Perspectivas

Caín bajo el volcán

01/07/2023

Guillermo Cabrera Infante. Fotografía de Cubaencuentro

Londres, primavera de 1972. Un hombre teclea frenéticamente sobre su máquina de escribir Smith Corona. El mundo allá afuera se ha difuminado, la única fuente de luz proviene de una pequeña ventana rectangular por donde se cuela con timidez el sol londinense. El tenue resplandor alumbra al hombre en pleno trance mientras presiona las teclas con dedazos certeros. A su alrededor se ve una cantidad apabullante de libros y películas. El escritor es un cubano exiliado, se llama Guillermo Cabrera Infante y ha recibido la encomienda del director estadounidense Joseph Losey de adaptar a guion cinematográfico la monumental novela Bajo el volcán, de Malcolm Lowry. Guillermo Caín (a veces «G. Caín»), como suele rubricar Cabrera Infante sus textos vinculados con el cine, tiene semanas sin salir a la calle ni hablar con nadie, no se ha atrevido a confesarlo pero ha comenzado también a escuchar voces. No duerme y cuando por fin logra conciliar el sueño sufre terribles pesadillas. Cierta tarde está convencido de no estar más en Londres sino en Cuernavaca, la ciudad donde se ambienta la novela de Lowry. Ya no sabe si él es Guillermo Cabrera Infante o G. Caín o ese excónsul inglés llamado Geoffrey Firmin, el alucinado protagonista de Bajo el volcán, dando tumbos etílicos por Cuernavaca durante un Día de Muertos. Cuando finalmente ponga «The End», el hombre que saldrá de esa recámara ya no será el mismo. Este guion le habrá cambiado la vida, tanto o más que sus libros más reconocidos.

Guillermo Cabrera Infante, célebre autor de Tres tristes tigres, ha tenido hasta ahora una tensa relación con el cine. Es un cinéfilo como pocos (sabe no solo de cine norteamericano y europeo, sino también del asiático: cuenta con una colección impresionante de películas coreanas), es un guionista excepcional (bueno, habrá que ver si existe algún registro relacionado con la palabra donde el tipo no sea un absoluto fenómeno), está casado en segundas nupcias con la actriz de cine Míriam Gómez (así la llama, con nombre y apellido, cada vez que la menciona, ella es la protagonista de la primera película cubana realizada luego de la revolución). Ha escrito ya el guion de Wonderwall (1968), una película sobre el London Swinging, ese movimiento contracultural de los años sesenta que sirvió de bandera a los jóvenes ingleses; pero la película le parece fallida, se supone que tenía que ser divertida y dar risa pero no lo logra, quizás el máximo y único atributo de la cinta sea la música de George Harrison (el menos famoso y probablemente el más talentoso de los Beatles). Luego escribió el guion de Vanishing Point (1971) y esta vez el filme se ha convertido en una gema de esas que se consideran de culto, lo cual está bien; hay un grupo de espectadores entendidos y críticos prestigiosos que le han dado su visto bueno al escritor cubano. Pero no es suficiente para el ego de Cabrera Infante, él es mucho más grande que eso, todavía no ha aparecido el guion que lo represente, será por eso que prefiere seguir firmando como Guillermo Caín para así guardar distancias con el destacado escritor que indiscutiblemente es en otros ámbitos (dicen que desde los tiempos de Lezama Lima no ha nacido otro escritor tan grande en Cuba). Ah, es verdad, más tarde –qué desastre, pero a veces toca vender el alma al diablo– vino una cosa llamada The Salzburg Connection (1972): ahí sí que se dejó de exquisiteces: tomen su guion y denme su cochino dinero hollywoodense que los escritores tenemos una vida con gastos y cuentas por pagar.

Entonces se aparece Joseph Losey –el talentoso director de El sirviente (1963), la clásica película en blanco y negro con la actuación inolvidable de Dick Bogarde– y le dice a Cabrera Infante que tiene los derechos para llevar al cine la obra mítica de Malcolm Lowry, y que nadie en el mundo podría hacer mejor ese script de Bajo el volcán que él. Guillermo Caín obviamente acepta, porque por fin le ha llegado un reto cinematográfico que está a la altura de Cabrera Infante. Este será, sin duda, el guion más importante de su vida.

«Fue mi labor de Hércules, hice un viaje a la locura», así resumió el autor la experiencia cuando por fin lo pudo articular más de una década después, en 1985.

Cabrera Infante –para hacer bien la tarea encargada por Losey– se lee seis veces la novela de Lowry. Una temeridad, considerando que Bajo el volcán más que una novela es un barranco, un laberinto que conduce al inframundo, una caída libre por el abismo; lo que pasa es que es una obra engañosa, porque está narrada con tal maestría, con una soltura envidiable que resulta a la vez un tránsito decadente y autodestructivo pero también una fuente de luz, color, fiesta, borrachera, situaciones insólitas y risas. La obra de Lowry aparenta simpleza –una de las manifestaciones más sólidas de la sabiduría– y entonces el lector se confía y puede creer que el barranco es un paseo, que está fácil de bajar la pendiente porque por aquí y por allá se le ven algunos escaloncitos y unas partes medio planas. Pero qué va, es una trampa, Bajo el volcán ha precipitado por los caminos de la locura a Malcolm Lowry y está a punto de volverle trizas la salud mental a Cabrera Infante. Y así como el cónsul Firmin de la novela acaba siendo un alter ego de Lowry, algo ocurre con este escritor latinoamericano exiliado en Londres que se convierte también en espejo de Lowry durante el oscuro proceso de escritura de este guion:

El alucinado Malcolm Lowry, el escritor que ninguna literatura reclama como suyo, buscado por unos pocos obsesos que lo leen una y otra vez, ese extranjero en todas partes que no era el gringo borracho que creían las autoridades mexicanas sino tal vez el último gran novelista inglés…

Así se refería Guillermo de su admirado Malcolm en el texto: «Bajo el volcán o la vida vista desde el fondo de una botella de mescal».

Valga en este punto un inciso político, pareciera no tener conexión con la historia que venimos contando pero sí que la tiene. Resulta que en una oportunidad le preguntaron, en una entrevista televisiva, al autor de Tres tristes tigres sobre su desencanto con la revolución cubana y con Fidel Castro –de quienes había sido muy partidario y más tarde tan crítico, asunto que le ganó la inquina, el veto, las acusaciones por traidor y hasta el acoso por parte de ciertos castristas–: ¿Había traicionado Cabrera Infante a la revolución y a Castro? ¿Sentía acaso que la revolución lo había traicionado a él junto con tantos otros cubanos? A lo que el escritor respondió con la agudeza que siempre le caracterizó:

Yo pienso que la revolución se ha traicionado a sí misma y que Fidel Castro es el Robespierre y el Napoleón de la revolución, y su afán de poder lo ha llevado a adoptar el comunismo. Si hubiera surgido como líder en 1939 se hubiera aliado al fascismo y al nazismo para mantenerse en el poder.

Aquí, eso pienso, subyace una pista importante: resulta que el hombre auténticamente libre para Cabrera Infante («porque a mí me interesa más que nada la libertad», aseguraba) no se podía dar el lujo de traicionarse a sí mismo. Y ese compromiso con sus convicciones, esa necesidad de no defraudar su esencia más personal, fue un catalizador importante a la hora de asumir la temible encomienda de Joseph Losey: una película basada en Bajo el volcán tenía que estar a la altura de la novela de Malcolm Lowry, ese guion de G. Caín tenía que ser digno del propio Lowry (como si él mismo se hubiese adaptado al cine), y tenía además (y sobre todo) que estar a la altura de lo que el mejor Cabrera Infante fuera capaz de realizar.

Guillermo Cabrera Infante. Fotografía de Notiamérica

El escritor cubano se obsesiona, pues, con el encargo; se encierra durante semanas que luego se convierten en meses en su atiborrado estudio ubicado en el número 53 de la calle Gloucester Road, Londres. Ahí acomete sin pausa la tarea titánica de convertir en script (esa versión del guion literario que se entrega al director y a los principales actores –todo apunta a que será Rock Hudson quien interpretará el papel protagónico–) una de las obras que más ha leído y admirado en su vida:

Bajo el volcán (Under the Volcano: título espléndido en inglés) ha resultado para mí un libro atroz, admirable, adictivo, adelantado y anónimo como el folklore y al mismo tiempo tan personal como un poema de Baudelaire, un cuento de Poe o una página de De Quincey.

Se dice que un día, después de aquel aislamiento, salió por fin de su estudio. Venía vestido de esmoquin y llevaba un bastón, pretendía salir así a la calle (¿sería acaso esa su personificación del protagonista de la novela?, ¿estaba poseído por un personaje de ficción?). Una de sus hijas lo interceptó y le cerró la puerta antes de que la traspasara. Algo muy raro ocurría con su papá, estaba irreconocible, ese señor era otro. Llamaron urgentemente a Míriam Gómez que en ese momento se encontraba en Miami. La esposa del escritor se subió al primer vuelo a Londres y cuando llegó a su casa de la calle Gloucester se topó con un Guillermo ausente, que había perdido el don de la palabra y se hallaba en un estado lamentable. “Nervous breakdwon” fue el diagnóstico de los médicos, lo tuvieron que recluir en una pequeño hospital psiquiátrico privado donde le recetaron litio. De por vida, litio para evitar nuevos eventos psicóticos, litio para combatir los comportamientos maniáticos y reducir la actividad anormal del cerebro.

El dichoso guion de Bajo el volcán logró ser entregado a Joseph Losey, a quien le encantó, realmente lo adoró. Pero mientras se negociaban los derechos con la viuda de Malcolm Lowry –todo esto filtrado por la pesada mediación de la compañía productora de Hollywood– se pasó el tiempo, se perdieron los derechos. Al final el proyecto se enfrío y acabó extraviándose en alguna gaveta.

Guillermo Cabrera Infante murió en 2005. Doce años más tarde, en 2017, apareció sorpresivamente el manuscrito perdido de su script para la película de Bajo el volcán. Comienza con el título «First Draft» (primera versión) seguido de una fecha «May Day», como suelen llamarle los ingleses al primer día de mayo, aunque curiosamente mayday es también una señal de socorro; quién sabe, ya no está Caín entre nosotros para explicarnos lo que quiso decir y así evitarnos las especulaciones. El guion está enteramente escrito en inglés, con anotaciones hechas a mano por el propio autor (también en inglés), y con algunos diálogos escritos en español con su puño y letra. Acaba ese texto con la frase «The End» mecanografiada con su inseparable Smith Corona.

En 1984 el Festival de Cannes abrió su selección oficial a competencia con la adaptación cinematográfica que hizo John Huston de Under the Volcano. Sin embargo, la película se sostiene casi exclusivamente sobre las muy buenas actuaciones de Albert Finney (en el papel del cónsul Firmin) y la hermosa Jacqueline Bisset (haciendo de su esposa). Sin embargo, a pesar de las soberbias actuaciones y del talentoso director, el filme acabó siendo un poco punta roma e incluso un tanto estereotipado, víctima de esa mirada poblada de clichés que suelen tener de México los que realmente no lo conocen. Tampoco logra aprehender ese espíritu desquiciado, feroz, indomable que se aloja tan magníficamente en la novela de Lowry. Mucho menos goza de ese humor filoso que se abre paso en medio de la locura y la autodestrucción, esos destellos que nos hacen pensar que el descenso a los infiernos es, por momentos, un paseo dominical con buen sol. No tiene nada de ese humor tan de Lowry y también tan de Cabrera Infante. En los créditos del guion de esa película de Huston aparece un tal Guy Gallo que luego hizo poco y nada.

El otro guion, el de Guillermo Caín, jamás se ha filmado. Sigue esperando por algún osado que se atreva a arriesgar la salud mental en el arduo intento de domesticar ese monstruo y hacer de él una película digna de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry y de Cabrera Infante.


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