Centenario de Sofía Ímber

Sofía, una conversación secreta

Sofía Ímber junto a Diego Arroyo Gil. Fotografía de Ricardo Torres.

08/05/2024

Este 8 de mayo de 2024 cumpliría cien años la periodista, gestora cultural y creadora del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, Sofía Ímber, quien nació el 8 de mayo de 1924 en Soroca, Besarabia (actual Moldavia). Diego Arroyo Gil, biógrafo y amigo de Ímber, escribe estas palabras a propósito del centenario de su nacimiento.

Para Claudia Valladares

Me encuentro una vez más hablando sobre Sofía Ímber. Parece una terquedad. Me gusta y no me gusta hablar sobre Sofía, así como me gusta haberla conocido tan de cerca y no me gusta que se haya muerto. Creo que ya he dicho lo máximo que puedo decir sobre ella: que Sofía era una fuerza de la naturaleza. Yo todavía no entiendo del todo que no nos hayamos visto ayer o esta mañana, y eso que han pasado siete años ya desde que no ocurre. La noche anterior a su muerte me llamó para saber cómo seguía de un resfriado. Le respondí que era insólito que me estuviera llamando para preguntarme por un resfriado cuando ella acababa de salir de la clínica tras una crisis respiratoria. “Quería saber cómo seguías por si podías venir a verme”, me dijo. Habría sido irresponsable, y además era tarde. Le prometí que si me sentía mejor iría a verla al día siguiente. Ella estuvo de acuerdo. Pocas horas después, su hija Adriana me llamó para decirme que Sofía había fallecido. Eran las cinco de la mañana, puede que haya sido más temprano. Recuerdo que me caí entrando a la ducha, que solté un sollozo ahogado, que me puse lo primero que encontré, etc. Sofía existía fuera de mí, pero también se había convertido en una presencia dentro de mí. La conmoción me impedía verlo en ese momento, pero lo cierto es que esa presencia iba a estar siempre conmigo. Mantengo con Sofía una conversación secreta. Algunas personas me han dicho que la lectura de La señora Ímber les reveló a una mujer y un mundo que no conocían. Me entusiasma especialmente cuando el comentario viene de gente joven. Ese libro, que no es más que consecuencia de un affaire vital, fue escrito con la intención de que transmitiera algo de la energía de ese ser humano que era Sofía y de su fascinante escenario. En general, a uno le queda la certeza de no haber sabido decir mejor lo que ha dicho. Lo que ha escrito. Yo escribo sobre personas, sobre cada una en sí misma. Y aunque sé que nunca voy a lograr descifrar el misterio de ninguna de ellas –si fuese posible, ¿valdría la pena?– me empeño en señalar cosas que creo que apuntan a ese misterio, al misterio de cada una de esas personas. (Tal es el sentido principal de mi trabajo). En mi conversación con Sofía, ese misterio es como la respiración. El misterio siempre es una respiración. Y, en cada ser, una respiración particular. Michaelle Ascencio me enseñó que cuando uno está perdido lo mejor es acudir a alguien. Preferiblemente si es alguien que ya no está, es decir, si es alguien con quien se puede conversar en secreto para siempre. En eso ando yo con Sofía.

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