Diario Literario

Diario literario 2022, agosto (parte I): Yoga, La Viaccia, Il Pianista, Anti-tuberculosos, la “ragazza” de Comencini, “Las parcas” de Guillevic

06/08/2022

Milán, sábado 30 de julio de 2022

Yoga

Salgo a caminar en una luminosa mañana de primavera en medio del más tórrido verano. Una excepción, una tregua que nos brinda, por veinticuatro horas, el implacable anticiclón africano con sus brisas calientes que huelen a camello y menta. Hoy, de nuevo, siento la cercanía de la atmósfera alpina y los profundos cielos azules, el aire transparente y la luz líquida. Mañana volverá el castigo estival, pero hoy es siempre todavía y, a mezzogiorno, llevaremos al nieto Alessandro al Museo de Ciencias Leonardo da Vinci. La presencia del maestro se siente por todas partes en esta ciudad, donde vivió sus mejores momentos bajo la protección de Ludovico il Moro. Para él, diseñó un magnífico sistema de comunicación de canales que rodearía a Milán y facilitaría el desplazamiento de gentes y mercancías. Muchas de las construcciones renacimentales de la ciudad contaron con su participación. Entre ellas, Santa Maria delle Grazie, donde se encuentra la Ultima cena. Allí, y en los alrededores, pasó el maestro no poco tiempo. Una vez, visitando una galería cercana, el dueño me llevó al jardín del palazzo: “En este sitio descansaba Leonardo después de trabajar en el gran fresco, y bajo ese pino realizó muchos dibujos preparatorios”. Así de sencillo. Y tuve la impresión de que en cualquier momento el barbudo genio iba a ser su aparición y se molestaría al vernos de intrusos en su espacio de descanso, que en su época estuvo sembrada de viñas, “las viñas de Leonardo”. Leonardo está en el aire en esta mañana bendecida. De regreso al apartamento me paro a comprar la edición italiana de Yoga, de Emmanuel Carrère editada por Adelphi. que, sin embargo, nada tiene que ver con el maestro de Vinci. El título de la obra hace referencia a las experiencias del autor con la práctica de meditación india. De hecho, el libro comienza con el recuento de su experiencia de diez días de aislamiento total. Pero es sólo parte de la historia. De acuerdo con el índice son muchas las cosas que son consignadas en esta ficción autobiográficas, entre ellas sus reiteradas depresiones y su reclusión en la clínica Sainte- Anne de París. No obstante, el francés y sus depresiones, la mañana de hoy, en Milán, brilla con una luz no distinta a la que el maestro se acostumbró en el lejano pueblo de Vinci.

Fotograma de La Viaccia (1961)

Milán, domingo 31 de agosto de 2022

La Viaccia

La última de las películas del homenaje que el Cine-Club Ambrosiano de Milán rindió a Mauro Bolognini fue la preterida La Viaccia (el nombre de una propiedad familiar en las afueras de Florencia) estrenada en 1961. Bajo la apariencia de una de las tantas historias del “verismo” italiano (una forma de realismo finisecular), tomada de la novela del toscano Mario Pratesi, los guionistas, a la cabeza de los cuales Vasco Pratolini, ofrecen a Bolognini el pretexto para filmar una tragedia griega entre el paisaje rural de Toscana y el urbano de la Florencia de finales del XIX. Amerigo (Jean-Paul Belmondo) transgrede su milenaria condición campesina para entregarse a una sintaxis urbana que no terminará de asimilar. Una vez más, como en Senilità, la amarthia se llama Claudia Cardinale, en el zenit de su atractivo físico. Una prostituta absoluta, en cuyos encajes queda atrapado el inconforme joven . Dos mundos enfrentados de manera peligrosa: el arquetipal de la cosmogonía telúrica, y el deshumanizado de las grandes ciudades. Pietro Germi es Stefano, el pater familiae, candoroso hasta la estupidez, y Ferdinando (Paul Frankeur) es su oportunista hermano, que termina quedándose con todo; para morir poco después y dejarlo en manos de su advenediza mujer. Después de los 100’ primeros de película, esperamos solamente por la apariencia que va a sumir la tragedia. La cual se presenta de manera inesperada en la forma de una comparsa de la commedia dell’arte en el burdel de Blanca (Claudia). El último en pasar es Arlecchino , y adivinamos que, debajo de su antifaz, la muerte está escondida. Que se descubre en el puñal que el siniestro personaje esconde en el vientre de Amerigo. Todavía en el hospital en recuperación, el muchacho abandona el hospital y se echa a la calle, para que la indiferencia de Bianca, y la distancia de la casa ancestral, terminen el trabajo comenzado por Arlecchino. La estupenda fotografía es de Leonida Barboni (con Germi, Hombre de paja y Divorcio a la italiana), precisa y elegante. Después de ver las cuatro películas ofrecidas por el Cine-Club Ambrosiano, mi consideración por el talento de Bolognini es mayor de la que tenía hasta ahora. No es menos, efectivamente, que uno de los grandes realizadores del cine europeo de los sesenta y setenta.

Milán, lunes 1º de agosto de 2022

Il pianista

Il pianista es el nombre de uno de los programas más exquisitos de todas las emisoras europeas de música clásica, incluyendo las alemanas y suizas. Su conductor, el también destacado solista Luca Ciaramughi, dedica todos los martes una hora “al más amado de los instrumentos musicales”. Es una emisión monográfica, en la cual se detiene sobre la vida y obra de destacados virtuosos; las más de las veces jóvenes poco difundidos, como el francés Luque Debarque o el ruso Danil Trifonov. En otras ocasiones, nos llama la atención sobre solistas hasta hace poco preteridos, como el gran Diano Ciani, contemporáneo y amigo de Maurizio Pollini, estúpidamente muerto en un accidente vial a los treinta y dos. En el programa que le dedicó a Ciani, Ciaramughi destacó su enorme talento, a propósito de la reedición de las grabaciones que efectuó para Deutsche Gramophon. Entre ellas, las no superadas interpretaciones de Bártok, en las cuales el malhadado virtuoso nos ofrece una lectura diferente del maestro húngaro, más lírico, menos crispado, más mozartiano. Los mismo con sus 24 Estudios de Chopin, una lectura que anticipaba las actuales que han despojado al polaco de toda la babosa emoción que lo hizo aborrecible pará más de una generación de interesados. Es mucho lo que he disfrutado de las transmisiones del Il pianista, y más lo que he aprendido. No hay que decir que el nombre del programa alude a la película de Polanski. Por si fuera poco, el tema de presentación es la Balada No.1 Op. 23, en lo que me ha parecido siempre la versión de Yuri Egorov, una opinión a la cual no apostaría ni un cobre.

Sanatorio di Vialba, Milan. Fotografo desconocido

Milán, martes 2 de agosto de 2022

Antituberculoso

Para unos exámenes, toda la mañana en el Hospital Luigi Sacco de esta ciudad. Cuando fue inaugurado, en 1927, tenía por nombre Sanatorio di Vialba, por el nombre del barrio donde fue construido. Uno de los grandes sectores industriales de Milán. Que no se llamara, en principio, “Hospital” sino “Sanatorio” habla de la naturaleza de la institución. Eran así llamados los nosocomios dedicados al tratamiento de la tuberculosis, una enfermedad ampliamente difundida en Europa después de la Primera Guerra Mundial y que, en esta ciudad, alcanzó un alto índice de contagiosidad en las áreas del norte de la urbe, la ciudad más industrializada de Italia, por lo tanto la más populosa y, por lo mismo, aquella en la cual los barrios obreros eran los más miserables. Lo que diferenciaba al Vialba de los demás hospitales de este tipo en Europa, es que fue construido en una planicie y no en las montañas, la topografía más recomendada (el frío detiene el avance del agente de la tuberculosis, el tristemente famoso bacilo de Koch) para la reclusión de pacientes con TBC. El Sacco no ha cambiado mucho cien años después. Todavía los pabellones, de no más de tres pisos, aislados en medio de la topografía de vegetación prealpina. Estoy familiarizado con los sanatorios antituberculosos porque a mi padre le correspondió ser superintendente de los dos que la dictadura de Pérez Jiménez construyó en las afueras de Valencia, y que respondía a una arquitectura no diversa a del Vialba. La tuberculosis era la enfermedad más temida en mi casa de niño. En esa época, Venezuela mantenía muy alto los niveles de contagio de tuberculosis y los sanatorios estaban dispersos por todo el país. Los más modernos (Rayos X y otras tecnologías) eran los de Valencia, y en el del Algodonal, en las afueras de Caracas, era se encontraba la dirección nacional. Con el descubrimiento de farmacoterapias más eficaces contra la enfermedad, el tratamiento se fue haciéndose ambulatorio y los famosos Sanatorios perdieron utilidad. Lo cual significó la ruina mental de mi padre, entregado a su trabajo de manera obsesiva, que sería jubilado tempranamente hundiéndolo en una depresión sin regreso. Recuerdo todo esto mientras camino por los amplios jardines del ahora Ospedale Secco y guardo intacta la imagen de la portada de la edición de La montaña mágica, el libro más respetado por mi padre, que sabía, como pocos, de lo que hablaba Thomas Mann cuando hablaba de la tuberculosis. Todavía guardo el ejemplar de aquella edición, uno de los tesoros invalorables de lo que sería su herencia.

Fotograma de La ragazza di Bubbe (1963)

La muchacha de claudia

Como un “bono” inesperado, el Cine-Club Ambrosiano, en un mínimo reconocimiento a Claudia Cardinale, presentó la ajustada versión fílmica de La ragazza di Bubbe (1963), la conocida y controversial novela de Carlo Cassola, adaptada y dirigida por Luigi Comencini, con una admirable Claudia Cardinale y un discreto George Chakiris. La producción de Giorgio Cristaldi ha sido justamente reconocida. A pesar de desviarse en un par de ocasiones del texto de Cassola, Comencini logra una película memorable, apoyado en la interesante historia de Cassola (un héroe de la resistencia anti-fascista que no se puede adaptar al clima de la post-guerra en el cual, por el contrario, serán bienvenidos los antiguos enemigos, entre ellos, la curia italiana completa). Claudia Cardinale demuestra, una vez más, que no es sólo una cara bonita (de las más bonitas de la historia del cine) sino una estupenda actriz, con un manejo ajustado de la expresividad emocional y una controlada gestualidad. Sobre su bella humanidad descansan los 111’ de película, seguida por una cámara que no ocultaba su fascinación. Detrás del lente, Gianni di Venanzzo, uno de los diez directores de fotografía más grandes de la historia del cine ( Toland, Figueroa, Nanuzzi, Coutard, G. Fischer, Krasker, Miyagaway, Nykvist, Yusov, F. Arno Wagner). No sería difícil escoger una selección de fotogramas de la cinta y hacer con ella una de las mejores exposiciones de la fotografía de la post-guerra europea. Con este equipo, Comencini nos convence de que, como cualquiera de los más de veinte directores italianos (esta cifra ni en la URSS ni EUA sería fácil de reunir) de las décadas de oro del cine de su país (50-70), es capaz de realizar un film excepcional. Ya lo había hecho con Pan, amor y fantasía.

Milán, miércoles 3 de agosto de 2022

Maestros del cine italiano

Esta es una lista parcial, y sin orden, de los realizadores del cine italiano, sólo de los años cincuenta y setenta, a los cuales la historia del joven arte debe por lo menos un film digno de la inmortalidad:

Pietro Germi, Dino Dissi, Alberto Lattuada, Roberto Rossellini, Franco Rosi, Luchino Visconti, Luigi Comencini, Federico Fellini, Francesco de Santis, Vittorio de Sica, Michelangelo Antonioni, Mario Soldati, Pier Paolo Passolini, Lina Wertmüller, Marco Bellochio, Mauro Bolognini, Liliana Cavani, Ermano Olmi, Sergio Leone, Valerio Zurlini, Luigi Zampa, Nanny Loy, Giulio Pontecorvo, Mario Monicelli, Franco Brusati, Pupi Avati, Ugo Gregoretti, Franco Zefirelli et alia. Listas parecidas se pueden confeccionar de notables directores de fotografía y guionistas.

Eugène Guillevic. Fotografía de Culture France

Milán, jueves 4 de agosto de 2022

Hölderlin por Guillevic

(Eugène) Guillevic fue uno de los poetas franceses más reconocidos del siglo XX. Cerca de los surrealistas pero no demasiado, y de los comunistas, sin sectarismos, fue el responsable de una poética de la brevedad y una contenida imaginería, en la cual los objetos a menudo son los protagonistas. Fue gran amigo de Jean Follain, otro objetivista, y de los mejores pintores de su tiempo (Dubuffet, Manessier), los cuales ilustraron muchas de sus publicaciones. A pesar de haber nacido en la costa bretona, en el punto más lejano de la frontera alemana, Guillevic se dedicó al estudio del tudesco; y fue traductor de muchos germanos poetas, entre ellos Goethe, Brecht y Hölderlin. La que sigue es mi versión de su traducción al francés del más conmovedor de los poemas de Hölderlin antes de la locura:

 

A LAS PARCAS

 

Concédanme aunque sea un verano, oh Poderosas,

para madurar mi canto, y que entonces, satisfecho

por el más el delicioso juego, pueda

mi corazón morir felizmente.

 

El alma que, en vida, no alcanza el derecho divino,

tampoco tendrá descanso en los Infiernos.

Pero si un día me es permitido alcanzar

lo que en el corazón tengo de sagrado

 

eres bienvenida ¡oh tranquilidad del reino de las sombras!

Estaré en paz, e incluso si mi lira

no me ha llevado allí, por una vez habré vivido

como viven los dioses, y más nada será necesario.

 

Se trata de una de las odas escritas por Hölderlin hacia 1798, donde demuestra su habilidad en una forma breve, distinta a sus grandes himnos. Se le atribuye a una sugerencia de Goethe esta incursión en lírica epigramática. El ruego del poeta no será escuchado por los inmortales, y la obra de Hölderlin, interrumpida por la locura, no le permitió vivir como viven los dioses. Las parcas suelen ser cruelmente sordas. Guillevic escogió el verso libre, que usó siempre en su poesía, para traducir los sonoros pentámetros del original. Por lo demás, su versión es de una restringida literalidad, como restringida es la poética de toda su obra. La palabra “juego” en la tercera línea (jeu en francés), se corresponde con el enigmático Spiele (juego) del original.


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