Tenemos que hablar sobre Siouxsie

04/11/2023

La pequeña Susan Janet Ballion tenía nueve años cuando una tarde, de regreso a su casa ubicada en el suburbio de Chiselhurst, al sureste de Londres, fue abordada por un vecino que le dijo y le hizo cosas. Cosas abominables de esas que dejan marca de por vida. La niña llegó a su hogar y, sin entender muy bien lo que había ocurrido ni mucho menos saber cómo contarlo, le dijo a sus padres que algo había pasado en lo oscuro de la calle con un hombre que vivía cerca. La señora Ballion guardó silencio. El señor Ballion le restó importancia, seguro no había sido tan grave, mejor no hablar más del tema y dejarlo de ese tamaño; dicho esto el padre se metió de nuevo en la botella de ginebra que solía llevar a mano. Algo en la pequeña Susan se rompió en ese momento. Se dio cuenta de que no podía confiar en nadie y que el mundo de los adultos era un lugar horrible al que prefería no pertenecer, mejor se refugiaba en uno imaginario que construiría con su más auténtica fantasía.

El señor Ballion era bacteriólogo especializado en «ordeñar serpientes» (palabras textuales de su hija menor en una entrevista concedida a la BBC años más tarde). El tipo se había pasado varios años en el Congo extrayendo veneno a los ofidios y allí había conocido a una secretaria bilingüe que más tarde se convertiría en la señora Ballion. Tuvieron dos hijos y luego de una pausa de diez años, cuando pensaban que la familia ya estaba completa, ocurrió un imprevisto que al cabo de nueve meses –exactamente el 27 de mayo de 1957– se acabaría llamando Susan Janet.

Algunos años más tarde, ya de regreso a Inglaterra, Mr. Ballion perdió el trabajo y entró en depresión. La señora Ballion se encargaría de todo en aquella casa mientras el marido se hundía en la bebida. La pequeña Susan aprendió tres cosas cruciales en esos días oscuros en Chiselhurst: que sería siempre una mujer que llevaría las riendas de su vida, que el alcohol transformaba a gente buena en su versión más deplorable y que cuando su padre no estaba irremediablemente borracho era un hombre culto y dulce que le ponía música, miraban películas y le recomendaba libros fabulosos, materiales con lo cuales ella podía construirse un universo personal.

Por cierto, padre e hija veían muchas películas de vaqueros y coincidían en un sentimiento: ojalá ganaran los indios. Ojalá alguna vez los Sioux se impusieran y cambiaran la historia.

Fotografía de Mantaray100

Su tenía catorce años cuando su padre, como podía preverse, murió de cirrosis hepática. La joven dejó de comer y se puso profundamente triste. En medio del duelo sufrió una colitis ulcerosa por lo que fue internada de emergencia y sometida a cirugía. Casi muere. Durante los días de convalecencia, postrada en su cama clínica, Susan miraría un concierto en la televisión. En la pantalla había un flaco de pelo rabiosamente rojo maquillado con un rayo como un ser espacial: un tal David Bowie. En ese momento Susan, después de mucho, tuvo ganas de vivir. De vivir para convertirse algún día en alguien como Bowie. Como él, pero distinta, con su propio estilo.

Ahí se gestó Siouxsie. En ese instante Susan Ballion decidió ser Siouxsie Sioux (pronúnciese «Susi Su», que si no a los entendidos les puede dar algo).

Pocos años después, en un concierto de Roxie Music, la joven Siouxsie conocería a quien sería su gran compañero de aventuras musicales: Steven John Bailey, quien más tarde adoptaría el nombre artístico de Steven Severin. A los dos les encantaba la música pero no eran músicos, a ambos les gustaba seguir a los Sex Pistols aunque del punk les gustara más el espíritu que su rock. Ambos formarían parte del llamado Contingente Bromley (nombre que se dio a un grupete de jóvenes estrafalarios, aunque elegantes y vanguardistas, que seguían a los Sex Pistols en sus presentaciones). Y ambos, Siouxsie y Steven, aparecerían junto con los Pistols durante una entrevista en el célebre show del presentador Bill Grundy en 1976. Entrevista que apenas duró dos minutos, pero que le daría la vuelta a Inglaterra. Resulta que el presentador estaba pasado de tragos y en un punto desplazó su interés hacia la joven de cabellos cortos teñidos de amarillo y maquillaje de gato que bailaba y ponía caras en la fila de atrás, parada detrás de los Sex Pistols. Bill Grundy le preguntó ante cámaras quién era. Siouxsie le respondió que era una fan y que siempre había querido conocerlo. A Grundy se le afiló el colmillo y como el alcohol lo traía envalentonado le dijo que se quedara después del programa para conocerse mejor. A Siouxsie el comentario de viejo verde le sentó fatal, su cara de asco fue inocultable. Y ahí los Pistols, que eran como una jauría llena de odio hacia todo lo que representaba Grundy, se enfilaron con todas las groserías que se sabían en contra del encorbatado presentador. Fin de la entrevista, final súbito para el show de ese día. Como efecto colateral: había nacido una estrella. ¿Quién era esa muchacha maquillada de gato que había opacado a Bill Grundy y a los punks más famosos del Reino Unido? Algo magnético había en aquella fascinante criatura.

Justo por esos días el manager de los Sex Pistols necesitaba una banda más para poder armar un festival de música punk, tenía tres agrupaciones confirmadas, pero deberían ser cuatro en el cartel. Preguntó a Siouxsie y a Steven Severin si conocían alguna banda que encajara. Y los tipos levantaron las manos: pues nosotros. Pero es que ustedes no son músicos y no tienen una banda. Bueno, pero armamos una. Ah, bueno, entonces ustedes son. Y en ese festival, por primera vez en la historia, se presentaría ante el público una tal Suzie and The Banshees (sí, escrito así: Suzie). Suzie en la voz, Severin en el bajo, un guitarrista sacado del alguna alcantarilla y un tal Sid Vicious (el famoso bajista de los Sex Pistols que moriría muy joven de sobredosis) en la batería. La banda resultó un desastre, más que un toque aquello era como un largo poema recitado con “música” de fondo; en un punto Steven Severin le hizo una señal al guitarrista para cambiar el ritmo y el tipo entendió que se había acabado la canción y dejó de tocar. Y así se acabó el concierto. Pero aquella mujer al frente de la banda era sencillamente increíble. Todos estaban hechizados por ella. Qué seguridad, qué presencia, qué hermosura indescriptible. No se parecía a nadie. Siouxsie era Siouxsie, no se le podía comparar con nada que la antecediera. Era como un hada oscura. La suma sacerdotisa de un ritual de magia negra.

Por cierto, un banshee es un espíritu femenino de la mitología celta. Desde el siglo VIII, en Irlanda se tiene registro de un espectro de mujer que vaga por allí y que tiene un canto capaz de crear o presagiar desastres. Si se escucha estridente el canto de la banshee es porque se avecina una tempestad, una inundación, se desatará el fuego que lo arrasará todo o se precipitará alguna tragedia. Si estás en casa y oyes a lo lejos el canto de una banshee significa que alguien morirá en el hogar. Existe con los (las) banshees un temor y una fascinación similares a las que podemos sentir de este lado del mundo con la Llorona. Y su canto tiene mucho del silbido de El Silbón.

El estilo de Siouxsie Sioux se podría intentar resumir en una mezcla entre Marlene Dietrich con Betty Boop, aunque también con Morticia (la señora de la familia Adams) junto con algún personaje sacado de una película expresionista alemana. Fue la estrella oculta que brilló detrás de todo y que vino a cambiarlo todo. Era oscura, era gótica, sus letras y su estética provocaban inquietud, había una esencia perturbadora en todo lo que hacía, pero al mismo tiempo estaba cargada de luz, irradiaba otra luminiscencia, como si su estilo único y su música lograran asomarnos a nuevas gamas del espectro cromático, a la vibración de ondas oscuras en medio de lo radiante o a matices brillantes en plena oscuridad. En fin, que de pronto en la película de vaqueros que ya nos sabíamos hasta el hartazgo aparecía por fin una guerrera sioux para ganar la batalla y cambiarnos la historia.

El crítico musical español Borja Prieto asegura que de no ser por Siouxsie hubiéramos estado condenados a vivir en un mundo más aburrido. En Siouxsie se concentraba lo cautivante, lo lúdico, lo irreverente, lo subversivo, lo genuino, lo diferente. Y aunque no sería tan famosa como otras y otros que le siguieron (otras figuras del espectáculo cuya identidad logró inspirar o moldear en silencio, cosa que más tarde se lo agradecerían públicamente), su culto crecía en los rincones, como si se tratara de una deidad oscura. Y comenzaría así a ganarse apodos como los de «La madrina del gótico», «La suma sacerdotisa del punk», «La reina de hielo», «La princesa del punk», «La primera dama del post-punk», «La reina de los vampiros» y «La mujer de los mil disfraces».

Siouxsie, a diferencia del rock punk en el que se forjó a sus inicios, se supo desprender con elegancia de la rebeldía, el rencor y la protesta del punk. Los Banshees, más que un proyecto musical era un laboratorio para experimentar con el sonido y con las atmósferas acústicas. Y aunque Susan Janet abandonó la educación formal a los diecisiete años, en sus letras subyace un curso de inglés avanzado. O como diría Vila-Matas del francés de Marguerite Duras: un inglés superior. Hay que descifrarlas con un diccionario a mano. En esas letras nos habla de guerras, de territorios arrasados, de los temores de la infancia y la familia, del amor tocado por lo siniestro, del mal, de la belleza y el horror, de la belleza del horror también, de lo abominable de los hombres, pero también de lo sublimes que pueden llegar a ser. Son imágenes tenebrosas pero tocadas por la hermosura. Bañadas por eso mismo que sostiene el cineasta David Lynch: todo visto en detalle, por hermoso que sea, en el fondo tiene hormigas rojas.

Como cabría esperarse, Siouxsie era también una mujer temible de muy pocas pulgas y con una tendencia importante al enfado. No tenía reparos en mandar al quinto infierno y a las primeras de cambio a productores, disqueras, entrevistadores o compañeros de banda. Su capacidad de tolerancia la tenía reservada básicamente para tres compañeros: Steven Severin (su bajista, su aliado musical, su primer novio), Peter Edward Clarke, mejor conocido como Budgie (su baterista y el amor de su vida, con quien estuvo casada por quince años y formaría su proyecto musical alterno: The Creatures) y cierto joven guitarrista pálido y de pelos parados al que convertiría en Banshee, sacado del grupo telonero que le abría los conciertos a Siouxsie en su gira, un tal Robert Smith, líder de The Cure.

Robert Smith tenía en aquellos tiempos una banda a la que quería entregarse por completo, pero sin saber muy bien hacia dónde llevarla. Su intención era hacer un grupo punk más refinado y menos visceral, pero entonces fue invitado a ser un Banshee: “acompáñanos un rato, solo mientras encontramos a otro guitarrista”. Y esa experiencia grabando con Siouxsie y saliendo de gira con ella lo transformó definitivamente. Ya consagrado, cuando The Cure se hizo una banda más grande y famosa que Siouxsie and the Banshees, Robert Smith se acordaría de su madrina: «Sentí algo mágico siendo un Banshee; antes quería que The Cure fuera como unos Beatles punks, pero con Siouxsie cambió radicalmente mi actitud hacia la música». The Cure no hubiera sido lo que llegó a ser de no ser por esa pasantía de Smith por los Banshees y bajo la influencia de «La dama de hielo».

En una oportunidad el cineasta Tim Burton, en preparaciones para su película Batman (1989), llamó a Siouxsie para invitarla a componer un tema original para el filme. Siouxsie atendió el teléfono y respondió –sin filtro alguno, porque ella no necesita de eso– con una carcajada y con una frase lapidaria: “¿Batman?, no estoy para nada interesada”. Burton, aunque bastante impactado, insistió, le dijo que Michelle Pfeiffer estaría en el papel de Gatúbela, una Gatúbela oscura y seductora, como ella. Siouxsie al otro lado de la línea guardó silencio, hasta que al final cedió: “Si estará Gatúbela en esta película, entonces sí”. En una semana tenía el tema grabado.

En abril de 1996 Siouxsie and the Banshees anunciaría oficialmente su disolución como banda. En ese comunicado hay dos frases que sirven de honesto resumen a veinte años de carrera, once discos grabados y un legado inmortal: «Hemos tenido un viaje fantástico. Nos marchamos con dignidad».

Durante unos años más Siouxsie continuó haciendo música con Budgie en su proyecto alterno de The Creatures hasta que en el 2007 se divorciaron y con el matrimonio también se disolvió la banda.

En 2023 Siouxsie volvió a los escenarios después de diez años sin mostrarse en tarima. Quienes han tenido la suerte de verla aseguran que sigue llena de energía y color, bailando, cantando, lanzando patadas. Que sigue siendo la misma dama oscura pero aún más luminosa, «La suma sacerdotisa» de costumbre con su maquillaje de siempre, pero ahora más sabia con sus cabellos platinados y una amplia sonrisa.

Tenemos que escuchar y hablar más de Siouxsie.


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