Crónica

El último partido del DT

06/06/2020

Álvaro González Orta. Fotografía de Adriana Fiore | Cortesía de Batita González

El mundo tenía pandemia. Caracas: pandemia y dictadura.

Supe que algo andaba mal desde el primer momento que vi que la llamada al celular no era de mi mamá, sino de mi hermano. “Vete para la casa, que Beatriz dice que mi papá no se siente bien”.

En medio de la pandemia por el COVID-19 el “el salir corriendo” se ralentiza. Es todo un ritual de chequear infinitos ítems antes de abrir la puerta de la calle. Armar el bolso “por si acaso”, ponerse los zapatos, el tapabocas, cerrar el apartamento. Cuando me fui, había dejado una hornilla prendida con una sopa a medio hacer. El café colándose en el colador de media que mi papá me regaló el día que salí de la casa familiar, a esta. Al apartamento de sesenta metros donde hoy juego al fútbol sola.

Me subí a la camioneta embalada en un tren de pensamiento que me impedía salir a la cancha serena, como el DT hubiese querido.

El 25 de marzo, Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol anunciaba un panorama sin Liga. El 27, charlando con el DT de la vida, me contó lo aburrido que estaba. El cautiverio que representaba no encontrar siquiera un Olimpiakos-Galatasaray digno de ver. Curioso, el 28 por la mañana saldríamos a la cancha, apartando el anuncio oficial, a empezar un partido que se iría al alargue. A los penales.

Cuando llegué, presa del miedo, tuve que detenerme en seco. La pandemia impide actuar por espasmos, requiere pues, rituales: llegar, abrir la puerta. soltar todo. Quitarse los zapatos, el tapabocas. Lavarse las manos. Cuando la vida de quién más amas depende de actuar en el momento oportuno, detenerse a controlar el balón roba demasiado tiempo.

Corrí como si no hubiera mañana, como si estuviéramos en los tres minutos reglamentarios y tuviese que resolver una jugada demasiado rápido. El DT me había preparado treinta años para todo, menos para esto.

Al verlo lo supe, habría que poner demasiado de nuestra parte y el resultado no dependía de cómo actuáramos nosotros en el campo. Pero como pichichi de la liga, no quedaba más opción: la 10 no te la pones, te la ganas. Y durante treinta años me había ganado esa camiseta a pulso.

Viajes de copiloto, direcciones mal dadas, tragos servidos, idas al cine, al teatro. Confesiones. Charlas eternas. Secretos y complicidades. Todo eso me permitían saber que, a la hora de saltar para ser una más de “los doce de la tribu”, estaba lista. Lo tenía todo. Todo menos la palabra del DT.

En el trayecto que separa nuestra casa de la clínica, repetí cientos de veces la frase que nos congrega, el lema de nuestro equipo. La repetía como un mantra, con la cara tapada por la mascarilla. La repetía mientras cruzábamos una ciudad devastada, desolada. “Bolas y corazón, coños de madre”, bolas y corazón.

Desde que soy niña el DT repite esa frase, frase heredada de sus tiempos de juventud, allá interno en el Dos Caminos. La vida le había puesto delante un técnico que les repetía eso siendo chamitos, cada vez que salían a jugar cualquier partido.

Mi papá la había adoptado como lema de vida. Cuando había miedo: bolas y corazón. Ante un nuevo reto: bolas y corazón. Cuando todo era incierto: bolas y corazón.

Y yo repetí esa frase todo el tiempo que pude, como cuando las gradas del Bernabéu gritan “hasta el final, Vamos Real’’. Y lo repetí con fe, como un creyente recita La Pasión según Santo Tomás.

Emergencia. Vigilantes pidiendo revisar que cumpliéramos todos los requisitos. Atender el teléfono, responder mensajes, seguir las instrucciones. La voz de mi madre en mi cabeza: “Pase lo que pase no toques nada, no te quites los guantes, ni el tapabocas, no toques nada, Tati”.

Y yo respondía preguntas, impersonales, como de periodista deportivo que no sabe quién juega ni qué número tiene en la camiseta. Para el personal de la clínica, mi papá era un historial médico más. Paciente de setenta y seis años. Potencial ACV. Hipertenso y cardiópata. Para mí: el DT.

Estuvimos así, los dos, no sé cuántas horas. En un cubículo frío. Mi papá que no me habla. Yo saliendo a la cancha confundida, sin saber si pegarle de fuera como James o esperar esa mirada del DT en la línea de cal que me permitiera jugar Caribe y meterla en la esquina. Un golazo bello bajo los tres palos. Pero nada.

Mi papá que me mira sin saber dónde estamos. Pero le digo “papá, apriétame la mano si sabes que soy yo”. Y lo hace. ¡COÑO APRIETA LA MANO! Me grito en silencio como diciéndome “este partido lo remontamos”. Como el botín de Iker salvándonos en Glasgow, papá. Como el gol de volea de Zidane. Inesperado pero positivo.

Y pasan las horas y me aferro a eso. El médico dice, cual comentarista de ESPN, un pronóstico que no entiendo. Pero no me frustro, sé que a veces esos comentaristas no creen en los underdogs, como mi viejo. Mi viejo capaz de resolverlo todo. De elegir un tomate, prender un fósforo, ayudarme a votar en una elección, tuitearle a algún político.

Sí, ese médico no juega pal’ equipo porque no sabe que los partidos los ganamos en el último minuto, papá.

ACV hemorrágico en el lóbulo frontal izquierdo, dice a toda mecha el doctor de urgencias. Y yo, que he visto juegos ingratos sé que eso es similar a un Brasil-Alemania donde los teutones han encajado más de cinco goles. Doloroso. Complicado. Difícil de remontar.

Pero “bolas y corazón, coños de madre”.

Pasamos el primer día, los exámenes. El rezarle a todos los santos. A todos los dioses. A Dios, el legalito, el de los ángeles y los santos. A Pelé, a Di Stéfano, al que escuchase. Vamos, DT. Vamos.

Así una semana, mejorías pequeñas, gestos enormes. La afición pendiente. Y yo, de pichichi a DT porque no quedaba más remedio. Hierro encargándose de España porque Lopetegui se comió la luz.

Cada cosa que vivimos en esa clínica ahora vuelta cancha de fútbol la hice con rigurosidad de directivo madridista. Levantarnos. Abrir las cortinas. Mírame, papá, vamos a comer. Apriétame la mano si sabes quién soy. Mira, papá, música para calentar. Dame la pierna, papá. Coño, vamos a cantar “si en el firmamento / poder yo tuviera / esta noche negra / lo mismo que un pozo / con un cuchillito / de luna lunera / cortaría los hierros / de tu calabozo”, qué puñalera Lola, ¿verdad, papá? Y reírme. Y vamos a poner salsa, que nos anima más. Abre los ojos, papá. Sí, no te jales el cable que nos van a regañar. Papá, mira quién vino.

Papá, párame bolas.

Y bolas y corazón, coños de madre.

Mientras tanto el mundo seguía y la pandemia avanzaba. Y aquí, pandemia y dictadura. Y ahora “Beatriz María, no hay gasolina”. Y médicos que llaman, pero no van, porque “uno no sabe quién está infectado y asintomático, mejor no exponerse”. Y médicos que “no sacrifican el tanque de gasolina, mejor ir interdiariamente”. Sí, afuera hay pandemia, dictadura y mercenarios. Digo, médicos… ¿Hipócrates no se llamaba el del juramento? Hipócritas digo ahora que sé cómo acabó el partido.

El alargue y la mejoría, el jugar con nosotros al falta poco. Los médicos corriendo la arruga. “Claro que sales de esta, viejito”. Hipócritas. Clásica movida del contrario… agarrarte flojito, apendejiado, con las defensas bajas y llegarte a la portería en una contra veloz.

En los últimos minutos de la última prórroga lo entendí. Te liberé. Nos abrazamos, medio perdidos. Medio Casillas llorando como un niño y Raúl González consolándolo. Te dije que lo habíamos dejado todo en la cancha. Que venían los penales. Puse en la mesa la bandeja de la sopa. La enfermera nos vió. Te vio. Me dijo “él está presente, reaccionando. Él te escucha’’. Y me subí a la cama, DT. Te miré de cerca, te palpé la cara. La verruguita de la frente, me recosté en tu hombro. Y te dije: “Papá, aquí lo dejamos. Te dejo tranquilo. No te forzo más. Vamos pa’ los penales”.

Y sonreíste, carajo. Y se te aguaron los ojos. Era la final. La final definitiva.

Lloraste, viejo. Lloraste de verdad. El viernes. Y el sábado. Y yo ahí, carajo, en la barrera. Mirando como te cuadrabas pa’ chutar. Y bolas y corazón, coños de madre. Y cerré los ojos. Y te dije en la puerta de cuidados intensivos, que no podía verte cuadrar. Porque “penal parado, es penal mal pateado’’, DT. Y eso lo sabemos tú y yo apenas se para el jugador que va a cobrar.

A las 9 y 22 del cinco de abril, el DT jugó su último partido.

Hoy, cinco de junio, la Liga vuelve a retomar lentamente los entrenamientos.

Para mí, la Liga no será la misma.


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