¿A dónde va el pensamiento venezolano?

07/12/2019

Manuscrito castellano de la Carta de Jamaica. Detalle | Archivo del Banco Central de Ecuador

No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad irá en ti siempre.
Cavafis

Fue Cavafis quien dijo que no era posible marcharse del todo. Recuerdo que por la primavera de 2015 se celebraba en Atenas el “II Congreso Internacional sobre Ibero-América”. Durante tres días especialistas venidos de Europa y América disertaron en la capital de Grecia sobre diferentes aspectos de la cultura de nuestro continente. Como parte de las actividades del Congreso, le fue concedido el Doctorado Honoris Causa al importante latinoamericanista serbio Slobodan Pajovic, rector de la Universidad de Megatrend en Belgrado, por su contribución a la difusión de los estudios latinoamericanos en los Balcanes. El discurso que pronunció el Dr. Pajovic en el Aula Magna de la Universidad de Atenas no pudo ser más sugerente. Llevaba por título “¿Existe un pensamiento latinoamericano?”. Aunque pudiera parecernos una pregunta retórica, el asunto, bien examinado, no es nada baladí, y sus implicaciones son de la mayor importancia.

Vamos a estar claros: ¡por supuesto que existe el pensamiento latinoamericano! A menudo he criticado a algunos colegas que creen que porque en Venezuela no hay una filosofía a la alemana, entonces no hay filosofía. A ellos les respondo que si solo son filósofos aquellos que siguen el modelo, los autores y los temas de la filosofía clásica alemana, entonces el primero que no podría ser tenido por filósofo sería el mismo Platón, ese maravilloso escritor que lo mismo nos cuenta un mito que una alegoría, y luego nos argumenta o nos narra una conversación que tal vez nunca ocurrió, que toca aquí y allá uno u otro tema de manera aparentemente desordenada, y que incluso se contradice. Es que esa filosofía que ama tanto los axiomas y las definiciones es solo una forma de la filosofía y una parte del pensamiento, pero no el pensamiento.

¡Claro que existe el pensamiento latinoamericano! La disertación de Pajovic buscaba desentrañar los hitos, los factores, los temas, las líneas de desarrollo de una tradición de reflexión acerca del hecho y la condición hispanoamericana, de nuestro lugar en el mundo, no tanto el mundo geográfico como el de las ideas. Mi satisfacción fue mayor cuando Pajovic remontó la fundación de esa tradición a la obra de Bolívar y Bello, y más específicamente a un documento que entonces cumplía doscientos años de haber sido escrito: la Carta de Jamaica. En su disertación, Pajovic distinguía dos posiciones esenciales en torno al concepto de cultura en Latinoamérica: la de aquellos que mantienen una postura eurocéntrica, considerando que “cultura” es reproducir en América la cultura de Europa (y citaba por ejemplo la obra de Sarmiento), y la de aquellos que consideran que la cultura hispanoamericana debe ser esencialmente original, hija de circunstancias geográficas, étnicas e históricas originales. Para nuestro hispanista, esta tendencia tiene su origen en el pensamiento de Andrés Bello y Simón Bolívar. Solo a partir de allí es posible emprender el ambicioso proyecto de escribir una historia del pensamiento latinoamericano.

Pajovic es un viejo amigo de Venezuela. Ha estado varias veces en nuestro país. Me sorprendió conversar con él y percatarme de las acertadas informaciones que maneja, de las relaciones que mantiene con académicos venezolanos. Me llamó la atención el interés que despierta en él nuestra realidad, en él, que vivió los años finales de la Yugoslavia socialista de Tito y la guerra que siguió después de su muerte. El último día del Congreso pudimos escuchar también al investigador Iannis Antzus, de la Universidad de Atenas, quien leyó una ponencia titulada “Mariano Picón Salas: estética y política”. El joven griego nos hablaba alucinado de sus estudios acerca del pensamiento del merideño más universal.

¿Cuánto nos cuesta creer a nosotros, que nos toca vivir esta espantosa barbarie, que un día fuimos referencia del pensamiento en el continente? ¿Cómo creernos nosotros, sobrevivientes del país violento y embrutecido, que buena parte de la reflexión americana descansa sobre la obra de preclaros venezolanos? Y sobre todo ¿qué futuro le aguarda, en esta hora oscura, a esta orgullosa tradición nuestra?, ¿a dónde va el pensamiento venezolano? No soy astrólogo, pero puedo mirar al pasado y atisbar un futuro posible. La Carta de Jamaica fue escrita en uno de los momentos más aciagos del Libertador. La segunda República había caído y él estaba desterrado en Kingston, esperando por inciertas ayudas. Y sin embargo, de esa dura circunstancia saca Bolívar la reflexión para producir uno de los documentos fundadores del pensamiento de nuestro continente.

El pensamiento venezolano seguirá existiendo. Escrito por los que se queden y por los que se marchen, los venezolanos seguiremos aportando materiales para la construcción de un pensamiento para Latinoamérica. Nuevos problemas, seguramente surgidos de nuestra dolorosa experiencia, pasarán a ser tema para el estudio y la reflexión. Unos más, otros menos, nuevos y viejos pensadores serán leídos por los que vengan, que sin duda sacarán útiles lecciones de lo que debimos y lo que no debimos hacer con esta Tierra de Gracia.


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