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Los mangles. La sal. Quizá un agosto.
La noche anterior, mi amigo Julio Vivas me prestó la edición original de Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar y esas vacaciones juveniles quedaron marcadas por las palabras de este libro. La naturalidad con la que se combinaba la Grecia antigua con el frenesí del Delta del Orinoco; las mudanzas temporales en un mismo párrafo; el regreso al hogar primigenio como un modo de aliviar el dolor; la presencia desmesurada del río; la irrupción de un nuevo sentimiento de afinidad en el que se superaba el sosiego de la amistad sin alcanzar los espacios terribles del amor.
Comprendí en ese momento por qué Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar era y es una de las novelas más importantes de la literatura venezolana. De allí el regocijo al ver que la editorial Eclepsidra ha realizado una nueva edición de este libro inolvidable.
Un personaje obsesionado por comprender las claves atemporales de la belleza reconoce en su desplazamiento desde la selva a la gran urbe nuevas e inéditas capas de su sensibilidad, de su angustia, de su placer y su avidez por el mundo.
Escritura en estado puro, construcción de lo novelístico como una perturbación del espacio y del tiempo, elaboración de un personaje complejo que no responde tan solo a las claves más obvias del relato realista; José Balza en sus Setecientas palmeras… dio un salto dentro del desarrollo de sus ejercicios narrativos largos, y en esta oportunidad, dejó atrás la abstracción y la carga reflexiva que cubría como una totalidad sus dos novelas anteriores: Marzo anterior y Largo, hasta poblar esta nueva narración con marcas concretas de su tiempo histórico: la llegada del hombre a la luna; las peleas de Cassius Clay, las guerrillas venezolanas, las transformaciones eróticas que vivía la Caracas de los años sesenta.
Este libro significó un momento de virtuosismo dentro del personalísimo método de escritura de Balza, que tuvo siempre claro que lo experimental no podía tratarse de una copia de los recursos de los grandes autores del siglo como Joyce, Durrell, Proust, Faulkner, sino de la elaboración de un experimento propio, encarnado en este caso por el trabajo sobre las múltiples capas de un personaje que es uno y varios a la vez, en una comprensión de la “máscara” como modo de crecimiento humano.
Con esta obra y con Percusión, recientemente incorporada al prestigioso catálogo de la editorial Cátedra con prólogo de Juan Carlos Chirinos, Balza reafirma su condición de clásico vivo. Algo que se intuye en las palabras que a Setecientas palmeras plantadas en el mismo lugar le ha dedicado el escritor español Ernesto Pérez Zúñiga: “me doy cuenta de la enorme paradoja de la escritura de este narrador venezolano. Data de hace casi cincuenta años, y parece nacida en el papel para imprimirse mañana. El arte de José Balza sigue siendo un arte futuro”.
Al terminar una vez más la lectura de esta novela regreso a aquel agosto remoto.
Los mangles, la sal.
La accidentada noche anterior en Caracas en la que con un grupo de amigos nos quedamos accidentados en la autopista.
El libro de Balza en mi mano.
En aquel entonces pensé en que sería maravilloso que alguna vez se hiciese la película basada en este libro cuyo guion escribió Silda Cordoliani.
El tiempo ha pasado. ¿Será posible mantener vivo el anhelo de mirar alguna vez esas palmeras en una pantalla?
Juan Carlos Méndez Guédez
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