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La dolarización de Zallez y su ungüento de Fierabrás

Fotografía de Juan Barreto para AFP

25/01/2018

La dolarización de Hanke y el bálsamo de Fierabrás recibió la atención de Francisco Zallez, cuya respuesta ha publicado Prodavinci. Por ser la dolarización un tema de interés para muchos, los comentarios de Zallez también merecen mi atención.

La dolarización de Zallez

Según Zallez, he negado «insistentemente la realidad de la dolarización espontánea». En sus palabras, «la voluntad popular prefiere al dólar y lo atesora más que los bolívares del Banco Central». La «dolarización espontánea» habría sido una «decisión voluntaria y libre del pueblo en cuanto a lo que considera es el mejor medio para preservar su esfuerzo y medir su ahorro». No sería «más que la expresión del pueblo sobre la necesidad de una moneda para poder sobrevivir». Por eso, profetiza, «eventualmente se dolarizará porque es la única moneda con la cual la gente puede saber objetivamente el valor de su trabajo». Para referirse al «alto índice de dolarización espontánea» como «indicador de la voluntad popular en cuanto a sus preferencias de moneda», se apoya en una «encuesta realizada este año por Cedice», según la que «62% de la población venezolana está a favor de una dolarización oficial» y hace un reclamo: «si el Gobierno verdaderamente quiere darle al pueblo lo que quiere entonces debería obedecer su preferencia de moneda y dolarizar oficialmente». Y dice poco más. A continuación mis comentarios.

1. El 62% no es el 100%.

Si con 62% de los encuestados se permite hablar a nombre del pueblo, la gente, y la voluntad popular, ¿qué será para Zallez el 38% restante de los encuestados? ¿Qué es Zallez cuando no es pueblo, ni gente, ni un indicador de voluntad popular? ¿El Gobierno no «debería obedecer sus preferencias» y él debería dejar de «negar insistentemente la realidad»? Me pregunto, ¿qué ha sido Zallez después del 17 de febrero de 2013, cuando el Consejo Nacional Electoral de Ecuador informó que «computados el 100,00% de las actas de escrutinios, el candidato Rafael Correa alcanzaba 4.918.482 votos, equivalente al 57,17% del total de votos válidos»? Es de suponer, leyendo sus palabras, que Zallez se apuntó al 42,83% restante. Si el pueblo, la gente y la voluntad popular —como él las entiende— eligió a Correa, Zallez debió considerarse a sí mismo inexistente. Irreal. Nada.

En una discusión sobre la moneda, como en tantas otras, no interesa menos la minoría que la mayoría. En un estudio del 12 de marzo de 2017, Datincorp informó que 38% de los encuestados no apoyaría “convertir al dólar en la moneda nacional”. También que 65% no “busca comparar los precios en bolívares llevándolos a precios en dólares” y que el 43% prefiere “recibir sus ingresos” en bolívares, y no en dólares. ¿Quiénes son y por qué? Pueden ser personas de bajos ingresos, o de mayor edad, o sin acceso a mecanismos financieros formales o informales, que no sabrían o no podrían convertir dólares en bolívares para realizar sus transacciones cotidianas. Personas vulnerables ante un cambio de monedas, que para Zallez son irrelevantes.

2. Sustituir monedas no es fácil

Con una sorprendente superficialidad, Zallez primero dice que «hay muchos que ni siquiera pueden pensar en comprar un dólar y ellos serían los más beneficiados de una dolarización oficial», y luego que «para dolarizar oficialmente la economía Venezolana basta que el gobierno de turno anuncie la conversión de las cuentas a dólares y la extinción de la moneda local». No dice nada sobre plazos, tipos de cambio, o disponibilidades de dólares en el sistema bancario y en efectivo. Nada. A un país que ha sufrido de una severa crisis de efectivo por irresponsabilidad del emisor, que padece un encogimiento de su sistema bancario, como consecuencia de la imprudente imposición de controles de cambios y tasas de interés, y que no tiene un mercado cambiario formal, transparente y funcional; Zallez le promete, muy irresponsablemente, una dolarización tan fácil que basta con anunciarla. Zallez anunciando la extinción de la moneda local y Maduro la del billete de Bs. 100 se parecen demasiado. Porque, como debería saber Zallez, después de la eliminación de la moneda nacional en Zimbabue la escasez de efectivo ha llevado a reconsiderar la reintroducción de una moneda nacional. Zallez no dice cómo evitarla. ¿Le recomendaría al «gobierno de turno» que, como Maduro con el billete de Bs. 100, ordene cada tanto y mientras tanto la muerte y resurrección de la moneda local?

Conviene recordar que el dinero no solo tiene la función de reserva de valor, sino también las de unidad de cuenta y medio de pago. Y que en Venezuela, incluso en hiperinflación, el bolívar es el medio de pago utilizado para casi todas —sino todas— las transacciones de parte importante de la población. La brutal expansión monetaria de los últimos meses solo puede circular dentro de Venezuela, y circula. La aceleración de la velocidad de circulación del dinero no solo evidencia que los tenedores de bolívares no quieren conservarlos por mucho tiempo. También evidencia que hay productores e importadores de bienes y prestadores de servicios dispuestos a recibirlos, para cambiarlos por otros bienes o servicios lo antes posible. Decretar la “extinción” inmediata del bolívar detendría los intercambios que aún se dan en el país, limitándolos a quienes tengan dólares disponibles y acepten efectivo o puedan hacer y recibir transferencias. Los saqueos en Ciudad Bolívar luego de la primera muerte del billete de Bs. 100 son una tragedia que Zallez debería tener en cuenta.

Por otra parte, Zallez no dice de dónde saldrían los dólares que mágicamente, como las monedas que deja a los niños el Ratón Pérez por sus dientes de leche, aparecerían en los bancos, bolsillos, carteras y colchones de los venezolanos, transcurrida la feliz noche dolarizadora. Tampoco dice cuántos serían, ni cómo explicarle a quienes «ni siquiera pueden pensar en comprar un dólar» que el Ratón Pérez les dejará muy pocos, además fraccionados en monedas y billetes —si a tanto llegan— desconocidos.

No sé si Zallez pretende que el sector público entregue sus activos en dólares a cambio de los pasivos monetarios del sistema bancario. No sé si Zallez tiene en cuenta que los activos líquidos del sector público son una fracción del total, y que el sector público tiene pasivos en dólares. Tampoco sé si Zallez sabe que el BCV no ha publicado desde el tercer trimestre de 2015 la Posición de Inversión Internacional de Venezuela, y que ya para entonces la posición neta del sector público era prácticamente nula. No sé si Zallez sabe de dónde sacaría el Ratón Pérez los dólares de su dolarización.

3. El dólar no es la única moneda que preserva su valor

Dice Zallez que «sin moneda estable no se puede hacer cálculo económico (…) Sin estabilidad y sin confianza el intercambio sufre y con él la economía en su totalidad. Sin una moneda estable el ahorro se esfuma». Cierto. Pero no es cierto que el dólar sea la única moneda «estable» en el mundo. Y las preguntas de Datincorp no permiten comparar las preferencias por dolarizar con las de disponer de un sistema de libre convertibilidad parecido al colombiano, o al de la mayoría de los países de América Latina. El ejemplo ecuatoriano no es el único caso de estudio interesante.

Zallez se pregunta: «Si la dolarización es tan mala opción para Venezuela, entonces ¿por qué los venezolanos emigran a países dolarizados como Ecuador, Panamá y los EEUU?». Sorprende que incluya como país «dolarizado» a EEUU, que no sustituyó su moneda nacional por otra. También sorprende que al referirse a la emigración venezolana a Ecuador no mencione incentivos directos a los migrantes, como los ofrecidos por el programa Prometeo a investigadores extranjeros, que incluyen «boletos de transporte aéreo, gastos de manutención, seguro de salud y vida; así como visitas científicas y culturales a destinos escogidos por el investigador». También sorprende que no reconozca otros destinos elegidos por los migrantes venezolanos, incluyendo países no dolarizados, que son la mayoría en el mundo. También que no sepa que en 2005, antes de agravarse la caída del consumo en Venezuela y limitarse el acceso a dólares subsidiados por el gobierno, ya había venezolanos establecidos en Ecuador y otros países. Atribuir una única causa a la emigración venezolana y a sus destinos es, por decir lo menos, irrespetuoso.

4. El valor del trabajo, el ahorro y la miseria

No todas las promesas son iguales para Zallez. En un caso nos dice: «si el bálsamo promete cura contra la miseria que hoy vive Venezuela deberíamos intentarlo, aunque sea por razones humanitarias». En otro rechaza «una simple promesa de que nunca más se volverá a recurrir a la inflación para financiar un proyecto político». Y sus argumentos son, en ambos casos, insuficientes.

Supongamos que, de nuevo mágicamente, todos los bolívares —en efectivo y en depósitos—, fuesen instantáneamente sustituidos por dólares, y que todos los precios y salarios en bolívares instantáneamente se expresaran en dólares —a la tasa de cambio que sea, y que Zallez no dice cómo calcular—. Los precios relativos serían los mismos, las diferencias entre miserables y no miserables las mismas. La miseria no se habría «curado». Ya con la reconversión monetaria de 2008 hubo quienes dijeron que eliminarle tres ceros al bolívar, sin hacer nada más, lo convertiría en un bolívar «fuerte». Una década después, Zallez nos dice que la dolarización oficial, sin hacer nada más, «inyecta inmediata credibilidad a la moneda» a pesar de los graves problemas económicos, políticos y sociales que agobian a Venezuela.

Quienes afirman que en Venezuela todo está dolarizado, menos el salario, parecen suponer que el poder de compra depende exclusivamente de la moneda en la que se expresen precios y salarios. No dicen nada sobre los determinantes de los precios de los bienes y del ingreso de cada quien. Ganar en dólares es una cosa. Ganar «suficientes» dólares es otra. Y no puede ahorrar quien no gana «suficientes» dólares. Dolarizar no garantiza «suficientes» dólares para que todos puedan ahorrar, ni siquiera consumir, aunque Zallez nos prometa curar la miseria.

5. Importaciones e indexación

Un bien o servicio importado solo puede comprarse si se paga con la moneda del país exportador, o con otra que sea aceptada por el exportador. En Colombia es posible comprar con pesos y con dólares, por ejemplo. No es posible vender un bien colombiano en Venezuela, por ejemplo, si no fue pagado previamente en una moneda que acepte el productor colombiano. Y esto es así, ha sido así y será así independientemente del régimen cambiario venezolano.

Cuando en Venezuela la abundancia de divisas ha permitido a los importadores y a los turistas comprar dólares con bolívares, las importaciones y los viajes han crecido sustancialmente. Las compras dentro del país se han hecho en bolívares, y afuera en dólares, euros, pesos u otras monedas. Ahora, reducido el acceso a las divisas, caen importaciones y viajes. Quienes necesitan importar, o migrar, necesitan dólares. Si no pueden obtenerlos exportando, los compran dentro de Venezuela. En algunos casos, venden bienes o servicios en dólares: apartamentos, carros o procedimientos médicos. Otros los adquieren a cambio de bolívares. Para que esta transacción sea posible, alguien debe necesitar los bolívares, lo que confirma que son medios de cambio en uso en Venezuela.

Sostener que Venezuela se dolarizó espontáneamente porque en la crisis es posible hacer transacciones en dólares en el país y desde el país es sorprendente. Durante los años de abundancia también hubo venezolanos —no todos— que compraron divisas de muchos modos y en montos distintos. Con las migraciones, hay venezolanos —no todos— que pueden separar una parte de sus ingresos en la moneda que tengan, y comprar dólares para sus familias. Disponer de dólares les permite comprar bienes y servicios dentro y fuera de Venezuela, y también comprar bolívares para hacer pagos dentro de Venezuela. Como en Colombia, que no está dolarizada.

Confundir la destrucción del sistema de precios y la hiperinflación —debidas a los controles impuestos por 15 años y a la hiperbolivarización de los últimos meses— con una dolarización espontánea es un error. Y no tener en cuenta sus efectos diferenciados uno mayor. Los precios en bolívares de bienes importados no están «dolarizados». Esos bienes se pagaron en dólares —o en pesos, u otras monedas— y se venden en un país sin un mercado cambiario formal, donde el gobierno es capaz de ordenar recortes arbitrarios de precios a comerciantes formales, los incentivos a la corrupción se potencian, los informales requieren cada vez mayor organización y donde los costos de transacción son cada vez más altos. Esta es una de las razones por las que no todos los precios ni los salarios se indexan al marcador del paralelo. Si las empresas no pueden producir para exportar, ni siquiera para vender cubriendo costos en Venezuela, su capacidad para incrementar salarios y conservar a sus trabajadores es reducida. Y si «dolarizaran» sus salarios no incrementarían su poder de compra. No es lo mismo dividir el salario entre el marcador del paralelo que tener los dólares en la mano. Y si hecha la división mágicamente aparecieran, no comprarían más que los viejos bolívares, porque todos los precios en bolívares hubieran sido divididos por el mismo marcador. Dolarización no es indexación al paralelo, aunque lo diga Hanke.

6. Devaluar y empobrecer

Zallez rechaza como argumento contra la dolarización «la creencia que devaluando nos volvemos más competitivos», porque creerlo «es pensar que empobreciéndonos colectivamente nos va a ir mejor como sociedad». Debería saber que una devaluación puede ser un instrumento para empobrecer… al vecino. El uso que China le ha dado para favorecer sus exportaciones ha causado protestas de Estados Unidos e intervenciones de los bancos centrales de Japón, Suiza y Brasil, entre otros. La «guerra de las divisas» tiene antecedentes. Emilio Ontiveros las señaló hace casi una década: «Joan Robinson, distinguida discípula de John Maynard Keynes (…) trasladó a la economía la expresión ‘políticas de empobrecimiento del vecino’ (…) en un clásico artículo (Beggar-my-neighbour-remedies for unemployment, incorporado a su libro Essays in the Theory of Unemployment, 1937) para referirse a las decisiones de los Gobiernos que procuraban superar los problemas propios a expensas de otros países. Se empezó con devaluaciones competitivas y se terminó introduciendo otras restricciones al libre comercio que enrarecieron el clima de esos años treinta en los que se abonó el terreno a la emergencia de la Segunda Guerra Mundial».

Un país dolarizado no puede defenderse de un ataque contra el dólar, como sí pueden hacerlo los países que tienen moneda propia. No devaluar una moneda sobrevaluada puede sesgar la producción de sus empresas a la prestación de servicios, entre ellos el comercio de importaciones, y estimular la fuga de divisas, haciendo frágil la economía. Obviamente, devaluar sin tener productos que exportar, razones para invertir, seguridad jurídica y una prudente política fiscal no resolvería nada. No puede esperarse únicamente de una devaluación la solución de un problema complejo. Menos de una dolarización, que se limita a destruir un instrumento de política económica y no aporta más.

7. Déficits fiscales, corrupción e hiperinflación

Zallez encuentra «mucha confusión entre colegas en cuanto al impacto de la dolarización sobre los déficits fiscales» y pasa a reconocer que «la dolarización es una medida monetaria por lo que no tiene inherencia [sic] directa en las cuentas fiscales» y que «en una dolarización la indisciplina fiscal puede persistir, pero solamente hasta donde la confianza de los mercados crediticios para solventarla». También reconoce que «la dolarización no nos cura de la corrupción pero al transparentarla, crea desincentivos políticos en el abuso del crédito público». Zallez supone que es posible corregir primero un problema monetario y dejar para después no solo la indisciplina fiscal, sino también la construcción de «instituciones duraderas como la justicia y el respeto a la propiedad privada», al punto de considerar la dolarización oficial «un buen comienzo hacia el regreso de la institucionalidad de Venezuela».

Zallez acepta que alguna vez hubo institucionalidad en Venezuela, sin dolarización, pero niega que pueda se pueda «regresar» a ella sin dolarizar. Sus razones parecen asociarse al subdesarrollo, a alguna tara insuperable, a un grado insospechado de incapacidad, deshonestidad o estupidez que, solo luego de una dolarización oficial, desaparecerían abriendo las puertas a la justicia y la confianza. Pero, ¿por qué se multiplicarían los dólares dentro de un país cuyo «gobierno de turno» únicamente hubiese sustituido su moneda, sin decir nada más, ni hacer nada más? ¿Cómo confiar en quienes destruyen su moneda porque no confían ni en sí mismos, ni en las generaciones que les suceden? ¿Cómo podría la dolarización hacer más transparentes de lo que son hoy, y han sido, las muchas veces denunciada corrupción y el abuso del crédito público? Nada dice Zallez.

Interesa más rebatir que sea posible resolver el problema monetario sin resolver el fiscal, o el fiscal sin un marco institucional funcional. Venezuela ya tiene un problema fiscal severo. En un informe para la Securities Exchange Comission (SEC), el gobierno venezolano reconoció una brecha entre los ingresos y gastos del sector público consolidado de más de 17% del PIB para 2016.Esto, y la necesidad de pagar la deuda externa, impone una importante restricción sobre el uso de las divisas por parte del gobierno. Si por esa brecha el gobierno recurrió a la emisión monetaria, ¿qué habría de hacer «el gobierno de turno» tras una dolarización mágica? De inmediato, tendría que recortar gastos e incrementar impuestos, porque difícilmente un gobierno logre créditos si ya es improbable que pague sus deudas y su marco institucional no es confiable. Y si antes no ha ordenado sus prioridades fiscales, ¿qué va a recortar? ¿A quién va a cobrar impuestos? ¿Cómo garantizará la gobernabilidad? Y si ya sabe todo esto, ¿para qué va a dolarizar?

Es necesario insistir. La indisciplina fiscal es la causa del endeudamiento excesivo y del financiamiento monetario inflacionario y, finalmente, hiperinflacionario. Los problemas que deben resolverse son institucionales, relacionados con lo fiscal y lo cambiario, porque con ellos se resuelve lo monetario. Sorprende que Zallez se atreva a escribir que «la historia es clara en cuanto a cómo parar hiperinflaciones» y que nos zampe como «receta desde las hiperinflaciones producto de las guerras del siglo XVIII» que «1) la moneda actual debe cambiar y 2) debe ser fijada a algo tangible» y que luego, cual Zallez tonante, culmine pontificando: «la dolarización cumple ambas funciones de cambio de moneda y fijación del tipo de cambio, por eso es la mejor opción a seguir para darle confianza al cambio de rumbo y eliminar incertidumbre». Quien venía a aclarar la «confusión entre colegas» se entretuvo con el bálsamo de Fierabrás y omitió, entre otras observaciones que hice a Hanke, algún comentario sobre los trabajos de Sargent y Sachs. Invito al colega a leerlos, o a releerlos. Y, si queda con ánimos, a leer el especial sobre hiperinflación de Prodavinci.

El ungüento de Zallez

En la respuesta de Zallez abundan referencias al Quijote y al bálsamo de Fierabrás. Le parece lo mejor de mi comentario a Hanke y, aun así, una “lamentable comparación” para la que tuve, dice, que buscar justificación en trabajos de Asdrúbal Oliveros, Luis Oliveros y Pedro Palma.

No tengo más justificación para haberlo hecho que el placer de citar a Cervantes. El bálsamo pudo hacer mejor mi título y el cierre de mi artículo, pero no podía mejorar mis argumentos. Sin bálsamo expuse algunas de mis razones en contra de la dolarización, y de otras ideas de Hanke sobre la medición de la inflación venezolana y el marcador del paralelo, que Zallez prefirió ignorar.

Sin embargo, lo más sorprendente de la respuesta de Zallez no es que ignore a Sargent o a Sachs, y que nos prometa felicidad si dolarizamos y desgracias si no, como esas cadenas de Whatsapp que prometen el cielo si las reenviamos y el infierno si nos tardamos mucho. Me sorprende más que Zallez se inventara un bálsamo de Fierabrás a su medida, delante del pobre Sancho Panza. Así, escribe el nuevo Cervantes, “el bálsamo acaba curando a ambos, no sin estragos” y “el bálsamo funcionó ─no una─ sino dos veces”, y que por esto “estar dolarizados espontánea ─pero no oficialmente─ es como haberse untado el bálsamo de Fierabrás pero no haberlo ingerido todavía. Hasta no ingerirlo plenamente (e.i dolarizar oficialmente) no se puede curar la enfermedad”.

Zallez no entendió nada, tampoco sobre el bálsamo de Fierabrás, o cree que basta inventar un poco para que nadie se percate de que está inventando. Para su ilustración y disfrute nuestro, leamos un poco más del capítulo XVII, unas líneas más abajo de las que cité antes.

Saliendo de la venta donde había preparado y compartido con Sancho el bálsamo, el Quijote «de cuando en cuando arrojaba un suspiro, que parecía que le arrancaba de lo profundo de sus entrañas, y todos pensaban que debía de ser del dolor que sentía en las costillas». Por negarse ambos a pagar al ventero, nueve de los que allí estaban «se llegaron a Sancho, y, apeándole del asno, [lo pusieron] en mitad de [una] manta, comenzaron a levantarle en alto y a holgarse con él como con perro por carnestolendas». El Quijote «viole bajar y subir por el aire con tanta gracia y presteza, que, si la cólera le dejara, tengo para mí que se riera. Probó a subir desde el caballo a las bardas, pero estaba tan molido y quebrantado, que aun apearse no pudo».

Gustavo Doré, «El manteamiento de Sancho»

Sólo por cansancio dejaron al «mísero manteado». Maritornes le ofreció agua, y justo cuando Sancho la llevaba «a la boca, se paró a las voces que su amo le daba, diciendo:

—Hijo Sancho, no bebas agua; hijo, no la bebas, que te matará. ¿Ves? Aquí tengo el santísimo bálsamo —y enseñábale la alcuza del brebaje—, que con dos gotas que de él bebas sanarás sin duda.

A estas voces volvió Sancho los ojos, como de través, y dijo con otras mayores:

—¿Por dicha hásele olvidado a vuestra merced como yo no soy caballero, o quiere que acabe de vomitar las entrañas que me quedaron de anoche? Guárdese su licor con todos los diablos, y déjeme a mí».

Guárdese Zallez su ungüento. Y también su dolarización.


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