Perspectivas

Filosofía y literatura: razón o arte

Espiral del museo vaticano. Fotografía de Mike | Flickr

19/11/2023

“No quiero exagerar: leer cuentos y novelas no nos hace por fuerza mejores personas, pero estoy convencido de que quien no lee cuentos y novelas – y quien no persigue las distintas variedades de ficción – tiene menos posibilidades de comprender el mundo, de comprender a los demás y de comprenderse a sí mismo” Jorge Volpi/Leer la mente, 2011).

Inicio mi andar desde la convicción de que no habría que hablar de filosofía y literatura como dos acontecimientos aislados o separados. Nunca dejo de recordar que, en mis primeros años en la docencia, en bachillerato, una de las materias que enseñaba era Historia contemporánea, pero con cierta frecuencia, en mis clases, hacía alusión a la literatura, a la lengua, y a otras áreas del conocimiento; un día, algunos alumnos me dijeron: manda a decir la profesora de Castellano y literatura que en su curso no hable de su materia, que se dedique a la historia. Traigo esta anécdota acá porque, aunque yo piense, y en adelante trate de demostrar, que el conocimiento humanístico es una totalidad, en la práctica la gran mayoría concibe, piensa y se refiere a las disciplinas como si de una tienda por departamentos se tratara; en el caso de aquella colega, el asunto disciplinar era algo de pequeños feudos, o conucos, diríamos en Venezuela. No tenemos que volver sobre el hecho de que esa manera de parcelar el mundo, y el conocimiento, es una imposición de la modernidad, y más concretamente del positivismo, que hoy día es parte de un imaginario que hemos naturalizado.

Haciendo un esfuerzo por dialogar con esa manera fragmentada de ver el arte, el conocimiento y el mundo, y sin dejar de reconocer méritos a quienes por años se dedican a cultivar una determinada disciplina, parto de lo que los escolásticos llamaban la explicatio terminorum; es decir, de la explicación de términos: ¿Qué entiendo por filosofía? ¿Qué entiendo por literatura?

De nuevo acudo a los medievales para comenzar diciendo, por la vía apofática, negativa, qué no es la filosofía: la filosofía no es meros datos históricos, no es colección de pensamientos e ideas ajenas: tampoco es un señor pensando y especulando en las nubes sin ningún cable a tierra. La filosofía es ante todo indefinible y todo lo que podamos decir sobre ella nos dará alguna idea, pero nunca se le podrá reducir a un concepto. En mi experiencia, la filosofía es la posibilidad que nos damos de salir de nuestras cómodas creencias y hacernos la pregunta que cuestiona, que mueve el piso y trata de comprender, más allá de lugares comunes y de lo políticamente correcto; la filosofía es el esfuerzo por pensar fuera de la caja, más allá de las apariencias. Esto tiene muy poco que ver, por otra parte, con el estereotipo del tipo peleón que va por la vida incordiando y metiéndose con todo aquel; ser crítico no es ser criticón. La posibilidad de ser filósofos está en todos nosotros, pero para eso es necesario una cierta disponibilidad y una cierta disciplina. En Más allá del bien y del mal, Nietszche dice:

Un filósofo: es un hombre que constantemente vive, ve, oye, sospecha, espera, sueña cosas extraordinarias; alguien al que sus propios pensamientos golpean como desde fuera, como desde arriba y desde abajo, constituyendo su especie peculiar de acontecimientos y rayos; acaso él mismo sea una tormenta que camina grávida de nuevos rayos; un hombre fatal, rodeado siempre de truenos y gruñidos y aullidos y acontecimientos inquietantes. Un filósofo: ay, un ser que con frecuencia huye de sí mismo, que con frecuencia se tiene miedo a sí mismo, – pero que es demasiado curioso para no «volver a sí mismo» una y otra vez… (p. 73)

¿Qué entiendo por literatura? El escritor español Javier Cercas, en una entrevista publicada el 20 de junio de 2023, dice que “(…) la literatura es, antes que nada, un placer, como el sexo. Pero también es una forma de conocimiento, como el sexo. Por eso, cuando alguien me dice que no le gusta leer lo único que se me ocurre es darle el pésame”.   Desde mi experiencia, como lector, no puedo estar más de acuerdo con esta idea del autor pues los amantes de la lectura, especialmente de literatura, entramos en este mundo de los libros por placer, y es placer lo que se experimenta al leer narrativa, poesía, crónica e incluso ensayo. Sin embargo, no es menos cierto que parte de ese placer viene del conocimiento que nos llega a través del arte que es la literatura, y de la posibilidad de pensar el mundo en torno a la infinidad de cosmos que nos muestra la escritura; de modo que la literatura es, para el escritor y para el lector, quizá uno de los modos más sublimes de relacionarnos con el entorno, de expresar ese mundo, vivir ese mundo y, al mismo tiempo, representarnos ese mundo. Y es aquí, entonces, donde filosofía y literatura se consiguen y complementan, y como dice don Miguel de Unamuno: “Hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento”, y dejar atrás ese espejismo de que la razón y el arte duermen en camas separadas. En nuestro caso, la historia da cuenta de que el nacimiento de la filosofía se da en total comunión con lo que hoy nosotros llamamos literatura. Los pocos fragmentos que llegan hasta nosotros de la filosofía presocrática son textos poéticos y más literarios que especulativos: los poemas a la naturaleza de Parménides y Empédocles o los aforismos de Heráclito; prácticamente toda la obra de Platón está escrita en forma de diálogos y es emblemática su obra El Banquete, como obra literaria. El primer tratado de crítica literaria de la historia de occidente se lo debemos a Aristóteles. Son famosas las consolaciones filosóficas como las de Cicerón o Boecio, en la Edad Media; la modernidad es proverbial por la cantidad de filósofos que escribieron buena parte de su obra de forma epistolar. Entre la modernidad y la filosofía contemporánea, filósofos como Nietzsche cultivan una filosofía con estilo poético. En el siglo XX, autores como Heidegger escriben filosofía de una manera que se acerca más a la poesía que a la diosa razón y los existencialistas franceses, tales como Sartre, Simon de Beauvior o Albert Camus hacen filosofía escribiendo poesía, cuentos, obras de teatro y novelas. Todo esto sin dejar de mencionar la novela filosófica contemporánea como El mundo de Sofía, o la reciente trilogía del español Marcos Chicot, que se pasea por El asesino de Pitágoras, El Asesinato de Sócrates y El Asesinato de Platón.

Uno de los que defienden la idea de que en el mundo griego no hubo algo que se llamara literatura es Michel Foucault; tampoco concebían en la Hélade la filosofía como algo separado del resto de los saberes. En nuestro contexto es muy poco frecuente hablar de filología, pero en la tradición europea esta disciplina entiende el estudio del mundo antiguo, e incluso medieval, como la comprensión de lo histórico, lo cultural, lo filosófico, lo lingüístico y literario como parte de un mismo discurso; es desde esa perspectiva como se puede visualizar, y ante todo vivenciar, la unidad de literatura y filosofía como expresión humana de la razón, de la sensibilidad y, a fin de cuentas, de la totalidad que significa ser humanos, ser hombres, ser, como diría Odiseo, “comedores de pan”.

Foucault, en un texto suyo titulado “El lenguaje al infinito”, dice:

Escribir para no morir, como decía Blanchot, o quizá incluso hablar para no morir, es una tarea tan vieja como la palabra. Las decisiones más mortales, inevitablemente, permanecen suspendidas durante el tiempo de un relato. Se sabe que el discurso tiene el poder de retener la flecha ya lanzada, en una suspensión del tiempo que es su espacio propio. Puede ser, como lo dice Homero, que los dioses hayan enviado las desdichas a los mortales para que ellos puedan contarlas, y que, en esta posibilidad, la palabra encuentre su infinita riqueza; puede ser que la cercanía de la muerte, su gesto soberano, su saliente emergencia en la memoria de los hombres caven en el ser y en el presente el vacío a partir del cual y hacia el cual se habla. (p. 153)

No es que la literatura tenga que dedicarse a hacer filosofía ni que la filosofía deba dedicarse a narrar; no, es que el hombre narra y reflexiona, hace literatura y hace filosofía. En Homero no podemos decir que haya narrativa, hay poesía, pero es una poesía que canta los actos heroicos, y no tan heroicos de los hombres, de esos mortales de los que habla Foucault. La Odiosea habla de dioses y hombres que sienten y que reflexionan, y ese es el genial maridaje de literatura y filosofía del que venimos hablando, sin subordinaciones ni servidumbres de una con respecto a la otra, antes bien, en condiciones de igualdad, tal como lo dejó dicho Juan David García Bacca en su Introducción literaria a la filosofía: “Cada una, filosofía y literatura, es interpretación en palabras del mismo universo real, cada una a su manera, original y perfecta, algo así como agua en río y agua en nube. Para ciertos menesteres vale más agua líquida que en vapor; para otros no” (p. 5).

Son muchos los escritores, tal como hemos apuntado, que han hecho filosofía escribiendo literatura y muchos los filósofos que nos han entregado estupendos textos literarios reflexionando filosóficamente; a lo largo de la historia de occidente los ejemplos son innumerables, desde los griegos hasta ahora; pero si alguien destaca en esta magnífica galería es Jorge Luis Borges, quizá el más metafísico de los escritores latinoamericanos; basta recordar un cuento tan elocuente en este sentido como Las ruinas circulares; leer esa hermosa obra de arte es pasearse poéticamente por la caverna de Platón, por las elucubraciones freudianas, que tienen más de filosofía de lo que a primera vista parece; gravitar por esas ruinas borgianas nos lleva hasta la sabiduría de los maestros orientales del budismo y del zen; leer esa líneas maestras del maestro – bibliotecario es discurrir por toda una filosofía de la educación que supera con creces las innovaciones pedagógico – educativas más vanguardistas. Hablando precisamente de La filosofía de Borges el filósofo español Juan Nuño decía:

Con una de esas dicotomías a las que en ocasiones suele entregarse, distingue Borges entre pensar por imágenes y pensar por abstracciones. Shakespeare, Donne, Víctor Hugo (son sus mismos ejemplos) representarían a los escritores que piensan mediante imágenes, mientras que Julien Benda o Bertrand Russell sirven de modelo para quien lo hacen a través de abstracciones. De ser válida la partición, ¿dónde cae Borges? ¿Escritor cuyo pensamiento avanza entre abstracciones o sólo un productor de imágenes? Quizá sea menester inventar la categoría intermedia para él: escritor capaz de imaginar abstracciones, de dar vida imaginativa a filosofemas, de convertir en ficción prodigiosa sequizos conceptos. (p. 15)

Tal vez sea Borges el que mejor entiende eso que tratamos de decir aquí; desde Homero hasta nuestros días la filosofía y la literatura han formado parte de una totalidad que nosotros, hombres modernos y repletos de fe científica, nos esforzamos en desdeñar, pero que es mucho más rica que pensar sin el arte de la literatura y de ficcionar sin la racionalidad de la filosofía. La literatura es deleite y es comprensión, la filosofía es pensamiento que busca comprender y se complace en ver desde distintas perspectivas, en sintonía con Ortega y Gasset, que escribió literatura y pensó filosofía. Quien lee, pero también quien escribe literatura es capaz de ponerse en los zapatos del otro; quien de verdad ve el mundo desde la filosofía tiene la real posibilidad de dialogar con el mundo y empaparse de él. En definitiva, filosofía y literatura es un tándem que nos invita a vivir más plenamente y gozarnos en eso que llamamos vida y que solo dura un instante. La invitación es pues a sentir la filosofía y a pensar el arte literario.

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Referencias

– Foucault, M/Gros Frédéric/Dávila (2014). Foucault, literatura y conocimiento. Mérida: Editorial bid & co. Editor

– García, Bacca, Juan D (1964). Introducción literaria a la filosofía. Caracas: UCV.

Nietzsche, F (1985). Más allá del bien y del mal. Madrid: Editorial EDAF.

– Nuño, J (2012). La filosofía de Borges. Caracas: Editorial bid & co. Editor


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