CinePerspectivas

Los fundamentos no científicos de la ciencia

Fotograma de "La espía roja" (2018) | Trevor Nunn

13/09/2023

El ensayo que a continuación se presenta es una aproximación hermenéutica a la película La espía roja (2018), dirigida por Trevor Nunn y protagonizada por Judi Dench y Sophie Cookson; una película en la cual el espionaje, los afectos, la política y la ciencia se combinan

 

“Estaban usándote y aún no lo ves”

De la película La espía roja (2018)

 

El físico norteamericano Thomas Kuhn publicó, en 1962, un libro que impactaría todo el debate epistemológico del siglo XX, y reconfiguraría la visión de la historia de la ciencia, así como el horizonte metateórico1 que se vislumbraba ya en aquel momento en el mundo occidental. Ese libro es La estructura de las revoluciones científicas. Kuhn, que venía de la física, de la investigación y de la enseñanza de la física, básicamente, se dedicó, durante la década de los 50’ a investigar sobre física teórica2, lo que le fue llevando a la historia de la ciencia y, finalmente, a la filosofía de la ciencia; de manera que estamos ante un físico que deviene en epistemólogo, aunque esa no fuera su meta original. Sus investigaciones le llevaron a plasmar, en el libro mencionado, unas conclusiones que en las décadas siguientes cambiarían las perspectivas no solo de la física y las ciencias naturales, sino además la manera de entender disciplinas concretas como la psicología, la sociología y la educación; de manera que sus conclusiones también alcanzaron a las ciencias sociales. Es esta una obra que no pierde vigencia y esto lo demuestra el hecho de que después de casi 60 años de publicada sigue siendo leída, discutida y consultado por académicos e investigadores.

Lo impactante en el resultado investigativo de Kuhn, plasmado en su libro, es que, entre otros muchos hallazgos, concluye que ni la ciencia es neutral, como se había pretendido hasta ese momento, ni está desligada de lo que ocurre a nivel personal, social, político o económico. Kuhn sostiene que la ciencia tiene compromisos de tipo personal, militar, político e ideológico, por decir lo menos. En este sentido planteaba Kuhn (2018) en La estructura de las revoluciones científicas que:

(…) no hay que pasar de Copérnico y del calendario para descubrir que las condiciones externas pueden contribuir a transformar una simple anomalía en origen de una crisis aguda. El mismo ejemplo puede ilustrar el modo en que las condiciones ajenas a las ciencias pueden afectar el cuadro disponible de posibilidades para el hombre que trata de poner fin a una crisis, proponiendo alguna reforma revolucionaria. (p. 16)

Esto es novedoso porque hasta el estallido de la bomba atómica, en 1945, los científicos se habían escudado en la supuesta neutralidad de la investigación y habían delegado responsabilidades e implicaciones éticas en los políticos. Esa conmoción axiológica hará incluso que muchos científicos dejen de investigar, o por lo menos se planteen el problema ético de su actividad científica.

Este mismo e interesante planteamiento kuhniano lo conseguimos, pero como concepto – imagen3, en la película La espía roja (2018), que narra, en dos tiempos, la peripecia existencial vivida por una joven inglesa, enamorada de la física, en la Universidad de Cambridge, que en 1938 es seducida, manipulada, por los servicios secretos soviéticos para que les entregue documentos sensibles referidos a la construcción de la bomba atómica, que ya EEUU había logrado y que la Unión Soviética aun no tenía. Joan Stanley cree, como la gran mayoría, en la pureza de la ciencia; lo que no logra ver es que, como sí lo descubrirá Kuhn, físico como ella, unos años después de la época en la que está ambientada la película, es que el trabajo del científico está vinculado al mundo que lo rodea, y por más que los científicos “bata – blanca” pretendan lo contrario, los productos de la ciencia tendrán consecuencias para la sociedad, para la política, para la cultura y para el destino de los pueblos, para bien y para mal; al mismo tiempo, la manera de ver, hacer y concebir la actividad científica estará fuertemente impactada por creencias, ideologías y, especialmente, por los paradigmas, el gran hallazgo de Kuhn (1962), para quien, entre otros muchos matices,  estos vendrían a ser “realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica” (p. 13).

Tenemos pues, en esta película, por lo menos dos niveles interpretativos de nuestro interés, aunque evidentemente hay muchos más. Por una parte, nos podemos fijar en el drama que vive una joven universitaria que, muy sofisticadamente, va siendo captada por espías soviéticos para luego “colocarla”, moviendo una serie de hilos, en un proyecto secreto del gobierno británico que desarrolla una bomba atómica. Buena parte de la historia cinematográfica en cuestión se detiene en la tela de araña que van tejiendo los agentes rusos para enrolar en sus filas a la joven soñadora e ingenua que es sistemáticamente reclutada a través del afecto y la ideología. Hábiles y manipuladores agentes de inteligencia usar lo banal y lo no tan banal para conseguir su objetivo. Al final nos queda la sensación de que la ideología comunista es un asunto de estrategia, de intereses y de poder, poco o nada de principios, convicciones e ideales. La red que envuelve a la “pequeña camarada” supura engaño y traición por todos lados.

Aunque este primer nivel del drama es ya de por sí interesante, nos queremos detener en el estrato menos visible pero quizá más esencial de la narración fílmica: los móviles socio – políticos, militares, económicos, ideológicos e incluso personales que constituyen el trasfondo no reconocido de la ciencia y la investigación. Así, la protagonista de nuestra historia cree que está investigando y haciendo ciencia para la humanidad cuando en realidad está inmersa en un juego de poderes e intereses que, por una parte dirigen, muy veladamente, por supuesto, las investigaciones y, por la otra, hacen uso militar, ideológico geo – político de los resultados de los hallazgos de los investigadores. Con lo que seguramente no cuentan, en aquel momento, los que pretenden manejar los hilos del poder es con la “crisis de conciencia” que produce, en buena parte de la comunidad científica de mediados del siglo XX, el estallido de la bomba atómica que arrasa con miles y miles de vidas. En la protagonista del film este sismo existencial la pone en el brete de darle a los soviéticos lo que por tanto tiempo le habían estado pidiendo: la documentación que explicaba cómo construir la infame bomba.

En la decisión de Joan influyen varios factores que vale la pena mencionar: 1) se suponía que ingleses y soviéticos eran aliados en la guerra contra el nazismo, y se habían comprometido a compartir información, pero no lo hicieron; lo propio habían hecho los norteamericanos cuando empezaron a tener éxito en sus investigaciones. Ya esto nos dice que el conocimiento científico solo es universal solo hasta cierto punto y según convenga a uno u otro; 2) al lanzar EEUU su bomba genera tal nivel de tragedia y destrucción que deja en total devastación el alma y moral de mucha gente, y la protagonista de pieza fílmica en cuestión es reflejo de esto; 3) toda la ideologización de la que había sido objeto, durante años, por parte de sus amigos comunistas, surte su efecto, pues estos se presentaban como los puros, los paladines de la justicia, ocultando con esto el reino de terror y oprobio que representaba Stalin detrás de la llamada “cortina de hierro” de los comunistas, que sacrificaban la vida de millones de ciudadanos para mantener a flote el buque insignia de la revolución y el socialismo; 3) Joan se acoge a la idea de que si todas las grandes potencias poseían el secreto de la bomba atómica se generaría, de forma automática, una suerte de equilibrio global que evitaría el peligro de una tercera guerra mundial; todo el periodo de la guerra fría parece haberla dado la razón aunque, la verdad, Putin y Corea del Norte lanzan serias dudas, en la actualidad, al respecto.

En el libro titulado El cine (2003), publicado por editorial Larousse, podemos leer:

Salvo en cintas biográficas como La tragedia de Louis Pasteur, (…) no se puede decir que el cine haya dado una visión excesivamente realista del mundo de la ciencia. Cuando un científico aparece como protagonista de una película suele terminar siendo el causante de un caos considerable. (p. 187)

La película que es objeto de nuestra hermenéutica se aleja bastante de este estereotipo cinematográfico del “científico loco” que pone el mundo “patas arriba”. Los científicos que allí aparecen es gente enamorada de la ciencia que sueña con hacer aportes a la sociedad, ubicados en un contexto histórico bien concreto. Algo similar sucede con el género cinematográfico al que pertenece la Espía roja; no es la clásica película de James Bond o de la Saga Bourne en donde hay persecuciones en carro o la carrera, peleas inverosímiles y disparos por doquier; no, esta es una película que tiende más al drama y a consistentes diálogos que plantean conflictos, preguntas y dilemas bastante reales y acuciantes para el mundo del siglo XX y el actual. En ese sentido, la historia fílmica tiene implicaciones históricas, sociológicas, políticas, investigativas e incluso educativas.

Desde el punto de vista histórico, la película se ubica en la primera parte del convulso siglo XX; un siglo en el cual hay cambios de todo tipo, para bien y para mal, pero en el que, especialmente en la ciencia, se da una serie de transformaciones que hacen que el mundo conocido no se ya nunca el mismo. El positivismo había convencido al hombre occidental que la ciencia no podía traer más que noticias buenas y cambios saludables, pero la bomba atómica hace que la sociedad occidental despierte de ese “sueño dogmático” que la mantenía adormecida en brazos del dios Apolo; poco después vendrá Dionisio a despertarle y empujarle, sin formulismos, al abismo nihilista de la postmodernidad. La historia, ese cadáver que rara vez dice la verdad, nos enfrentará al drama de la guerra, de los intereses ideológicos y políticos, y a un “conocimiento” que va mucho más allá de los cánones establecidos por la ciencia oficial. Históricamente, la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki marca un punto de inflexión y parte en dos el debate científico y epistemológico.

En lo sociológico, ya la sociología, como disciplina, no podrá cobijarse con las pretensiones fisicalistas de los comteanos o con los escarceos lingüísticos de los neopositivistas. La película de la que hablamos nos hace ver que anclar los productos de la ciencia a los intereses puramente políticos puede traer consecuencias terribles para todos. En los tiempos que corren la ciencia tiene una responsabilidad social que se traduce en las cuentas que ciencia e investigadores deben rendir a la sociedad, porque, en el fondo, es con financiamiento de la sociedad civil, y sus instituciones, con lo que trabaja y funciona la ciencia, sea ella pura o aplicada. En ese orden de ideas, podemos leer del Convenio Andrés Bello (2008) lo que sigue:

El conjunto de procesos por medio de los cuales los ciudadanos y las ciudadanas acceden y participan en el desarrollo cooperativo del conocimiento científico y tecnológico hacen propios los conocimientos científicos, tecnológicos e innovativos para actuar como sujetos activos primarios de su creación, agentes de construcción de cultura científica, y para generar aprendizajes sociales, promover el interés por la alfabetización y la cultura científica y tecnológica, fomentar la inclusión social y la participación ciudadana y comunitaria, identificar y solucionar los problemas cotidianos de las comunidades, contribuir a disminuir la inequidad y la pobreza, propiciar el mejoramiento de la calidad de vida, y aumentar su capacidad de convivencia y de paz. (p. 31)

Todo esto nos hace concluir que, aunque esto es un proceso y no un producto acabado, las sociedades contemporáneas pugnan cada vez por sacar a la ciencia y a la actividad científica e investigativa de esas campanas de cristal que son los laboratorios, sin dejar de reconocer que estos últimos tienen su sentido e importancia.

En la arista política, nos vamos a conseguir con una dirigencia de los países más significativos en los equilibrios de poder, del siglo XX, que están embarcados, en la década de los 30’, en un pulso por el predominio económico, político y militar; cada uno, por su lado, pretende que la ciencia, que se supone al servicio de la “humanidad”, les resuelva el problema. Así, los ingleses acuden a los hombres (y mujeres, “invisibles” para la época) de ciencia para que desarrollen la energía atómica con fines bélicos. Los investigadores se esfuerzan por mantenerse al margen de las diatribas del poder y “dejar la política a los políticos” pero está posición se muestra inconsistente por dondequiera que se vea. Así, cuando se reúnen los dirigentes políticos británicos con sus científicos y deciden darle todos los recursos y licencias para desarrollar el proyecto, uno de ellos les dice: “Y si ustedes tienen éxito en su trabajo, ¿cómo podremos dormir de noche? Todo lo cual nos revela, en la trama de película misma, pero como un reflejo de la realidad, que cuando se trata de política, tanto en la izquierda, como en la derecha (si es que aún caben esos “parcelamientos”), en la práctica, el asunto de principios y valores (el “eje” axiológico, por tanto) suele quedar siempre en un segundo o tercer plano. Al final, el investigador es tan responsable por su producción científica como el que más, y consciente de ello debe hacer opciones, asumir esa responsabilidad; si esto es así en Ciencias Naturales, lo es mucho más en Ciencias Sociales.

En el plano estrictamente investigativo, la ya mencionada “crisis de conciencia” que acarrea el estallido de la bomba atómica en la comunidad científica internacional, tan bien reflejada, como también se ha apuntado ya, tanto en la película aquí trabajada como en el “ensayo” de Kuhn (como él insiste en llamar a su libro), desencadena un debate y una revisión de nociones, concepciones y prácticas investigativas que se extiende por varias décadas, y del que nosotros hoy recogemos frutos. Es decir, en la década de los 90’, del siglo XX, el debate entre “cuantitativistas” y “cualitativistas” era álgido, encarnizado; aquello parecía una lucha entre facciones rivales, entre fanáticos de equipos que se enfrentaban en el campo de juego. Seguramente en aquel momento alguna justificación tenía aquella diatriba que a veces no pasaba de lo visceral; al día de hoy se hace imperativo dejar atrás apasionamientos y banderas, hacer un balance y reconocer que tanto las Ciencias Naturales como las Ciencias del Espíritu han hecho, y siguen haciendo, aportes; así mismo, ambas, todo hay que decirlo para lograr el “justo medio” del  que hablaba ya Aristóteles (el gran científico de la filosofía griega, por cierto), deben reconocer sus errores, sus reduccionismos y sus deficiencias para poder avanzar y seguir aportando.

En el ámbito pedagógico – educativo, todo este cataclismo epistemológico del siglo XX, como era de esperar, tuvo profundos efectos y propició múltiples cambios, debates y transformaciones. Las teorías pedagógicas, que venían ya de autores tan clásicos y señeros como Platón, pasando por el De Magistro, primero de Agustín de Hipona y luego el de Tomás de Aquino, hasta llegar a la Didáctica Magna de Comenio o El sistema preventivo de Don Bosco, todas ellas se vieron revisitadas, releídas y reinterpretadas a la luz de estos cambios y concepciones que Kuhn llamó paradigmáticos. De una pedagogía, y consecuente práctica educativa, tradicional, autoritaria y muy poco democrática, se pasó a sistemas y métodos educativos libertarios, existencialistas, psicologistas y cuestionadores; algunos, como el conductismo, por ejemplo, pasaron de “la letra con sangre entra” al “control de los estímulos para contralar las respuestas”, alternativas que pronto suscitaron rechazos y nuevas polémicas.

No obstante, el debate pedagógico y la revisión didáctica en el siglo XX fue de una gran riqueza, motivado, en buena medida por esos movimientos telúricos originados en las cimientes epistemológicas. La reflexión filosófica que se suscitó, por ejemplo, en los campos de concentración, en donde también se cuestionó con vigor y profundidad el papel de la racionalidad moderna y de la ciencia positivista, dio sus frutos en investigaciones filosóficas como la de Inmanual Lévinas y Martin Buber, que aportaron la noción de “Otredad”, noción que luego pasó al debate filosófico latinoamericano con autores como Enrique Dussel y su ética de la Alteridad; de allí podríamos seguir a los significativos aportes que hizo Paulo Freire en torno a una epistemología y una pedagogía sustentada en el diálogo, en obras como ¿Extensión o comunicación?,  en donde se refiere al hombre (latinoamericano) como “… un ser de relaciones” (p. 73); es decir, no es el hombre – individuo de la modernidad inaugurada por Descartes y perfeccionada por pensadores como Leibniz, Hegel o Kant. Pues bien, sobre esa base antropológico – epistemológica, Freire edifica una pedagogía del diálogo, de la producción de conocimiento sustentada en la problematización de la realidad que va mucho más allá del silabeo y apareamiento de palabras para balbucear frases y oraciones carentes de significado y sentido. La investigación educativa y la construcción de propuestas pedagógicas en nuestro contexto han sido amplias y profusas, todo lo cual nos indica que en la medida que avanzan la ciencia en investigación y resultados, el debate epistemológico constructivo, productivo, y en la medida que esa actividad científica y reflexiva se conecta con el sistema escolar, en esa misma medida avanza la pedagogía, como ciencia, la educación, como práctica concreta, y la didáctica, como metodología y como arte que busca hacerle llegar a los estudiantes los conocimientos y saberes necesarios para humanizarse y aportar a la sociedad en la que les toque vivir.

En síntesis, la ciencia, la investigación, desde los presocráticos hasta ahora han atravesado por infinidad de vicisitudes. Ha sido un camino largo, de siglos; un recorrido que nos ha dejado mentes brillantes y generadoras de conocimiento de la talla de Hipatia de Alejandría, que pagó con su vida su amor a la ciencia y las implicaciones políticas de ese conocimiento científico; y talentos como el de la protagonista de nuestra historia, que descubrió también que la ciencia está ligada a la política, a los intereses y a lo humano.

Para los educadores esto implica una gran lección: a los niños, jóvenes y adultos hay que enseñarlos a pensar, a reflexionar, a cuestionar, no a repetir paradigmas como si fueran verdades absolutas.

***

Notas

  1. Entiendo aquí por metateoría la disciplina que, apoyada en la filosofía, hurga en los cimientos epistemológicos, axiológicos, metafísicos y antropológicos de las ciencias naturales y sociales.
  2. El mismo campo de estudio, por cierto, de Melita Norwood, la científica en la que está inspirada la novela, luego película, La espía roja.
  3. El concepto – imagen es la noción que elabora Julio Cabrera en su libro Cine: 100 años de filosofía. Una introducción a la filosofía a través de películas. El autor dirá que “Los conceptos-imagen del Cine, a través de esta experiencia instauradora y plenaria, buscan producir en alguien (un alguien siempre muy indefinido) un impacto emocional que, al mismo tiempo, le diga algo acerca del mundo, del ser humano, de la naturaleza, etc., que tenga un valor cognitivo, persuasivo y argumentativo a través de su componente emocional” (p. 20).

 

Referencias

AAVV (2003). El cine. Historia del cine. Técnicas y procesos. Actores y directores. Diccionario de términos.100 grandes películas. Barcelona. Editorial: Larousse.

Cabrera, J (1999). Cine: 100 años de filosofía. Una introducción a la filosofía a través de cien películas. Barcelona. Editorial: Gedisa.

Freire, P (1984). ¿Extensión o comunicación? La concientización en el medio rural.México. Editorial: Siglo XXI.

Kuhn, T (2018). La estructura de las revoluciones científicas. Colombia. Editorial: Fondo de Cultura Económica.

La espía roja (2018). Película. Recuperada de: https://www.youtube.com/watch?v=hb3hokqqaCc&t=110s

Organización del Convenio Andrés Bello (2008). Política pública en apropiación social de la ciencia y la tecnología de los países signatarios de la Organización del Convenio Andrés Bello. Recuperado de: http://convenioandresbello.org/cab/wp-content/uploads/2019/05/Politica_Publica_Apropiacion_Social.pdf

Villegas, M (2019). Principios epistemológicos de la sociología. Barinas. Editorial: Ediciones de la Universidad Ezequiel Zamora.


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