Diario Literario

Diario literario 2022, agosto (parte IV): islas errantes, Diario de un loco, Philip Levine

Fotografía de bisi | Flickr

27/08/2022

Scauri, sábado 20 de agosto de 2022

Islas errantes

Con el poderoso mistral que ha desplazado el insoportable siroco, la isla parce viento en popa a toda vela. Si alguna vez fue verdad la leyenda de las islas errantes, la cual hasta ahora nunca ha sido desmentida, una de esas porciones de terreno tiene que haber sido Pantellería. Todavía hoy es intensa la sensación de que si no estuviera bien anclada y sujeta por gruesas amarras, estaríamos navegando hacia el norte, hacia la costa de Liguria, y la Spezia en cuyas aguas procelosas perdiera la vida el gran Percy Shelley. No abandono la esperanza, con mi copa de pasito de Pantelleria a mano, que el mistral se haga aún más intenso, rompa amarras y se dedique a navegar de nuevo el Mediterráneo, confirmado la especie de que esta fue una de las islas que dieron origen a la historia de las errantes.

Scauri, domingo 21 de agosto de 2022

Una mañana esplendorosa en el pequeño puerto de Pantelleria. Los vientos del mistral no han amainado y eso le otorga a la costa esa percepción de estamos en movimiento en alta mar rumbo al oeste y el mar incognito. A pocos metros, la catedral del puerto con su minimalismo formal, toda la estructura limitada a un cuadrado perfecto y una bóveda de que sirve de iluminación. Es una adaptación, con sus influencias árabes, del “dommuso” que es la arquitectura que es propia de las casas de Pantelleria.

Scauri, lunes 22 de agosto de 2022

Nunca, ni siquiera en África, he sentido tanto los rigores del siroco, el inclemente vendaval que del Sahara, que estuvo con nosotros varios días y que es normal en la isla. Tampoco he conocido vientos de la intensidad de este mistral refrescante, no tanto por su fuerza, sino por la perseverancia. Día tras día, la isla amanece con este huésped al principio, como todos los huéspedes, bienvenido y después indeseado. Además, el origen volcánico de la isla determina el carácter rocoso de sus playas, sin arena, ni vegetación. Playas negras y relucientes con reflejos de obsidiana, que refuerza la blancura del agua cuando se estrella contra la oscura superficie. Tampoco hay playas en Capri, pero la dulzura del paisaje caprese es totalmente paradisíaco. No es el caso de Pantelleria. Aun así, pocos espacios más dramáticos y emocionantes, reveladores e intensos que este espacio “pantesco”, donde he pasado los últimos días gracias a la iniciativa de Constanza, quien ya había estado aquí. Ahora me explico mejor cómo Ulises se demoró durante siete años en esta geografía. En este paisaje se encontró por fin a sí mismo. El contacto con el tiempo primigenio lo preparó para el resto del viaje, el cual incluía el descenso a Hades. Por mi parte, por primera vez, me he sentido por como un contemporáneo de mis antepasados de la Edad de Bronce.

Retrato de Nikolai Gogol. 1840. Otto Friedrich Theodor von Möller

Castellina, jueves 25 de agosto de 2022

Uno de los momentos más gloriosos de la literatura rusa, con la descripción de la muerte del príncipe Andrei, es el que consigna Gogol en su Diario de un loco. En efecto, en medio del estupor que provocó en toda Europa la Sucesión Española, que habría de degenerar en las guerras carlistas, Propichtchine, el oscuro funcionario de la burocracia zarista, descubre que, finalmente, España ha dado con un legítimo rey, tal como lo consigna en el famoso diario: “Hoy es un día de gran solemnidad! España tiene un rey. Lo han encontrado. Ese rey soy yo. Ha sido hoy cuando me he dado cuenta. No sé cómo he podido pensar que yo no era más que un pobre consejero titular. Ahora todo me ha sido revelado. Todo se ha aclarado… Enseguida se lo he comunicado a Mavra (la señora de servicio). Cuando se enteró de que tenía frente a ella al rey de España, comenzó a aplaudir y casi muere del asombro. La pobre tonta nunca había visto al rey de España.” A pesar de que, en su oficina, ahora, en la firma de documentos, utiliza el nombre de Fernando VIII, nadie parece darse cuenta del extraordinario cambio. Y aquí comenzarán los problemas para el mentido monarca, que terminará interno en un manicomio sometido a los rigores del tratamiento de las enfermedades mentales en la época clásica: reiterados bastonazos y baños de agua fría. La modernidad de este Diario estimuló, cien años después, la obra de  Daniel Charms, padre de la literatura rusa del absurdo y uno de los ingenios más brillantes de su tiempo. En estos días de post-post-modernidad, Gogol es asimismo uno de nuestros más solidarios contemporáneos.

El cielo perdido

Si los cielos del Egeo son los más oscuros, los de Toscana son los más claros. No obstante, no me fue posible encontrar, en su bóveda, ni una de las estrellas y planetas que me frecuentan en el cielo de mis trópicos. Durante un tiempo lo estuve escudriñando, en las alturas de las colinas de Villa Rosa, en Castellina, tratando de precisar el Cinturón de Orión, los “Tres Reyes Magos”, y la Osa Menor, para nada. Allí mismo recordé a mi maestro José Solanes, cuando me decía, en un tono de insospechada premonición, que el exiliado no solo pierde su tierra, también deja atrás su cielo. Cuando me lo dijo, lo entendí en términos absolutamente literarios, pero esta noche lo viví como una de esas situaciones límites jasperianas. La sensación de desarraigo nunca ha sido más más desgarrada. Nunca me había sentido tan perdido.

Phil Levine. 2006. Fotografía de David Shankbone | Wikimedia

Milán, sábado 27 de agosto de 2022

Como bien puede y suele suceder, los libros que me llevé para las vacaciones no los terminé de leer. Me faltaron unas cuantas páginas para terminar con el reiterado Pietr el Letón. Y de Yoga, el interesante libro de memorias, entre otras cosas de Carrère, no pasé de la mitad. En cambio, me leí dos novelas de Mankell (El cerebro de Kennedy y El hombre que sonreía), una historia de la “otra” literatura francesa del inmortal d’Omerson y, lo mejor, Las historias de San Petesburgo. De poesía, fue suficiente la relectura de un viejo poema de Phlip Levine que leí por primera en Nueva York, cuando fuera publicado por The New Yorker a comienzos de 1981, y que reapareció en una entrega reciente de la revista:

 

UNO PARA LA ROSA

 

Hace tres semanas regresé

a la misma esquina donde

hace 27 años tomé un bus para Akron,

Ohio, pero ahora no hay nada

sino unas cuantas cuadras

con bloques de edificios

dispersos entre latas de cerveza

y botellas rotas y la vista

de la parte trasera de un hotel abandonado.

Me pregunté si Akron todavía estaba allí,

escondida cientos de kilómetros al sur

en medio, de los pequeños, mezquinos árboles

de Ohio, un pueblo tan maduro con el olor

a derrota de sus ciudadanos que mintieron

sobre sus edades, altura, sexo,

ingresos, y previa condición.

Pasé allí todo el sábado, vestido

con un traje de cashmere que le robé

a un hombre diez kilos más pesado que yo

pero nunca me lo desabotoné.

Recuerdo que alguien se casó

con alguien, pero sólo los padres

de la novia se acercaron a la pista de baile

y se abrazaron como azotados escolares.

Yo me bebí todo lo que encontré

y solo regresé al terminal para dormir

entre los borrachos y viudas

hasta el amanecer y lo que hubiese en el norte.

¿Qué estaba haciendo yo en Akron, Ohio,

esperando un bus que con lentitud gemía

entre las enfermizas granjas enfermas de 1951

y por fin entre en embadurnado aire

infernal de la O.S.24 donde la planta Rouge

destruye el horizonte? He podido

estar en París a los pies de Gertrude Stein,

he podido flotar entre los papiros

de un claro arroyo, como Moisés,

y ser hallado por una princesa

y llevar el nombre de una colectividad

o de un héroe judío. En cambio

nací un año equivocado en el lugar

equivocado y crecí tan lentamente y tan mal

que recuerdo todas las vueltas

y cada una huele como una rosa

amarilla, norteamericana, hermosa y real.

 

Philip Levine (1928-2005) es uno de los poetas más interesante de una generación a menudo sofocada por el confesionalismo de sus más conspicuos representantes (Lowell, Berryman, Hall,Ginsberg, Plath, Snodgrass, Sexton). El primer trabajo de Levine fue como obrero en las grandes plantas automovilísticas de su natal Detroit. Su solidaridad con esta clase fue constante y, buenos sectores de su poesía, son un canto a la vida de estos “blue collars”, hombres y mujeres marginalizados de la sofisticada poesía norteamericana del XX. Uno de los pocos verdaderos herederos de Whitman, cantó también la gesta perdida de la república española a la cual dedicó libros enteros. Como todos los vates de su país, terminaría como profesor de las grandes universidades, en especial las de California. Sus libros son muchos, pero su escritura siempre es la misma. Una dicción cuidada pero directa, despojada y en versos libres. Uno de los gestos más relevantes de su poética es su capacidad de desdoblamiento, y hablar de la manera más convincente como si fuera el protagonista de sus poemas, como el personaje desarraigado pero fascinante de “Uno para la rosa”.


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