HistoriaPerspectivas

Mujeres de imprenta

28/10/2019

Las mujeres han trabajado en la industria editorial desde hace más de 500 años, pero la mayoría lo hacía bajo nombres masculinos o en el anonimato. La foto fue tomada en la Dun Emer Press, prensa creada por Elizabeth Yeats y su hermano William Butler Yeats (circa 1903). Fotografía de dominio público (Wikimedia Commons).

La presencia de la mujer en la actividad editorial ha sido una constante a lo largo de los siglos. Ya desde los inicios mismos de la imprenta –incluso antes, como copistas durante la Edad Media– la mujer arremangó sus ropajes y cambió sus afeites por tinta para incursionar en las diversas tareas que hacen posible la confección de un impreso.

Aunque la participación de las mujeres en la actividad editorial durante los siglos XV al XIX es innegable –y así lo demuestran diversos documentos históricos–, sus nombres, ayer y hoy, han sido echados al olvido. Quizás esta sea la razón por la cual nos siguen asombrando noticias como la que refiere que en 1484, a tan solo veintiocho años de haberse publicado la llamada Biblia de Gutenberg, la alemana Anna Rügerin decidió poner su nombre en el colofón de los libros que salían del taller de su propiedad ubicado en Ausburgo, convirtiéndose así en la primera mujer impresora de la que se tiene noticia en el mundo. Para disminuir este tipo de asombro, mucha falta hace la investigación y la difusión de trabajos como el realizado por la Biblioteca Nacional de España, Mujeres Impresoras, que rescata y visibiliza la actividad editorial femenina de ese país durante los siglos XVI al XIX. ¿Qué gratas y necesarias sorpresas nos llevaríamos de hacer algo parecido en la Venezuela de los siglos XIX al XXI?

El nombre de Anna Rügerin se puede leer en la cuarta línea. Fotografía de dominio público (Wikimedia Commons).

Muchas de las imprentas, por no decir todas, eran empresas familiares que tenían al hombre como cabeza pública. Al ocurrir la ausencia de este, ya sea por un viaje, enfermedad o muerte, las mujeres se encargaban del negocio para mantener de esa forma el ingreso económico del hogar. Así, ilustradoras, cajistas, correctoras, encuadernadoras, impresoras y editoras hacían en muchos casos un trabajo silencioso, enmascarado en muchas ocasiones bajo el nombre de un seudónimo masculino.

En la Venezuela del siglo XIX hay dos nombres de mujeres que destacan por su participación en la historia de la edición: Encarnación Orellana Naranjo y Carmela Monzón.

Encarnación Orellana Naranjo nació en Caracas en 1806 y al cumplir los dieciséis años se casó con un joven de diecinueve llamado Valentín Espinal. Su participación y contribución al desarrollo de la Imprenta y Librería Espinal fue decisivo, sobre todo durante los años de destierro de Valentín y luego de la muerte de este, a quien le llegó a sobrevivir once años. Si se revisa la Testamentaría de Valentín Espinal y Encarnación Orellana de Espinal, redactada en 1878, podríamos hacernos una idea de aquella feliz comunión de amor y pasión por el trabajo de la impresión que Encarnación y Valentín llevaron juntos por largos años:

Por todo capital, pues, tenían los jóvenes esposos al principiar su sociedad conyugal los conocimientos que el marido aportaba como impresor, y ganaba él para entonces trece reales diarios en la Imprenta de Gutiérrez. Entre los años de 22 a 25 en que ya se industriaba Espinal con alguna independencia, por conducto del mismo Sr. Gutiérrez se hizo de una prensa de madera y algunos tipos. Ya así, trabajaba de día en la Imprenta de su maestro, y de noche en su casa ayudado por su joven consorte. Esta también por el día mojaba el papel con que había de trabajarse en la noche, y “amansaba las balas” de dar tinta (Espinal, 1966, p. 15).

Sobre la historia de Carmela Monzón se sabe que su esposo, José María Osorio (1803-1851), fue el primero en llevar la litografía a Mérida, y con esa técnica llegó a imprimir los primeros periódicos y libros de la ciudad andina. A su muerte, el taller quedó a cargo de Carmela y ahora sus ediciones llevaban el nombre de Imprenta de la Viuda de Osorio. Carmela había aprendido el oficio al lado de su esposo y ahora con ese saber podía dar de comer a sus hijos.

Fotografía tomada de la Harvard University – Collection Development Department, Widener Library, HCL. «Petición que los curas del distrito de Lagunillas dirijimos a S.E. el presidente de la
República», impresa en los talleres de José María Osorio (1849).

Una mujer al frente de una imprenta, en esos años, era el blanco permanente de las críticas, pues en el debate público un editor siempre es la parte más vulnerable y, si además se trataba de una mujer, de seguro las afrentas eran más agrias y punzantes. Las amenazas, que podían provenir del Estado o de particulares que se sentían ofendidos por alguna opinión en contra, eran dirigidas al autor del texto o, en la mayoría de los casos, hacia el impresor mismo. Así ocurrió, por ejemplo, el 28 de octubre de 1857, en una hoja suelta que fungía de respuesta a un texto impreso en los talleres de la Viuda de Osorio. Se decía que la publicación criticaba a las mujeres que integraban la familia de algún político regional. La hoja suelta apelaba a la moral y exigía a Carmela que censurara su labor: “Compañera Carmela de Osorio. No consienta U. que en su imprenta se ultraje al bello sexo. Acuérdese que tiene hijas y hoy por mí, mañana por ti. La moral lo manda. Si Osorio viviera, cuándo lo iba a consentir”.

Carmela Monzón no llegó a amilanarse por este tipo de ataques, de los cuales no estuvo exenta, como lo demuestra su respuesta del 29 de octubre en una hoja suelta redactada y firmada por ella: “Una imprenta independiente ha de estar dispuesta a recibir toda producción que venga conforme a la ley no atacando de una manera cierta y positiva ni la religión ni la moral. Este era el tema de Osorio, y con él estoy dispuesta a servir a cuantos quieran ocupar mi imprenta, satisfecha de que solo pueden enojarse las personas ofuscadas con las pasiones del día”.

Hace falta un estudio que reconstruya la vida y obra de estas y otras mujeres de imprenta que supieron enfrentar las adversidades de una sociedad dominada por los hombres y que lograron construir ciudadanía con la tinta y el papel.

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Referencias

Colección de hojas sueltas de la Sala Febres Cordero de la Biblioteca Nacional, Mérida.

Espinal, Valentín. Diario de un desterrado. Caracas: Ediciones del Cuatricentenario de Caracas, 1966.


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