#VICTORIA80AÑOSPerspectivas

Casi una isla

Victoria de Stefano retratada por Ernesto Costante

22/06/2020

Con esta serie Prodavinci festeja las ocho décadas de vida de Victoria de Stefano –y más de cincuenta de escritura creativa–  y se une a la celebración permanente de su universo narrativo: obra singular en el contexto de la literatura venezolana y de amplios alcances en otras regiones de la lengua.

 El exilio, como el hambre, tiene muchas caras.

En mi caso los libros ocupan un lugar importante en ese rostro multiforme. Es común que la gente pueda transportarse a diferentes lugares con un olor, un sabor, una imagen o una canción. Mi fetiche quizás comprenda otra rueda de tuerca. En momentos de precipicios, que no son pocos, recurro a una parte especial de mi biblioteca y voy a mis ejemplares dedicados. Cada uno es un trozo de un continente sensorial. Victoria es el país al que más me gusta volver.

Un país que nació en 2007.

Antes de confiar la primera anécdota, me gustaría apuntar que ya conocía de oídas al personaje. Se me hacía alguien un tanto irreal. Decían que Victoria no era culta sino cultísima, que dormía entre libros en un lecho de monje y con quien se podía tener profundas conversaciones en su casa de Sebucán. Las paradojas regían su vida: era tímida pero a la vez abierta a las visitas, era una gigante (en sentido real y figurado) que apostaba a ser imperceptible, era una maestra eterna que a la vez te escuchaba como alumna. Por mucho tiempo jugué a ponerle una voz, un gesto o un tono a un pesonaje cuyas señas de identidad parecían enriquecidas por ese tipo de hormona rara y social que destila la habladuría de toda la vida.

¡Y qué decir de sus libros! No hubo animal de uña que me advirtiera de lo profundos y complejos que eran, no aptos para un lector de andar por casa. La palabra sí que fue puesta adrede: más que una recomendación sonaba a previsivo aviso.

Contaba que Victoria, Vita, el país, esa isla suelta que no se parece a nadie, nació en 2007. Fue en una feria del libro, no podía ser en otro lugar, donde la conocí. La italiana fue la encargada del pregón de apertura y allí la vi hablando de su pasión por la lectura. Su voz era la de una niña tímida y feliz encerrada en una mujer elegantísima de gran altura (¡otra contradicción!). Hacían el corro, no sólo el público general de la feria, sino autores como Sergio Ramírez, Piedad Bonnett o Rafael Cadenas, quienes asistían deleitados por comprobar sus propias coincidencias con Victoria.

Luego vendrían por inercia las sobremesas con ella, las complicidades y el intercambio de gustos particulares. En lo que duró la feria hablamos de autores que aún nos apasionan: Stendhal, Lérmontov, Balzac, Dostoievski, Maupassant, Kafka, Sebald, Delibes, Lowry, Coetzee, Arlt, Moravia, Walser, Ribeyro… Y, aunque estoy seguro de que ese tipo de conversación la habrá tenido un millón de veces, su deleite era digno de alguien que estaba descubriendo cosas nuevas. Eran pláticas sin orden ni concierto, como las que a mí me gustan, pero en las que se aprendía a montones.

Sin darme cuenta me estaba transformando en su hijo.

Ese año, poco antes de despedirnos de la feria, me pidió que la acompañara a una caseta y allí me firmó un libro suyo que ella misma compró. En las infinitas visitas que le hice al salir de mi trabajo nunca me preguntó si me había leído su novela. Al contrario, me esperaba para comer una pasta, beber unas copas de vino y contarme de sus proyectos de escritura. Comprobé al fin, además, que por aquel entonces dormía en una cama minúscula erupcionada de libros. ¿Una Victoria en La Carraca?

No voy a decir lo que provocó en mí leer las Historias de la marcha a pie, Lluvia o Paleografías. Para eso están y estarán los escritos y buenos oficios de Ednodio, de Rodrigo o de sus admiradores de Mérida. Sólo baste saber que sus novelas no necesitan a un lector complejo, sino que están escritas a prueba de haraganes. Ese fue mi argumento cuando me empeciné a publicarla en Alfaguara poco antes de venir a este exilio texano. El sello necesitaba prestigio, después de algunos abismos editoriales. Cualquier título de Vita podría restituírselo sin problema.

No hay día que no extrañe esas visitas casi diarias a su casa de Sebucán, gritarle un rato desde afuera como un niño que va a comprar un helado casero, y, adentro, sumergirme en un mar de anécdotas que creo que nunca va a escribir: la de la primera mitad de su propia vida, ese borrador tachonado de saltos entre países, descontentos ideológicos y encuentros casi improbables con la historia. Hay una que me gusta recordar. ¿Fue en Argelia? Victoria espera a que su por entonces esposo termine una reunión con sus camaradas. Mientras cuida a sus dos niños, uno se lastima y llora a todo pulmón. El cónclave se interrumpe por el escándalo, y sale uno de los convocados. Vita, tímida como es, muere de terror. El hombre revisa al niño, lo calma y con acento argentino le da a la italiana la receta para el golpe. Luego Ernesto “Che” Guevara vuelve a su reunión.

Mi receta, ya lo mencioné, me la dio Victoria en 2007. Está en la edición de su novela Pedir demasiado:

Para Daniel, amigo, afín en la literatura, en la amistad, en las Ferias,
Victoria de Stefano
Valencia, 2007

Vuelvo a esas sencillas palabras cada vez que busco tirar el ancla en la nostalgia. No hay un día en el que no me inciten a volver a esa isla. A veces, cuando salgo de una dura faena en la universidad y manejo a mi casa por Old Spanish Trail tengo el impulso de doblar a Sebucán para gritar en la puerta de la casa de Vita.

Al instante me doy cuenta de que sigo en Houston.

Han pasado once años y la sensación es la misma.

***

Lea los textos de la serie:

    1. Victoria o el esplendor de la madurez creativa; por Ednodio Quintero.
    2. Victoria me acerca a un rostro; por Rodolfo Izaguirre.
    3. Victoria de Stefano: “A veces siento que llegó la noche”; por Hugo Prieto.
    4. Primer capítulo de “Vamos, Venimos”, la más reciente novela de Victoria de Stefano.
    5. Mi novela favorita de Victoria de Stefano; por Oscar Marcano.
    6. Aprender a caminar de nuevo; por Rodrigo Blanco Calderón.
    7. Victoria de Stefano: Claro-que-sí; por Carolina Lozada.
    8. Para Victoria de Stefano; por Krina Ber.
    9. La utopía literaria de Victoria de Stefano; por Luis Moreno Villamediana.
    10. Simplemente, Victoria; por Hugo Prieto
    11. Victoria de Stefano: “En una novela tiene que haber verdad y belleza”; por Hugo Prieto.
    12. La niña Victoria; por Antonio López Ortega


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