Entrevista

Enrique Krauze: “Lo único que quiero conservar en México es la democracia y la libertad”

Enrique Krauze retratado por Gabriel Bouys | AFP

04/10/2020

A veces miramos a México y empezamos a ver los síntomas de la misma enfermedad que tiene a Venezuela en terapia intensiva. Un presidente refractario a la crítica, que controla el poder de forma personal e invade el espacio público con un programa similar a «Aló, presidente», el cual se transmite de lunes a viernes –en promedio dos horas y media–, con un manejo de las redes los fines de semana a cargo de un ejército de seguidores que bombardean a los cibernautas con propaganda oficial.

También están los ataques a los intelectuales y a los medios por nombre y apellidos. Diría el finado Hugo Chávez, citando a Juan Gabriel: Amlo (Andrés Manuel López Obrador) «te pareces tanto a mí, que no puedes evitarlo», pero nuestra percepción es superficial y por tanto errada. Hay un contexto histórico, una trayectoria política y cultural, una demografía social que dinamita cualquier comparación. Sin embargo, hay matices, quizás coincidencias, en ese espejismo que es América Latina.

Quien habla esta vez es Enrique Krauze*, el director de Letras Libres, una publicación de línea liberal, crítica del gobierno del presidente Manuel López Obrador. En la línea del horizonte hay dos pilares muy importantes que sostienen la democracia en México. Uno. El término del mandato presidencial. Seis años. Sin posibilidad de reelección. Dos. Lo distintivo del militarismo entre ambos países. No hay un maridaje como el que hubo en Venezuela con Hugo Chávez. «Veo remoto, muy remoto que lo haya», dice Krauze. En su defensa, expone la vitalidad e independencia de la revista que dirige (Letras Libres) y su propia obra como intelectual, más de 20 libros y los miles de artículos y ensayos publicados en El País, en The New York Times, en The New York Review of Books, en la prensa internacional y de su país, a lo largo de 50 años de trayectoria. «La prueba está en mi vida intelectual. Por eso quieren golpearla. No van a acallarla, porque sería como borrar la historia».

¿Quién es Manuel López Obrador a estas alturas de su presidencia?

Es el mismo mesías tropical que describí en un artículo en 2006. Un líder populista, pero con una especie de imantación mesiánica, que ha concentrado el poder ejecutivo como ningún otro presidente lo había hecho en mí país, con una extraña y desconcertante vocación de destruir las instituciones. México, con todos sus defectos, es y ha sido un país de instituciones.

¿Cómo ha concentrado el poder López Obrador?

De manera absolutamente discrecional, sin compartirlo con nadie; ni siquiera con sus ministros. Es decir, es un poder que se ejerce de manera personal sin siquiera cuidar las formas como se hizo en los tiempos del PRI (Partido Revolucionario Institucional, que gobernó México durante 70 años). López Obrador tiene un liderazgo carismático y un manejo de los medios, hasta el punto de que en México tenemos una especie de «Aló, presidente», pero todos los días. Salvo sábados y domingos, cuando el presidente transmite a través de videos por Facebook. Además, tiene un ejército de personas que propaga sus mensajes. El control de los medios de comunicación, salvo un sector importante de la prensa escrita y en línea, es muy fuerte.

López Obrador ha militarizado el problema de la seguridad y les ha dado contratos a los militares. Sabemos que el militarismo es una peste que ha recorrido a América Latina, casi desde la independencia hasta el presente. ¿Qué matiz introduce López Obrador en su relación con los militares?

México es distinto a América Latina en cuanto al militarismo. Es más agudo en Venezuela y, en general, en Suramérica. El ejército mexicano tiene un origen más popular, del siglo 20, posterior a la revolución mexicana. Además, en 1946, de manera absolutamente pacífica, los generales cedieron el poder a los civiles. Desde entonces, México ha tenido gobiernos civiles. Digamos que la supeditación de los militares al poder civil es más antigua y profunda en México, que lo que ha sido en América Latina. López Obrador ha introducido un cambio en esto, porque ha sacado a los militares de sus cuarteles dándoles contratos de diversa índole y encomiendas de seguridad que no tenían en el pasado. Tenían una labor en el aspecto de la seguridad, pero no en esta dimensión. Sí, es desconcertante y preocupante. Pero quiero aclararle que esa influencia yo la veo todavía lejos del grado de maridaje que por desgracia ha llegado a tener en el caso venezolano, entre otras cosas, por lo que ya le dije, el ejército tiene un lugar distinto en la historia de México.

En una ocasión le escuché decir a Simón Alberto Consalvi: «ya sacaron a los militares a la calle, vamos a ver quién lo mete en los cuarteles».

Nadie me va a acusar de optimista, pero quiero decirle que es desconcertante para el propio ejército todas las tareas que se le están asignando. Estoy seguro de eso. Porque son abrumadoras. Porque los rebasan. Yo creo que un sexenio son pocos años para que se aclimate una tentación de los militares de ejercer directamente el poder. Eso lo veo remoto, muy remoto.

¿Resucitó el viejo PRI en México?

No. Lo que resucitó es una mutación todavía más preocupante del PRI. Bajo el dominio del PRI, cada seis años, entraba un nuevo presidente, pero ese presidente no era dueño del PRI. López Obrador es el dueño de Morena y ejerce el poder de una forma absoluta y total, con una concentración, digamos, que no se veía ni siquiera en tiempos de Porfirio Díaz. El PRI era un condominio del poder y el presidente tenía que negociar con las secciones obreras y campesinas del PRI. López Obrador no tiene que negociar con nadie. Ejerce el poder porque tiene al Congreso completo, porque tiene ese ímpetu autoritario, inconfundible. Yo diría que, por momentos, francamente tiránico. Entonces, no. La respuesta es esta mutación. Es más bien un caudillismo presidencial carismático que nunca habíamos visto en México, porque el carisma del presidente de turno, cada seis años, no tenía ninguna importancia. Lo importante radicaba en que era una figura institucional llevada al poder, cada seis años, por la maquinaria del PRI.

Bajo los regímenes autoritarios, los medios de comunicación terminan siendo catalogados, etiquetados, como «enemigos». Empieza un proceso de deterioro de la libertad de expresión. ¿Cómo se manifiesta el control sobre los medios de comunicación en México?

La televisión sigue siendo un medio de comunicación muy importante. Existe la televisión privada y la pública. La privada es abrumadoramente más vista que la pública. Digamos que en una proporción 90 a 10, incluso más. Pero la televisión privada tiene muchas limitaciones, porque se trata de concesiones expedidas por el gobierno que, en cualquier momento, las puede cancelar. Entonces, la televisión privada en México es muy cautelosa, para decirlo suavemente, en su trato con López Obrador. No diría que es elogiosa, pero es enormemente cautelosa. La radio es más libre, pero de cualquier manera se cuida, porque se trata, igualmente, de concesiones. En donde hay mayor libertad es en la prensa escrita, tanto en las ediciones de papel como en las ediciones en línea, pero tienen una penetración limitada, si se las compara con la televisión o la radio. Agréguele usted el programa del presidente, de lunes a viernes, son dos horas y media. López Obrador está presente en la atmósfera mediática, mucho más en estos días y aún cuando no había pandemia. Esa omnipresencia se traduce directamente en poder, porque hay millones y millones de personas que no tienen acceso a otros medios, que no sean los canales de televisión. Ahí ven todo el día y a toda hora al presidente.

¿Qué ocurre con los medios críticos al gobierno de López Obrador?

Existen, desde luego, algunos de muy limitado acceso como mi propia revista Letras Libres, que claro, es blanco de los ataques del presidente, porque el poder absoluto, siempre y desde siempre, recela de la opinión independiente. Yo he ejercido la crítica independiente, la crítica del poder, por 50 años. Todo está consignado en mis libros, en miles de artículos, programas de televisión, intervenciones radiofónicas. Está en Youtube. Es decir, no pueden borrarlo. Pero el presidente ha querido señalarme a mí y a otros, de una manera que yo considero injusta, difamatoria, tratando de presentarme como un intelectual orgánico de los regímenes, de los gobiernos anteriores. Basta ver mis artículos en The New York Times, en El País, en la prensa internacional, para darse cuenta de que eso es mentira. Siempre he sido independiente y siempre he sido crítico. Pero el presidente acumula poder, digamos, deslegitimando o tratando de deslegitimar a sus críticos. No es el primer líder que lo intenta, ¿no?

El presidente López Obrador lo tilda de «conservador» y dice, además, que «no puede haber medias tintas». «O se está con la cuarta transformación o se está en contra». ¿Esa referencia personal y ese emplazamiento qué opinión le merecen?

La palabra conservador la acuñó él para que resuene en los oídos de los radioescuchas o de los televidentes como un sinónimo de lo que en el siglo XIX fue la lucha entre liberales y conservadores. Pero yo soy un liberal y lo he probado toda la vida. Yo lo único que quiero conservar en México es la democracia y la libertad. De modo que es, simplemente, una forma de desacreditar al resto. En cuanto a la frase «se está con la cuarta transformación o se está en contra», le recuerdo a usted las palabras de Fidel Castro: «Con la revolución todo, contra la revolución nada» …nadie. Es exactamente lo mismo.

El presidente Zedillo impulsó un proceso de transición para que un partido distinto al PRI llegara al poder. Había cierta esperanza de que en México se fuera a fortalecer la democracia pluripartidista. Pero creo que los gobiernos del PAN no pudieron darle continuidad a esa política de Zedillo. ¿Qué ocurrió con la transición en México?

No. Yo no estoy de acuerdo con usted. Todos los gobiernos son decepcionantes. El de Fox y Calderón lo fueron y en muchos sentidos, pero en otros no. Fueron gobiernos inexpertos después de 70 años de dominio del PRI. No tenían ni los equipos ni la experiencia. No olvide que frente a ellos estaba López Obrador muy fuerte y también el PRI. Había una competencia fuerte, no había mayoría en la cámara. Es decir, aquello era un juego democrático de verdad, a pesar de lo cual ambos gobiernos salieron bien calificados en las encuestas. Hubo continuidad democrática. No. La responsabilidad del desastre la tuvo el PRI, la tuvo Peña Nieto, porque cuando los ciudadanos de México votan mayoritariamente en 2005 por Peña Nieto, esa era la oportunidad de oro, histórica, para el PRI, para poder reconciliarse con el país. Peña Nieto tenía todo para hacer un excelente gobierno y sólo tenía que cumplir con dos cosas: ser sensible a las necesidades sociales –que no lo fue, como debería– y, sobre todo, no ser corrupto. Bueno, también sabemos que no lo fue. Y eso le costó no sólo la presidencia al PRI, probablemente le costó la vida al PRI. Lo que ocurre es que el PRI sigue existiendo porque en realidad la gestión por dos años de López Obrador ha sido tan negativa –en materia económica, en salud y en cuanto a la violencia–, pues que el PRI sobrevive. Hubo continuidad, Zedillo, Fox, Calderón, y luego una alternancia hacia el PRI. Si Peña Nieto hubiese hecho un gobierno con rectitud, diría que con eso, creo que hubiera valido para que el país hubiese seguido construyendo, poco a poco, la democracia.

Claramente, estamos hablando de un gobierno autoritario en México. La pregunta es: ¿Está en peligro la democracia? ¿Está en peligro la libertad?

Son dos cosas distintas, ¿verdad? Aunque siempre juntas. El Instituto Nacional Electoral es una institución que yo considero sólida. Y creo que va a salir adelante en la prueba que va a tener (julio 2021, cuando se realicen elecciones en varios estados y elecciones de diputados federales y locales). Creo que en el sentido puramente electoral, la democracia mexicana va a resistir. Ahora bien, la libertad ya está haciendo acotada en la medida en que no existe un clima de libertad de expresión real, porque hay una realidad asimétrica: el presidente tiene una tribuna en toda la nación y los críticos tienen tribunas personales en los medios, muy limitados. En ese mismo sentido, el votante mexicano, creo yo, puede que no tenga los elementos de juicio necesarios para poder ver con claridad y juzgar bien las alternativas. Octavio Paz decía que «la democracia sin libertad es tiranía y la libertad sin democracia es una quimera». Es una frase muy bonita y es una frase cierta. Yo creo que estamos teniendo en México una situación donde pervive la democracia, pero una situación de libertad muy comprometida. Sin libertad, la democracia puede ser tiranía.

¿Podemos hacer un balance entre libertad y democracia?

En un régimen democrático, el 99 por ciento de la población no tiene derecho de oprimir al 1 por ciento. En México, López Obrador quizás tenga todavía más del 50 por ciento de aprobación, pero le aseguro a usted que en una democracia no puede tener el derecho de desacreditar, difamar, calumniar y acallar a casi el 50 por ciento del país. Sí, es una situación comprometida, difícil. Nunca en México habíamos tenido una concentración de poder en una sola persona como la que tenemos ahora; como historiador eso se lo puedo asegurar.

No sólo es un ataque contra Enrique Krauze, también a otros intelectuales y a la revista Nexos. Se habla de privilegios, de pautas publicitarias, de conchupancias con los antiguos gobiernos. ¿Qué hay de cierto en esto? 

Es completamente falso. Yo puedo hablar por Letras Libres, una revista que nunca ha tenido más del 15 por ciento de sus ingresos provenientes de anuncios oficiales. Nunca. Deliberadamente yo quise que fuese así. Hubiera querido que fuera cero. Pero en fin, aún los medios más radicales como Proceso o La Jornada siempre tuvieron publicidad oficial, en una proporción mucho mayor de la que tenía Letras Libres. No había nada de malo en tener anuncios de bellas artes, de conciertos o exposiciones, porque la cultura en México siempre ha tenido un componente oficial a lo largo del siglo XX y las instituciones oficiales se anuncian en las revistas y en los periódicos. Yo, sin embargo, quise que esa presencia no fuese mayor del 15 o 20 por ciento. ¿Por qué? Porque me hubiese restado independencia. Tenemos sobre todo patrocinios, patronazgos privados, suscriptores y lectores. Basta ver la página de Letras Libres y usted puede ver toda la transparencia de nuestros ingresos y puede ver también la cantidad de números que dedicamos a criticar al PAN y al PRI y a todos los gobiernos anteriores. Creo que con esto le estoy contestando lo que corresponde a Letras Libres. Los anuncios son lo más público posible, lo más público que hay. El gobierno contrata un anuncio y está en la contabilidad de la revista, así como en la contabilidad del sector público. ¿Qué puede haber más público? Nunca hubo ningún tipo, en lo absoluto, de arreglo debajo de la mesa o de componendas. Jamás me hubiera prestado a eso.

El Fondo de Cultura Económica es el sello editorial por excelencia de México. El reservorio del pensamiento económico, político y social de América Latina. Hay dudas sobre su trascendencia y vigencia en manos de su actual director, Paco Ignacio Taibo II, quien además lo ha atacado a usted. ¿México va a malbaratar esa herencia, esa capacidad de influir en el continente?

No sólo está malbaratando al Fondo de Cultura Económica, lo está destruyendo. Yo fui discípulo y biógrafo de Daniel Cosío Villegas, que fue el Fundador del Fondo de Cultura Económica, en 1934. Así que conozco esa historia muy cerca. Es una institución que le dio prestigio y honor a México, sobre todo, diría yo, en las décadas que van de 1940 a 1970, porque después entraron administraciones que vivieron de las glorias del Fondo. Y, sin embargo, el Fondo ha tenido siempre, valga la redundancia, un fondo editorial muy valioso. El Fondo publicó a Juan Rulfo, a Octavio Paz, tantos otros. La cultura humanística de América Latina le debe muchísimo al Fondo de Cultura Económica. Entonces, esa institución que tiene 86 años de vida, se pone en manos de un hombre que no la entiende, que no la respeta, que no la cuida y que la está destruyendo. Es muy doloroso, pero es un emblema, un símbolo de lo que estamos viviendo en México. Yo defiendo la cultura libre y subrayo esas dos palabras. Trabajé 23 años con Octavio Paz en la revista Vuelta, luego fundé la revista Letras Libres que lleva 22 años, juntos ya son 45 años de continuidad y se trata de empresas de cultura libre, que pudieron tener anuncios del gobierno, pero que nunca dependieron del gobierno. A eso se debe su vitalidad. Por fortuna existen, Ramdom House y existe Planeta y muchas otras editoriales que no dependen de los gobiernos. Al Fondo le ha pasado lo que a las grandes colecciones venezolanas del pasado. ¿Dónde quedó la Biblioteca Ayacucho? ¿Dónde quedó Monte Ávila? ¿Dónde quedó ese gran esfuerzo cultura de Venezuela en los años 70 y 80?

No puedo dejar de preguntarle por Venezuela. Está el informe de la Comisión de Determinación de Hechos de Naciones Unidas y también la propia situación política, económica y social del país. ¿Qué reflexión haría sobre Venezuela?

Yo me acerqué a Venezuela, tenía amigos venezolanos muy queridos que viven en México, como el grandísimo escritor (fallecido) Alejandro Rossi, Juan Nuño. Y luego vino una cosecha: Teodoro Petkoff, Américo Martín, Ibsen Martínez, Simón Alberto Consalvi. Es interminable la lista. Digamos que yo me volví, por decisión propia, venezolano por adopción. Así que a mí me duele muchísimo lo que pasa en Venezuela. Y no se dirá que lo predije, sino que lo estudié. Hice de Venezuela una extensión de México, una patria para mí. No estoy hablando con retórica, le estoy hablando desde el corazón. De modo que no me sorprendió, aunque me dolió profundamente, el informe de la Comisión de la ONU y los extremos a los que se ha llegado en la violación de los derechos humanos. Yo creo que Venezuela está gobernada por un régimen genocida, esa es la palabra que le queda, genocida por acción, genocida por omisión. Y por supuesto, estoy altamente preocupado y confirmo que el deterioro no tiene límites. Y sin embargo, como historiador y habiendo vivido ya muchas décadas, a mis amigos venezolanos lo que les digo es que lo que vivieron los países de Europa del Este, no fueron condiciones de opresión como las de Venezuela, incluso fueron más graves. Nunca se dieron por vencidos. Nunca. No fueron ni 10 ni 20 años, sino décadas tras décadas, tras décadas y salieron adelante por amor a la libertad. Lo peor que le puede pasar a un pueblo es perder la esperanza y la combatividad. Entonces, es muy importante que no se pierda ni la esperanza ni la fe y que se siga actuando. La verdad, no soy muy partidario de la legitimación de las elecciones de Maduro, las próximas que se ven en horizonte. Lo que deseo es que la población sobreviva a la pandemia, porque después de la pandemia, la energía que va a sentirse en el mundo va a ser muy grande y esa energía va a ser suficiente para que pueda regenerarse la vida venezolana.

*Ingeniero Industrial por la Universidad Autónoma de México; doctor en Historia por el Colegio de México. Escritor, ensayista, editor.


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