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Prodavinci ha invitado a un grupo de profesores para que reflexionen, con base en su vida académica, sobre la situación de la universidad venezolana y su futuro. Presentamos el texto de Wilberth Suescun, doctor en Educación y profesor asociado de la Universidad de Los Andes (Mérida). Sus trabajos de investigación se orientan hacia el análisis de la enseñanza, los saberes docentes y el currículo.
En septiembre-octubre de 2007 me topé, no sé cómo, con un llamado a concurso de oposición en el área de metodologías de la enseñanza en educación básica en la Escuela de Educación de la Universidad de Los Andes. Digo que no sé cómo porque esos avisos solían salir publicados en la prensa regional y yo no era, ni he sido nunca, lector disciplinado de los diarios merideños y mucho menos de los avisos. Pero lo hallé, me animé, hice algunas consultas y concursé ganando, en menos de un trimestre, la oportunidad de hacer parte de la planta profesoral del Departamento de Administración Educacional en la misma Universidad en la que me había graduado como Licenciado en Educación seis años antes. En más de trece años he sido testigo y protagonista de la debacle, de la caída en barrena, del deslave institucional, material, espiritual de esta y de las otras universidades venezolanas.
De hecho, tan testigo soy que al hilo de esta última situación le puedo poner fecha, circunstancia, contexto. Inicio de 2007, Hugo Chávez ha ganado hace menos de un mes la elección presidencial, toma posesión de su tercer período en menos de ocho años e inicia su nuevo mandato con una propuesta de reforma constitucional; en realidad, con un programa de cambios y transformaciones que articula bajo la idea de “Los 5 motores”. Hacerle adecuaciones “socialistas” a la aún joven Constitución no era la única iniciativa, los otros “motores” de esa maquinaria intentaban echar a andar una “nueva geometría territorial”, aprobar una ley habilitante, generar “la explosión del poder comunal” y activar el concepto de “moral y luces” modificando de manera sustancial la educación venezolana.
No puede olvidarse que todo ello se produce mientras se estaba activando la masa opositora, derrotada de manera categórica en las elecciones presidenciales del diciembre previo pero motivada por el mismo chavismo con el asunto, un tanto simbólico, de no renovar la concesión a la empresa que regentaba el espectro del Canal 2 –Radio Caracas Televisión–, una televisora con más cincuenta años de operatividad. Tampoco puede ignorarse que el activismo del estudiantado universitario fue notorio a lo largo de todo ese año y que la derrota electoral del 3 de diciembre de 2007, el referéndum para la reforma constitucional, fue una estocada para el presidente Chávez y su proyecto.
Pues bien, ese marco tan complicado hasta de describir es el que da inicio (o continuación) a una ruptura total entre las universidades y las autoridades del poder ejecutivo nacional, y del chavismo como hegemonía política; luego vendría la Ley Orgánica de Educación de 2009, el fallido intento de 2010 (vetado por el mismo Presidente a inicios de 2011) de crear una ley de universidades más a tono con el deseo del Gobierno, la imposibilidad logística, política y legal de renovar las autoridades universitarias, las protestas antigubernamentales de 2014 y 2017, la descapitalización de la Universidad, la mezquindad presupuestaria de quienes administraban el erario público. Todo en el mismo coctel.
Entretanto, en esa convulsión permanente yo pude enamorarme de mi trabajo, de los estudiantes que hacían el recorrido que yo había hecho dos, tres o cuatro lustros antes: convertirse en maestros, en educadores para la sociedad soñada, para el país necesario, hacerse docentes profesionales con el rigor y la vocación que uno supone que han de tener, descubrir que la carrera, con todo y sus limitaciones, abre puertas a un recorrido profesional legítimo, válido, trascendental. También hice un doctorado –sin financiamiento o con autofinanciamiento–, con un ritmo tardío y atropellado, con las dificultades personales, familiares y afectivas que puede tener cualquiera que va sedimentando su espacio para una vida adulta. Pero ese amor y esa devoción fueron lastimadas con la fuga de la mayor parte de la masa estudiantil, la pérdida de sentido, la ridiculización de los salarios.
Sin ignorar los árboles propios me trepé a mirar el bosque y desde allí supe que la Universidad perdió el debate, se ocupó demasiado de exigir recursos a las autoridades gubernamentales que, en consecuencia, vieron en ello su talón de Aquiles e iniciaron una política de ahogo presupuestario aun en tiempos en los que se vivía la bonanza debida a los altos precios del petróleo. Exigir recursos sin emplear sus márgenes de autonomía para generarlos fue un error muy costoso, que solo en esta actualidad pandémica de 2021 podemos percibir con mayor claridad. Lo cierto es que se terminó agravando una vieja y resabiada dificultad de ser autónoma solo en lo declarativo (ahora constitucionalmente), pero siendo dependiente, no pocas veces despilfarradora y en algunos casos peligrosamente populista.
La universidad venezolana dejó de ser lo que era, abandonó su propia luz porque no supo leer la perversidad de sus enemigos internos y externos; los últimos la querían muda y sumisa; los primeros la deseaban rebelde de una sola causa, una sola tendencia y una sola cosmovisión: la de oponerse –proponiendo poco–, la de exigir basada en su historia sin mostrar con transparencia su presente, sus límites, sus contradicciones y desafíos. Una Universidad que no hablaba de sí misma sino de manera laudatoria y veía cada vez más que sin tener dinero sus patrimonios inmateriales se iban mudando, desplazando, desmotivando, desnaturalizando.
Sin dinero, con su población estudiantil y profesoral diezmada por la diáspora solo faltaba la estocada de una pandemia para que se diera cuenta de que tampoco había creado demasiada identidad, ni demasiada visibilidad digital, ni demasiada reflexión sosegada para responder qué podíamos hacer. Ahora parece que todo queda en renovar nuestra fe, en auto invitarnos a ser diferentes y mirarnos de una manera distinta.
Reflexiones sobre el financiamiento que nunca llegaron a darse, como la de cuestionar el precepto constitucional de que la educación en Venezuela sea gratuita hasta el pregrado universitario o la de esperar que el rentismo petrolero pague todo plan, iniciativa, gasto o inversión solo porque se aprueba como necesidad en los proyectos de presupuesto empiezan a cobrar sentido. También hace falta difundir con más rigor e impacto los diagnósticos del país y no solo de su cara institucional, es decir, lo que dice la investigación universitaria de nuestra salud, educación, infraestructura, nutrición y tantos otros temas, pues lo más visible que la universidad le dice (y lleva tiempo diciéndole) al país es que tiene un gobierno muy malo, cosa que –si nos atenemos a las pocas encuestas que se hacen y conocen– ya sabemos la mayoría de los ciudadanos que aun persistimos en vivir en Venezuela, y aún más lo que se vieron forzados a emigrar. Un diagnóstico que hable también sobre el presente y futuro de la formación profesional y de la investigación entre nosotros será necesario, una vez que los universitarios seamos vacunados contra el virus que desató la pandemia y contra otros microorganismos que revelan nuestras endemias nacionales.
No podemos seguir clamando por la Universidad que dejó de ser, pero sí estamos forzados a soñar y diseñar la que será; todo, mientras pensemos que puede ser y queramos que sea.
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Acá puede leer otros textos de la serie #PensandoLaUniversidad:
— Universidad Central de Venezuela: el otro exilio; por Ricardo Ramírez Requena
— La UCV “de mis tormentos”; por Tulio Ramírez
— El dilema de Samuel Robinson; por Víctor Rago Albujas
— Recuerdos de un país de universitarios; por Isaac López
— Universidad pública: ¿la quiebra de un modelo?; por Christi Rangel Guerrero
— La universidad: entre la nostalgia y la fe; por Mariano Nava Contreras
— Agonía ucevista; por Luis Marciales
— La calidad de la educación universitaria en Venezuela; por Arnoldo José Gabaldón
— La universidad: experiencia y destino; por Rafael Arráiz Lucca
— En busca de una nueva universidad; por Adel Khoudeir Maurched
Wilberth Suescun
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