Perspectivas

En busca de una nueva universidad

05/04/2021

Prodavinci ha invitado a un grupo de profesores para que reflexionen, con base en su vida académica, sobre la situación de la universidad venezolana y su futuro. Presentamos las reflexiones y propuestas de Adel Khoudeir Maurched, profesor titular jubilado de la Universidad de Los Andes (Mérida), licenciado y doctor en Física.

Fotografía cortesía del autor

Decía Arturo Uslar Pietri en la década de los cuarenta del siglo pasado que las universidades venezolanas, aunque tenían las infraestructuras y las dotaciones necesarias, estaban en ruinas porque «lo que no hay es espíritu universitario». Ese espíritu que el Artículo 1 de la todavía vigente Ley de Universidades consagró en 1970 ahora se ha extraviado y los universitarios no hemos sido capaces de rescatar su alma, la cual deambula en busca de resurrección. La Universidad está en un estado de coma inducido. Hubo, sin duda, una universidad venezolana próspera y fructífera –esa que vivimos, que nos formó y cobijó–, pero ya no existe.

En los años sesenta se entendió que había que crear y fortalecer un sistema universitario cónsono con el desarrollo del país. Desde que se produjo la revolución de la estructura escolástica en las universidades a principios del siglo XIX en Berlín y París, cuando se priorizó la investigación y la profesionalización del conocimiento como objetivos esenciales de la vida universitaria, la humanidad no ha parado de progresar significativamente. «No hay ningún ejemplo de país desarrollado que no tenga una universidad desarrollada», decía Laurent Schwartz, matemático francés galardonado con el Field Medal. Así que era imperativo –y se logró construir– un sistema universitario venezolano exitoso, aunque con algunas fallas. Fue la Universidad que vivimos, esa Universidad que formó los profesionales que el país exigía, el sitio donde por primera vez se usó Internet en Venezuela, el laboratorio donde nuestras enfermedades se curaban y en el que se desarrolló una tecnología petroquímica acorde con la riqueza de nuestro subsuelo. Y mucho más.

Ingresé en marzo de 1991 al departamento de Física de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Los Andes. En este centro de estudios obtuve el grado de Licenciado en Física en marzo de 1986; en el intervalo entre la graduación y el ingreso como docente realicé el doctorado en Física en la Universidad Simón Bolívar gracias a la ayuda económica del “Programa de formación de generación de relevo de profesores investigadores activos y nuevos desarrollos de la Universidad de Los Andes”, conocido como Plan 2. Un programa visionario creado en 1987. Así que mi labor profesional comenzó en la última década del siglo pasado justo cuando la ciencia y la tecnología fueron consideradas de sumo interés para el estado venezolano, alcanzando rango ministerial. Por aquellos años se creó el Sistema de Promoción al Investigador y el Coeficiente Variable de Investigación. Por primera vez las universidades recibían sustanciales aportes en concordancia con su productividad científica y tecnológica, y por la consolidación de los estudios de postgrados, actividad que hasta ese entonces no era tan relevante.

Andando el tiempo llegamos al fin de un siglo con un país en crisis, pero con unas universidades potencialmente productivas y de mucho atractivo pese a los vicios acumulados. Lamentablemente, aquel panorama se hizo trizas y en estos últimos años nos hallamos inmersos en una pesadilla. No obstante, en lugar de lamentarnos debemos preguntarnos qué haremos si logramos pasar a otra etapa, si logramos salir de este infierno. Como una primera aproximación expongo mis consideraciones:

–El problema del financiamiento es quizás el más importante y delicado de todos los obstáculos que enfrentamos. El asunto radica en que las universidades venezolanas han sido sostenidas a través de un Estado rentista que en la actualidad está quebrado. Así que urge construir un nuevo esquema de financiamiento que deslastre añejos vicios alojados en nuestro sistema universitario. Habrá que repensar, por ejemplo, el aspecto de la gratuidad de la enseñanza universitaria, la forma de ingreso de estudiantes y profesores, así como el incremento injustificado de la burocracia administrativa. Todo esto deberá hacerse sin recurrir a la omnipresencia del Estado rentista. La participación de ese Estado no desaparecerá, por supuesto, sino que deberá ser transformado, cambiar su rol paternal y convertirlo en un vínculo fraternal como mecanismo de búsqueda y participación de otros tipos de financiamiento. La Universidad deberá hallar maneras más efectivas de generar ingresos propios a través de la generación de conocimientos y emprendimientos que sean responsables y productivos, así como relacionarse mucho más estrechamente con el sector privado.

–No podrá haber un sistema universitario de calidad si el actual sistema educativo primario y secundario no es reformado y mejorado de manera efectiva. Para esto las escuelas de educación y los pedagógicos deberán jugar un papel de vanguardia al establecer vasos comunicantes entre los distintos niveles educativos. Nuestras universidades llegaron a tener excelencia académica porque uno de sus sostenes fue la calidad que recibimos en el sistema educativo primario y secundario.

–Los pensa deberán ser reajustados a las nuevas realidades y revisados constantemente. La educación universitaria de estos tiempos, en la que el conocimiento es uno de los bienes más preciados, resulta el equivalente a lo que fue el bachillerato años atrás. La duración de las carreras debe estar limitada a cuatro (4) años, con énfasis en formar profesionales, mientras que la investigación debe recaer en centros de investigación asociados a programas de postgrados y tener un carácter multidisciplinario y financiamiento propio e independiente. La investigación debe ser consustancial con los postgrados.

–Una cosa es priorizar áreas en el sector universitario como estrategia para la consecución de objetivos que redundarán en el beneficio de la Universidad y otra es eliminar propósitos académicos por razones ajenas al deber de defender la libertad académica, derecho inalienable e incuestionable con la esencia universitaria. Permítame un ejemplo histórico: luego de la Primera Guerra Mundial Alemania se vio obligada a seguir unas pautas humillantes quedando por ello prácticamente aislada del resto del mundo. No obstante, en esos tiempos de crisis sus universidades no solo sobrevivieron sino que aquella fue una de las épocas más productiva de la educación superior alemana. Entre Gotinga, Múnich y Berlín se creó la mecánica cuántica, la teoría física más importante del siglo XX la cual permitió el desarrollo tecnológico que actualmente disfrutamos. Las universidades alemanas tuvieron que priorizar áreas de investigación para alcanzar ese logro. Sin embargo, huelga recordar que la crisis política, moral y económica fue de tal magnitud que la década siguiente no impidió el advenimiento del nazismo, lo que produjo el vaciamiento de las universidades germanas. A veces hay que priorizar, en los malos y en los buenos momentos.

–Los tiempos cambian y las tecnologías mejoran, pero últimamente de una manera vertiginosa. Las nuevas tecnologías están transformando de manera radical el modo como funciona la Universidad. Así como la imprenta en el siglo XV revolucionó al mundo de entonces, Internet lo hace en la actualidad. El rostro universitario ya es otro. El gran debate sobre cómo funcionarán las universidades girará sobre este punto.

–Habrá que redefinir lo que entendemos por “autonomía” en todos sus ámbitos (administración, academia, gobernabilidad, etc.). No basta que el Artículo 109 de la Constitución de 1999 reafirme la autonomía universitaria cuando el Artículo 34 de la Ley Orgánica de Educación de 2009 ha impedido la realización de elecciones de autoridades universitarias, coadyuvando con las intenciones de someter las universidades a la inacción y, más aún, a la desilusión. Se necesita buscar espacios para instrumentalizar acciones positivas.

Finalmente, se impone recordar lo que el filósofo y matemático Alfred North Whitehead señalaba: «La tarea de la Universidad es inventar el futuro». Habrá, pues, que construir un futuro universitario para Venezuela.

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Acá puede leer los otros textos de la serie #PensandoLaUniversidad:

— Universidad Central de Venezuela: el otro exilio; por Ricardo Ramírez Requena

— La UCV “de mis tormentos”; por Tulio Ramírez

— El dilema de Samuel Robinson; por Víctor Rago Albujas

— Recuerdos de un país de universitarios; por Isaac López

— Universidad pública: ¿la quiebra de un modelo?; por Christi Rangel Guerrero

— La universidad: entre la nostalgia y la fe; por Mariano Nava Contreras

— Agonía ucevista; por Luis Marciales

— La calidad de la educación universitaria en Venezuela; por Arnoldo José Gabaldón

— La universidad: experiencia y destino; por Rafael Arráiz Lucca


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