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Con la publicación del cuarto tomo de La ciudad en el imaginario venezolano se cierra un ciclo no sólo en la vasta y minuciosa investigación que Arturo Almandoz Marte comenzó a hacer pública en 2002, sino que esta entrega muestra asimismo la clausura de las principales formas de convivencia política y sociocultural que, con altibajos, imperaba en el país desde, al menos, 1936. Subtitulado del Viernes Negro a la Caracas roja, el libro cubre uno de los lapsos más equívocos de nuestros menesteres civiles: la torpeza en el manejo de la economía que propicia dramáticos trastornos en la psiquis colectiva, los cuales conducen, andando el tiempo, al “caracazo”, a los frustrados golpes de Estado de 1992, a la defenestración de Carlos Andrés Pérez y, finalmente, al arribo de Hugo Chávez al poder. Quiere decir, desde la muerte de Juan Vicente Gómez había consenso respecto de que, con independencia de las doctrinas gubernamentales de quienes en su momento administraran el fuero nacional, una tácita hoja de ruta guiaba las faenas burocráticas: el alcance de la mayor suma de beneficios (materiales, educativos, de infraestructura) para todos. Ese pacto se rompe en 1999 o entra en franca decadencia cuando se comienza a oír aquello de “revolución bolivariana”.
No es que La ciudad en el imaginario venezolano IV: del Viernes Negro a la Caracas roja sea una obra de carácter político, pero la política subyace en buena parte de las representaciones materializadas en las piezas literarias objeto de análisis, por cuanto el despistaje de lo urbano en las novelas publicadas entre 1983 y 1998 (una vez sometidas al examen de las variadas perspectivas teóricas y de lecturas recientes sobre el período incorporadas por Almandoz) revela cómo el deterioro de las formas arquitectónicas, de la estatuaria, del sistema de movilidad en Caracas –centro neurálgico del Estado petrolero– implica también una ruptura simbólica con los sueños de futuro de la república: una deriva hacia maneras en apariencia periclitadas (rurales) de asimilar y comprender el espacio citadino.
Estamos, pues, ante una indagación que al hilo de lo expuesto en los tres tomos anteriores (I: Del tiempo de Maricastaña a la masificación de los techos rojos, II: De 1936 a los pequeños seres, III: De 1958 a la metrópoli parroquiana) acusa el desencanto y la quiebra del proyecto de modernidad civil –aunque desperfecto– que veníamos practicando los venezolanos en el siglo XX. La prueba de ese fracaso se cifra en el escrutinio de un impresionante catálogo novelístico en el cual la ciudad funciona en su doble condición de lugar físico y asidero del espíritu para unos personajes insatisfechos como consecuencia del medio en el que se desenvuelven. Esto es: se vive en Caracas, se sufre los rigores de su atrabiliario comportamiento, pero también se la añora en la lejanía, como un amor díscolo e inconsecuente.
En esta ocasión Almandoz incorpora al conjunto del material explorado algunos cuentos y crónicas con el fin de profundizar ciertos aspectos de su pesquisa. Con ello continúa la estrategia de ampliar los márgenes del corpus (hizo antes lo propio con el ensayo) en la medida en que las exigencias de la investigación lo requieren.
Ahora bien, ¿cuál es el saldo de imaginario sobre la ciudad que nos deja el recorrido por las 426 páginas de este cuarto título?
Debe recordarse que Almandoz Marte es un urbanista que ve los textos literarios de modo distinto a la del crítico de literatura. Su trabajo se acerca más a la labor de quien inspecciona documentos específicos con base en un preciso artesonado metodológico de disímil estirpe teórica (sin entrar en detalles, digamos que se trata de un enfoque culturalista). En este sentido, su estudio constituye una pormenorizada revisión de novelas, cuentos, ensayos y crónicas del arco temporal escogido para darnos a conocer cómo Caracas ha ido sucumbiendo a la intemperie, a la desidia de sus autoridades, a feroces cambios socioculturales. Estas transformaciones convirtieron la otrora ciudad del desarrollismo perezjimenista y, luego, del “puntofijismo” en un conglomerado anárquico que desplazó los remanentes bucólicos en favor de una suerte de costumbrismo donde la planificada zona residencial o el duro barrio periférico sirven de escenarios para el despliegue de aquéllas ficciones o para activar la reflexión ensayística. Así, una vez ratificado el hecho de que somos un país urbanizado, Almandoz nos sumerge en las procelosas aguas de nuestra idiosincrasia: apenas hurgar un poco se hacen obvias las veleidades de una sociedad frívola que (recordemos el período: 1983-1998) fue despeñándose hacia el abismo convencida de que en algún momento la providencia nos rescataría del colapso económico (acaso en la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez) hasta reposicionarnos en los días “sauditas” cuando el viaje a Miami era signo de estatus y de pleno disfrute ciudadano.
En este enrarecido paisaje, la capital venezolana es retratada por sus escritores casi con la misma violencia que se manifiesta en las calles o, caso contrario, con la ternura del recuerdo de quienes vivieron mejores tiempos a la sombra de umbrosos árboles en casas de patios interiores. Lo importante, sobra decirlo, es la huella que esa ciudad atolondrada deja en sus vecinos –nativos o forasteros– al extremo de constelarla en el deseo, de fijarla en historias, de hacerla obsesivo tema de cavilaciones.
Para quienes de alguna manera somos protagonistas laterales del recuento plasmado en la literatura analizada por Almandoz, resulta inquietante comprobar cuán rauda ha sido la pérdida de valores republicanos y del espacio público; asimismo, el sondeo pone al descubierto ciertos atavismos que nos caracterizan: el culto a las misses, las telenovelas, el indecoroso repentismo. Por otra parte, aunque la interpelación se detiene antes del ascenso a la presidencia del Gobierno de Hugo Chávez, queda claro que de “aquellos polvos vienen estos lodos”, según la conseja popular.
Escrito con galanura y pasión, La ciudad en el imaginario venezolano IV: del Viernes Negro a la Caracas roja se convertirá, como los anteriores tomos, en un texto de referencia imprescindible para conocer una etapa de la historia literaria del país, pero por igual, de su andadura sociológica, arquitectónica, urbanística y, sin duda, de nuestros malogrados anhelos ciudadanos.
Carlos Sandoval
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