Perspectivas

El hombre que estranguló la ficción

16/03/2024

El miércoles 17 de enero de 2024 un hombre alto y rubio, de pelo ensortijado y bigote, de traje oscuro y camisa blanca ‒sin corbata‒ salía esposado (la mirada perdida) de las oficinas de un juez en Nueva York. Los abogados de Daniel Penny no lograron que el letrado desistiera de la acusación por homicidio involuntario en segundo grado ‒homicidio culposo‒ en la muerte por estrangulamiento de Jordan Neely, mejor conocido como el imitador de Michael Jackson.

Recuerdo haber visto a Jordan Neely (en aquel momento no sabía su nombre) en 2011: vestía chaqueta roja de estilo militar, con bordados frontales y charreteras doradas, pantalón negro hasta los tobillos, medias blancas y zapatos oscuros. Yo acostumbraba observar la vida de la ciudad; por ello me viene a la memoria haberlo visto en varias ocasiones, sobre todo en la 59th Street-Columbus Circle Station, mi estación habitual el segundo año en Nueva York tras haber vivido antes doce meses en Bleecker Street. Su parecido físico con Michael Jackson era notable, además de destacarse imitando sus movimientos al momento de darle play a un CD portátil en el que dejaba sonar «Thriller», «Billy Jean» y otras canciones. Parecía flotar en los andenes y dentro de los vagones.

El incidente por el que se imputa a Penny ocurrió el 1 de mayo de 2023. A sus treinta años Jordan Neely ‒una década más tarde de cuando solía verlo entregado a su papel de imitador de Jackson‒ corre hacia el tren de la Second Station en la línea F, la tercera estación en la isla de Manhattan, luego de cruzar el convoy de East River proveniente de Brooklyn. En el momento en que las puertas comienzan a cerrarse Neely mete su mano y las hojas se abren de nuevo. Cuántas veces vi esta maniobra, cuántas manos aprisionadas en la ciudad que nunca duerme intentando abrir puertas y destinos.

Neely entró en estado de agitación. Se quitó la chaqueta, la golpeó contra el piso y exclamó, según relatan los testigos, cosas como que no tenía dinero, comida ni nada de beber, que no le importaba ir a la cárcel y que tampoco le importaba morir. Entre los pasajeros estaba el periodista mexicano Juan Alberto Vázquez. Unos minutos más tarde habría de filmar la escena que sirvió para fundamentar la acusación.

Daniel Penny ‒un hombre de veinticuatro años que formó parte del Cuerpo de Marines de Estados Unidos‒ se encontraba en el vagón. Llevaba un morral, con su ropa de gimnasio, colgado a la espalda; vestía pantalón, suéter y gorra negros, y chaqueta militar caqui. Al percatarse de la situación, y con la convicción prematura de un vigilante, decide actuar como si se tratase de un peligro inminente. Se lanza contra Neely, lo lleva al piso, hace una maniobra con las piernas para dejarlo inmovilizado, atrapa el cuello del hombre con su brazo izquierdo en forma de “V” invertida hasta bloquearlo con su brazo derecho como palanca selladora.

El estrangulamiento

La estación siguiente de Second Avenue es Broadway-Lafayette. Al detenerse el tren y alguien halar la señal de emergencia las puertas del vagón quedan abiertas y el convoy se detiene por completo. En ese momento la mayoría de la gente sale del vagón. Penny somete a Nelly, quien solo logra mover sus piernas con esbozos epilépticos. No estaba vestido de Michael Jackson ‒hacía tiempo que había comenzado su declive personal‒ sino de pantalón vaquero y camiseta blanca. Nelly no logra zafarse del brazo apalancado del marine. Dos personas parecen querer ayudar a Penny, pero se les nota torpes y confundidos (uno era blanco y el otro negro).

Juan Alberto Vásquez sale del vagón con intención de tomar los pasillos que conectan Broadway-Lafayette con la línea 6 de la estación Bleecker. De hecho, luego de varias reformas, que duraron una eternidad, la estación pasó a llamarse Broadway-Lafayette/Bleecker Street, con conexiones con las líneas 6 (la verde) y las líneas B, D, F y M (las anaranjadas). Vásquez observa lo que ocurre desde el andén a través de los ventanas del coche. Desde la plataforma de la estación la gente gritaba: “¡Llamen a la policía, llamen a la policía!”. Explican al conductor del tren lo que sucede y este escupe por los parlantes: “¡Policía, policía!”. Ningún agente aparece. Entonces Vásquez comienza a filmar.

Neely ofrece menos resistencia, su cuerpo se relaja. Se oyen unos gritos: “Suéltalo, déjalo ir, no puede respirar”. Vásquez logra hacer tres videos: dos fuera del tren y uno dentro. Desde la plataforma de la estación la gente continúa gritando: “¡Llamen a la policía, llamen a la policía!”, pero nadie se presenta.

Son las dos y treinta de la tarde del lunes 1 de mayo de 2023. La mirada del imitador de Jackson se apaga con lentitud. Se oye un grito dentro del vagón: “¡Se cagó en los pantalones!”, algo que a veces pasa cuando una persona se halla en tránsito hacia la muerte. El cuerpo de Neely está inmovilizado, ido del mundo. Pese a ello la maniobra prosigue, el ex marine no lo suelta. Según la parte acusadora el estrangulamiento duró unos sólidos seis minutos. En general, se estima que una persona solo puede sobrevivir de dos a tres minutos sin respirar. Jordan Neely no era invencible, como el título del último álbum de Michael Jackson.

Juan Alberto Vásquez va a la cita que tenía prevista y hace el trasbordo a la línea 6. Vásquez es un periodista que vive en Nueva York desde 2017. Investiga sobre cinco familias tlaxcaltecas dedicadas al proxenetismo. Es autor del libro Los padrotes de Tlaxcala, donde indaga sobre la esclavitud sexual en Nueva York, publicado diez días más tarde del incidente del que fue testigo. Entre sus trabajos destaca haber cubierto el juicio al «Chapo» Guzmán. Con todo, pensó que el asunto del metro no había tenido consecuencias fatales y que el sometido se hubiese simplemente desmayado; por ello esa noche sube los videos a su página de Facebook con nombre evocador: «Luces de Nueva York».

Casi de inmediato las secuencias se viralizan y se convierten en piezas fundamentales para sustentar la acusación contra Daniel Penny, a quien la policía, luego de un primer interrogatorio y sin tener el dictamen forense respecto de que se había tratado de un homicidio, deja en libertad. La identidad de la víctima voló por los medios de comunicación el 1 de mayo, una vez declarado muerto en el cercano hospital Lenox Health Greenwich Village. La identidad del estrangulador, por el contrario, quedó en el anonimato y bajo cierto secretismo durante cuatro tensos días hasta que fue divulgada el 5 de mayo. ¿Acaso porque se trataba de un ex miembro del Cuerpo de Marines?

Sabemos de la fauna que habita el metro de Nueva York, la cual raramente propicia episodios violentos. En opinión de Vázquez: «Si le preguntaras a cien personas qué se atreverían a hacer en una situación como la que vivimos, el noventa y ocho por ciento nunca hubiera actuado de esa manera (como lo hizo Penny al someter a Neely). Habría que esperar mayores gestos o acciones que mostraran una verdadera agresión». Ninguno de los testigos a bordo del vagón indicó que Neely haya puesto una mano a alguien, por lo que la embestida física del marine parece desproporcionada. Más en una ciudad como Nueva York, con tantos indigentes con problemas psiquiátricos, lunáticos, extraviados, desempleados maltrechos y vagabundos que nunca, prácticamente nunca, agreden físicamente a una persona. Por más paradójico que parezca las personas con estas características, por lo general, se comportan de manera civilizada. Sello neoyorquino.

La vida del imitador

Hasta los doce años de edad y a pesar de haber pasado temporadas en lugares precarios, incluyendo refugios para sin techo, Jordan, hijo único, vivía en una casa en Bayonne, Nueva Jersey, con su madre Christie Neely y el novio de esta, Shawn Sutherland. Se podría decir que llevaba una vida de niño normal: el bus del colegio lo buscaba cada mañana, tenía un Play Station, un aparato de CD y una bicicleta en el jardín. El único problema era que Sutherland era celoso, acosaba a la madre en su lugar de trabajo y cerraba con candado la puerta de la habitación de la pareja para que Jordan no pudiera entrar.

En abril de 2007, cuando Jordan tenía dieciséis años, luego de varios días desaparecida, su madre fue hallada, descuartizada, dentro de una maleta en la Henry Hudson Parkway, del Bronx. Shawn Sutherland estuvo fugado más de un año hasta que fue capturado en Philadelphia. Fue sentenciado a treinta años de prisión. Una ironía: antes de descuartizar a Christie, Shawn la había estrangulado. Su madre en 2007 y Jordan en 2023: ambos murieron de la misma forma.

Jordan se convirtió en huérfano de madre; ya lo era de padre, pues Andre Zachery se había desentendido de su hijo hacía años. Pasó un tiempo en casa de la mejor amiga de su madre, Karon Kasse. Deja de asistir a clases y se comporta de manera extraña, perdido, como sin rumbo. Decía que extrañaba a Christie. Se establece con sus abuelos donde tampoco dura mucho tiempo. Un día, en alguna calle de Nueva York, vio la actuación de un grupo de breakdancers dirigidos por un tal Dayme Blizzard.

Luego de ver la perfomance de Michael Jackson hecha por Jordan, Blizzard percibe en el muchacho una oportunidad y lo lanza como imitador del «rey del Pop». Neely lo hace tan bien que entre 2009 y 2012 (años en los que, por coincidencia, estuve en Nueva York) se convirtió en una suerte de celebridad subterránea en las entradas, andenes y vagones del metro de la ciudad. Los turistas se tomaban fotos con ese chico talentoso tan parecido a Jackson. Paradójicamente, la muerte de Michael Jackson en 2009 incrementó la fama de Neely al revivir al ídolo pop en la subterránea vida neoyorquina. Una ficción con destino fatal.

Pero ciertos ascensos suelen precipitar caídas abruptas. Un muchacho de por sí introvertido y con tendencia a la depresión, afectado por el trauma del asesinato de su madre, quizás no tuvo la entereza de resistir la tentación del consumo de drogas, algo que lo empezó a perjudicar seriamente cayendo en estados psicóticos, disociados, en particular por el consumo de una suerte de marihuana sintética llamada K2 cuyos efectos se confunden con los de una temporal esquizofrenia.

A partir de 2012 Neely fue hospitalizado varias veces. Se presentaron reportes de conductas agresivas mientras personificaba, ya torpemente, a Michael Jackson. En unas cuantas ocasiones debió ser arrestado por posesión de K2. Deambulaba entre refugios, hospitales y cárceles. Pasó a estar bajo protección del Bowery Residents’ Committee, una organización encargada de orientar a los desposeídos.

En el 2016 Neely fue denunciado por mostrar conductas violentas, como exhibir su pene a una mujer a las cuatro de la mañana en el metro, donde a veces dormía, de ida y vuelta, como hacen muchos indigentes en Nueva York. Así que su declive personal no estuvo exento de actos agresivos. Jordan entró en la nada laudatoria lista de los cincuenta homeless más problemáticos de la ciudad: los sin techo que entran y salen con frecuencia de psiquiátricos, refugios y cárceles. Esta lista la publica el Department of Homeless Services, una organización sin fines de lucro cuya misión es ofrecer atención a las personas sin hogar que se encuentran en mayor riesgo. Se dice que este tipo de sistema de cuidado es, más bien, una puerta giratoria: el homeless es hospitalizado, se estabiliza, lo ponen en la calle, cae de nuevo, es hospitalizado, se estabiliza, de nuevo a la calle.

A todo esto se sumó la pandemia. Los hospitales encargados de rehabilitar temporalmente a las personas con trastornos mentales, como el Bellevue, fueron desalojando a los pacientes psiquiátricos para dar camas a los enfermos de covid. La condición de Neely siguió empeorando. En julio de 2020 fue visto alterado y sin camisa en una plataforma del metro y fue llevado al Queens General Hospital. En junio de 2021 agredió a una vecina del East Village porque la mujer se le quedó mirando. Estaba detenido, con hambre, frente a una tienda de víveres y la golpeó en la cabeza. Más tarde, en noviembre de 2021, agredió a otra dama y lo sentenciaron a siete años de cárcel.

Neely fue encerrado en la prisión de Rikers, donde la mitad de la población sufre trastornos psíquicos. Rikers funciona, de facto, como el psiquiátrico más grande de la ciudad. Estuvo detenido quince meses en la sección SMT (Enfermedades Mentales Severas). Paradójicamente, la cárcel le hizo bien: era educado, se comportaba de manera amable, participaba en talleres de arte y no consumía el K2 que circulaba en la cárcel. De hecho, confesaba sentirse mejor encarcelado que en la calle.

El 3 de febrero de 2023 Neely estuvo en un juzgado por los hechos de 2021 bajo el novedoso programa «Alternativa al encarcelamiento». Si se declaraba culpable del cargo y se comprometía a seguir los programas de rehabilitación se le borraría el crimen de su historial. Aceptó el trato. Se le advirtió que, de no cumplirlo, le mandarían una orden de arresto por el tiempo que quedaba de la sentencia. Desaparecido tras romper su palabra, se emite la orden de captura el 23 de febrero de 2023. El 8 de abril participa en un incidente violento en Coney Island y se salva de que no se lo llevaran al no reconocerlo los policías.

Antes de su muerte, Jordan Neely había sido encarcelado cuarenta y dos veces. En el fondo, aunque huía del arresto, la cárcel lo estabilizaba al tener un sitio donde dormir, comida asegurada y la posibilidad de una rutina. Tal vez ello pudiera explicar la manera agresiva en la que abordó aquel vagón de la línea F del metro el 1 de mayo de 2023, un extraño modo de implorar que lo llevaran a la cárcel.

Ahora bien, el ex miembro del Cuerpo de Marines, Daniel Penny, no sabía nada del historial de Jordan Neely cuando se abalanzó para someterlo y causarle la muerte. Penny fue acusado de homicidio involuntario en segundo grado y de homicidio negligente criminal el 11 de mayo de 2023 por Alvin Bragg, el fiscal del Distrito de Manhattan. Penny entregó una fianza de cien mil dólares y se le puso en libertad. Un mes más tarde, el 14 de junio, un jurado confirmó la acusación que se le imputaba. Esta decisión fue apelada y negada el 23 de enero de 2024 por el juez Maxwell Willy y se impuso un juicio con fecha de inicio el 20 de marzo de 2024, a lo que seguirá una sentencia definitiva por parte de un jurado.

El otoño del marine

Daniel Penny tenía veinticuatro años cuando estranguló a Jordan Nelly en la estación Broadway-Lafayette. A pesar de su edad, los medios de comunicación lo llaman «veterano» solo por el hecho de haberse retirado de la milicia. Tras graduarse en bachillerato, Penny entró al Cuerpo de Marines en 2017. Estuvo destacado en Jacksonville, Carolina del Norte, entre 2017 y 2021.

Durante sus cuatro años con los marines se desempeñó como líder de escuadrón de infantería y como instructor de sobrevivencia bajo el agua. Afirma que, tras su experiencia militar, descubrió la necesidad de comunicarse con distintas personas de varias partes del mundo. En un post en las redes se define como «carismático, aventurero y auténtico». Señala que el incidente nada tenía que ver con la raza y que «pensaba pronto realizar un viaje a África». Dejó el cuerpo en plena pandemia y no luchó en ninguna guerra, aunque estuvo en misiones de entrenamiento en algunos países.

Antes de unirse a los marines su gran pasión era hacerse con una tabla de surf y lanzarse al mar para combatir olas. Trabajó como vendedor en una tienda de implementos deportivos marinos y en una cadena de hamburguesas. En su perfil también aparecen varias fotos en excursiones de montaña. Sus abogados dicen que ahora estudia arquitectura.

En una declaración a la cadena Fox News, Penny indicó haberse inspirado para su acción bajo tierra en el sobreviviente del holocausto Eli Wiesel, quien tenía la certeza de que la gente buena no perjudica a las demás personas. Penny se escuda en considerarse, justamente, una buena persona y afirma que estranguló a Neely para prevenir que atacara a otros pasajeros. Este argumento parece worth a penny.

Tras divulgarse el caso el marine ha recibido apoyo económico de organizaciones de derecha hasta reunir tres millones de dólares para su defensa. Se trata de donaciones que provienen, por ejemplo, de Vivek Ramaswamy, excandidato republicano, o del cantante Kid Rock. Esos fondos le han servido para contratar a quien fuera el contendor principal del actual fiscal del estado de Nueva York. El abogado defensor de Penny es Thomas Kenniff, un veterano de la guerra de Irak que llegó al rango de mayor de la Guardia Nacional y que sería candidato republicano para el cargo de abogado del distrito de Nueva York, elección que perdió en 2021: apenas logró el 16.3% de los votos. Su contrincante, el demócrata Alvin Bragg, obtuvo abrumadora mayoría: 83.6%. Bragg es, precisamente, el acusador de Daniell Penny, a quien intentará procesar por homicidio.

Amnistía Internacional condenó el hecho como una tragedia sin sentido. Varias protestas tomaron las calles de Nueva York durante días, así como el andén de la estación Broadway-Lafayette con el fin de clamar justicia. En una de esas concentraciones los manifestantes se lanzaron a los rieles del tren de una estación. Qué iba a imaginar el imitador de Michael Jackson que su caso llegaría a ser importante en el discurso de Eric Adams, alcalde de Nueva York (a quien se consideró, al principio, de ambigua posición respecto de lo ocurrido); de la congresista y activista civil, de origen puertorriqueño, Alexandria Ocasio-Cortez; o del reverendo Al Sharpton, activista de los derechos civiles que recordó el caso de Bernhard Goetz, quien disparara a cuatro jóvenes negros en una estación de metro en 1984. Sharpton, al momento de presidir el funeral de Jordan Neely ‒que atrajo personas vestidas al estilo de Michael Jackson‒, dijo que «cuando estrangularon a Jordan pusieron sus manos alrededor de todos nosotros».

La maniobra de estrangulamiento que practican los marines, para las cuales son entrenados en el boot camp, es la llamada blood choke (ahogo de sangre). Hay dos tipos de blood choke: el rear choke (estrangulación desnuda) y el figure four variation (variación de la figura cuatro). Ambas están diseñadas para restringir el paso de oxígeno del cuerpo al cerebro por las carótidas en ambas partes del cuello. Si se ejecutan correctamente el oponente debe quedar inconsciente entre ocho y trece segundos. Es decir, se trata de una maniobra no letal para detener una pelea.

Penny, pese a haber recibido entrenamiento, no ejecutó un blood choke sino un air choke (estrangulación de aire) que comprime el cuello y que toma mucho más tiempo (minutos) para que el adversario pierda la conciencia. Alex Hollings, marine retirado cinta negra, considera que la maniobra de Neely fue chapucera, excesiva y desproporcionada.

La llave de Penny no se recomienda para el combate ni es parte del entrenamiento, afirma Hollings. Dice que Neely ha debido ejecutar la estrangulación por sangre y no por aire. Al estudiar los videos indica que las manos de Penny están colocadas de manera incorrecta y que la posición en general no es la adecuada. Tan desmañada fue que Jordan Neely siguió batallando varios minutos y ello, según se explica, porque al practicar un estrangulamiento de aire y además parcial y mal ejecutado seguía llegando algo de oxígeno al cerebro de Neely, como un globo que se desinfla con lentitud. Hollings supone que de haberlo soltado unos treinta segundos antes no habría muerto.

La ficción estrangulada

La estación donde ocurrió el estrangulamiento de Jordan Neely es la misma que da título a mi novela Broadway-Lafayette: el último andén. Mientras estuve en Nueva York una de mis obsesiones fue observar, estudiar, indagar la vida de los sin techo, las personas sin hogar, los vagabundos. Sobre todo el primer año, cuando vivía en Bleecker Street con Bowery (la legendaria y antes deprimida calle que congregaba la mayor cantidad de indigentes en otras décadas). Iba a los sitios donde se juntaban o, si detectaba uno que me llamara la atención por sus hábitos en un lugar específico, me detenía a observarlo, como aquel que me parecía un chamán y que se sentaba entre los edificios de la Universidad de Nueva York.

Estuve en hogares y refugios que cobijan a los sin techo, leía novelas de ficción y no ficción, ensayos y artículos sobre el tema. Cuando podía, conversaba con ellos, incluso a cambio de algunos billetes de baja denominación. Me tenía atrapado la idea de la línea frágil de la que hablaba E. B. White en su breve y célebre ensayo Esto es Nueva York, y que aparece como epígrafe de la novela: «Puede destruir a una persona o satisfacerla, dependiendo en gran medida de la suerte. Nadie debería venir a vivir en Nueva York a menos que tenga la intención de ser afortunado».

En Broadway-Lafayette uno de los personajes principales es Scott Ferguson, un homeless artista que dibuja, en blanco y negro, los rostros de los neoyorquinos que él siempre ve en forma de “S” y que agrupa en una serie que llama «La legión de los sufridos». Tras trajinar por distintos refugios, Scott se hizo con una cueva-dormitorio de tres por cuatro metros dentro del oscuro túnel de la estación Broadway-Lafayette. Allí llegaba a dormir luego de vagar por la ciudad, intentar vender sus dibujos y dar ocasionales cabezadas en el tren de la línea D, zarandeado entre los extremos de Coney Island (Brooklyn) y el Bronx. De día o de madrugada regresaba a su refugio y hacía sus dibujos bajo el haz de una lámpara que, con electricidad robada, iluminaba el lugar. Hasta esa morada arrastró a uno de los dos personajes centrales de la novela, Cristina Mendoza.

Por su parte, Cristina Mendoza había cursado un doctorado en la Universidad de Nueva York y su interés principal era la vida de los sin techo. Escribía lo que consideraba sería la gran novela sobre la vida de los homeless. Ella, mi personaje, escribía sobre lo que yo escribía. En su afán investigativo accede a ir hasta la cueva dormitorio de Scott en la estación Broadway-Lafayette. Se ha terminado su visado de estudiante y debe regresar a Venezuela. Como quiere despedirse de la ciudad su esposo, Andrés Carvajal Meneses, se va antes para preparar su llegada y recibirla en las mejores condiciones posibles, a pesar del deterioro en su país natal al que Cristina considera hostil. Pero ella no regresa, por lo que Andrés vuelve a Nueva York y emprende una frenética búsqueda para encontrarla.

Todo esto lo he referido por la relación que, providencialmente, observo entre Jordan Neely y Scott Ferguson: uno en la realidad, el otro en la ficción. Ambos son artistas: uno músico y bailarín; el otro, dibujante. Ambos han llevado una vida accidentada que los hizo cruzar la delicada e invisible línea en la que un día dejas de tener hogar y te conviertes en sujeto de la calle. Me causó escalofrío pensar en la parte final del título de mi novela: «el último andén». Broadway-Lafayette fue el último andén de Jordan Neely, así como lo es central en torno al drama novelesco de Scott, Andrés y Cristina.

El juicio final

El 17 de enero de 2024 el juez Maxwell Wiley rechazó, según dijimos, la solicitud de desestimar el juicio. Un intento de los abogados de Daniel Penny al declarar a su defendido no culpable de homicidio involuntario en segundo grado y de homicidio negligente criminal. Al negar esta petición el juez admite que hay suficiente evidencia para demostrar que el ex marine actuó con imprudencia y negligencia criminales; el magistrado basa su argumento, principalmente, en el video filmado por el periodista Juan Alberto Vásquez, y en la conclusión del médico forense al dictaminar que hubo homicidio.

Penny debe regresar a la corte el 20 de marzo de 2024, a lo que seguirá un juicio en el que se resolverá si es culpable de los cargos que se le imputan. El caso Neely-Penny ha puesto sobre la mesa las luchas de poder y de visiones contrapuestas del mundo: un aspirante a fiscal de distrito como abogado de defensa contra el actual fiscal que le ganó ese puesto; los discrepantes puntos de vista de demócratas y republicanos; la eterna tensión entre negros y blancos; el impacto de la recaudación cuando se trata de causas vinculadas con una supuesta supremacía blanca contra la precariedad de los afroamericanos y de los llamados browns; la visión del mundo militar contra lo civil, que incluye un posible cuestionamiento respecto de qué tan bien son entrenados los miembros de esa corporación; la real eficiencia de los sistemas de atención a las personas sin techo. Y, claro está, cómo la realidad estrangula la ficción.


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