué será de nosotros?”: “Sí, trato de escribir, pero no creas que se me hace fácil. He descubierto que lo que más me ayuda a ‘distraerme’ de este ‘¿qué será de nosotros’ es leer poesía. Por lo menos en estos últimos días, después no sé…” (02/04/2014). Para de Stefano, un narrador debe leer poesía; de lo contrario se asfixia. Piensa lo mismo en el caso de los poetas.
En casa, cada nuevo libro de Victoria es recibido con la infalible intuición de quien sabe que tiene en sus manos un objeto que alberga sabiduría, belleza, dolor y una sosegada resignación ante la sentencia de René Char (uno de sus poetas favoritos): «La existencia sólo es nuestra para un breve intento». Creo que estos puntos cardinales están presentes en cada volumen de Victoria de Stefano.
Hace poco culminé la lectura de Vamos, venimos (2019), hasta el momento su última novela. Como suelo hacer, le escribí para darle mis comentarios. La carta, fechada el 06 de junio, y cuyo título del asunto recoge la cosida frase final de la novela, «Claro-que-sí», comienza con la fórmula clásica de todo inicio epistolar:
Querida Victoria:
Ayer cuando ya la noche deshacía la tarde y me quedaba sin luz solar terminé de leer Vamos, venimos. El acto de culminación de la lectura fue casi sincrónico con el fin de la tarde y el inicio de nuestra oscurana sin electricidad. No somos Amish, pero algo de esa comunidad ya tenemos. Al terminar de leer tu novela hice un gesto que quizás no hacía desde hace muchos años: quedarme con el libro abrazado, apechado. Fue un acto involuntario, pero al mismo tiempo poderoso. Me quedé observando cómo la oscuridad de la noche se iba haciendo casa. No encendí velas, celulares, lámparas. Me quedé en silencio al lado de Olivia, mi amada perra salchicha.
Siempre que te he leído lo he hecho poco a poco, porque tus novelas suelen ser muchas novelas a la vez, múltiples voces con vidas propias en quienes uno se queda pensando. Personajes cuyas presencias dejan sus pasos en formas de un instante de sus vidas. Tus libros tienen ese entramado de gente e historias que convergen, y al fondo: el mundo, la cultura, los avatares de la existencia (afecto, amistad, guerra, enfermedad, desamor, errancia, muerte, duelo y volver a empezar). Pienso en Historias de la marcha a pie, en esa pariente que escribía cartas que ya no tenían destinatarios, pero ella no cejaba en su obsesión patológica de escribir correspondencia sin destino. Tus personajes tienen el tino de quedarse revoloteando en la cabeza.
El principio de Vamos, venimos me remontó a Lluvia, la casa, la mujer que sube y baja un piso afanada entre la escritura y el pescado que se prepara en la cocina. La memoria de lo que fue el lugar, de los vecinos que estuvieron, de la gente que pasa. El afecto, la amistad, la enfermedad, la muerte, el duelo, pero también la recuperación del duelo están presentes en buena parte de tu trabajo literario. Tu escritura no es de oscuridad, aun cuando penetre cuevas de paredes estrechas; sin embargo, siempre hay una luz a mano porque a pesar de todo la vida sigue, porque vamos, porque venimos.
Como te comenté anteriormente, la historia del polaco, del padre de Anatole, fue una de las que me pareció mejor logradas en términos narrativos, una joya pura. Desde su pasado rebelde hasta esa especie de estado espiritual catatónico al que se somete en sus años largos.
En casa hemos hablado que nos interesan esos escritores que logran salir de su propio yo, sin desasistirlo por completo, pero que son capaces de hablar desde otras voces. Y en tus novelas están esos otros, pero no desde una visión demagoga, sino desde la visión de la mosca, por decirlo de alguna manera, de una narradora que tiene una visión multifocal y el oído atento del murciélago para escuchar las perlas que pueden quedar sueltas por ahí, y que tú con habilidad engranas en tus textos. Sé que en algún momento aprovecharás la expresión: “Aquí, señora Victoria, en este contexto” (como te comentó alguien a quien saludas con frecuencia en estos tiempos pandémicos), porque eres una narradora no solo con el ojo atento, sino con el oído dispuesto a escuchar el logos, en el sentido heracliteano.
Al leerte y al escucharte por teléfono uno disfruta de una voz melodiosa, una voz que cautiva con sus anécdotas cotidianas, de las que has sabido sacar provecho siempre, porque en tus libros se puede intuir hasta tus recorridos por el mercado, los paseos y conversaciones con amigos que ya no están, los viajes, las precariedades de un pasado nada fácil y un presente que se hace brumoso. Y al mismo tiempo uno se adentra al arsenal enciclopédico que tienes, porque lo tienes. Y justo en este momento recuerdo una de las últimas veces que hablamos por teléfono, cuando comentabas tu deseo de leer Historia de la guerra del Peloponeso. Al colgar el teléfono le comentaba a Luis, impresionada por tu apetito de lectora voraz: ¡son siete tomos!, y él me corrigió: en realidad creo que son ocho. Es Victoria, comentábamos, es Victoria, lo lee todo. Y una de tus mayores cualidades a la hora de hablar, de narrar, es que no hay una pretensión de mostrar que sabes mucho o que manejas temas muy interesantes. Tú simplemente eres como el río de Heráclito: te dejas llevar. Y así llegas al final de Vamos, venimos con más dudas que certezas, dejándote remover «por las cáscaras de las dudas».
Ah, Victoria, me encanta cuando bajas a los insignes de sus pedestales y cuentas anécdotas como las de Copérnico y Kepler haciendo horóscopos, los golpes dados a la mesa por Víctor Hugo para comunicarse con los muertos, la nigromancia de Pessoa y los amantes Curie jugando a la Ouija; porque en efecto, como dice el propio Juan: «Mientras haya fatalidad, habrá superstición», esa frase me parece maravillosa y certera.
Anoche me acosté sin electricidad, pensando en todas las cosas que quería escribirte sobre Vamos, venimos y sobre las conversaciones que hemos tenido últimamente. Hoy muchas cosas se escapan, pero no la certeza (sin cáscara de duda) de que eres la mejor novelista viva de este país, eres una isla, y mantienes tus propios límites sin importar el ruido del continente. En cierto sentido, eres un poco parecida a Montejo: mientras en los 60 y 70 escuchaba la estridencia ballenera, el señor de corbatín escribía sobre pájaros y árboles sin reconcomios con la modernidad; aunque sí con cierta saudade por el tiempo en que la ciudad era menos estruendosa.
Ya sé que no te gustan los halagos, y los elogios pueden ser fatales para personas con ínfulas levadas, pero no es tu caso. Tú vas a seguir siendo tú, importa o no lo que te digan.
Te mando cariños y muchas gracias por las palabras que me escribiste a partir de mi correo llorón por la quema de la biblioteca. Esa noche estaba más sensible que gatico callejero en pleno aguacero.
Vamos, venimos, Victoria.
Carolina
08/06/20
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Querida amiga (…) Lo que me dices sobre mi novela me gusta mucho, pese a que mientras la escribía tenía temor de perder los hilos y si esas historias domésticas me ayudarían a completar el diseño (…) Cuando hablo de hilo te respondo a la continuidad de los que tú viste. Creo que en una entrevista que me hicieron no hace mucho dije que uno escribe a partir de los cabos sueltos de los libros anteriores, Lluvia retoma algo de Historias de la marcha a pie y a su vez Las historias se relaciona con líneas subterráneas de La noche llama a la noche… Eso que dices es importante para mí:
“El afecto, la amistad, la enfermedad, la muerte, el duelo, pero también la recuperación del duelo está presente en buena parte de tu trabajo literario”. Otras personas, por ejemplo, mi amigo, ya muerto, Sergio Pitol, en la Universidad de Xalapa, me pidió que les leyera a los jóvenes estudiante un capítulo de Historias de la marcha a pie. Yo le dije que era muy triste, entonces él dijo: No es triste, tiene un final jubiloso. Entonces entendí que tenía razón. Y las novelas no tienen por qué ser una fiesta. Por cierto, ya empecé La guerra del Peloponeso, pero voy poco a poco (….) En cuanto a Eugenio, nosotros fuimos vecinos y muy amigos, aunque Eugenio era un hombre afable pero reservado. Los últimos años de su vida fueron fuertes, sufrió mucho, como todos los de su generación y los un poco mayores, como Salvador Garmendia, Juan Sánchez Peláez y Miguel Arroyo, para ellos esto fue un golpe mortal, creían que habían salido de la barbarie y la tenían de frente. Pero Eugenio sufrió demasiado en los últimos tiempos, murió de apenas 69 años (…)
La gente necesita sentirse útil. Ni qué decirte cuánto me conmueve lo que me dices de mi escritura, eso siempre levanta el ánimo. Tratemos de seguir adelante, no nos dejemos vencer por la canaille, como dicen los franceses,
Un abrazo grande, V.
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El 21 de junio cumple años la niña que nos llegó de Rimini y que afortunadamente superó sus dificultades con las eles y las emes. Y para nuestra suerte literaria adoptó el castellano como lengua propia. Deseo que pase el día escuchando «Héroes», de David Bowie, ella sabe por qué:
We can beat them
Just for one day
We can be heroes
Just for one day.
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Referencias
Char, René. Poesías. Caracas, Fundarte, 1980.
Stefano, Victoria de. Historias de la marcha a pie. Caracas, Alfaguara, 1997.
Stefano, Victoria de. La refiguración del viaje. Mérida, Universidad de Los Andes, 2005.
Stefano, Victoria de. Vamos, venimos. Bogotá, Seix Barral, 2019.
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Lea los textos de la serie:
- Victoria o el esplendor de la madurez creativa; por Ednodio Quintero.
- Victoria me acerca a un rostro; por Rodolfo Izaguirre.
- Victoria de Stefano: “A veces siento que llegó la noche”; por Hugo Prieto.
- Primer capítulo de “Vamos, Venimos”, la más reciente novela de Victoria de Stefano.
- Mi novela favorita de Victoria de Stefano; por Oscar Marcano.
- Aprender a caminar de nuevo; por Rodrigo Blanco Calderón.
- Para Victoria de Stefano; por Krina Ber.
- La utopía literaria de Victoria de Stefano; por Luis Moreno Villamediana.
- La niña Victoria; por Antonio López Ortega.
- Simplemente, Victoria; por Hugo Prieto
- Victoria de Stefano: “En una novela tiene que haber verdad y belleza”; por Hugo Prieto.
Carolina Lozada
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