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Es José Bergamín (poeta de la generación del veintisiete) en su libro: La decadencia del Analfabetismo, quien suma su voz a las ya existentes en la tradición española para defender la cultura analfabeta profunda. Otros nombres que valdría la pena citar, son los de García Lorca y Antonio Machado. Bergamín le confiere a estas expresiones una jerarquía superior contraponiéndola a la cultura culta, escrita al pie de la letra, contraria a las voces y maneras de la tradición.
Bien podríamos pensar en la obra de Gauguin, de Chagall o el pastor que fue Brancusi. Estas referencias ejemplares borran los desacuerdos estéticos que algunos pretenden frente a las expresiones populares. Acercándonos por el contrario a un mundo de afinidades y reencuentros.
La obra del pintor de gallos Rubén Flores suscribe con acento su ligadura con las manifestaciones profundas de la cultura analfabeta, siguiendo en nuestra tradición el trabajo plástico de Francisco Narváez, Mario Abreu o Juan Félix Sánchez.
En sus cuadros domina la frontalidad característica de la pintura popular; la perspectiva sencilla y evidente, junto al manejo complejo y fulgurante de los colores, un bestiario particular, y una conceptualización que trata de conferirle al gallo de combate y al ritual de muerte que lo acompaña una dimensión universal. El Gallo de Combate no sólo corona simbólicamente el árbol de la vida, sino que logra introducirse con versatilidad en diversos ámbitos mundanos.
Debo decir que el pintor Rubén Flores nació en Tucupita, Delta Amacuro, en 1969. Su vida ha transcurrido en el entramado acuático de los caños que conforman el Delta del río Orinoco, en una región específica llamada Araguaitó. Ventilando sus correrías fuera de su lugar de origen, estudia en la escuela secundaria de la población del Tigrito, Estado Anzoátegui, en 1987. Luego regresa a Tucupita, capital de Delta Macuro, donde realiza un curso de pintura al óleo, modesto, pero significativo en la vida del pintor. Se trataba de unas lecciones impartidas por el profesor Edgar Acosta. Es el maestro más importante como referencia de su aprendizaje.
Luego ingresa en el año 1991 a la escuela técnica Eloy Palacios, en la ciudad de Maturín. Cuando le pregunté por estos datos, el pintor Rubén Flores respondió: Pero no olvide que mi gran escuela fue la constancia. Pintar mis gallos hasta el día de hoy.
Rubén Flores es un pintor que viene del vocerío y la emoción de las galleras como espacio vital de existencia. En el recuadro de sus pinturas, sus gallos están siempre “trajeados” con el uniforme marcial del combate, y podríamos decir que, en la casi totalidad de las ocasiones, sus aves ocupan una suerte de pórtico de la presencia incuestionable de la naturaleza.
Es la imagen de una naturaleza entramada con su experiencia de vida. Desde Joven Rubén Flores se recuerda en las puertas de las casas de gallos ofreciendo sus cuadros por unas pocas monedas que aseguraban su sustento.
En esta selección se le ha querido representar como un retratista de las figuras ejemplares del mundo sensible del arte: los escritores, los intelectuales y algunas otras figuras históricas, para lo cual estuvo muy atento a las sugerencias de sus amigos: Hermán Sifontes y Vasco Szinetar. Sus cuadros retoman dichas indicaciones realizándolas de manera celebratoria, con un dejo y una pizca de ingenuidad y espontaneo humor.
El pintor se apoya en una cromatización acentuada de sus personajes donde por momentos incluye detalles enriquecedores como esos inseptos que pululan a escondidas en el interior del cuadro dedicado a la novelista Victoria de Stefano, o la lamparita roja tras la figura de esa singular narradora que es Elisa Lerner.
Siempre estaremos ante una estrategia del pintor que nos retira, por momentos, del centro de la composición para mostrarnos algún elemento del mundo. Se trata de un principio de aproximación cósmica, que pienso, adquiere, un punto de inflexión destacado en el retrato del Gallo jabao dorado, con el paisaje natural al fondo. En el primer término de la composición de esta pintura, está sin duda el gallo, pero de inmediato como espectadores contemplamos una naturaleza “espacializante” que convierte al ave en el vértice de lo que podríamos llamar una visión cósmica. Mirar al mundo con ese ojo de mirada dura, del cual parten las líneas que relacionan los elementos esenciales de un paisaje.
El primer cuadro de la selección es una paráfrasis del destacado mural pintado por Francisco Narváez, como encargo del General Gómez: dictador y bagre de un río sangriento que fue la Venezuela de las primeras décadas del siglo XX. La pieza de Narváez, pintada en 1931, es la recreación plástica más lograda de ese ritual de muerte que es la pelea de gallos. Existe otra representación celebre del gallo en la pintura venezolana, me refiero a El Gallo (1951) del pintor Mario Abreu. Pero en su caso hablamos de un gallo de corral, un gallo que canta al sol, pero no a la noche. Mientras que el gallo de combate es un ave que podríamos decir que canta desde las sombras, posiblemente, entre dos luces, para recordar mejor a San Juan de la Cruz. Parafraseando el mural de Francisco Narváez, Rubén Flores exalta de manera acentuada las características esenciales del mural: los círculos concéntricos de la arquitectura del coliseo galleril; dinamiza la multitud de participantes en la lidia, definiendo mejor su gestualidad. En algunas de esas figuras podemos notar la contorción de unos rostros como si portaran máscaras, elemento característico de los rituales primitivos, es de hacer notar el tratamiento un tanto abstracto del cuadro de Narváez, que no permite ver los rostros de los asistentes. Otro detalle resaltado de manera especial por la obra de Rubén Flores está representado por el echo de que todos los concurrentes a la lidia señalan de manera muy clara y con insistencia el último y central anillo que dibujan los dos gallos combatientes que se enfrentan en el aire, como símbolo de ese echo transformador de la vida que es la muerte. El pintor siempre remarca la referencia rituálica, recordándome el rito de muerte del macho cabrío, un ritual que constituye el antecedente más lejano de la tragedia griega.
Igor Barreto
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