Música

El ‘loco’ Jorge Drexler

28/09/2023

Fotografía de Naky Soto

“… que como una novia fiel

venga la luna a la plaza

para conversar con él”

El loco Juan Carabina es un hermoso poema de Aquiles Nazoa al que Simón Díaz puso música. Vestido de blanco, tal vez para honrar a la luna del poema convertido en canción, Jorge Drexler salió a escena sonriendo, explicando lo contento que estaba por haber vuelto después de diez largos años sin pisar un escenario venezolano. “Eso no puede volver a pasar”, advirtió, porque es difícil resumir tres discos y una pandemia que, como a muchos, ralentizó su capacidad creativa. El encierro, ahora sabemos, puede tener muchos efectos colaterales, incluso sobre nuestras mejores habilidades. Por algo es un castigo universal, aunque no siempre impuesto tras el debido proceso.

La luna iluminó la concha acústica de Bello Monte con una generosidad tan peculiar, que sin duda tiene algo con Drexler. No estábamos en Los Roques, no era la luna de Rasquí, pero ocurrió un conjuro que abrió un punto ciego en esa pena que él estima omnisciente, y debe ser por eso que nos regaló la fórmula para sentir que se puede vencer cualquier tristeza anhelando, cantando, rememorando, por eso el concierto de Drexler fue un aplauso que espantó la pesadumbre, un lapso en el que olvidamos hasta el desbarajuste que acabábamos de vivir tratando de estacionar.

Con una banda estupenda, compuesta por gente que mantiene sus propios proyectos musicales, fue cortés para presentarlos y pedirnos que conociéramos su música: uno a uno, y como si el nativo fuese él, Drexler les dió la bienvenida a Venezuela; pero también llegó a bajar mucho la voz, para incorporar al concierto a las chicharras, los grillos y los sapitos, que no se perdieron esta cita, amuñuñados en esos árboles desde los que también cantaron hasta las hojas recién bañadas por la lluvia.

Fotografía de Naky Soto

Así como Drexler se arrodilló para saludarnos (y alguien hizo lo propio en las primeras filas para pedir matrimonio y le dijeron que sí), la audiencia permaneció muchas canciones de pie, en un plantón voluntario que nos permitió bailar esas ristras sententosas de las primeras piezas, que trasmutarían poco a poco, gracias a una percusión muy bien ejecutada, que hizo al cantante demostrarnos que la prima venezolana que le ha ayudado con algunas canciones, efectivamente es de Mérida, porque eso del movimiento de caderas aún no es lo suyo, pero lo intentó y eso es lo importante.

La luna casi llena, y él blanco, blanquito, alternando el cuatro, las guitarras, la emoción, las piezas nuevas y sus clásicos, tan distantes unas creaciones de otras, que así como honró nuestra condición individual (porque no somos la media naranja de otro, sino unas naranjas completas que comparten sus jugos), enseguida cantó lo contrario, por esa duda enorme que nació de la fusión con otra persona, tal que, no estaba muy consciente de dónde comenzaba el cuerpo de ella y dónde terminaba el suyo. 

Fotografía de Naky Soto

También le cantó hasta al multiverso, por esa posibilidad de que el amor orbite en universos paralelos, y nos recordó que siempre será bonito decirle a alguien cuánto bien te hace, porque a veces estamos a tiempo, pero no dejamos de ser inoportunos. ¡Hasta una ranchera incluyó en el repertorio!, tan ranchera que advierte que es mejor lamer las heridas que te deja una noche de asilo, que no vivirlas. De ahí el tiempo para soltar la tinta, una pieza perfecta para describir la incertidumbre de esos días de pandemia, días con mucho tiempo y justo por eso, hasta su tinta se suspendió, porque la creatividad puede ser malcriada sin prospectiva.

Rapeó en inglés. Veneró a un algoritmo para que orientase su creatividad. Honró a los glaciares, porque somos la generación que los verá desaparecer, y rememoró la sonrisa que llevó tanto tiempo guardada en un rincón de su salvapantallas. Drexler nos confesó que Simón Díaz es su compositor favorito: “El mejor cantante de la luna”, según dijo. Y revelándonos la edad del cielo ocurrió su primera despedida. Sí, fueron varias. Y aplaudimos con ilusión para pedirle otras canciones, y volvió con lo que precisábamos de todas las cosas del mundo: su guitarra y él

Fotografía de Naky Soto

Drexler es el amigo intenso que, sin alcohol de por medio, te plantea temas complejos sobre los que seguro ya has pensado, salvo que no lo dirías igual que él. Puso en perspectiva nuestra migración masiva, porque los ciclos se repiten, porque antes otros huyeron de dictaduras y Venezuela los recibió, como también lo hizo Bolivia con su familia en 1939, demostrando que somos una especie en viaje, que estamos vivos porque estamos en movimiento, que nunca estamos quietos. 

Aunque el baile no sea lo suyo, el amor sí y por eso lo amamos, por cuchi, por intenso, buena nota y cercano. Es un amigo brillante, un tipo que honra que todo se transforme. Se fue de escena y volvió una vez más para recordarnos que como las chicharras, somos unos bichos más en un planeta que debemos cuidar y vivir con más humildad; volvió a pedirnos que hiciéramos las cosas por amor al arte (sin dejar de cobrar), pero amando lo que hacemos, como se ama al arte, y que sea lo que sea.

Fotografía de Naky Soto

A partir de anoche llevamos en el equipaje este viaje con Drexler, como esas nubes que arroparon y destaparon a la luna una y otra vez, abriendo el compás para disfrutar del raro logro de suspender la tristeza en un país como el nuestro, en ese punto ciego que nos permitió cantar y bailar, sin estar en Rasquí, solo ahí, rompiendo diez años de una ausencia que resarció con tanto amor, que seguro Juan Carabina le concedería el título de loco. Iluminado, Drexler, el que pasó la noche cantando.


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