Perspectivas

Una experiencia singular y memorable

14/07/2020

Hacía mucho tiempo que me rondaba por la cabeza la posibilidad de llevar a cabo un taller de crónica y ensayo por WhatsApp y, a mediados de marzo, la epidemia no sólo me dio de pronto el tiempo que necesitaba para hacer realidad el proyecto, también lo volvió pertinente, porque muchos periodistas y escritores se enfrentaban al reto de narrar una realidad totalmente nueva. Y buscaban un poco de ayuda. De modo que llamé a mi amigo Jaime Rodríguez Z. —cronista y editor peruano afincado en Madrid— para involucrarlo en la gestión del taller. Y lo anunciamos en redes.

Recibimos muchos e-mails. Informamos del calendario (tres semanas con una clase teórica, por audio, los lunes; varias lecturas para comentar en un chat, el viernes; y dos textos que discutir, también por chat, los dos últimos sábados del curso); de la bibliografía (textos ejemplares de Susan Sontag, Martín Caparrós, Cristina Rivera Garza, Alessandro Baricco y Eileen Truax, junto con una selección de crónicas y ensayos sobre le pandemia que se fueran publicando durante las semanas siguientes); y del precio (a quienes no pudieron pagarlo, les regalamos los materiales, y al final de la experiencia les dijimos a todos los participantes que podían compartir los audios con cualquier persona que pudiera aprovecharlos).

Durante los dos meses siguientes más de cien personas, en grupos de diez, leyeron, pensaron y trabajaron juntas para encontrar estrategias de análisis y narración del contagio, la enfermedad, la muerte, el duelo, la esperanza, la cultura, la desigualdad, la violencia o la política en este año terrible. Creo no equivocarme si afirmo que la experiencia fue, para la gran mayoría de nosotros, muy positiva.

¿Por qué era importante para mí que el taller se realizara en WhatsApp? Por varias razones. La primera es meramente pedagógica. Se trata de la gran red social de la comunicación privada, incluso íntima, y eso supone dos ventajas en términos de docencia. Permite enviar con suma facilidad audios, por un lado, que son escuchados por quien los recibe con cierta intimidad y confianza. Y el canal por el que recibimos esos mensajes —por el otro lado— no es usado para intercambios docentes, de modo que no está lastrado por experiencias previas, no tiene una dinámica preconcebida (a diferencia de Zoom, por ejemplo). Además, en un contexto de cuarentena, en que nuestros hogares eran también nuestras oficinas y aulas, que compartíamos con toda la familia, los chats en WhatsApp Web permiten poder tener a tus hijos al lado, haciendo puzzles o viendo la tele, o incluso dejar durante unos minutos el teclado para prepararles la cena. Era muy importante, precisamente, que nadie se sintiera agobiado por las exigencias que implican, por lo general, los procesos de aprendizaje. Ya era suficientemente duro lo que estábamos viviendo como para echar más leña al fuego. El taller debía ser un placer, intelectual y humano. Entre los grupos de WhatsApp que mandaban memes y difundían tontamente teorías de la conspiración, el nuestro tenía que ser una cápsula, un antídoto.

La Fundación para la Cultura Urbana de Venezuela enseguida se mostró interesada en mi iniciativa y me contactó para becar a treinta jóvenes escritores, periodistas, editores y profesores del país. De modo que de los diez grupos de alumnos, tres fueron exclusivamente de venezolanos (en otros hubo también alumnos de esa procedencia, que llegaron al taller por otras vías). La experiencia fue muy rica porque, al tiempo que a ellos les permitía mirar por una ventana internacional y comparar la realidad de su país, donde llueve sobre llovido, con la de otros de América Latina; a Jaime y a mí nos daba la oportunidad de actualizar nuestro conocimiento sobre Venezuela, gracias a personas que provenían de diversos ámbitos, coordinadas con gran profesionalidad por Diajanida Hernández.

Fueron particularmente intensos los chats con Gabriela Wiener y el propio Jaime, sobre las crónicas que ambos habían publicado sobre la enfermedad (como esta de Vice o esta de eldiario.es). De hecho yo mismo, mientras estaba recibiendo, acompañando o recibiendo a alumnos y alumnas de las diversas promociones, me encontraba en el proceso de búsqueda, escritura y edición de ensayos y artículos sobre lo que estábamos viviendo. De modo que las lecturas y las conversaciones nos aportaban a todos. Cuando escribí unas reflexiones sobre cómo Zoom se había convertido en la representación estética por antonomasia de la COVID-19, “La estética de la pandemia”, pensé en nuestro taller. Han pasado solamente un par de meses desde que estábamos encerrados en Barcelona, pero ya me cuesta discernir entre las conferencias y clases que di a través de esa plataforma y otras parecidas en eventos, académicos o culturales, organizados en diversas partes del mundo. En cambio, recuerdo a la perfección los chats por WhatsApp o los mensajes que recibía los domingos, en respuesta a los audios en que comentaba los trabajos finales. De eso se trata la vida, supongo, de encontrar formas para que lo que importa sea memorable y singular. La pandemia sigue activa en todo el mundo. Nosotros seguiremos buscando formas de convertirla en relato, mientras la ciencia y la geopolítica ensayan estrategias para tenerla bajo control.

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A causa de la vinculación especial del taller con una institución venezolana, Prodavinci es el medio que ha publicado más textos trabajados en él: “Londres, nos podemos reunir frente a las berenjenas”, de Laura Dávila Truelo; “Agricultura en riesgo en tiempos de pandemia”, de Indira Rojas; “Positivo para COVID-19”, de Diana López; y “El último partido del DT”, de Batita González. En la revista española Pliego Suelo, de clara vocación iberoamericana, se publicaron dos trabajos,  “Un peatón en la ciudad del fin del mundo: notas e impresiones guayaquileñas”, de Solange Rodríguez Pappe; y “Preferiría no hacerlo: escribir o no escribir en tiempos de pandemia”, de Paula Vázquez. En El Pitazo, Nataly Angulo publicó “La segunda pandemia”; en El Espectador, Diana Pardo , “Ser lideresa social en medio de amenazas”; en Bitácora del Encierro, Tamara Mejía, “Una ventana a lo real”; en Viaje con Escalas, Adriana Herrera “Los millones de La Yaya”; en CTXT, Raquel Castro, “Nos estamos cuidando”; en transcribiendo.com, Oihan Iturbide: “Transitar no es una opción, es una necesidad”; en Liga contra el Silencio, Jeanneth Valdivieso Mancero, “Desafiar al virus en la selva y sin Estado”; en eldiario.es, Alberto Pradilla, “Un éxodo en cuarentena y rechazo al deportado”; en La Nación, Marcelo Silva de Sousa, “Despreciado por Bolsonaro, un médico cubano vuelve a ejercer para combatir el virus en la Amazonia”; en Perfil, Josefina Massot, “Coronados de fobia miramos. (Est)ética del terror pandémico”; en Diarios de Covid-19, Linda Báez, “#quédateencasa: porque no hay decisiones fáciles”; en El Salto Diario, Ana Forcada Domenig, “Y todo se hizo coronaviurs”; en Los Testigos de Madigan”, Francisco  Velázquez, “Cosas que pasan en las librerías: Covid y paranoia; la posibilidad del contagio”; y en revista bacanika.com, Marcy Alejandra Rangel, “La calle muda de Theatrón”. Varios de los participantes en los talleres optaron por publicar sus textos en sus propios blogs o en Medium. Hay algunos trabajos en proceso de edición. En cualquier caso, la lectura de estas crónicas y ensayos permite recorrer la variedad de medios que en España y América Latina están publicando en estos momentos no ficción. Y acceder a una visión panorámica de los estragos que está causando la pandemia. Y su complejidad.


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