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El colapso y próximo auge de Venezuela y su industria petrolera

Fotografía de Federico Parra | AFP

16/06/2019

¿Cómo pudo Venezuela -el país con los recursos petroleros más abundantes del mundo, que recibió el auge de rentas minerales más grande en la historia de América Latina y que tuvo el ingreso per-cápita más alto de la región- terminar con la peor depresión económica, hiperinflación y crisis humanitaria de la historia regional? Un aspecto clave de esta debacle es la destrucción de la industria petrolera, de la cual el país ha sido altamente dependiente, representado más del 90% de sus exportaciones.

Venezuela tiene tanto petróleo que probablemente se extraiga sólo una pequeña fracción antes de que éste se vuelva obsoleto. El país podría estar produciendo 6 millones de barriles diarios (bpd), más de siete veces lo que produce ahora, si hubiese aprovechado los altos precios del petróleo en 2003-2014 y si hubiesen ejecutado las inversiones planeadas. Por el contrario, Venezuela fue uno de los pocos exportadores de petróleo que disminuyeron su producción durante el alza del precio y el único en el que la producción colapsó luego de la caída.

Hugo Chávez tomó el poder a principios de 1999, cuando el precio del petróleo estaba en un mínimo histórico, pero desde principios de 2003 se benefició de un auge de precios sin precedentes, por una década. En total, Venezuela recibió lo equivalente a más de un millón de millones de dólares en ingresos petroleros. Más del 20% de estos ingresos se malgastaron en grandes subsidios a la energía, los cuales son ineficientes y benefician desproporcionalmente a los más privilegiados. Además, más que cuadriplicó la deuda externa hasta más de $150 mil millones en la actualidad. En medio del auge petrolero, el país experimentó una explosión de consumo privado y déficit fiscales. A corto plazo, esto resultó en una disminución significativa de la pobreza y aumentó la popularidad del presidente, pero el crecimiento económico fue el más bajo de América del Sur.

Chávez no sólo se benefició de la subida del precio del petróleo, sino de la exitosa apertura petrolera de la administración anterior, la cual atrajo grandes inversiones privadas que contribuyeron a incorporar más de 1 millón de bpd de producción privada. Por eso es aún más sorprendente que a finales de 2018, antes de las sanciones petroleras impuestas por EUA, Venezuela produjo en total apenas 1,2 millones bdp, cerca de un tercio de la producción de 1998 (que llegó a 3,45 millones bpd) y equivalente a lo que el país estaba produciendo en la década de 1940.

¿Cómo pudo ocurrir este colapso tan abrupto en un ambiente tan ventajoso?

La historia empieza con la destrucción de PDVSA, la compañía petrolera nacional de Venezuela. En 2003, después de la extensa huelga petrolera, Chávez despidió cerca de veinte mil empleados, incluyendo a la gran mayoría de sus ejecutivos, ingenieros y geólogos de la estatal. En los siguientes años, la compañía fue politizada y convertida en una máquina de clientelismo del partido oficialista y de facto en un ministerio de desarrollo social. Como resultado, PDVSA empezó a experimentar severos problemas financieros, años antes del colapso del precio petrolero. La generalizada corrupción infló los costos y redujo la eficiencia. El Gobierno obtuvo grandes préstamos de China y Rusia, a ser pagados con petróleo, comprometiendo sus exportaciones futuras. Además, Chávez renegoció forzosamente los contratos y expropió parcialmente las empresas petroleras privadas. Como resultado, desde entonces, no se desarrolló ningún proyecto petrolero relevante.

La caída en el precio del petróleo en 2014 fue la última estocada, la cual llevó a un colapso abrupto en la inversión. El incumplimiento de pagos de su deuda externa y las sanciones financieras le cerraron los mercados financieros a PDVSA. Durante los últimos dos años, el robo de quipos, la militarización y la deserción de trabajadores han agravado los problemas. Acreedores y demandantes de las expropiaciones han asediado a la compañía, tratando de ejecutar sus ingresos y activos. Mataron a la gallina de los huevos de oro.

¿Cómo reconstruir la economía venezolana?

El país necesita un masivo paquete de estabilización y rescate por parte del FMI y la comunidad internacional, estimado en más de $90 mil millones. Este apoyo es necesario para levantar las severas restricciones de divisas que paralizan a la economía, impulsar el crecimiento, acabar con la hiperinflación y mitigar la crisis humanitaria. Se debe reestructurar la masiva deuda externa de Venezuela y eliminar los controles perversos sobre su economía. La seguridad tiene que mejorar y se deben reestablecer los derechos de propiedad y el imperio de la ley. Los subsidios energéticos se deben eliminar y, en vez, los ciudadanos deben recibir compensaciones directas a través de transferencias bancarias.

La industria petrolera se puede recuperar. Se requerirá atraer grandes inversiones extrajeras estableciendo un marco institucional creíble centrado en una agencia reguladora independiente. Hay varios ejemplos en la región que pueden servir de guía, incluyendo Brasil, Colombia y México, los cuales implementaron exitosamente reformas para atraer inversiones garantizando que el Gobierno capturará las ganancias extraordinarias. PDVSA tendrá que redimensionarse, reestructurarse, despolitizarse y reenfocarse en su actividad medular. Sólo tendrá una capacidad limitada para invertir dado su nivel de producción actual y sus deudas; por esta razón, la mayoría de las inversiones las tendrán que hacer las compañías internacionales. También es crucial que el marco institucional logre consenso político y social, para así asegurar que no se sembrarán las semillas de una futura ola de populismo expropiador, como ha ocurrido con pasadas aperturas petroleras. Para ello deberá garantizarse el incremento de la participación fiscal del Gobierno cuando haya ganancias extraordinarias, producto de altos precios o grandes descubrimientos.

Las inversiones petroleras, y los ingresos fiscales generados por el incremento de la producción petrolera, ayudarán a darle a la economía un impulso significativo. Sin embargo, para que el país sea económicamente exitoso y democráticamente viable en el largo plazo, es necesario aprender de los errores del pasado y desarrollar el potencial en otros sectores económicos. El petro-populismo ha demostrado ser un desastre para el país. En cualquier caso, la riqueza petrolera no será suficiente. Durante el último boom, la exportación de crudo generó alrededor de dos mil dólares per cápita, bastante menos que en el próspero pasado de Venezuela y no lo suficiente para mantener una economía floreciente en el futuro. Además, se debe tomar en consideración que las políticas globales de descarbonización probablemente reducirán la vida útil de los hidrocarburos.

El éxito generalizado de miembros de la diáspora venezolana es evidencia de que los venezolanos pueden prosperar alrededor del mundo si tienen libertad e incentivos, en vez de obstáculos y controles. Los talentos, el capital y las conexiones de la diáspora pueden ser instrumentos para recuperar el sector petrolero, pero también para desatar el potencial del país en cuanto a equipos y servicios petroleros, ingeniería y construcción, turismo, logística y manufactura.

De nuevo, hay éxitos regionales en esta materia. En países como Chile y Perú, experiencias traumáticas compartidas, como la hiperinflación y la violencia, han generado consenso social alrededor de tener prudencia macroeconómica y permitir que los mercados funcionen, desarrollando políticas sociales efectivas y limitando la intervención estatal distorsionadora. Ese consenso pareciera estarse moldeando en Venezuela. Asimismo, durante el último ciclo, la mayoría de los países exportadores de petróleo manejaron bastante bien la volatilidad de precios, ahorrando parte importante del auge y evitando la masiva sobrevaluación de la moneda. Venezuela puede y debe también hacerlo, de lo contrario continuará siendo víctima de los ciclos de recursos naturales y el ejemplo prototípico de la maldición de los recursos.

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Francisco Monaldi es Director del Programa de Latinoamérica y Profesor-Investigador del Instituto Baker de Políticas Públicas de la Universidad Rice en Houston, así como Director-Fundador y Profesor Titular del Centro de Energía y Ambiente del IESA en Caracas.

Este artículo fue publicado en inglés en la revista Forbes.


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