Perspectivas

La vida traspapelada de Tomás Antero

02/10/2021

Primera página de un linro impreso por Tomás Antero

Poco se sabe acerca de Tomás Antero. Su vida –fructífera y llena de admirables logros– ha quedado traspapelada en el gran libro de la historia venezolana de la impresión. Ni siquiera Pedro Grases, nuestro gran bibliófilo, dijo mucho acerca de él a pesar de la destacada labor editorial que ejerció Antero durante casi cuatro décadas, labor difícil de ignorar por su variedad, calidad e impacto en la Venezuela de la primera mitad del ochocientos.

Grases apenas lo menciona en la lista de impresores que formaron parte del llamado «Ciclo de Valentín Espinal, 1823-1866», período caracterizado por una significativa mejora en la calidad material de las obras y en los procesos de edición; además de haber sido una época «animada por la ejecución de un vastísimo programa de educación pública con el más amplio propósito de patria» (Pedro Grases, La imprenta en Venezuela. I. Estudios y monografías, Obras completas, T. 8, Barcelona-España, Editorial Seix Barral, 1981, p. 17).

Si esa ausencia de Antero en las investigaciones de Grases no fuese ya de por sí lo suficientemente inquietante, más alarmante aún lo es la inexistencia de una entrada sobre Tomás Antero en el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar. Nada se dice de él, a no ser para cumplir con la obligación de mencionarlo como impresor o editor de alguna determinada obra. Lo sé, la desmemoria es nuestro sino.

Pero eso no es todo. Google o Wikipedia –los oráculos de nuestros tiempos– no nos logran informar acerca de los datos biográficos elementales de Antero, o al menos de un breve texto que sintetice su labor y significado. Con lo hallado en la web apenas llegamos a conocer más de lo mismo: las referencias de algunas obras editadas por Tomás Antero, el afantasmado impresor.

Quiérase o no, quien estudia la Venezuela del siglo XIX debe toparse con Antero. De su imprenta salieron textos que lograron dar sentido a los cambios que conformaron la nación y que hoy sirven de fuentes imprescindibles para el estudio de aquellos años. Algunas de esas publicaciones son: Derechos del hombre y del ciudadano, con varias máximas republicanas; y un discurso preliminar, dirigido a los americanos (1824); Virginia, tragedia en cinco actos compuesta por Domingo Navas Spínola (1824); Arte de escribir, con propiedad, compuesto por el Abate Condillac, traducido del francés y arreglado a la lengua castellana (1824, traducción de Andrés Bello); Explicaciones y conocimientos de los principios generales de la música, de Juan Meserón (1824, considerado el primer libro de enseñanza musical hecho en el país); Ortografía de la lengua castellana, compuesta por la Real Academia Española (1834), Catecismo político arreglado a la Constitución de la República de Venezuela para uso de las escuelas primarias (1846); Colección de medicamentos indígenas de Gerónimo Pompa (1851, considerado un longseller venezolano con más de sesenta ediciones en su haber); Viaje a los santos lugares del Oriente, de Lamartine (1859); además de cientos de folletos, hojas sueltas y periódicos cuya información bien valdría compilarse en un catálogo razonado.

De toda la producción del taller de Tomás Antero (que va desde 1824 hasta 1862) se destaca el interés puesto en la edición de obras de carácter político y didáctico –lo que confirma la aseveración de Grases para caracterizar el «Ciclo Espinal»–. Sin embargo, y es algo que frecuentemente se nos olvida, la imprenta tiene además un uso comercial, lo que obliga al editor a preocuparse por generar estrategias que aumenten sus ganancias. Por ello, resalto también el afán de Antero por confeccionar publicaciones de venta segura, con formatos y temas atractivos, como traducciones de novelas francesas, recetarios de medicina casera, en fin, literatura popular que contribuyó con la formación del lector venezolano moderno, moldeando valores, gustos y mentalidades.

Decía que poco se sabe de Tomás Antero. No obstante, al revisar algunas actas de bautismo, de matrimonio y de defunción logré encontrar varios datos con los cuales pude reconstruir un breve esbozo biográfico.

Tomás Antero nació en ¿Caracas? en junio de 1802. Hijo de María Juana Antero; se casó con Micaela (¿Terán? ¿César? ¿Casas?) a los veintidós años y tuvo ocho hijos: seis hembras y dos varones: Gertrudis (1827-1846), Tomás (1829-?), Trinidad (1832-1910), María de Jesús Silvestra (1834-1910), Mercedes (1835-1920), Merced de Jesús (1836-?), Franca de Paula (1839-?) y Miguel (1839-1916).

Antero se formó en el arte de la impresión desde muy niño, en el taller de Juan Gutiérrez Díaz. Este impresor español, quien tuvo taller en Valencia y luego en Caracas, entre 1812 y 1823, acogía niños de escasos recursos que quisieran aprender el oficio para que, una vez adultos, pudieran sostenerse por sus propios medios. Tomás Antero fue uno de aquellos niños, entre quienes también estuvo, por cierto, Valentín Espinal.

Don Tomás estableció su imprenta en Caracas en 1824 –el mismo año de su matrimonio–  gracias a la ayuda de su mentor Gutiérrez Díaz, por medio del cual logró obtener la autorización de impresor.

Tomás Antero murió en Caracas el 23 de junio de 1862, a los sesenta años de edad. Luego de su fallecimiento, su hijo Miguel mantuvo abiertas las puertas del taller, ahora con el nombre de Imprenta Antero Hermanos.

Seguramente estos datos podrán corroborarse y ampliarse con más trabajo de archivo. Por lo pronto, sirvan los que aquí he mencionado para dar a Tomás Antero un lugar en nuestra memoria.


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