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El nombre de Ibsen Martínez suele evocar una sólida carrera como dramaturgo, libretista ‒de radio, cine y televisión‒ y, sin duda, como filoso columnista de prensa informado y al día. A muchos se les escapa, sin embargo, que Martínez también incursiona en la narrativa, el ensayo y la crónica. Se trata de un polímata (como “El Negro Altuna”, señero personaje de la pieza que motiva estas líneas) que desde los años ochenta ocupa sitio singular en el tablero de la intelligentsia venezolana. Sus comparecencias públicas, en cualquiera de los terrenos en los que se mueve, casi nunca pasan desapercibidas, pues sabe atender los casos que lo ocupan allí donde el impacto de sus reflexiones escuece a los mandamases o se torna voz de los aparentemente vencidos. Juega a su favor el hecho de ser dueño de una prosa perspicaz y en ocasiones cáustica, la cual alcanza muchas veces lustre adamantino.
Alguna vez he señalado que varios trabajos de Martínez pueden compilarse en un tomo orgánico sobre cualquiera de los temas que domina: el béisbol, la música, el petróleo. Justamente, de bitumen va Oil Story (Bogotá, Tusquets Editores, 2023), su, hasta ahora, última novela publicada. (Curiosidad: los libros de Ibsen solo se han materializado en rubros creativos: narrativa y teatro.)
Ambientada entre 1997 (un año antes del arribo de Hugo Chávez al poder) y 2002-2003, la obra constela, si me permiten la extremosidad, una interpretación del ser nacional en la figura de tres sujetos principales: Jerry, Mayimbe y Guillermo; y en unos cuantos adláteres: El Negro Altuna, Natalia, Berenice, Rosa Bonilla, Maigualida. Otros actores se mueven en el escenario según los requerimientos del narrador (Guillermo), quien deja clara su regencia mediante mínimos pero efectivos apóstrofes esquinados en el fluido de la trama.
Esto del ser nacional se relaciona con la forma en la que se presentan y resuelven las acciones: todo lo que ocurre es consecuencia de la asunción colectiva (y quizá ya inconsciente) de un modo de entender el sentido de la vida contemporánea en Venezuela: país petrolero cuyos administradores están obligados a mantener ‒sin contraprestaciones‒ a quienes por azar brotaron dentro de los límites que definen sus coordenadas. No obstante, en algún punto la creencia pasó de mera fe a cristalización de deseos al conformarse la industria petrolera estatal; en adelante, PDVSA sería el horizonte hacia el que las huestes no solo de desarrapados avanzarían con el fin de lograr sitio en el reparto de una fortuna adosada al gentilicio.
Debo advertir, sin embargo, que Oil Story no es un título más de la larga cadena narrativa que, desde principios del siglo XX, tiene al petróleo como causa de la drástica transformación de una sociedad agrícola en el Estado rentista que suma al menos cien años de extractivismo y cuyas consecuencias se revelan en una voluble economía y en la ausencia de serios planes gubernativos. Tampoco se trata de un texto que indaga, en clave novelesca, la conducta de un aglomerado humano con el objeto de explicar, con base en un golpe de suerte de la naturaleza, las razones que han trazado la biografía de un país un tanto díscolo y frívolo; eso que los escritores positivistas gustaban llamar, por ejemplo, “el alma de la raza”, los ensayistas de temple junguiano “arquetipo colectivo” y los feroces marxistas “las condiciones materiales”.
Estos anclajes, que de suyo rebasaban los intereses estéticos del género, han quedado atrás. Martínez, por el contrario, entra a saco en la Zeitgeist de los sujetos, discurre, pudieramos decir, en sus sinapsis al toparse, como buen narrador, con el rasgo tal vez básico de los hijos del petróleo: la canalla malandra. Así, en Oil Story se narran, como ya se dijo, las peripecias de tres personajes vinculados, en diferentes grados, con Petróleos de Venezuela: Jerry Espinoza, alto cargo de la empresa; Guillermo, periodista contratado como asesor particular de Jerry; y Alexis Espósito, apodado Mayimbe, malhechor de baja estofa. En torno de este trío gira el argumento: el homicidio, en defensa propia, de un asaltante, circunstancia que deriva en una serie de inconvenientes para Jerry (autor de los disparos), pero que nos permite acceder a ciertos niveles de operatividad dolosa de la petrolera y, al mismo tiempo, a los intrígulis de la correosa mentalidad venezolana habituada a solucionar sus conflictos «a la cañona», según expresión típica de la época representada en la novela. He aquí pues, en este asunto de la muerte de un atracador y la resolución de esa coyuntura, donde la ética malandra de los hijos del petróleo campa con holgura. Pero también en el leitmotiv que puntúa la composición: la caza de renta petrolera a través de un puesto en la empresa, de un contrato tercerizado o de cualquier actividad que permitiera sacar un fácil y jugoso provecho de la compañía.
Con la revolución bolivariana el ideal canalla de los gerentes de la petrolera hipostasiados por Jerry Espinoza y Clemente Husband Jr., entre otros, se potencia: copa el territorio (no solo el imaginario) y se hace uno con la cotidianidad: sale a la calle, toma los barrios, arrebata el foro. Con todo, no es un ejecutivo quien sostiene la imagen ostensible de esta simbología, antes bien lo es un mulato pobretón y medio huérfano, maleante y oportunista: Alexis “Mayimbe” Espósito; Mayimbe a secas.
La palabra «mayimbe» significa, al parecer, alguien que desempeña un alto cargo o, en taíno, «cacique». Como quiera que sea, en Oil Story Mayimbe deviene personaje principalísimo: en él se configura, sin solución de continuidad, la esencia del malandraje de resultas de un siglo de rentismo petrolero que convirtió una mezcla de hidrocarburos en savia y sangre de un país.
Como cierre señalo un aspecto muy del estilo de Ibsen (evidente en sus tres anteriores novelas: El mono aullador de los manglares —2000, El señor Marx no está en casa —2009 y Simpatía por King Kong —2013): la incorporación de historias trufadas en la trama a la que enriquecen y complementan. Acá la estrategia se relaciona con el trabajo de Ralph Arnold, geólogo de la Universidad de Stanford, que descubrió petróleo en Venezuela en el lapso 1911-1918; relato que atesora el Negro Altuna y que de algún modo pone a andar el engranaje fictivo.
Evadiendo el repentismo al uso de cierta narrativa venezolana de las últimas dos décadas, Ibsen Martínez logra en Oil Story una interpretación, en buena literatura, de la posible quintaesencia del ser venezolano hoy: los hijos del petróleo.
Carlos Sandoval
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