Perspectivas

Improvisados, superhéroes y elecciones presidenciales

02/02/2018

Fotografía de Rodtico21 / Wikimedia Commons

Ahora que los costarricenses, que cuentan con la democracia más sólida de América Latina, se disponen a votar en elecciones presidenciales este domingo 4 de febrero, me pongo a pensar en la relación entre política y los toros a la tica, típicos de las fechas de inicio de año, que se realizan en Zapote, un suburbio de San José, enclave de la clase media. La gente cuando dice “vamos a Zapote” es porque se trata de ir a los toros y no tanto al parque de diversiones, donde la mayor atracción es María Pepa, The Show, también conocida como La horrorosa, una bonita mujer en traje de baño que se transforma en gorila dentro de un cuarto oscuro. Zapote, al mismo tiempo, se refiere al distrito en el que se encuentra Casa Presidencial.

A pesar de que las gradas se encienden, en estos días reina el escepticismo y la preocupación sobre las elecciones, luego de una gestión de gobierno con pocos logros concretos y que arrastra serios problemas económicos que se ciernen sobre el país, como los nublados de las tormentas de invierno: el déficit fiscal fue de 6,2% en 2017, el más alto en 34 años, y la deuda pública subió 4,5 puntos a 49,2% del PIB. La gente se nota eufórica: es la catarsis antes de las elecciones presidenciales, en las que se ha impuesto la apatía y no se vislumbra una clara tendencia entre los candidatos. Aunque también se renovarán los 57 diputados que conforman la Asamblea Legislativa, el foco de interés de la población recae casi enteramente en la elección del presidente, en medio de un ambiente electoral tan frío como el viento helado que pega en las noches de toros a razón de una seguidilla de frentes fríos.

El evento inicia con una gran cantidad de personas en el ruedo esperando a que salga un toro para luego fastidiarlo y provocarlo, echar carreras, girar en forma entrópica alrededor del animal y, de vez en cuando, recibir una cornada o embestida. Estos valientes se dividen en “improvisados” y “superhéroes”. Los improvisados son “gente normal”, mientras que entre los superhéroes vemos a personas disfrazadas de The Flash, El hombre araña, Linterna Verde, Capitán América y Batman, entre otros. Cuando alguien es corneado, en las gradas se ven caras de asombro que cambian rápidamente para continuar con la rumba. Un locutor se acerca al lugar que ocupa la Cruz Roja para oír el reporte del momento: “Trauma fuerte a nivel de costillas. No se descarta daño al pulmón. Será trasladado al hospital”.

Los toros a la tica marcan un cambio de ciclo (cada cuatro años coincide con las elecciones presidenciales y de diputados), el fin de un año y el inicio del siguiente: “Estas ‘fiestas’ fueron nuestro carnaval; durante ellas de hecho y de derecho se podía hacer un poco de loco sin ser criticado… Un carnaval en mucho a la española, y de ahí los indispensables toros”, se lee en el ensayo Los ticos y las máscaras de Mario Alberto Jiménez Quesada.

Lo cierto es que los toros a la tica de Zapote tienen aires de circo romano y puede dejar con la boca abierta a quien los mire por primera vez. El hecho de que se hostigue y se juegue con los toritos es considerado por muchos como un acto de crueldad. Sin embargo, la gran mayoría de los ticos no le ve nada de particular a esta actividad que constituye el inicio de los topes que surgen a lo largo del país en el verano. La transmisión cada día, en este caso por Teletica, comienza a las ocho y termina a las once de la noche. A los comentaristas nunca se les ve el rostro, bromean, cantan, emiten opiniones en relación a la tauromaquia, relatan lo que ocurre en la arena más grande de Centroamérica, según afirman.

Luego sigue la actividad central, la monta de toro o bull riding. A un toro grande lo sujetan dentro de un corral, lo tratan de sostener varios hombres vestidos de vaquero y lo aprisionan con sus botas mientras el competidor se monta sobre el animal. La prueba consiste en ver cuánto dura el jinete sin ser derribado, mientras más tiempo permanezca sobre el animal mayor será la hazaña. Esta práctica ha sido considerada por Sports Illustrated como uno de los deportes más peligrosos del mundo, requiere de una concentración y una capacidad de vencer el miedo nada despreciables y el objetivo, en las competencias más profesionales que se desarrollan en otras latitudes en la que destacan estadounidenses, brasileños y mexicanos, es la de aguantar hasta ocho segundos antes de que el toro enfurecido tire al jinete al piso.

Las multitudes gozan como nunca: no existe el marchamo, las presas, las zancadillas en el trabajo, los conductores suicidas que tratan de embestirlo a uno en las vías como toros enfurecidos, nadie se recuerda que se elegirá a un nuevo presidente el 4 de febrero y de que no hay opciones claras: ni hablar del controvertido Juan Diego Castro, un abogado peleón que ha sido desde maoísta hasta masónico y que para el momento lidera algunas encuestas, o de Antonio Álvarez Desanti, candidato de don Óscar Arias, que a pesar de que pudiera ser el más preparado para gobernar no termina de remontar en las encuestas con sus vallas publicitarias acompañadas de su rostro y una sola palabra debajo de la figura, tales como “centrado” o “sensato”, este no es momento de recordar que algunos de los políticos del Frente Amplio son simpatizantes y defensores del chavismo, tampoco de pensar en el candidato oficialista, el del PAC, Carlos Alvarado, que aunque es muy cool que le guste Nirvana y Pink Floyd, se muestra un tanto agresivo casi siempre señalando con el dedo y que lleva encima el peso de una gestión de gobierno si se quiere muy neutra y con el estigma del escándalo del “cementazo”, una teleculebra de corrupción que ha dominado la vida pública los últimos meses, ni ocurre tampoco que Rodolfo Piza aparezca respondiendo vagamente a casi todo lo que se le pregunta con su eslogan de campaña “Vote por algo”, el más insípido posible en la historia democrática de América Latina y que promete construir un metro cuando construir el Puente de La Platina resultó ser de una envergadura y aguante épico.

Los animadores de Teletica bromean con la canción de Bob Marley, I wanna love you, y cantan en coro la letra. Luego aparece el segmento “Los enredos de Juan Vainas”, en la que un cómico inventa bromas y juegos en algún lugar inesperado del recinto. Teletica también promueve una actividad que se llama “Misión Zapote”, en la que un espectador elegido sale del lugar en una Pickup para cumplir una misión por la ciudad. Si logra su propósito, como el de congregar a cuatro ponis o conseguir que se junten cinco pelirrojos en un sitio determinado, el participante gana 100.000 colones.

Estamos tan cerca de Casa Presidencial, donde trabaja don Luis Guillermo Solís, el presidente que ganó con un abrumador 77,79% de los votos en las elecciones de 2014, luego de que Johnny Araya se retirara del ruedo como un jinete arrepentido, a pesar de ser el candidato de Partido Liberación Nacional, el más fuerte del país, aunque no exento del degaste generalizado de los partidos políticos. Solís logró romper el bipartidismo que imperaba durante más de tres décadas, creó altísimas expectativas que ahora se ven defraudas entre la población votante que deja de ser entusiasta y se torna descreída. Mala suerte para Solís con su propia “Misión Zapote” que, cuando ya finalmente se veía presidenciable luego de tres años de curva de aprendizaje, de impecable dicción y algunos arrebatos, se vio atrapado por el embrollo del “cementazo” que pica y se extiende.

En eso aparece la segunda tanda respectiva de toro con improvisados y superhéroes. El toro esta vez se ensaña contra un hombre con la cara pintada de Guasón, al que luego entrevistan y comenta que está bien, que no le pasó nada, está sonriente pero parece que se desmaya. Viene el segundo jinete que monta el segundo toro de la noche, el momento estelar de valor extremo, tensión inaudita y profesionalismo taurino. Luego de que concluye la secuencia aparecen unos hombres en una carreta típica con una silla giratoria para montar y sale un toro que trata de embestir a la carreta.

La alegría prosigue, desborde y celebración, no importa el hecho de que Juan Diego Castro supuestamente haya agredido a su propia madre que interpuso una demanda en su contra, según informaciones de prensa, que defendió al conductor que causó el accidente en bicicleta a su contendor Álvarez Desanti, en el que casi pierde la vida, y que supo aprovechar para sacar un libro al estilo de Mi regreso a la vida de Lance Armstrong en cuya portada, la del libro de Álvarez Desanti, se puede ver una bicicleta deforme por los golpes. Castro, una suerte de híbrido entre Trump y Chávez, es solo un personaje de malos sueños en este momento: el mismo que se presentó con la Fuerza Pública frente a la sede de la Asamblea Legislativa cuando era Ministro de Seguridad de José María Figueres y al que la Asamblea le impuso en consecuencia un voto de censura sin precedentes (51 de los 56 diputados presentes).

Nadie sabe que, según una encuesta del 23 de enero, que en semanas pasará a liderar Fabricio Alvarado, un reportero de sucesos de Repretel y cantante evangelista diputado ultraconservador que ha debido tomar el mejor curso de oratoria de Centroamérica, un salmista que aparece en un video de YouTube cantando “Celebración” durante la Cumbre Mundial de Milagros realizada en Argentina a finales del año pasado, con su inesperado ascenso del 3% al 17% de la preferencia electoral, luego de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos fallara para instituir el matrimonio igualitario en Costa Rica a partir de una consulta emanada del gobierno actual.

Los fanáticos lideran las encuestas. En una feria del agricultor del domingo un vendedor de tomates me dijo que Costa Rica se debatía entre dos cosas que no necesita: un dictador y un salvador. Muy pocos ven una opción viable para dirigir su intención de voto hacia el centro, se les nota el desgano, la desazón, la indiferencia en las caras y en el tono de las respuestas. ¿Pero qué constituye realmente ese centro posible al que podría redirigirse la intención de voto?; cabría preguntarse: Carlos Alvarado (centro-izquierda), Antonio Álvarez Desanti (socialdemocracia), Rodolfo Piza (socialcristiano)… Se puede tener fe del regreso al sentido común o a un milagro en este país en el que cada año la gente peregrina a la Basílica Nuestra Señora de los Ángeles en Cartago con la intención de rendir tributo a La Negrita y se pagan pecados, tal vez taurinos y políticos, caminar durante horas, algunos durante días, llegar a la Iglesia, hincarse y destrozarse las rodillas para encomendarse a la virgen que muchos invocarán este domingo.

Prosigue la fiesta de los toros a la tica y hace su aparición Víctor Carvajal, un carismático presentador, con su performance de El baile del serrucho de Mr. Black: “Traigan la maizena /Porque voy a dar / Serrucho, serrucho, serrucho/ Esta noche doy serrucho”, en el que luego compiten tres hombres pasaditos de peso para ver quién lo hace más parecido a él, y gana uno que se quitó la camisa, “Clava clava clava / Clava clava clava /Cla cla cla cla cla cla Clava / Yo soy su carpintero”, quién sabe cuántos tragos tiene encima, es el más aplaudido de todos.  Mientras suena la canción se muestran tomas del público haciendo el gesto de serruchar con los brazos al tiempo que sacuden las caderas. La gente tiene permiso para cometer locuras: “un carnaval en que nadie se ridiculiza a sí mismo y menos al prójimo”, agrega Jiménez Quesada.  Y yo me pregunto si la escogencia de esa canción para la competencia se deba a la sexualidad implícita y explicita de la letra que gusta a las masas, o porque serruchar es uno de los deportes nacionales en este país: serruchar el piso al otro, quitarle su lugar, su idea, “el reino del país serruchado”, como lo llama Carlos Cortés. Al ganador le dan 250.000 colones en efectivo.

También me pregunto si lo del serrucho tiene que ver con la campaña electoral en la que los candidatos, improvisados y superhéroes, se serruchan los unos a los otros de manera despiadada, como en toda buena democracia, porque si algo bueno tiene Costa Rica es que desde hace rato, a diferencia de muchos países latinoamericanos, tiene resuelta su institucionalidad: la  defensa de la libertad y la democracia son valores fundamentales del costarricense, que tiene el orgullo de ser un ejemplo ante el mundo, un país en el que los candidatos participan en innumerables debates televisivos y radiales de distintos formatos hasta el hastío para que los electores puedan tomar una decisión informada y para que, en el camino, se desplomen los menos capaces.

Los locutores cantan a dúo una canción de Nicola di Bari y ofrecen datos sobre la vida de este cantautor italiano. Sigue la fiesta y los ánimos no decaen. Aparece un gran clip televisivo en el que casi todos los personajes que animan el show taurino de Teletica cantan Disfruta la vida de Chayanne. ¡Disfrútala antes de las elecciones!, pareciera ser la consigna, como advierte el narrador del Show de María Pepa del parque de diversiones, tal vez un augurio de lo que vendrá en el escenario político en caso de que Costa Rica elija alguno de los extremos: “cuidado, cuidado, cuidado… mírenla como se transforma ‘La Horrorosa’”, que tanto recuerdos le trae al poeta y cronista Luis Chaves y que refiere en su crónica breve, La última PPH: “…Vimos a la mujer tras los barrotes, vimos cómo se transformaba, cómo de su boca brotaban colmillos y de su piel salían pelos, pelos y más pelos”. 

Ahora aparece un grupo de músicos en medio del ruedo, en una suerte de gran tarima portátil. Tocan cumbia, salsa y otras canciones populares mientras sale un toro que trata de embestir a los improvisados y a los superhéroes y luego aparece un segundo toro que también trata de embestir a los valientes y que, por efecto de los giros y del azar, se encuentran los dos toros frente a frente, se embisten el uno al otro como candidatos que puntean encuestas, mientras el grupo sigue tocando. En medio de la algarabía y en una alta plataforma dentro de la tarima está Víctor Carvajal con su inconfundible copete, su sonrisa espléndida y las cejas estilizadas haciendo movimientos de cadera, mientras el público desde las gradas celebra con bailes pegajosos que tratan de copiar de este ganador de la cuarta temporada del 2017 de Dancing with the Stars Costa Rica. Una toma lejana arroja la repentina sensación de ser una gran carroza de carnaval. “Nada revela mejor la interioridad de un pueblo que sus espectáculos y aficiones en los que salen a la superficie móviles y reacciones que en los momentos de quietud se mantienen ocultos”, ha dicho Alberto Bonilla Baldares en su ensayo Abel y Caín en el ser histórico de la nación costarricense.

La fiesta taurina prosigue y aparece la modelo Marcela Negrini, con pantalones cortos y escote, con un cuerpo que se consideraría ultrasónico en la contratapa del popular periódico La teja, bailando como vaquera, zapateando La cumbia de los locos de Los Ajenos, hace una demostración del baile que parece más complejo que el del serrucho. Luego llegan dos competidoras, una lo hace bastante mal y la otra sale ganadora con los aplausos del público. A la ganadora le dan 50.000 colones, es decir, 200.000 colones menos que a los panzones bailarines que acompañaron a Víctor Carvajal, lo que da un argumento perfecto de discriminación contra la mujer. Pienso que hay una sola candidata en las elecciones: doce hombres y una mujer. Cierto que el patrocinio de Carvajal es de Tucán, “el banco de tu barrio”, una nueva marca que lanzó el Banco de Costa Rica en el 2016 para servir a pulperías, ferreterías y otros comercios, pero Teletica, supongo, ha debido obligar a dar el mismo premio tanto a las chicas como a los chicos.

Nadie sabe en estos momentos que el 30 de enero en el debate de los candidatos, que no podía ser por otro canal sino por Teletica (toros y política a la tica), bajo la presencia de una superluna, que también es luna azul por ser la segunda dentro de un mismo mes, eclipse lunar y luna de sangre al mismo tiempo, enrarecida y multifacética como la campaña electoral, Rodolfo Piza perderá el control y embestirá como un toro enfurecido a Antonio Álvarez Desanti sacando un pequeño pote de enjuague bucal que le entrega al final del debate por los insultos recibidos, y que utilizará palabras como “desnicaragüizar” o frases tales como que “los zorros mudan pelos pero no cambian las costumbres”, pareciendo estar a punto de un brote psicótico o de darle una trompada a su contrincante.

Casi al final del espectáculo, quiero decir regresando a los toros, salen dos enanos a los que les sueltan un becerrito para que estén a la misma altura física hombre/animal, y yo no salgo de mi asombroso. Esta escena me entristece profundamente. Todo es cuestión de proporciones y dimensiones, me imagino.  Dicen que la política es pan y circo. Estas fiestas de toros, tan cerca de Casa Presidencial, no dejan de ser una prueba de que bajo la primera superluna de inicios de mes que cubre la noche de toros se cierne un misterio sobre el futuro de Costa Rica en las próximas elecciones. La última encuesta del CIEP-UCR del 31 de enero ubica a los indecisos en un 36,5% de la población votante, un nivel nunca antes registrado en un cierre de campaña, lo que dificulta asegurar pronóstico alguno. En un artículo de opinión titulado El domingo de los indecisos, Klaus Steinmetz dice: “Votábamos por el mejor. Salíamos a la avenida ondeando banderas o sonando bocinas porque nuestro candidato era el mejor. En la acera de enfrente, el otro, el antagonista, defendía su verdad y su estandarte… San José era una fiesta”. La incertidumbre electoral es la más alta en los últimos setenta años según el Programa Estado de la Nación al estimar que un millón de votantes tomarán la decisión la misma semana de las elecciones.

En medio de la fragmentación y de las encuestas dispares, en las que a esta semana según la misma encuestadora antes referida, continúa adelante Fabricio Alvarado con 16,9%, Antonio Álvarez Desanti con un más o menos estático 12,4%, un ascenso continuado de Carlos Alvarado que remonta a 10,6%, y un desplome aparente que ubica a Juan Diego Castro igualado con Rodolfo Piza con un 8.2%, no hay ningún candidato, improvisado o superhéroe, que demuestre tener arrastre suficiente para que pueda llegar al cuarenta por ciento mínimo requerido para declarase ganador. Lo que sí parece entonces casi como un hecho es que habrá una segunda vuelta, no de toros sino de presidenciales, porque ya son las once de la noche y el espectáculo se acabó. Lo única certeza es que serán electos los 57 nuevos diputados de la Asamblea Legislativa, que se perfila aún más fraccionada que la actual y que obligará, gane quien gane las presidenciales, a un gobierno de consenso con fuerzas políticas opositoras. Y por si fuera poco, por gajes del sistema electoral, de ocurrir una segunda vuelta, tendría lugar el 1 de abril, Domingo de Resurrección.

Los toros a la tica de Zapote se realizan cerca de la rotonda de las Garantías Sociales. Puede que el costarricense, al que por lo general no le gustan los extremos, se redirija hacia ese centro difícil de definir. Que no caiga en el peligro de escoger una alternativa que intente transformar la democracia de mujer bonita a Horrorosa, miren que un 4 de febrero fue cuando Hugo Chávez lideró un golpe de estado fallido en 1992. El sistema, esperemos, le dará al vencedor una cornada a los cuatro años y lo embestirá dejándolo inhabilitado para aspirar a perpetuarse en el poder con triquiñuelas para segundos términos o reelecciones indefinidas, al convocar a una Asamblea Nacional Constituyente: al que intente esto le tocará ir a la Cruz Roja y tal vez termine en el Hospital Calderón Guardia, sí, el mismo que instauró las garantías sociales.


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