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En el principio fue una plaza. La plaza Altagracia en Barquisimeto. Una plaza no muy grande en una pequeña ciudad de provincias que en ese momento quizá tenía unos 40.000 habitantes. Allí vemos a un joven llamado Rafael que aguarda a otro muchacho.
A Rafael, que lleva tiempo devorando poesía romántica venezolana, le han dicho que Salvador Garmendia es el mejor lector del mundo y que tiene libros que nadie más en la ciudad posee.
Rafael conserva en su memoria el resplandor de un libro de dragones marinos que leía en su casa cuando niño, y en este momento cuando lo vemos en la plaza es tan solo un joven que recibe un volumen de Rubén Darío que Salvador le presta; imposible saber que ese tímido Rafael será muchos años después Premio Cervantes de Literatura; imposible adivinar que en el siglo XXI su obra será una de las obras de mayor fuerza en el contexto de la literatura mundial.
El Rafael que podemos observar en los años cuarenta en la Plaza Altagracia es un muchacho que apenas está descubriendo el modernismo, que lleva con fuerza un volumen entre sus manos y se dirige a su casa.
Si nos colocamos frente a la vieja catedral de Barquisimeto, a mano izquierda la calle conserva una atmósfera inmóvil y transparente: largas fachadas, gruesas puertas. El suelo baja hacia el cuerpo seco del río Turbio. Hasta los 18 años Cadenas vivió allí, cerca de la Plaza Lara,
refiere José Balza en su libro Lectura transitoria.
La Barquisimeto en la que nace y vive Rafael Cadenas es descrita por el propio Salvador Garmendia como un lugar no excesivamente pródigo en expresiones culturales. «Salir de noche era salir a una ciudad desierta. Había un par de cines que a las nueve ya cerraban». Era una ciudad, eso sí, recorrida por historias sobre muertos, fantasmas y encantos (espíritus congelados en formas de piedras o animales que en cierto momento se transformaban otra vez en personas). Pero no en vano, Salvador Garmendia al referirse a Barquisimeto afirmaba: «Yo nací en un lugar donde nadie, antes, había pretendido escribir, un novelista allí era como un astrónomo, un explorador, un personaje de otro mundo».
Pese a esas limitaciones, Cadenas siguió recibiendo de su amigo Salvador pequeñas joyas como El Quijote o La divina comedia; y a pesar de las dificultades de aquella ciudad, también la presencia de una gestora cultural brillante e incansable: Casta J. Riera, dio un impulso fundamental al futuro premio Cervantes, pues en aquellos juveniles años le publicó sus primeros textos en la revista Alas, y le editó un libro de versos en 1946: Cantos iniciales, que como es lógico ya no figura dentro de la bibliografía del poeta.
No fue larga la presencia de Cadenas en esa ciudad que todavía lo ama y que se enorgullece de haberlo tenido en sus calles. A los dieciocho años Cadenas debió viajar a Valencia a terminar sus estudios, castigado por sus actividades políticas de ese entonces. Pero a finales del siglo XX muchos escritores al llegar a Barquisimeto pedían visitar esa plaza en la que Cadenas y Garmendia vivieron esa magnífica forma de la amistad que consiste en compartir lecturas.
Y aquí, en esta apretada síntesis que hago sobre el gran Premio Cervantes 2022, debo referirles que siendo como es una persona tímida y discreta, desde que publicó su primer volumen: Los cuadernos del destierro, a Cadenas lo persigue el amor frenético de sus lectores. Ya mencioné los paseos a la plaza barquisimetana, pero del mismo modo presencié cómo en los años ochenta sus clases en la UCV se llenaban por completo, no solo con alumnos de literatura sino también de filosofía, medicina, artes, psicología, derecho. Y también vi cómo muchos de los estudiantes de ese tiempo comentaban los sitios donde podía verse a Cadenas comiendo en la universidad, los lugares por los que solía caminar, el último poema publicado.
De hecho, el día en que Cadenas gana el premio Cervantes las redes se llenaron de un entusiasmo quizá solo reservado a las estrellas de cine. No olvido un video colgado ese mismo día: alguien está grabando el momento en que se ofrece el veredicto y al escuchar el nombre de Cadenas comienza a gritar con el mismo entusiasmo con que se celebra un mundial de fútbol.
Sí, debo confesarlo: el 10 de noviembre de 2022 fueron muchos los gritos y las lágrimas venezolanas que rodearon la noticia del gran premio al poeta que buscaba libros en la Plaza Altagracia.
Hablo de un hecho curioso porque para nadie es un secreto que la poesía de Cadenas no intenta halagar a los lectores, no intenta seducirlos con recursos de química poética, con soluciones que halaguen el gusto masivo, con versos construidos para dialogar con lo esperado en los departamentos de literatura o en los volúmenes de historia. La poesía de Cadenas es un salto al vacío; es una palabra que apunta al lector, pero no a sus capas más inmediatas, sino a la profundidad de sus angustias, de sus preguntas. Por Cadenas, es posible contemplar el mundo con ojos limpios en los que la palabra señala que el gran misterio del vivir es lo inmediato, que las grandes respuestas reposan en la precariedad del presente, que lo sagrado es la materia de lo que palpan día a día nuestras manos, que el yo es un estorbo para ser plenamente en la existencia.
Esta aventura que refiero se evidencia en el desarrollo de sus títulos. El lujo verbal de las prosas de Los cuadernos del destierro, ya fue mudando en su volumen Falsas maniobras, pero se fue adelgazando cada vez más hasta convertir su expresión en una seca y contundente lucidez. Un ejercicio que se acentuó en poemarios como Intemperie, Memorial, Gestiones, En torno a Bashó y otros asuntos, y en su delicioso volumen: Contestaciones, en los que, con dosis de humor y desengaño, responde a autores relevantes en un juego genérico que no conozco en otras voces literarias de la actualidad.
Ni hablar de sus libros de ensayo, de los que hoy solo destacaré: En torno al lenguaje, texto con el que en 1985 predijo en cierta forma la tragedia que vive la actual Venezuela, pues un país que estaba deteriorando de tal forma su relación con la lengua solo podía terminar en manos de charlatanes de florido, cínico y vacío verbo.
Lo dije hace poco tiempo, antes incluso de que Cadenas ganase el Cervantes: sería de justicia que este escritor ganase el Premio Nobel porque su obra es de un inmenso esplendor. Hay poetas maravillosos que nos acompañan en las lecturas, pero Cadenas acompaña en las lecturas y en la vida. Con él, junto a él, desde él, la mirada se acerca a la realidad con nuevos asombros.
Para cerrar me atreveré a confesar algo. Les hablé de esas personas que en los años noventa del siglo pasado se acercaban a la Plaza Altagracia de Barquisimeto solo para recorrer el mismo sitio en el que Rafael Cadenas había paseado con un libro de Rubén Darío. Yo era uno de ellos. Yo soy uno de ellos; cada vez que voy a mi ciudad repito esa pequeña caminata.
Quizá algún día, pronto, ustedes y nosotros, también podamos encontrarnos allí.
Ya lo dije: en el principio fue una plaza.
***
[Texto leído en el Homenaje a Rafael Cadenas, en el Instituto Cervantes de Berlín el 20 de marzo de 2023.]
Juan Carlos Méndez Guédez
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