“Leer para comer”

04/11/2023

Fotografía de Naky Soto

Ese es el título del más reciente libro de Miro Popiç, un cocinólogo con quien he tenido el gusto de comer empanadas, el formato más sencillo para probar un poco de guiso envuelto en harina de maíz. Con su tapa de tela y sus 240 páginas cosidas, este libro reúne varios combos de empanadas con el jugo de tu preferencia. Son historias que comenzarás a leer sin darte cuenta de que al hacerlo estarás firmando un pacto silente que te impedirá guardar silencio, porque una vez que las conozcas experimentarás un deseo irremisible de querer echarle ese cuento a alguien, querrás compartir eso que acabas de aprender, como cuando le concedes un mordisco de tu empanada a alguien que no pidió el sabor que tú elegiste, y le quieres tanto que te parece poco cortés que no pruebe “eso”.

Miro insiste en que el libro reúne parte de su esfuerzo por vencer a la desinformación que circula en las redes sociales, pero después de leerlo estimo que la rigurosidad metodológica de su investigación no es más poderosa que su manera de narrar sus hallazgos.

Claro que es fantástico tener la certeza de que la información que reúne fue verificada, pero el orden de sus datos ensamblados en cada historia funciona como el encamisado de un buen tequeño: cuidando el extremo desde el que arrancas, girando con sinuosidad y firmeza mientras envuelves el trozo de queso (pero sin estirar mucho la masa), con delicadeza para terminar el envoltorio, sin grumos ni excedentes.

Fotografía de Naky Soto

Por eso te vas metiendo en cada relato para averiguar qué sigue, de qué se trata esa historia, y sentirás un poco de consideración por aquellos nativos que prepararon sus caraotas antes de inventar un trapiche que procesara la caña de azúcar, por lo que lamentablemente se fueron de este mundo sin conocer sus bondades; confirmarás el gentilicio del pan de jamón, te enterarás de unas infidencias sensacionales a partir de una tableta de chocolate y encontrarás argumentos para defender el valor de la arepa. Perdón: de nuestra arepa.

Somos dulces, pero estamos salados.

Así tituló mi amado Luis Carlos Díaz el prólogo de este libro. No les voy a adelantar nada de lo que contiene, pero sí voy a rescatar una idea trascendental: “Leer para comer” es un ejercicio necesario para los venezolanos, porque nuestra migración masiva nos hace formar parte de otras culturas y otros sabores, por lo que preservar nociones fundamentales de nuestra gastronomía no sólo es importante para esta primera generación de migrantes, sino para las generaciones por venir.

Los que buscaron en otros países el albergue necesario para desarrollar su vida, extrañan el ají dulce (que en rigor no es dulce sino menos picante, pero aquí se llama así), extrañan los mamones y la importante variedad de tubérculos con los que solemos preparar cualquier sancocho: no importa tanto la proteína como esa mezcla maravillosa de texturas y sabores que le otorgan esos vegetales que siempre serán sellados con hierbas frescas que garantizarán su aroma a metros de distancia.

Fotografía de Naky Soto

Aun conscientes de que comer es vital para vivir, importa más con quién aprendes a comer y la forma en la que preparaba esa comida, que el propio plato. El amor es una variable poderosa para esa parte de nuestra memoria que permanece inalterable hasta que, pasando por algún lado, hueles una arepa con ristras de diablito y queso, y en nanosegundos te ves jugando en el patio de tu escuela, sorteando los mordiscos de tu desayuno con las taimas de la ere, y un alimento tan sencillo te resume años de vida, te acerca a tus amigos, los árboles del patio, la maestra más simpática y hasta el lío que te formaron al regresar a la casa porque no te comiste todo.

La distancia no borra el poder de la memoria. Es hermoso descubrir sabores nuevos, aprender de esos lugares donde estamos, pero siempre será más bonito alimentar una amistad con un nivel de intimidad tan profundo, que se gane una invitación a tu casa para probar tu versión del arroz con pollo que hacía tu mamá. Y cuando lo preparas, verás su caldero, verás sus paletas de madera, los sujetadores de olla, recordarás las sillas de la cocina, probablemente menos bonitas que las versiones que hoy usas, pero ahí aprendiste a comer y a amar lo que comías, porque amas a quien te lo preparó. Por eso la emoción priva sobre la sofisticación en el gusto, una hallaca puede no ser el plato más elegante del mundo, pero te la servían en días felices, ¿cómo vas a olvidar eso?

Fotografía de Naky Soto

Preservar la memoria

Para nosotros no será un problema conservar esas memorias, pero, ¿Cómo las recreamos a los nietos y bisnietos que crecerán en otras partes? A ellos el tequeño no les va a sonar a la Billo’s Caracas Boys ni a Los Melódicos; quizás mantengan ese patrón impertinente que le saca las pasitas y las aceitunas al pan de jamón (¡cómprense un cachito!); tal vez la evolución del cuidado corporal les impida disfrutar (como se debe), una cachapa con cochino frito, así que necesitarán leer para comer, leer unas historias que le concederán un patrimonio memorable de comidas imprescindibles para quienes les precedimos.

Cuando leas el libro de Miro, te vas a sentir como el inolvidable Anton Ego de Ratatouille. Probarás unas palabras que te conectarán con algunos recuerdos mientras vas recuperando información que tal vez aún no manejes, por lo que poco a poco soltarás la altivez (resguardada en ese cuello de tortuga), y levantarás los brazos para decirle a Miro: ¡Sorpréndeme!, una manera de resumir la emoción que te concede este escritor, porque más allá de su valiosa investigación, hay una forma de ayudarnos a hacer memoria, y con ella, cumplir con el eslogan del chef Gusteau (“Cualquiera puede cocinar»), pero no con sobres de comida procesada, sino con la emoción de quien llega a entender por qué un sencillo papelón con limón nos hace sonreír.

Mi recomendación es que compres un par de ejemplares, el que conservarás y el que querrás regalarle a esa persona que amas y ahora vive en otro lado, para que esos cuentos también funcionen como el hilo de una hallaca bien envuelta, cundido de sabores, protegiendo lo que está adentro, sorteando el hervor y preservando lo que sin duda degustaremos. Porque el gusto, estimados, el gusto está en la emoción.


ARTÍCULOS MÁS RECIENTES DEL AUTOR

Suscríbete al boletín

No te pierdas la información más importante de PRODAVINCI en tu buzón de correo