Perspectivas

Estambul: melancolía, peste y suicidio en el Bósforo

Izq: Burhan Sönmez. Fotografía de ActuaLitté | Flickr Der: Orhan Pamuk. Fotografía de David Shankbone | Flickr

18/06/2022

Hace poco tuve la oportunidad de escuchar, con solo veinticuatro horas de diferencia, a dos escritores turcos durante las conferencias “Diálogos de Sant Jordi”, como prólogo a la celebración del Día del Libro en Barcelona el 23 de abril: al Premio Nobel de Literatura Orhan Pamuk y a Burhan Sönmez, presidente del Pen Club Internacional; de este último me había leído Estambul, Estambul y Laberinto. No es que hubiera un ciclo de literatura turca en torno a la fiesta del libro, sino que se trató más bien de una coincidencia. Yo continuaba cautivado, además, por un reciente viaje a Turquía y las dos charlas me venían como anillo al dedo.

Pamuk habló en la sede del Museo del Diseño en Barcelona. El motivo de la intervención giró en torno de la publicación de su última novela, Las noches de la peste (2022) que, más allá del título, comenzó a escribir antes del anuncio mundial de la pandemia por covid-19. Una obra vasta de 732 páginas editada por Random House, escrita -señala el autor- entre 2016 y 2020.

Ya solo quedaba un único mensaje que dar a los ocupantes de la casa y a todos los habitantes de la isla: “Huyan, aléjense de aquí”. Él ya había oído contar a algunos médicos europeos cómo en China la enfermedad había matado a decenas de miles de personas, como en algunos lugares había aniquilado a familias, pueblos, tribus enteras, antes que [sic] comprendieran siquiera qué les estaba pasando.

Ambientada en una isla ficcional se plantea el dilema, no exento de actualidad, entre ciencia y desconocimiento, entre la gente que se resiste a creer en los males que le afectan y la batalla de dos especialistas -un químico reputado y un médico, ambos expertos en cuarentenas- para hacer entender a la población la magnitud de la pandemia que ha llegado. La cuarentena que se impone hace más de cien años establece paralelismos con la actualidad. En un diálogo al inicio de Noches de la peste leemos:

-Por desgracia, la peste ha vuelto a detectarse en la isla de Minguer -repuso Bonkowski Pachá-. Y con una extraordinaria virulencia.

-La peste se ha extendido en los barrios musulmanes de Minguer… La situación es mucho peor de lo que se escribe. Es el mismo microbio, la misma cepa que ha matado a miles de personas en la India y China.

Así pues, haciendo gala de su profundo conocimiento sobre las  pandemias en la historia de la civilización y la manera cómo los gobiernos las afrontaron (siendo el caso de Florencia el más notable por sentar precedentes de las medidas impuestas durante la peste bubónica de 1630 a 1633), Pamuk deslumbró al auditorio del Museo del Diseño. Como yo estaba sentado en la última fila pude presenciar cómo el escritor se acercaba con calma: llevaba tapabocas pese a que ya las autoridades habían dado luz verde para dejar de usarlos, excepto en el transporte público. Pamuk se aproxima al ventanal con vista hacia la montaña, saca su teléfono portátil y toma fotografías de la Sagrada Familia. Luego continuó su descenso hacia el escenario para entablar una amena conversación en la que demostró sencillez, humildad y mucho sentido del humor. El periodista Xavier Graset comenta que Pamuk recibió el Premio Nobel de Literatura a una edad relativamente joven, a lo que el escritor responde: “Cierto, se lo recomiendo a todo el mundo”.

En septiembre de 2021 estuve por primera vez en Estambul. No se trataba del viaje de la que, hasta ese momento, era la única conexión directa entre Caracas y Europa gracias a las buenas relaciones entre Erdogan y el actual gobierno de Venezuela. Inesperadamente, Estambul se ha visto muy concurrida por venezolanos que hacen escala obligatoria en la antigua Constantinopla o que aprovechan el monopolio de la ruta a Europa en el contexto de la pandemia con el propósito de conocer la ciudad. Nosotros llegamos a Estambul desde Barcelona cuando recién acababan de levantar las restricciones más severas por la pandemia en suelo turco. Comparada con el resto de Europa, Turquía tenía una de las tasas más altas de vacunación e incluso había comenzado a colocar una tercera dosis, como Israel y otros pocos países.

Sin embargo, el uso del tapabocas en las calles resultaba bastante anárquico. A pesar de que era obligatorio en el transporte público, se incumplía en los tranvías de la ciudad. Ni hablar cuando uno se aproximaba a un mercado. Se notaba más cumplimiento en las visitas a las mezquitas y palacios, como cuando recorrimos el Dolmabahçe, un palacio muy europeo en el que se halla la habitación donde falleció Mustafá Kemal Atatürk, “el padre de la Turquía moderna”.

En ese cuarto hay un reloj detenido justo a la hora en que falleció el líder; desde sus ventanas pueden admirarse las briosas corrientes del Bósforo. Atatürk fue el responsable de la occidentalización de Turquía. En Las noches de la peste aparece un militar inspirado en la figura de Atatürk, por lo que el premio Nobel afronta en estos días una solicitud de cárcel por supuestamente haber insultado al padre de la patria con este personaje de su novela.

Me impresionó que el hotel donde nos hospedamos -en Estambul- solo ofreciera canales de televisión en turco; en varios de ellos, Erdogan recibía máxima atención en un ambiente pre electoral: ocurría casi un encadenamiento tácito de las emisoras que transmitían durante horas lo que hacía.

Años atrás Pamuk sufrió igualmente acoso e intento de encarcelamiento por haber declarado que en Turquía era tabú hablar de ciertos hechos, como la muerte violenta de «treinta mil kurdos y un millón de armenios». Se le acusó y tuvo que asistir a los tribunales, soportar insultos y blasfemias, y ser señalado como “ traidor a la patria” para luego ser exculpado.

Pero Pamuk, se sabe, no es el único escritor acosado por regímenes intolerantes. Ese es también el caso de Burhan Sönmez, abogado y novelista turco de origen kurdo. Como es conocido, el conflicto kurdo en Turquía proviene -dicho de manera muy somera- del hecho de que los insurgentes kurdos, a través del ala armada del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK), exigen la independencia. En las últimas décadas ha habido enfrentamientos militares entre fuerzas kurdas y turcas, y varios atentados. Hace pocos días Erdogan, a raíz de la invasión de Rusia a Ucrania, justificaba su reticencia a que Suecia entrara en la OTAN alegando que ese país (Suecia) acogía a independentistas kurdos.

También se han llevado a cabo manifestaciones pacíficas violentamente reprimidas. En 1996, durante las protestas que exigían mayor autonomía y derechos culturales para el pueblo kurdo en Turquía, Sönmez fue herido, por lo que se ve obligado a exiliarse en Londres. Antes de ese incidente ya había estado en prisión. Su convalecencia luego de los hechos de fines de los noventa consolidaría su mito de origen como escritor. En esos años iniciáticos se funda su presencia como novelista en las librerías en Barcelona.

Mi aproximación a Burhan Sönmez devino un poco al azar guiado por la necesidad de querer conocer más de Estambul, una ciudad donde nace el infinito. Así me topé con su novela Laberinto, de la editorial Minúscula, que suma en su catálogo títulos interesantes con marcado énfasis europeo. Siempre que desconozco a un autor leo las primeras páginas; si me captura a veces me aventuro a llevármelo. Muchas buenas lecturas las he descubierto sin saber quién era el escritor, como cuando uno camina sin rumbo por una ciudad y encuentra lugares cautivantes.

Marcada por dos epígrafes de Borges, Laberinto (2022) es una novela cuyo argumento se desarrolla en Estambul, pero tiene que ver mucho más con la recuperación de la memoria (y de una costilla rota) tras el intento de suicidio de su protagonista al lanzarse de uno de los puentes del Bósforo, el canal marítimo que separa Europa y Asia. Boratin despierta en un hospital. Ha perdido su pasado y de allí el intento de reconstruir la narrativa de su vida: «Me parezco a una hoja en blanco. No tengo ni interior ni exterior».

Todos los años se lanzan al menos setenta personas al Bósforo para terminar su existencia. No se trata de un fenómeno nuevo. Lo dice también Orhan Pamuk en su entrañable Estambul: ciudad y recuerdos (2006). De hecho, el tema que atraviesa ese libro deslumbrante es la idea de que el carácter más definido de los habitantes de la ciudad es el «hüzün», una palabra que podría traducirse como “melancolía turca”.

“Boratin se lanzó al Bósforo”, suena como título de canción. Y es que el personaje construido por Sönmez es músico. Boratin Intenta recordar lo que fue su vida en su apartamento de siempre -que él desconoce- gracias a la ayuda de su amigo Bek y de su hermana. Pero todo es nuevo, incluso su pasado. Él es uno de los mejores cantantes de blues de la escena musical estambulita. En su épico rescate de identidad una doctora le cuenta cómo transcurrió el incidente: que un día bajó de un taxi en medio de un atasco y se lanzó al turbulento Bósforo. El narrador nos da pistas de cómo se le pudo ocurrir este personaje cuando menciona, al menos en dos oportunidades, a Kurt Cobain y a Yavuz Çetin, ambos músicos suicidas. Çetin fue un cantante y guitarrista turco de blues y rock que se suicidó lanzándose al Bósforo (como Boratin en su malogrado esfuerzo). ¿Por qué desperdiciar la vida cuando se tiene todo? ¿Era acaso Estambul culpable?

En cuanto al estilo, esta novela está construida con frases cortas que hacen sentir al lector el efecto de la pérdida de la memoria porque deja una sensación de inquietud telegráfica. La novela prosigue en el intento infructuoso de recobrar los recuerdos, que no llegan: estos solo se materializan cuando son relatados por terceras personas: tenías una novia… Hasta le sugieren que cese en su empeño de recordar y que deje atrás ese mundo enterrado, pues su situación podría ser más bien un privilegio: «El espejo se guarda el reflejo para él y solo refleja el presente».

Tras el desdichado deambular del protagonista por la ciudad el narrador suelta la frase: «Estambul ya no le ofrece nada a nadie. Esta ciudad se ha ahogado en el manto oscuro de su magia del pasado y ha desaparecido». En algún momento Boratin concluye: «puedo vivir sin memoria». Valga señalar, asimismo, que estamos ante una novela librada de la intromisión de la política, salvo quizás alguna velada alusión a Erdogan: «Es ridículo que a estas alturas un político se crea un sultán».

Estambul, Estambul (2019), editado también por Minúscula, es lo opuesto de Laberinto en el sentido de que la historia tiene una carga directa contra la opresión de un Estado que tortura a los cuatro personajes principales en prisiones subterráneas de algún lugar de Estambul. Esos cuatro personajes son Demirtay (el más joven, de dieciocho años); el Doctor, el Barbero y Küheylan (el más viejo de los cuatro), a los que se agrega una quinta compañera en la celda de enfrente, una chica llamada Zine Sevda.

La celda número 40 donde están los cuatro prisioneros en el llamado «Centro de interrogatorios» (que consta de tres niveles subterráneos) es oscura, fría, pequeña; la dieta se limita a pan, agua y alguna que otra miseria comestible. Todos están flacos. El frío es tan grande que los presos tienen que juntar sus pies descalzos para darse calor. Cuando oyen que los guardias se aproximan se ponen a temblar, pensando a cuál de ellos le tocará el turno de tortura. Un día se llevan a uno; luego, más adelante, a otro; regresan golpeados y desmoralizados. La manera que tienen de sobrevivir es contándose historias: se relatan anécdotas, leyendas y pasajes, algunos ya conocidos por ellos. Cuentos nuevos o repetidos, no importa: la función es sacar la mente fuera de la prisión. La imaginación ayuda a no morir. Todos echan cuentos, aunque el Barbero sea el más callado y contemplativo. A veces las conversaciones derivan hacia hondos recorridos psicológicos.

Los primeros días teníamos la esperanza de salir de allí y unirnos a la corriente que se tragaba a los habitantes de Estambul. Pero con cada día que pasaba nuestras esperanzas se iban desvaneciendo y apagando, se habían quedado encerradas en aquella pequeña celda.

En la novela se abordan las circunstancias en que cada uno de los personajes fue apresado: por ser miembro de alguna organización o por haber participado en la ejecución de ciertas actividades en una ciudad donde está prohibido disentir. Así pues, cuenta ese momento, el espacio en el tiempo, la historia de cada quien en la que por solo unos segundos se hubieran librado de caer cautivos y de ese modo evitar que sus vidas se transformaran en un infierno. (Para el imaginario occidental esta pieza no deja de recordar el clásico Expreso de medianoche.) Los métodos de tortura son detallados de manera desgarradora y vívida: descargas eléctricas, soga, agua a presión, ojos vendados, quemaduras de cigarrillos, entre otros; a los que se agrega el sadismo psicológico de los guardias:

De repente los interrogadores me desataron las manos y los pies, me levantaron de la mesa a la que estaba atado y me destaparon los ojos. Una mujer yacía contra la pared. Estaba desnuda. Tenía cortes en todo el cuerpo. Era evidente que estaba muerta, sus labios y su pecho no hacían ningún movimiento que evidenciara signos de vida. Uno de los interrogadores se acercó a ella y le dio una patada en el estómago. Y después otra. Y otra. Después empezó a pisar los dedos de la chica para aplastarlos.

Un aspecto significativo de la novela tiene que ver con el título: ¿por qué repetir el nombre de la ciudad? Pues porque de ese modo queda implícito que hay dos ciudades: Estambul, la ciudad subterránea donde se practica la tortura, y Estambul, la ciudad de la superficie donde transcurre la vida. Pero aun esa ciudad de arriba, que se añora en la recreación de las historias y tradiciones de pueblos que permiten mantenerse con vida a los prisioneros, es a la vez motivo de conflicto para quienes habitan en ella.

Así, leemos:

Tu primer día en Estambul empieza entre dudas y temes que pueda ser el preludio de una vida llena de incertidumbres… Lo extraño de Estambul era que prefería las preguntas a las respuestas. Podía convertir la felicidad en pesadilla, o, más bien al contrario, tras una noche de desesperanza, la mañana siguiente podía amanecer llena de alegría… La ciudad de Estambul se parecía a las aguas del Bósforo, donde la corriente fluye de norte a sur en la superficie y en sentido inverso en el fondo.

Las historias que fabulan y cuentan los presos para sobrevivir son fantásticas y, al mismo tiempo, dejan una enseñanza sobre la vida, el país o la ciudad. Resultan el alimento que los mantiene vivos, un ínfimo rayo de esperanza en medio de una oscuridad permanente. El tiempo exterior de la prisión avanza en una cronología normal, pero dentro de la celda los segundos se detienen en la monotonía; muchas veces no se sabe si es de día o de noche. Hasta prefieren que si alguno ha echado un cuento que lo repita y lo varíe, no importa, qué más da si prevalece la ficción o la realidad: así pueden seguir cosechando la esperanza y simular una vida fuera de la cárcel: «¿Qué pueblo puede competir con Estambul en las adivinanzas que convierten las mentiras en verdades?».

Parecía también una mentira la fila armada para la firma de Las noches de la peste ante una mesa vacía, estática, en el Museo del Diseño de Barcelona. Se suponía que allí estaría el Premio Nobel luego de la amena, divertida e iluminadora conversación. La gente, libros en mano, no comprendía por qué Pamuk tardaba tanto. Hasta que apareció uno de los organizadores y, sorprendido, con toda la normalidad del mundo, como si fuera un hecho conocido, dijo:

-¿Ustedes no lo saben?… ¡Pamuk no firma sus libros!

En ese momento, con lo bien que me había caído, el hecho de que no firmara sus libros aumentó con creces mis respetos hacia Pamuk: se trate eso de una excentricidad, un capricho, una superstición, una expresión inédita de modestia o simplemente porque no quiere. La fila se va rompiendo en medio del asombro para salir al mundo externo donde la peste todavía existe.

Al día siguiente, sobre mi ejemplar de Estambul, Estambul, luego de la conversación con Burhan Sönmez en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, el autor, galardonado con el premio Disturbing the Peace otorgado por la Václav Havel Library Foundation, estampó unas breves líneas que bien pudieran estar dedicadas a la situación de mi país: «To Pedro: hope, dreams».


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