Perspectivas

Oppenheimer: arrepentimiento en tiempos de armas de destrucción masiva

Fotograma de Oppenheimer (2023)

27/02/2024

«Sus científicos estaban tan preocupados por si podían o no, que no se detuvieron a pensar si deberían». 

Dr. Ian Malcolm (Jeff Goldblum), Parque jurásico (Steven Spielberg, 1993).

La novela Frankenstein de Mary Shelley, de 1818, tiene dos protagonistas: el científico y la creatura, la cual es producto del experimento de volver a la vida los cadáveres. A través de la literatura, la autora quiere hacer una reflexión sobre la ciencia moderna. Encontraba que, en el positivismo del siglo XIX, existía el peligro de cometer una impiedad. La mayor impiedad es jugar a ser Dios, aunque halla personas que piensen que es el mejor juego que existe. Quiso destacar dicho riesgo en el subtítulo de la obra: El moderno Prometeo. Esta referencia a la mitología clásica se debe a que Prometeo roba el fuego de los dioses para compartirlo con los mortales. De esta forma, los hombres podrán salir del estado primitivo y acceder a la civilización. 

Si bien el fuego saca a los humanos del miedo a la oscuridad y las bestias, también les permite desarrollar las técnicas. Por eso, Prometeo es considerado, por algunos, el dios de la tecnología. Aunque realmente dicho privilegio le corresponde a Hefesto. Hay que aclarar que Prometeo no es un dios en sentido propio. Más bien, pertenece a la clase de los titanes, los cuales son deidades primordiales que fueron vencidas por deidades más evolucionadas, quienes se constituyeron como dioses y conocemos como los Olímpicos. 

Los titanes están aquejados por la desmesura. Aunque Prometeo parece ser benéfico para los humanos (Marx llegó a decir: «Prometeo es el más grande santo y mártir del calendario filosófico»), tomó una decisión que puso en peligro la estabilidad del universo. La tecnología les permite a los humanos competir con los dioses. Por esa razón, Zeus condena a Prometeo al tormento de que un águila le comiese diariamente la entrañas, amarrado a una piedra. Claro, el padre de los dioses se preocupó de que las entrañas se reprodujesen durante la noche. 

El fuego atómico 

Al igual que Frankenstein, la película Oppenheimer de Christopher Nolan (2023) comparte el arquetipo prometeico. Además, encontramos similares protagonistas: el científico y su creatura. En este caso, la creatura toma la forma de bomba atómica. Dicho dispositivo tuvo su origen en la carrera armamentista entre los Aliados y el Eje. Para ser más específicos, entre Estados Unidos y la Alemania nazi.  Se tenía noticia de que Hitler buscaba un arma nuclear y había puesto a Heisenberg a la cabeza de su proyecto. 

Cuando las fuerzas armadas norteamericanas deciden investigar sobre el nuevo armamento, bautizan el proyecto con el nombre secreto de “Manhattan” y ponen al mando a un joven y audaz científico, Arthur Oppenheimer, a quien apodaban ‘Oppie’ en la universidad. Este asume el encargo debido a la amenaza que el nazismo representaba para el mundo libre, así como también para el judaísmo, del cual él mismo formaba parte. 

Además de esta razón estratégica, existía una profunda motivación creativa y hasta mística. Por una parte, Oppenheimer tiene la oportunidad de llevar adelante una innovación única en la historia. Por la otra, se manipulará con una energía que parece sacada de la panoplia de rayos de Zeus. Esta es la tentación prometeica que seduce la mente de Oppie. 

¿Cómo se puede convertir la historia de la creación de la bomba atómica en un éxito de taquilla? El secreto consiste en contar con Christopher Nolan como director. Nolan es de los realizadores más lucrativos de la actualidad. Posee un don especial para descubrir lo que conecta con el público. Además, sabe combinarlo con profundidad conceptual. En tal sentido, Nolan ha sabido configurar la historia de Robert Oppenheimer como una indagación sobre un genio científico enfrentado al horror histórico y al arrepentimiento.

La trama trepidante 

Nolan es amante de los rompecabezas, tal como lo ha demostrado en Memento (2000), El origen (2010), y Tenet (2020). En Oppenheimer no establece una cronología lineal. En su lugar, prefiere jugar con tres líneas temporales. La primera es en 1954, cuando Oppenheimer, de unos cincuenta años, se enfrenta a una audiencia de seguridad, ante la Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos, donde unos buitres, hambrientos de su ruina, sacan a la luz su pasado para difamarlo. 

La segunda ocurre en 1959, cuando el poderoso político Lewis Strauss está dando cuenta de su relación con Oppenheimer, durante una audiencia de confirmación para formar parte del gabinete del presidente Eisenhower. La tercera es la historia de amor de Oppenheimer por la física y las mujeres apasionadas.

Además del entrelazamiento temporal, Nolan juega con la velocidad de la edición. Es una película que no sólo acelera los hechos, sino que los fragmenta en miles de piezas radiactivas. De esta forma, sacude al espectador a través del tiempo y el espacio, desde los años 20 hasta los 50. Es como la versión histórica de un agitado multiverso de ciencia ficción.

Nolan tiene el talento para reunir repartos monumentales.  Esta cinta no es la excepción. Muchos nombres conocidos coadyuvaron al despegue comercial de Oppenheimer. Para interpretar al personaje principal, Nolan optó por el actor Cillian Murphy, quien logra expresar la atormentada mente del físico con una gran economía gestual. Por su parte, Emily Blunt interpreta con acierto a Kitty, la aguerrida esposa de Oppenheimer. Mención especial merecen Robert Downey Jr., Matt Damon y Gary Oldman. 

Vemos a Robert Downey Jr. deshacerse de la armadura de superhéroe de Iron Man. En su lugar, Downey se pone corbata y adopta una personalidad viscosa, para interpretar a Lewis Strauss, un político maquiavélico y resentido dispuesto a hundir el prestigio de Oppie. 

Matt Damon toma a su cargo el papel del general Leslie Groves, el primer militar norteamericano que tomó conciencia de la importancia de las armas nucleares. Era un hombre hosco, pero de una excepcional inteligencia. Fue el encargado de construir el edificio del Pentágono. Recluta a Oppie para liderar el dream team de la ciencia del átomo. Damon prefiere no acentuar los aspectos férreos de este personaje. Más bien le da un toque sutilmente humorístico. Por otra parte, destaca su mente centrada en lograr los objetivos establecidos. Nolan quiere que este personaje represente la mentalidad belicista. 

Gary Oldman interpreta al presidente Truman, un hombre campechano, capaz de tomar decisiones pragmáticas, aunque tengan consecuencias despiadadas.

En este drama histórico, el personaje central, en el fondo, no es un humano, es la bomba atómica. El gran momento cinematográfico de esta película es la prueba Trinity en Los Álamos, Nuevo México, la primera detonación de un arma nuclear. Nolan se deleita mostrando el poder cataclísmico del innovador dispositivo. Esto se ve confirmado por el asombro de todo el equipo de científicos, militares y políticos ante ese imponente evento. Oppenheimer se siente sobrecogido. Ante la visión del espectáculo del hongo nuclear, que ilumina el desierto, pronuncia su famosa frase del Bhagavad Gita, el libro sagrado del hinduismo: “Ahora me he convertido en la Muerte, la destructora de mundos”.

Una decisión compleja 

Los historiadores han discutido la razón por la que Oppenheimer recurrió al Bhagavad Gita. ¿Qué condujo a un científico moderno a buscar la sabiduría oriental? ¿Fue, acaso, la expresión de sentirse dueño del mundo? Es muy posible que no sea así. Debemos recordar que el tema central del Bhagavad Gita gira sobre Krishna, deidad que encarna la reparación de las injusticias, instando al héroe Arjuna a hacer la guerra. 

Hay que aclarar que Krishna no lo hace por el simple deseo de conquista, sino por cumplir con la rectitud del deber. Esta reflexión moral es lo que debe haber atraído a nuestro protagonista. ¿No estaba el propio Oppie en la misma posición que el legendario Arjuna? ¿Acaso el curso de la justicia y la rectitud no dependían de su éxito o su fracaso? Oppenheimer no recita por soberbia las líneas icónicas del Bhagavad Gita. Más bien, debemos ver a un hombre haciendo las paces con la difícil elección que debe tomar. 

El drama de Oppie es característico de un intelectual. Un intelectual no es solo quien trabaja con el intelecto. Hasta un cajero utiliza más su mente que su cuerpo. Es alguien que ha hecho aportes significativos en las humanidades o las ciencias. De todas formas, todavía hace falta un requisito para ser un intelectual cabal: tomar posición pública sobre los temas más importantes para la sociedad. 

Según Julien Benda, la misión sagrada del intelectual es no someterse a las pasiones políticas, es decir, mantener la cordura cuando todo el mundo parece volverse loco. Por el contrario, el intelectual que se deja llevar por la corriente del irracionalismo comete traición contra su misión sagrada. 

Como vimos, Oppie asume la tarea de construir la más poderosa de las armas de destrucción masiva. Luego, entra en conflicto cuando ve que su gobierno está dispuesto a utilizarla. Es más, la utiliza de hecho contra las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. En otras palabras, Oppie saca al genio de la botella, pero luego descubre que no es tan fácil devolverlo a su confinamiento. De esta manera, comienzan a sufrir sus entrañas prometeicas. La conciencia moral le advierte sobre los peligros de la banalidad del mal. 

No es que Oppie ignorara las capacidades destructoras de la tecnología que estaba desarrollando. A pesar de eso, al igual que Arjuna, Oppenheimer siguió lo que le parecía el curso correcto del Dharma, el sentido de la vida. Tal vez pensó que se podía crear un arma para defender la democracia, pero bastaría amenazar con ella sin llegar a utilizarla. 

La historia siguió otro curso. Si bien había sido derrotado el Eje en Europa, la guerra continuaba en el Pacífico con un alto costo de vidas. Truman y su gabinete llegaron a la conclusión de que el uso del arma aceleraría el fin de la guerra y el retorno a la paz, salvando muchas vidas. 

Después de los bombardeos sobre Japón, Oppenheimer quedó profundamente atormentado por la devastación causada. Su recomendación al presidente Truman de restringir más investigaciones nucleares lo convierte en una figura despreciada por la clase política. Por lo tanto, es muy desconsiderado calificar a este hombre como un promotor del genocidio. 

Más allá del remordimiento 

Para comprender el drama interior de Oppenheimer, es necesario hacer algunas clarificaciones conceptuales. El gran conflicto ético de la humanidad se encuentra entre las dos formas de nuestra razón. Por una parte, tenemos el Logos, la razón extática, la cual aprehende los valores: el bien, la verdad y la belleza. Esta razón nos dice que actuemos de acuerdo al deber y la compasión. Por otro lado, tenemos la ratio, la razón instrumental, que nos dice que actuemos de acuerdo a los intereses. Esto nos pone en la encrucijada de tomar la decisión de no utilizar un arma tan poderosa, pero le podemos dejar al enemigo que la utilice en nuestra contra, especialmente si el adversario es un poder despótico. La solución es compleja. 

En este caso, nos puede ser de utilidad la distinción de Fernando Savater entre humanitarismo y humanismo. El humanitarismo se preocupa por la crueldad de la guerra, pero puede tomar la forma de lástima, la cual es manipulable por un despotismo que se autoproclama benéfico. Por el contrario, el humanismo es la lucha por los valores democráticos, con la conciencia de que hay que tomar decisiones difíciles. El humanismo está movido por la compasión, no por la lástima. Esta es la lección que se encuentra en el texto sagrado del hinduismo. 

Por otra parte, arrepentimiento no equivale a remordimiento. Es una elevación de nivel de conciencia. Esto es lo que significa su etimología: metanoia (‘meta’: más allá; ‘noia’; mente). Los remordimientos no devolverán la vida a las víctimas. El arrepentimiento, entendido como transformación espiritual, puede hacer que tomemos decisiones más prudentes sobre el uso de la violencia. 

En cada caso, priva el análisis de conciencia. Hay que evaluar hasta donde se puede mantener la paz frente el ataque de tiranos despiadados. Tenemos que defendernos, pero sin perder el alma en el camino. Tal vez esta sea la forma de redimir las entrañas de Prometeo. Como bien dijo Einstein: «El problema del hombre no está en la bomba atómica, sino en su corazón».


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