Reverón

10/05/2022

Fotografía de Severuksen

Armando Reverón es un enigma interpretativo. Su genial personalidad sigue siendo un misterio. Cómo no va ser compleja una personalidad que comprende a la vez la locura de Van Gogh con la vocación exótica y el auto destierro de Gaugin. La reciente película de Diego Rísquez, Reverón, nos hace preguntarnos de nuevo por ese misterio.

Antes de verla, ya habíamos oído muy buenos comentarios sobre ella. Hasta leímos algunas críticas elogiosas. Coincidían en alabar la fotografía y la actuación de Luigi Sciamanna como el genial artista de Macuto. Cuando vimos la película, tuvimos que reconocer que los elogios estaban bien justificados.

Nuestro proceso reflexivo pasó por tres etapas: constatar tres apuestas de Rísquez, interpretar tres escenas de la película que impactaron nuestra memoria y reflexionar sobre dos pensamientos filosóficos que nos ayudaron a abordar el tema.

Las apuestas de Rísquez

La primera apuesta de Rísquez es lumínica y se centra en el período blanco, el más emblemático del pintor. Reverón decía que “La pintura es la verdad; pero la luz ciega, vuelve loco, atormenta, porque uno no puede ver la luz”. Rísquez no se detiene en otra época pictórica de Reverón. Tampoco cae en la tentación de contarnos toda la biografía del pintor. Es como si nos quisiera decir que lo más importante de su epopeya consiste en registrar el momento en que el artista comienza a domesticar la luz.

La segunda apuesta es biográfica. Gracias a la película podemos imaginarnos cómo era la vida del artista en el Castillete, rodeado de sus afectos y fantasmas. Podemos presenciar momentos estelares de la cotidianidad del pintor, donde nos revela su personalidad y su relación con los objetos. Reverón decía que “Los pintores que se ocupan mucho de la publicidad concluyen teniendo más medallas que obras”. Tenía la despreocupación del genio por la crítica. Sabía que su valor dependía de su propia inspiración.

Esta apuesta comprende la conexión entre la vida y la obra de pintor. Existe una tendencia historiográfica que trata de separar a Reverón de su obra. Sus legendarias excentricidades se han interpretado como expresión de una enfermedad mental o como un recurso histriónico que el pintor usaba para divertir a sus visitantes. En ambos casos, hay una forma de la vida del artista que no logran vislumbrar. Lo profundo gusta de esconderse, decía Nietzsche. Con esta película Rísquez evidencia que Reverón era un ser profundo bajo una apariencia de informalidad. De esta manera, encontramos en el artista un significado particular en el uso de sus metáforas, de sus fábulas, de su gusto por el absurdo y el humor. Pero además, tiene la vocación de confundir. De esconder, tras su festividad, los contenidos paradójicos que exceden el racionalismo simplista.

La tercera apuesta es la chamánica. Reverón utiliza la magia sexual para purificar su percepción, como decía William Blake, para que las cosas se muestren en su infinitud. Por eso, Rísquez hace mucho énfasis en mostrarnos cómo el pintor se pone un cinto bien apretado en la cintura. Ese es el recurso que utilizan los magos para transmutar la energía erótica, la cual permite acceder a la visión de lo sutil. Ese intento mágico de separar lo denso de lo sutil también se encuentra en la confesión del mismo Reverón cuando dice que los elementos de su obra son “blanco la mierda”, afirmación con fuertes resonancias al dualismo gnóstico de espíritu y materia.

Escenas para reflexionar

Rísquez materializa sus apuestas en contundentes escenas. Probablemente sea el realizador venezolano más afín al propio Reverón en cuanto al gusto por la imagen. Desde sus primeras películas, ha destacado por una generosa imaginación, referida a nuestra historia nacional. Son notables aquellas imágenes donde jugueteaba psicodélicamente con la jungla (Orinoko nuevo mundo, 1983).

En tal sentido, podemos ver la escena de las mujeres enmarcadas como una licencia poética que conmueve al espectador. La misma consiste en una hermosa metáfora que intenta reproducir algunas conocidas pinturas del artista. En esta fantasía erótica, Rísquez permite ver cómo el artista contempla a las mujeres antes de plasmarlas en un cuadro. Lo que revela una fuerte sexualidad. El arte nunca es casto, decía Picasso. Pero, paradójicamente, Reverón es un asceta. La excitación sexual y luego su represión se ponen al servicio de la sublimación o, más bien, de la exaltación de una conciencia que le permite ingresar a ese otro mundo más allá de lo ordinario.

La escena de la boda es de una singular belleza. Aunque se base en la realidad, el director jugó con la objetividad y la subjetividad del artista. Reverón decía que “La vida es un constante ensayar; todo ensayo es vivir. Por eso me gusta el teatro, porque todo ensayo teatral es un reflejo de la vida misma”. Pues la escena de la boda confirma esa teatralidad de la que nos habla, y a su vez, tiene una honda emotividad, dada la ingenuidad con la que los personajes enfrentan la ceremonia. En esta escena se intercambian los roles de verdadero y falso. En consecuencia, la boda teatral termina resultando más auténtica que lo que hubiese sido una boda legal.

Otra idea muy hermosa resulta la del piano insonoro, cuando el artista da un concierto a las muñecas, ahora sus modelos, junto con Juanita. Como el Quijote, nos hace participar de su imaginario. Un imaginario que luce más sólido que la prosaica realidad. Pareciera que el personaje nos quiere decir que debemos abandonar las máscaras que conspiran para ocultar nuestra autenticidad. Pero, a la vez, debemos usar las máscaras para expresar, paradójicamente, nuestra verdadera personalidad.

Bachelard denomina imagen a la capacidad que tiene la poesía de impactarnos sin saber cómo ni por qué. La imagen poética nos hace vibrar el alma. El arte de Reverón está lleno de esa poesía. Nos impacta profundamente. Rísquez, con estas escenas, definitivamente logra crear un puente entre la poesía que advierte en el pintor de la luz y el gran público.

Un ulterior esfuerzo interpretativo

Se comprende mejor a Reverón desde ciertos ángulos. Para él “La vida es el gran teatro” donde protagoniza sus propias ensoñaciones. De esta afirmación se desprende que asumió su locura como una forma de ejercer la libertad. Para ello recurre a la soledad y elige marginarse retando la incomprensión del entorno. “Así fue que me convertí en un loco. Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden esclavizan una parte de nuestro ser”, decía Gibran Jalil Gibran en El loco. Reverón amaba esa libertad de la que nos habla Gibran, la de no ser comprendido. La de darnos un mensaje sugestivo, pero elusivo. Nos seduce, pero se niega a ser reducido a una formula simplista. “Definirse es limitarse”, decía Oscar Wilde.

Cuando el artista nos dice: “Ignoro todo eso de los premios. Ni me interesan tampoco. Yo solo me intereso por mi castillo y mis pinturas”, nos está mostrando su rebeldía. Una rebeldía de naturaleza diferente a las rebeliones políticas. La suya fue una rebelión poética, una rebelión del arte puro.

James Joyce nos dice, en su Retrato del artista adolescente: “El deseo nos incita a la posesión, a movernos hacia algo; la repulsión nos incita al abandono, a apartarnos de algo. Las artes que sugieren estos sentimientos, pornográficas o didácticas, no son, por tanto, artes puras. La emoción estética es por consiguiente estática. El espíritu queda paralizado por encima de todo deseo, de toda repulsión”. Reverón no quiso hacer ni pornografía ni didactismo, como dice Joyce. Hizo arte puro. Para eso, fue más allá de los límites, de las convenciones y de la conciencia de la época.

Rísquez ha querido mostrar que esa transgresión tuvo un final trágico. El director se permite cambiar detalles de la historia verdadera, tales como la de la aprehensión del artista por parte de los enfermeros (en realidad, Reverón fue conducido a la clínica en Cadillac, acompañado por Manuel Cabré y Armando Planchart) introduciendo su tesis de que la rebeldía poética de Reverón entraba en conflicto con la racionalidad conservadora de la época y culmina la película con el genio encerrado en un manicomio. En tal sentido, como licencia es perfectamente válido que haya modificado detalles de la realidad.

Las enseñanzas de Macuto

Armando Reverón nos deja dos enseñanzas a los venezolanos. Dos enseñanzas a las que solemos resistirnos. La primera es que para obrar con grandeza necesitamos autenticidad y confianza en nuestra visión. Despojarnos de nuestros deseos de impresionar. Reverón es el modelo de quien sigue su propio camino y es fiel a su yo expresivo. Su camino no era complacer al ego ni al fuego fatuo de los reconocimientos. Era explorar sus junglas mentales para cazar esas piezas maravillosas que luego encarnaba en lienzos rústicos. No le importaba agradar a los críticos o al gran público. El sentido de la vida consiste en descubrir el mundo interior y reformular el universo que le corresponde.

La otra gran enseñanza de Reverón es que no se necesitan grandes recursos para hacer obras maestras. Basta con lo que tenemos a mano. Le fue buena su mente adolorida, su pobreza y los materiales de desecho que reciclaba con mística y acierto.

Reverón es una de nuestras más grandes glorias y uno de nuestros mayores enigmas. Como buena gloria, encargamos su legado al olvido. Como enigma, preferimos la distracción a la reflexión. Por eso está muy bien que Rísquez nos haya recordado, con su hermoso largometraje, las enseñanzas que el artista nos legó. Cabe destacar también que Reverón es uno de nuestros próceres civiles. Elemento digno de resaltar en una época de exagerada y manipulada exaltación de lo militar.

En conclusión, Rísquez sale airoso al recrear uno de nuestros grandes maestros del espíritu, uno de nuestros más fecundos personajes históricos y un pilar del imaginario venezolano. Nos ha entregado una película que concita toda la belleza que desde la estrechez pudo gestar un hombre y nos ha arrojado un amoroso puño de tierra en el rostro al confrontarnos con la sabiduría y la integridad que viven tras los rasgos más difundidos de Reverón.

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Este texto fue publicado originalmente en Prodavinci el 16 de agosto de 2011.


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