Literatura

La “especie” de Robert Antelme

19/05/2018

Robert Antelme retratado por Marc Foucault

A Robert Antelme (1917-1990), la posteridad, al menos en Italia, ha querido que sea conocido como el autor que tuvo el mentido honor de retrasar la publicación de Se questo è un uomo, el ahora clásico libro de Primo Levi sobre sus experiencias en Auschwitz. La historia dispuso que durante los años de la posguerra, los integrantes de la dirección literaria de Einaudi, la consagratoria editorial torinese, se reunieran para considerar la edición de dos títulos, con parecidos méritos, sobre el  asunto de la experiencia concentracionaria. El primero, L’espèce humaine (La especie humana.  (Versión castellana Arena libros) había sido escrito por el francés Robert Antelme, incluido en el catálogo de Gallimard y reconocido por los mejores ingenios de su generación. En ese momento, Antelme gozaba del raro prestigio de haber sido un miembro activo de la escuálida resistencia francesa y de haber sobrevivido  un año en Buchenwald. Además, era miembro del partido comunista francés, amigo de Sartre y, por si fuera poco, ex-marido de la  ya célebre Margarite Duras. Unas credenciales para nada deleznables.

El autor del otro volumen era el oscuro químico de profesión, Primo Levi, nacido en Piemonte, judío  y efímero miembro de la muy activa resistencia italiana. Detenido, fue a dar con sus blancos huesos al más siniestro de los campos de confinamiento, el mencionado Auschwitz. Antelme y Levi nacieron el mismo año de 1919, el primero el Córcega y Levi en Torino, sede del grupo editorial fundado por el piemontés Luigi Einaudi. Entre los miembros de su dirección literaria, dos intelectuales de trayectoria impecable, Nathalia Ginzburg y Cesare Pavese. La reunión a la que aludimos, se dilató durante horas, hasta que se llegó a un acuerdo siguiendo el juicio de Pavese: “Publiquemos a Antelme¨. Siempre ha sido difícil entender la decisión del autor de El oficio de vivir. Levi no sólo era italiano, sino que era de Torino y además integrante de la muy desplegada resistencia piemontesa. No sólo eso, era un buen poeta, como Pavese, y su literatura, en buena parte, son memorias del  paisaje de colinas y fogatas, que son el marco de la mejor narrativa pavesiana. Por supuesto, no es la primera vez que esto sucede. El antecedente más preclaro es el rechazo del libro de Proust por parte de Andre Gide, autoridad indiscutible de la editorial Gallimard.

El libro de Antelme, menos leído en estos tiempos, debería ser una lectura obligada para los interesados en la lamentable historia del siglo XX. Se questo è un uomo, de Primo Levi, el más lúcido de los testimonios del horror nazi, sería publicado poco después y en breve se convertiría en un clásico de la literatura contemporánea. En una entrevista, el mismo Levi refirió el infortunado episodio con  Einaudi, la cual terminaría convirtiéndose en la editora de toda su bibliografía:

En 1947 llevé mi libro a Einaudi, donde fue leído varias veces. Le tocó
a la amiga Nathalia Ginzburg comunicarme que no les interesaba.
Así que me fui hasta la Editorial Da Silva, de Franco Antonicelli.
Lo leyeron Maria Victoria Malvano, Anita Rho, Maria Zini y
Renzo Zorsi. El manuscrito se llamaba I sommersi e i salvati, pero
Antonicelli lo cambió por Se questo è un uomo, sacado de uno
de mis poemas, y publicó 2500 ejemplares, de los cuales se
vendieron 1400. Tiempo después Da Silva fue absorbida por la
Editorial Nueva Italia. Pedí que lo reeditaran pero me dijeron
que todavía tenían 600 copias, que terminarían sepultados por el
aluvión de Florencia. En 1955 volví a intentar con Einaudi. Había
una exposición en Torino sobre la expatriación  y se había renovado el interés
sobre el tema. Fue  entonces cuando Luciano Foà (nuevo secreta-
rio general de Einaudi y futuro fundador de Adelphi) decidió
publicar por fin el libro.

Pavese habría de suicidarse en 1950 y nunca escribió, que sepamos, sobre el desdichado episodio. Antonicelli, por su parte, será recordado por su olfato y coraje al publicar algo rechazado por sus distinguidos e influyentes colegas de Einaudi. Mucho más tarde, la hermana de Levi recordó la importancia de este gesto, que ayudó a Levi a superar la decepción y lo animó a seguir escribiendo.

La especie humana no conoció estos infortunios. Con todos sus logros y limitaciones, se trataba de la realización del ideal de aquella izquierda exquisita del París de los años cincuenta, con su borroso existencialismo y cuestionamientos poscoloniales. El protagonista de Antelme parecía un personaje de alguna de las mediocres novelas de Sartre: izquierdista, si comunista mejor, intelectual comprometido (engagé, más que una palabra era un atributo digno de admiración), “existencialista”, si eso quería decir algo, e involucrado en una relación amorosa abierta (Antelme protagonizó uno de los más conocidos menage à trois de la época). Pulcramente escrito, La especie humana carece del desgarramiento trágico del libro de Levi. Después de todo, el francés era un preso político, y el italiano un judío condenado a muerte. Los dos lograron sobrevivir y escribir sobre una de las más trágicas experiencias, de las tantas que marcaron el novecientos.

Antelme, de origen corso, en compañía de su esposa, Marguerite Duras, ingresó en la “Résistance” en 1944. Poco después, su grupo sería emboscado por los alemanes, en una acción de la cual Duras pudo escapar. Enseguida es trasladado a Buchenwald, donde permanece hasta el primero de octubre de ese año, cuando es transferido a Gandersheim, un campo de concentración satélite, uno de los ciento treinta y seis, donde realizó mano de obra esclava para la aeronáutica Heinkel. El cuatro de abril del año siguiente fue evacuado y luego conducido, a pie, o en uno de los trenes que describe Semprún en su El largo viaje, a Dachau. A los pocos días de la liberación, casi desahuciado,  víctima del tifus, fue “descubierto” por su esposa y un compañero de su antiguo grupo, François Mitterrand, quien con la Duras, organizó el regreso a París. En 1947 publica La especie humana, el único de sus libros que continúa en las librerías y se lo merece: “No hay especies humanas, hay una especie humana. Es porque somos hombres como ellos que los SS serán en definitiva impotentes frente a nosotros”. En 1985 , Duras, en El dolor, reproducirá, y otras las inventará, algunas de las experiencias de este período.

En su breve prefacio, Antelme escribe algunas observaciones que serían leídas con interés por escritores más jóvenes, entre los cuales el influyente  Georges Perec. Allí habla Antelme de las necesidades expresivas de los sobrevivientes de la pesadilla de los campos de concentración. Un sentimiento sentido de manera igualmente intensa por Primo Levi. Esa necesidad urgente de narrar, de dar a conocer, de hacerse oír, después de haber sentido con la palma de la mano la cercanía de la muerte. Una experiencia catártica que necesita de los otros, los “normales”, para que justifiquen la existencia del resucitado:

La negación de la condición de hombre provoca una reivindicación
casi biológica de pertenencia a la especie humana. Hace dos años,
en 1945, después de nuestro regreso, fuimos todos (los sobrevivientes) presa
de un verdadero delirio. Queríamos hablar y finalmente ser
escuchados.

Y, más adelante, que fue lo que más impresionó a Perec, la conciencia de las  fatales limitaciones del lenguaje a la hora de referir “situaciones límites”:

Comprendí enseguida que sería imposible salvar la distancia
que veníamos descubriendo entre el lenguaje del cual
dependíamos y la experiencia que todos perseguíamos
en nuestro interior.

La urgencia de volver a ser a partir del lenguaje, se correspondía con la vivencia de la pérdida de la imagen del rostro, uno de los signos del horror del confinamiento en aquellos campos de la muerte, prefigurada en el olvido de los propios rasgos. En su permanencia en Gandersheim, Antelme atraviesa una de esas situaciones de los límites que estarían en el origen de la filosofía:

Fue la última vez que pude tener un espejo en las manos. Hacía tiempo
que no me veía. Era domingo: estaba sentado en la hierba sin nada qué
hacer. De repente, había olvidado cómo era el color de mi piel, y mucho
menos cómo eran mi nariz o mis dientes. Al comienzo vi un rostro, el mío,
que había olvidado por completo.

Antelme aclara que en su campo no había cámaras de gas ni fusilamientos, pero no por eso los prisioneros debían mantener vanas esperanzas. Las autoridades alemanas confiaban en que las agobiadoras obligaciones los llevará a cumplir con su último deber que era la muerte:

Estamos aquí para morir. Es el final que la SS ha escogido para nosotros.
No nos fusilan ni golpean pero todos tenemos que convertirnos en el
muerto previsto en un tiempo más o menos breve… El tiempo también
les pertenece: la SS piensa que de tanto trabajar sin alimentación
terminaremos muriendo. Están convencidos que con el tiempo el cansancio
acabará con nosotros; esto es, la muerte en el tiempo.

En 1945, semanas antes de la liberación, Antelme, después de una travesía que recuerda  la de los esclavos en los barcos negreros, llegó a Dachau a cumplir con el deber supremo de morir el cual no pudo cumplir gracias a la intervención de Mitterrand y Duras. Para el escritor francés, como para el resto de sus compañeros, el hecho de ser liberados era tan absurdo como el ser recluidos.  Jóvenes soldados norteamericanos  de los lugares más improbables, Texas por ejemplo, que habían llegado a ponerlos un buen día en libertad, en medio de aquel Dachau alfombrado de cadáveres y un centenar de vivos que apenas si merecen el nombre. De regreso a la vida cotidiana, la angustia de expresarse. Pero, cómo hablar de lo inimaginable. Antelme, escribiendo en 1946-47:

La historias contadas por los hombres son todas ciertas. Pero es necesaria
mucha destreza para transmitir una partícula de verdad, y la mayoría
de estos testimonios no son los suficientemente diestros como para
vencer la natural incredulidad del lector. Sería necesario creerlo todo,
pero la verdad puede ser más difícil de soportar que una ficción. Bastaría
un poco de la verdad, un ejemplo, una demostración… La conciencia
se satisface pronto, y con pocas palabras puede ofrecer una opinión
definitiva de lo desconocido. Inimaginable es una palabra que no
disminuye ni limita. Es apenas la palabra más cómoda.

La especie humana, setenta años después de su publicación, es mucho más que el libro que retrasó la publicación del volumen de Primo Levi. La precisión de su prosa, la ausencia de patético exhibicionismo, la descripción objetiva del horror, lo mantienen como un libro tan imprescindible como el del italiano, para la comprensión del régimen carcelario nazi. Una organización que, sin mayores oposiciones, mantuvo prisionero a un contingente de millones de seres humanos en toda Europa. Una manifestación nada gloriosa de la racionalidad cuando se limita a una instrumentalidad acrítica. El testimonio de Antelme es un clásico sobre los alcances de la libertad secuestrada. Sin los alambres de púas, cercas electrificadas, hornos de gas o ejecuciones en masa, el exterminio de poblaciones sigue siendo uno de los atributos más claros de las dictaduras, no sólo en el siglo XX en Europa o África; sino en América  Latina, en Venezuela, ya entrada la segunda década del XXI.


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