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“La vida es un cuerpo desmembrado”

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11/12/2024

La palabra Considerar –cuánta razón tenía el poeta Emerson al aseverar que el lenguaje era poesía fosilizada–  se conforma del prefijo con (todo, conjunto, entero) y sidus (estrella): considerar sería entonces tomar en cuenta el conjunto de los cuerpos astrales, como quien sopesa todos los elementos del panorama o quien consulta a la bóveda celeste para encontrar la mejor respuesta en las estrellas. Voces del cuerpo (Editorial Eclepsidra, 2024) es todo un ejercicio de consideración, en el aspecto etimológico del término. Con este poemario Maguy Blancofombona nos invita a una travesía por el espacio: el espacio sideral que tiene resonancias en el espacio entre los cuerpos y también en el espacio interior donde cohabitan los órganos y las almas.

Voces del cuerpo es un poemario, es un viaje espacial, es una travesía por el universo interior que se adentra en los recovecos del propio cuerpo. Es, se me ocurre, también un texto poético profundamente cinematográfico. Como si pudiéramos asomarnos en los rollos de una película inédita y extraviada de Agnès Varda, en los fragmentos de un cuerpo que esperan por ser corporeizados y puestos en marcha por el lector. El libro está, por demás, plagado de referencias cinematográficas, de guiños directos a las películas de László Nemes o Béla Tarr.

Pudiera pensarse con esta obra de Maguy Blancofombona en ese orden subyacente de lo fractal. Como si se tratara de una de las pinturas del action painting de Jackson Pollock: hay un orden natural en esa libertad guiada por el impulso y el deseo. Como si en esa pasión genuinamente expresada subsistiera un caos signado por la armonía profunda y hermosa. Lo han confirmado astrofísicos y astrónomos: el poema, el arte en general y la naturaleza replican a escala la misma danza de las estrellas. Del mismo modo en que lo hace la moneda puesta a girar sobre su canto o como lo hacen los elementos del átomo alrededor de su núcleo, así danzan también los planetas, las estrellas, los cometas atraídos por la gravedad de los soles, también las galaxias que se atraen y atraviesan, como ocurrirá alguna vez con nuestra Vía Láctea y la Galaxia de Andrómeda. 

En este poemario nos vamos a topar con las vueltas que da la vida, las vueltas que damos nosotros, las vueltas que le damos a todo por medio de la reflexión obstinada. Similar a un ejercicio de pensamiento oblicuo: nos sumergiremos en las vueltas elípticas que se están dando allá afuera, alrededor de nosotros, en eso que llamamos el cosmos o el espacio exterior, tan ajeno a nosotros, tan distante… pero a la vez tan hondamente consustancial de lo que somos.

Voces del cuerpo es asimismo un periplo por la enfermedad a lo largo de un camino que serpentea junto al abismo en cuyo fondo aguarda la muerte. Pero se cuida con sabiduría de evitar el abordaje quejicoso o lastimero. Muy al contrario, lo hace con honestidad, con elegancia, con valentía: les planta cara a la enfermedad y a la muerte, les hace saber: te conozco, ya nos hemos visto antes, no soy tan vulnerable ahora –te advierto– pues conocerte me ha engrosado la piel, me ha enseñado a reconciliarme con la cicatriz y me ha templado el espíritu. 

 

XLII

«Cuerpo, por qué te has convertido en conflicto 

por qué te enfermas y me enfrentas 

haciéndome olvidar lo que quiero

quién te dijo que tu puesto era otro 

por qué quieres desvincularte de lo que pienso 

No volveré a hablarte

hasta que logres una disciplina

tienes que aprender cuerpo

que eres visible, pero no imprescindible 

regresa a tu pequeña realidad 

Hasta mañana cuerpo». 

 

Este libro está tocado por la animalidad, la naturaleza, lo que pensamos no ser, pero que sin duda somos. Señala ese devenir en el que nos convertimos en aquello que observamos desde fuera como lo otro. Así nos convertimos de a poco en el pigmento de las pinturas rupestres. Y en un punto miramos a los visitantes curiosos desde la piedra de la caverna.

Es de hacer notar que esta reflexión sobre nuestra naturaleza animal es algo recurrente, una suerte de leitmotiv en la obra de Maguy Blancofombona. La evolución humana, como si se tratara del universo mismo signado por la expansión y la contracción simultáneas, encuentra su más alto grado evolutivo en ese reconocimiento de la propia animalidad. Somos garra, somos alas, somos fauces, somos canto y aullido. Seríamos capaces de descifrar los significados más profundos en el cantar de los pájaros; pero lo hemos olvidado, porque nos hemos perdido. Y eso nos lo recuerda constantemente Maguy Blancofombona.

 

XV

«El cambio siempre ha sido un avance 

o crees que debemos continuar

en la repetición infinita de lo mismo 

No cuerpo, debemos mutar hacia una nueva especie» 

 

Surge la pregunta mientras atravesamos este libro: ¿Qué pasa con esto que llamamos la identidad, la subjetividad o la esencia humana, cuando estamos desprovistos del envase del cuerpo? Este es un asunto medular en las filosofías del transhumanismo y el posthumanismo. Y están abordadas estas reflexiones en elegantes pinceladas en Voces del cuerpo. Fuera del cuerpo somos fantasmas, somos una identidad disgregada, una subjetividad ahora atomizada y transmigrada… o acaso somos –simplemente– la nada. Existe profunda belleza en ese vértigo. En asomarnos a ese abismo y pensar que dar un paso al frente no necesariamente es una mala opción. Porque a lo mejor pasamos a otra parte donde estaremos mejor. O a la mejor no pasa nada… y la nada puede ser alivio, calma, el vacío silencioso después de tantísimo ruido.

Hay en este poemario de Maguy Blancofombona un diálogo con la ausencia. Una búsqueda por comunicarse con alguien o algo que está en otra parte, en un lugar donde las cosas funcionan distinto.  Una procura que busca alcanzar a un interlocutor que ya no está, o que está en un lugar otro. A ese destinatario no se le dirige un mensaje convencional ni por un medio conocido, sino que se debe que apelar a otras instancias del significado, del simbolismo, a otros canales para que ese código encriptado logre viajar. Tal vez ese medio y ese mensaje sean el vuelo de un ave, el cantar de un pájaro, el sonido a estática y polvo estelar del espacio, o bien los crujidos internos del cuerpo, el crecimiento de las cejas o los huesos, o los cambios que sufre la piel con el paso del tiempo o con el transcurrir de las estaciones. Ahí, nos sugiere Blancofombona, vive y viaja eso que las palabras se quedan cortas al nombrar. 

 

XVII 

«Contéstame voz por qué el silencio, 

sin conexión exterior solo quedabas tú 

Por qué el sonido se ha convertido en sombra, 

crees que se escondió dentro de mí 

Contéstame voz por qué mi cuerpo tiembla, 

dime cuánto tendremos que esperar 

Mientras mi carne gime, quién dará las instrucciones 

Ayúdame voz a comprender quien soy» 

 

Me gusta la ciencia ficción. Pero me he dado cuenta con la edad de que cada vez me aburre más la ciencia ficción que está codificada en clave ciencia ficción, que tiene todas las características, artefactos y efectos especiales para que un receptor perezoso se sienta cómodo ante su presencia y exclame satisfecho: «Oh, sin lugar a dudas, esto es ciencia ficción». Le llamo a eso la ciencia ficción autofágica: se alimenta exclusivamente de sí misma y se regodea en la propia repetición. De manera que he aprendido a disfrutar cada vez más cuando a la ciencia ficción se llega por los caminos verdes, casi por accidente, donde acaba siendo más una consecuencia o un daño colateral. Aplaudo a la ciencia ficción que pierde su nombre y que me deja pensando ¿esto acaso es ciencia ficción? He encontrado en Voces del cuerpo mucha más reflexión –profunda, honesta y punzante– que en la mayoría de la ciencia ficción que me topo en la actualidad. ¿Quiero decir con esto que Voces del cuerpo es un poemario de ciencia ficción? No, muy probablemente no lo sea… pero podría llegar a serlo. Y eso pasa con la buena ciencia ficción: nos hallamos en un mundo que no es la realidad, pero que podría serlo. Esta obra de Blancofombona con sus ecos en el espacio, su mirada introspectiva sobre el cuerpo, su insistencia en pensar más allá de los límites de lo humano, en las probabilidades de una existencia más allá de la cárcel del cuerpo, la necesidad de hablar de, con y desde las fuerzas extrañas… se parece mucho a lo que me gusta encontrar en eso que llamaba Bioy Casares «la imaginación razonada», una de las manifestaciones de la literatura de lo insólito.      

Leo este magnífico libro de Maguy y pienso en las vueltas que dan la vida, el universo y todo lo demás. Estoy aquí en Ciudad de México con mucha neblina afuera entrando por la ventana. Estoy, a la vez, de nuevo en Caracas, en el año 2007, acompañado de otra neblina, la del valle de Sartenejas donde está la Universidad Simón Bolívar. Es mi primer día como profesor en esa universidad. El despacho que me asignan es el de una profesora que se ha ido a Francia. Conozco su nombre, es muy admirada. Era amiga querida de mi difunto padre. La coordinadora del departamento de literatura me dice que pondrá mi nombre en el letrero de la puerta, pues esa oficina está identificada como la de Maguy Blancofombona. Le respondo que no, gracias, pues yo ocupo transitoriamente su lugar, estoy sentado en su silla, habitando el espacio que corresponde a su cuerpo, soy como una estrella fugaz, un cometa errante, estoy de paso, pero es a ella a quien le pertenece ese espacio. Tal cual como ocurre hoy en este momento en que la vida me ha puesto en el sitio donde puedo ofrecer unas palabras en la ocasión de la presentación de este magnífico libro  de Maguy. Les agradezco infinitamente a ella y a su editora Carmen Verde Arocha haberme permitido esta estadía en su territorio, sentirme un ave itinerante surcando sus espacios cargados de belleza, de autenticidad, dolor, desgarro, sabiduría, vértigo, coraje. Me siento afortunado y transformado al haber atravesado por estas Voces del cuerpo.


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