Perspectivas

La (mala) suerte de Frane Selak

05/08/2023

Frane Selak. Foto tomada de hayat.ba

Croacia, 1963. En algún punto indeterminado en el aire entre Zagreb y Rejika. Un maestro de música de treinta y cuatro años viaja por primera vez a bordo de un avión. Se suponía que no debería estar allí, el vuelo estaba repleto, se lo dijeron en el aeropuerto, pero ha logrado convencer al personal de la aerolínea de que se trata de una auténtica emergencia: necesita visitar a su madre enferma. La gente de la aerolínea se conmueve, le abren un espacio en la zona de los sobrecargos, cerca de la salida de emergencia trasera de la nave. De pronto, en pleno vuelo, sin saber cómo ni por qué, la puerta de la aeronave se abre y el hombre sale disparado, succionado por el vacío. Su cuerpo cae, describe en el aire una parábola mortal, pero alguna combinación absurda de leyes de la física hace que logre aterrizar milagrosamente sobre la mullida superficie de un tejado de paja recién acomodado por un granjero. El hombre no solo ha sobrevivido, sino que está intacto. Cosa curiosa: el vuelo en cual viajaba el maestro de música se estrellará dentro de pocos minutos y morirán las diecinueve personas que lo acompañaban. Todos menos él, ah y una azafata de nombre Rozika que viajaba a su lado y que también ha resultado ilesa. Cosa aún más curiosa: no es la primera vez que Frane Selak (así se llama el hombre) se salve por los pelos de la muerte. Ni tampoco será la última. Esta es la increíble historia del hombre con más (mala) suerte del mundo.

Vida 1. Una pareja de jóvenes esposos, los Selak, pesca en su bote en las cercanías de la hermosa ciudad croata de Dubrovnik. Es el año 1929; ella tiene siete meses de embarazo. De pronto, las aguas de los pescados acumulados sobre la borda se mezclan con otras que de forma inesperada han empezado a correrle piernas abajo. Está dando a luz y no dará tiempo de volver a la orilla. De esa manera nace Frane Selak, ahí sobre un bote, probablemente el único medio de transporte que le será seguro en la vida.

Vida 2. Año 1957. Nos encontramos de nuevo con Frane Selak que ahora cuenta veintiocho años de edad. Le gusta la música pero no es especialmente talentoso para ejecutarla. Se le da mejor la pedagogía, así que se está haciendo una carrera como maestro. Antes de abordar un autobús se toma media botella de rakija (esa suerte de brandy balcánico) con su amigo Ahmet (el conductor del autobús) quien se bebe la otra mitad. Pero es que es invierno y hace frío. Y además Ahmet, como en la canción aquella de Rubén Blades: «está convencido que a él el alcohol no le afecta en los sentidos, por el contrario, que sus reflejos son mucho más claros y tiene más control». Pero cuando están a mitad de trayecto, atravesando un puente, el vehículo patina y cae a las aguas congeladas de un río. Se abre un boquete en el hielo, mueren ‒ahogados‒ cuatro pasajeros. Frane y Ahmet llegan hasta la orilla apenas con algunos moretones, rasguños e hipotermia.

Vida 3. 1962. En algún punto de la ruta ferroviaria entre Sarajevo y Dubrovnik. Frane es uno de los diecinueve pasajero del convoy. De pronto el tren descarrila: una roca gigantesca ha caído sobre las vías, parte del ferrocarril se precipita al río Neretva. Selak se las ingenia para romper el cristal de la ventana, ayuda también a salvarse a un amigo que viaja en el asiento de al lado. De resto, mueren los otros diecisiete compañeros de compartimiento. Frane gana la orilla y es rescatado por los pobladores de un villorrio cercano. Esta vez ha sobrevivido con un brazo fracturado. Por lo demás, el hombre está intacto.

Vida 4. Apenas un año más tarde: 1963. Nos reencontramos en este punto con el cuento ya relatado del avión, la puerta que se abre, cómo salen disparados él y la azafata que iba en el asiento contiguo. Y cómo el destino se las ingenia para que aterricen sobre la paja mullida. En pocos minutos ese avión se estrellará contra unos peñascos y morirán los otros diecinueve pasajeros que iban a bordo. Es entonces cuando Frane comienza a sentir que es el hombre más desafortunado del mundo. Eso que algunos podrían ver como buena suerte es más bien un indicio de pésima fortuna. Algo en él no puede estar bien. Sus amigos bromean cada vez más con: “Avisa siempre por dónde estás para mantenernos alejados”. Selak decide que mejor se compra un auto pequeño, un Skoda, porque lo de los transportes públicos definitivamente a él no le va bien.

Vida 5. Año 1970. Otra vez, una mañana de invierno. Frane Selak conduce su humilde Skoda hacia el conservatorio donde comienzan sus clases puntualmente a las ocho. De pronto hay un fallo en el motor, se sobrecalienta y una chispa alcanza el depósito de aceite. El auto se prende en fuego. El maestro Selak se orilla y se baja del auto. Treinta segundos más tarde las llamas alcanzan el tanque de gasolina y el carro explota como en las películas. Frane se hallaba buscando ayuda y se había alejado lo suficiente como para salir ileso. El pequeño Skoda será declarado pérdida total.

Vida 6. Otro auto, el mismo trabajo como profesor de música, otra mañana en Zagreb. Un nuevo desperfecto mecánico. El vehículo se incendia y esta vez Selak no es capaz de salir de la cabina. Cuando por fin lograr escapar se le ha quemado el pelo. A partir de entonces será calvo, pero sin ninguna otra consecuencia.

Vida 7. Harto de los peligros de los medios de transporte, sean públicos o privados, Frane Selak ha optado por una vida donde pueda resolverlo todo a pie. Es el año 1995, se encuentra en Zagreb, cruza una calle y en ese instante es atropellado por un camión. Sin embargo, a pesar de lo aparatoso del accidente –así relatan los testigos– el hombre que ha rodado varios metros sobre el pavimento se levanta a los pocos segundos, sacude el polvo de sus pantalones y se tantea atónito el pecho y las piernas. No tiene un solo hueso roto ni una herida de gravedad. Puras lesiones menores. Ha vuelto a escapar de la muerte.

Vida 8. Un año más tarde, 1996, nos encontramos a Selak quien maneja de noche por un sinuoso camino de montaña al volante de su Skoda (otro, ya sabemos lo que pasó con el primero) y entonces, entrando a una curva peligrosa, se encuentra de frente con un autobús de la ONU. El choque es inevitable, su auto sale disparado contra la defensa metálica que separa la ruta del precipicio. En la caída, Selak –que desde el accidente aéreo ha decidido que mejor no usa cinturón de seguridad porque en su caso no salva vidas– se sale del coche, pero logra abrazarse a un árbol. Su auto queda absolutamente destrozado noventa metros más abajo. A él se le han irritado un poco las manos porque la corteza del tronco era rugosa.

Vida 9. Ocho años más tarde, en 2003, Frane Selak –quien hace pocos días ha cumplido setenta y cuatro años– compra un boleto para el premio mayor de la lotería de Croacia. No suele hacerlo, pero al pasar frente a una ventanilla donde los venden se siente especialmente animado y decide tentar la fortuna. Ha tenido tan mala suerte que cuando le sonría seguro será en grande. Y así es, Selak gana los 6,5 millones de kunas del premio mayor (casi novecientos mil euros; aproximadamente un millón de dólares para ese momento). Compró un auto deportivo, una mansión en una isla y un yate. Dicen que también compró otros veinticuatro coches de lujo que luego regaló a sus amigos, prestó un dineral a un gentío y jamás se preocupó en cobrarles.

Vida 10. En 2010 Frane Selak decidió vender sus propiedades y regalar a su familia (se había casado cinco veces así que pequeña no era) todo su dinero. Se quedó solo con una casita modesta en la ciudad de Petrinja y con un auto. Murió apaciblemente a los ochenta y seis años, en su casa, en compañía de su quinta y última esposa, su amada Katrina. Había descubierto que no necesitaba nada más. Por fin la muerte decidió que ya era su hora y no podía seguir salvándose. Seguramente tampoco era su intención seguirlo haciendo.

Un par de años antes de su muerte, en 2014, Frane concedió entrevistas a The Guardian, Telegraph y la BBC de Londres. Allí contó una vez más su insólita vida, pero cometió algunas incongruencias. En algunos medios aseguró que el vuelo del que se salvó (el único que tomó en su vida) había sido en 1962; en otros habló de que la fecha de ese accidente fue 1963 y en otros casos que fue en 1967. El hecho es que no hay constancia de accidente de aviación alguno en los registros croatas de esa época, cosa que no debería sorprendernos porque se trataba de la era de la cortina de hierro y difícilmente el régimen sería transparente con esos eventos que no podrían tener lugar en una sociedad a prueba de males. También se pisó las solapas en cuanto a los accidentes de tren y autobús, como si tuviera recuerdos confusos y entremezclados de ambos accidentes, o como si recordara por duplicado y con ciertas diferencias un mismo percance. Lo mismo parecía ocurrir con los accidentes automovilísticos, cuyas narraciones eran tan similares, solo que en una se había salvado por los pelos y la otra los había perdido todos. Aseguró también a los medios ingleses que el boleto con el que ganó el premio gordo de la lotería lo había adquirido la única vez en la vida en que se animó a comprar uno. Pero en los medios croatas había aseverado que durante años estuvo jugando obsesivamente a la lotería, como buscando un gesto de reivindicación por parte de la suerte que lo había maltratado con semejante ahínco durante cuatro décadas.

En fin, a partir de esas declaraciones comenzó el mundo entero a verlo con suspicacia. A poner en entredicho y bajo sospecha su supuesta vida con más vidas que un gato. Hasta cuando un día apareció una anciana croata ante los medios, de profesión sobrecargo, retirada hacía mucho. Había viajado en un avión cuando era joven, en la ruta de Zagreb a Rejika, iba en la última fila junto a un hombre de unos treinta años. Al poco tiempo del despegue una puerta cercana de la aeronave se abrió inexplicablemente y ellos fueron succionados por el vacío. Volaron por los aires y fueron a caer sobre un techado de paja. Ambos estaban milagrosamente ilesos. Pocos minutos después ese avión se estrellaría y no habría sobrevivientes. Excepto ellos dos, claro. Pero nadie le creía y ella nunca más supo de aquel hombre que podía confirmar su historia. Ella se llamaba Rozika. Él se llamaba Frane o Frano, algo así.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo