Perspectivas

Pascal Bruckner: la inocencia perversa

14/09/2020

Eco y Narciso. John WIlliam Waterhouse. 1903

“Es incorrecto e inmoral tratar de escapar de las consecuencias de los actos propios”. Mahatma Gandhi.

Según la mitología clásica, el adivino ciego Tiresias predijo a la madre de Narciso que su hijo viviría una larga vida, siempre y cuando nunca viera su reflejo. La actitud desdeñosa de Narciso hacia el sexo femenino, causada por un exagerado amor a sí mismo, disgustó a los dioses por su soberbia. De modo que lo llevaron a contemplar su propio reflejo en el agua de un arroyo. El joven estaba tan absorto en su propia belleza, que cayó al agua, donde murió ahogado. En el lugar de su fallecimiento, surgió una flor que llevaría su nombre.

El mito de Narciso originó el término “narcisismo”, que es la excesiva complacencia en la consideración de la propia persona. Esta patología consiste en una forma de inmadurez emocional, pues el individuo no renuncia a los deseos o fantasías de la infancia. El individuo solo se preocupa de sí mismo y espera que la realidad se doblegue en función de su capricho.

Platón sabía que el principal peligro de una república sana era la inmadurez de los ciudadanos, pues los condenaba al ensimismamiento, la “idiotez”, un rasgo que, para los antiguos griegos, no era una deficiencia de la inteligencia sino del carácter. El supuesto de Platón es que, si el animal político se degrada en animal emotivo, la salud colectiva está en riesgo.

El filósofo francés Pascal Bruckner (Paris, 1948) parece haber retomado la crítica platónica para interpretar la cultura contemporánea. Bruckner es un pensador que, en un primer momento se le asoció a los “nuevos filósofos”, junto a Alain Finkielkraut, André Glucksmann y Bernard-Henri Lévy. Destacó tanto como novelista como ensayista. Su consagración como novelista llega en 1981 con Lunas de hiel, una lúgubre historia de pareja, convertida en película en 1992 por Roman Polanski.

El trabajo filosófico de Bruckner está caracterizado por denunciar las trampas posmodernas en las que vive atrapada la conciencia occidental. En El sollozo del hombre blanco (1983), denuncia las políticas narcisistas y destructivas en pro del tercer mundo. Más recientemente La tiranía de la penitencia (2006), acusa el patológico sentimiento de culpa de la cultura política europea. Llega a obtener, en 1995, un Premio Médicis por su ensayo La tentación de la inocencia, el cual nos ayudará a comprender el problema del emotivismo que somete a la cultura actual.

Victimismo e inmadurez

En La tentación de la inocencia, Bruckner clava el bisturí crítico al concepto de “inocencia”, el cual es la combinación nefasta de infantilismo y victimismo.

“Llamo inocencia a esa enfermedad del individualismo que consiste en tratar de escapar de las consecuencias de los propios actos, a ese intento de gozar de los beneficios de la libertad sin sufrir ninguno de sus inconvenientes” (La tentación de la inocencia, p. 14).

Lo que dice Pascal Bruckner sobre la aspiración de legitimar la irresponsabilidad de la cultura contemporánea corresponde con lo que otros autores han afirmado sobre el arquetipo del Puer aeternus y el peligro de que desemboque en alguna forma de totalitarismo. Esta conexión se realiza a través del victimismo, el cual encuentra representado en muchas manifestaciones culturales.

Bruckner descubre la lógica pervertida según la cual el victimismo que justifica el excepcionalismo, y, a su vez, el excepcionalismo justifica cualquier venganza. Muy sabiamente, distingue entre quienes exigen justicia de forma legítima, y quienes lo utilizan como una excusa para justificar el nihilismo, la transgresión de los principios éticos.

Individualismo trágico

Bruckner afirma que el triunfo histórico del individualismo, llevado a cabo por la modernidad, presenta una paradoja. Por una parte, el individuo ha logrado liberarse de los poderes que lo oprimían tradicionalmente. Por otro, el individuo ha quedado desamparado de la protección de esos mismos poderes. En conclusión, la victoria ha sido pírrica, pues las libertades implican una deuda de desamparo y absurdo existencial.

“Cómo no percatarse en efecto de que la victoria del individuo sobre la sociedad es una victoria ambigua y que las libertades concedidas a éste -libertades de opinión, de conciencia, de elección, de acción- son un regalo envenenado y la contrapartida de un mandamiento terrible: a partir de ahora a cada cual le incumbe la tarea de construirse y de encontrarle un sentido a su existencia” (La tentación de la inocencia, p. 24).

Todavía hay otra paradoja. Bruckner revela que, si bien el individuo necesita diferenciarse del rebaño, tiene que llevarlo a cabo de una forma contradictoria, a través de la imitación. En otras palabras, el individualismo moderno, y también posmoderno, termina siendo bipolar: aspiración a la negación del gregarismo, y, a la vez, la tentación de pertenecer a algún rebaño.

Según Bruckner, este individualismo infantiloide es la reafirmación del capricho, es decir, donde el libre arbitrio se convierte en arbitrariedad. Además, también es el rechazo al crecimiento, como si no hubiese etapas evolutivas que recorrer. En este sentido, el ‘Puer’, como Peter Pan, reivindica su carácter ‘aeternus’. La adultez significa aprender a renunciar, mientras que “el individualismo infantil, por el contrario, es la utopía de la renuncia a la renuncia” (La tentación de la inocencia, p. 99).

Pascal Bruckner. Fotografía de Mariusz Kubik | WIkimedia

La educación democrática

Contrario de lo dicho anteriormente, la madurez emocional podría definirse como un estado de fortaleza y templanza que conduce a actuaciones realistas y equilibradas. Bruckner nos recuerda que ser adulto es dominar nuestra naturaleza caprichosa y aprender a luchar por la libertad, la cual implica obstáculos. La madurez implica aprender a convertir dificultades en desafíos para alcanzar un mayor dominio sobre nosotros mismos y sobre el mundo.

“¿Qué es ser adulto, idealmente hablando? Es avenirse a determinados sacrificios, renunciar a las pretensiones desorbitadas, aprender que más vale «derrotar los propios deseos antes que el orden del mundo» (Descartes). Es descubrir que el obstáculo no es la negación sino la condición misma de la libertad, la cual, si no encuentra trabas, no es más que un fantasma, un capricho vano, puesto que tampoco existe si no es a través de la igual libertad de los demás fundada en la ley” (La tentación de la inocencia, p. 107).

La democracia es algo que hay que reconstruir todos los días, pues la tentación totalitaria siempre está agazapada esperando su oportunidad. En esta época, se manifiesta precisamente en la inmadurez y el victimismo. Por tanto, el ideal democrático implica una batalla que hay que ganar todos los días.

“La eterna propensión del hombre libre a la dimisión, a la mala fe puede ser contrarrestada o frenada, pero nunca del todo sofocada” (La tentación de la inocencia, p. 270),

Es muy razonable la posición de Bruckner según la cual el porvenir de la civilización occidental está en el cultivo de los valores democráticos. A esto hay que agregarle que dichos valores deben expresar los principios éticos. Pues la democracia puede confundirse con la demagogia. La lucha por la ética brinda sentido a la vida. Mientras que los totalitarismo y autoritarismos dan un sentido inauténtico a la vida, basado en la ira y la voluntad de poder.

Se pueden encontrar muchas similitudes entre el hombre rebelde de Albert Camus y el hombre adulto de Bruckner. Ambos coinciden en no dejarse derrotar ni por el fatalismo ni por el resentimiento. Su motivación es la justicia y no la venganza.

El paciente indignado    

Es importante develar el supuesto de esa conciencia “inocente”. Dicho supuesto consiste en la reducción del hombre político en hombre psicológico, quien está más pendiente de lo que le ofende que de los deberes que debe cumplir. Esto da como resultado que el ciudadano se convierte en paciente, y espera que la sociedad le suministre terapia. Este paciente se negará a ocuparse del bien común de la sociedad, y se dedicará a quejarse de todo lo que obstaculiza su caprichosa naturaleza.

Según Kant, la humanidad alcanzó la mayoría de edad con la Ilustración. El gran filósofo alemán no pudo haber imaginado los movimientos totalitarios que trataron de asaltar la razón durante el siglo XX. Luego de la derrota del fascismo y de la caída del comunismo, nadie pudo haber imaginado que la cultura de las sociedades democráticas quedaría bajo el imperio del indignado caprichoso.


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