Perspectivas

Hands off Venezuela y Code Pink: ¿del buen salvaje al buen revolucionario?

Fotografía de Saul Loeb | AFP

12/06/2019

Desde los eventos del 30 de abril hasta el 16 de mayo, la embajada venezolana en Washington se convirtió en sede de un enfrentamiento entre activistas estadounidenses de izquierda y manifestantes de la diáspora venezolana. Dentro del edificio estaban alrededor cincuenta activistas del grupo radical de izquierda Code Pink. Entraron el 10 de abril por invitación de Nicolás Maduro.

Los activistas estadounidenses sostenían letreros que decían “No to U.S. coup” (“No al golpe de Estado estadounidense), y gritaban “Hands off Venezuela!” (“manos fuera de Venezuela”). Afuera, manifestantes venezolanos exigían que se desalojara el edificio y se permitiese la entrada de Carlos Vecchio, exiliado desde 2014 en Estados Unidos y nombrado embajador por Juan Guaidó en ese país desde el pasado mes de enero. El servicio secreto estadounidense separaba a ambos grupos.

“Aquí estamos, protegiendo la embajada para el líder legítimo y democráticamente electo de Venezuela: Nicolás Maduro”, gritaba en inglés la activista Margaret Flowers través de un altoparlante.

Una manifestante venezolana repuso: “¿Qué? ¡No entiendo!”, mientras otros gritaban “¡En español!”, mofándose del hecho de que ciudadanos estadounidenses hablando en inglés prohibieran la entrada a venezolanos a su propia embajada. Otra manifestante sacó desafiantemente su cédula de identidad ante los activistas.

Code Pink recurrió a deslegitimar a los manifestantes venezolanos asegurando defender la embajada del “abuso imperialista”. Llamaba a los venezolanos “la turba derechista” y creó una narrativa en la que el manifestante venezolano era el victimario y el activista estadounidense la víctima.

“Eres muy gorda para ser venezolana”, le dijo un activista de izquierda a Sofía Vegas, una manifestante. “Allá la gente se está muriendo de hambre”, añadió.

Otro de los activistas intentó agredir a una venezolana embarazada. El hombre fue arrestado y Code Pink alegó que sólo quería llevarle cepillos de dientes a los activistas.

Fuera de la embajada, los manifestantes venezolanos colgaron un letrero: “Code Pink apoya el genocidio. Apoya la violación de derechos humanos. Apoya la falta de comida y medicina. Apoya el colapso social y la guerra. Apoya la creciente tasa de muertes. Apoya el fascismo y la dictadura”.

Por su parte, Code Pink acusó a los venezolanos de querer “matarlos de hambre”, pues los manifestantes lograron evitar la entrada de comida a la embajada. En las redes, venezolanos acusaron a los activistas de “victimizarse” y catalogaron la situación de los alimentos como irónica, pues Code Pink se ha alineado a un gobierno que llevó a Venezuela a una crisis alimenticia. En el pasado se reunió con el expresidente venezolano Hugo Chávez.

Luego tres semanas de protestas, la situación llegó a su desenlace. La mayoría de los activistas se vieron forzados a desalojar. Solo cuatro activistas se negaron a salir; luego fueron arrestados tras una orden de G. Michael Harvy, juez americano, luego de que Carlos Vecchio solicitara oficialmente asistencia a las fuerzas federales estadounidenses.

La ocupación de la embajada venezolana por parte de Code Pink es la más notoria encarnación de Hands Off Venezuela (Manos fuera de Venezuela), grupo de lobby anglo-americano con sede en Reino Unido que alega defender la soberanía y el principio de autodeterminación de los venezolanos ante amenazas imperialistas. Este movimiento se ha manifestado a través de diversas conferencias y protestas en Europa y Norteamérica: estuvieron en una marcha a la Casa Blanca organizada el 16 de marzo donde se le dio transporte a los manifestantes desde 15 ciudades estadounidenses. Dicha manifestación de Hands Off Venezuela fue apoyada por casi 100 organizaciones y personalidades públicas.

A pesar de tener el apoyo de múltiples celebridades y políticos (desde Pamela Anderson, Boots Riley y Roger Waters hasta Bernie Sanders, Ilhan Omar y Jill Stein), el grupo ha sido fuertemente criticado por activistas venezolanos como Joanna Haussman, y también por algunos algunos medios.

Las actitudes del movimiento han sido bautizadas en redes sociales como “Venezuelasplaining”, definido en Urban Dictionary como “cuando un americano liberal ignorante (…) trata de explicarle a un venezolano qué sucede en su país”, y a sus adherentes como “comunistas de Starbucks”, debido a su afiliación a movimientos de ultraizquierda mientras participan plenamente en la sociedad de consumo. (Se ironiza que Code Pink, mientras sostiene tesis radicales, ordenó –según reportes– comida de Uber Eats –un servicio delivery de restaurantes– a la embajada venezolana).

Ante estas críticas, los integrantes del movimiento han recurrido a una narrativa particular para deslegitimizar a sus oponentes venezolanos: los acusan de ser “privilegiados y blancos”, y sostienen que la crisis humanitaria es motivada por las sanciones de Estados Unidos. Han tildado a la oposición de “racista”, “neoliberal” y de “ultraderecha”; a la crisis presidencial como un golpe de Estado donde Estados Unidos quiere apropiarse del petróleo venezolano y establecer una dictadura derechista títere.

De esta manera, para muchos la narrativa de “Hands Off Venezuela ha servido como un instrumento que minimiza la voz de los venezolanos y se apropia de la situación para sus propios usos políticos en el exterior. Bien decía a un venezolano el candidato de Florida del Partido Verde Samson LeBeau en su Twitter, donde recurrió a falacias sobre la situación venezolana y a errores históricos sobre Venezuela, tales como culpar la crisis a las sanciones americanas o decir que Juan Guaidó lídera un régimen de ultraderecha: “Jamás voy a creer estas cosas que dices porque Bolton, Abrams y Trump las dijeron primero”.

Bajo la perspectiva de LeBeau, lo único real es el juego de poder en Washington mientras descarta los testimonios y datos sobre los venezolanos. La representación de los venezolanos en la narrativa de Hands Off Venezuela debe ser vista como la más reciente encarnación de la visión del buen salvaje que explicó Carlos Rangel: la visión de que los latinoamericanos son “nobles salvajes” incapaces de maldad alguna. Sufren la amenaza de ser corrompidos por intereses exteriores y malignos, usualmente de los Estados Unidos, liberando a los gobernantes latinoamericanos de cualquier responsabilidad. Infantil e incapaz de causar sus problemas internos como de resolverlos, el “buen salvaje” necesita de un mesías (que Rangel llama “el buen revolucionario”). En su nueva encarnación –a través de las acciones de Hands Off Venezuela y en especial de las de Code Pink– el buen revolucionario toma forma en la figura colonizadora del “salvador blanco: una persona del mundo desarrollado que busca liberar o civilizar a los “buenos salvajes” del Tercer Mundo.

Las visiones y actitudes de este movimiento parecieran semejar lo que el antropólogo posmoderno Johannes Fabian definió como “la negación de la contemporaneidad”, es decir, la visión teórica en la que se niega a ciertos pueblos su pertenencia en la contemporaneidad: en este caso a los venezolanos. Esto es, precisamente, el “latinoamericanismo” que explica John Beverly en sus obras: la visión romántica de América Latina, en la cual europeos y americanos derraman sus frustraciones políticas y crean modelos simplistas e ideológicos para aproximarse a las sociedades de la región.

La narrativa a la que recurren los miembros de Code Pink para deslegitimizar a sus oponentes ideológicos pareciera ser resultado de un trabajo académico, pero no es más que un panfleto ideológico que rechaza las pruebas de inconstitucionalidad y fraude electoral en las elecciones presidenciales de mayo del 2018; niega los altos niveles de popularidad opositora según múltiples encuestas; ignora tanto los artículos de la Constitución venezolana que capacitan a Guaidó para asumir la presidencia, desestima las elecciones parlamentarias del 2015, las violaciones de los derechos humanos perpetradas por el gobierno de Maduro denunciadas detalladamente organismos nacionales e internacionales, asume que Guaidó y su coalición son de derecha, acusa sin pruebas a Estados Unidos de ser el causante de la crisis humanitaria a pesar de que desde 2015 varias ONG advirtieron que Venezuela pasaba por una emergencia humanitaria compleja que comprometía el derecho humano a la alimentación, la salud, la educación y el acceso al agua, niega que Guaidó posee más reconocimiento internacional que Maduro (Guaidó es reconocido por 55 países, entre ellas Canadá, Estados Unidos, gran parte de Europa y casi toda América Latina, Japón, Israel y Marruecos; mientras que Maduro solo es reconocido por Cuba, Nicaragua, Bolivia, Surinam, Rusia, China, Sudáfrica, Turquía, Irak, Camboya, Siria y Corea del Norte).

A través de su narrativa, Hands Off Venezuela ha catalogado a sus oponentes venezolanos en redes, especialmente los de la diáspora, como “blancos” y “privilegiados” sin distinciones. Un ejemplo de esto ocurrió en Twitter cuando una usuaria americana descalificó a la comediante venezolana Joanna Haussman Jatar, de origen judío-libanés, como “una persona rubia y de ojos azules llamada algo así como Sabine Mengele-Eichmann”, atribuyéndole dos connotados apellidos de nazis.

Estos argumentos no consideran la diversidad del país y su diáspora: personas que salen del país y caminan varios días para llegar a otro, los nuevos balseros, ni la pobreza de la mayoría de los migrantes.

En Twitter, la usuaria venezolana María Solías describía su frustración: “Muy blanca, muy inteligente, muy bilingüe para ser latina para los gringos así que debo ser privilegiada, debo estar mintiendo y no merezco buen trato. Y muy inmigrante venezolano para el resto del continente que me ve con lástima, tristeza o asco”.

Dicha estrategia ha sido usada por dictadores africanos en el pasado, como el ugandés Idi Amin Dada, quien justificó su régimen al decir que representaba la lucha del África colonizado contra los colonizadores blancos. De igual forma, Robert Mugabe, a pesar de tener un grotesco historial de corrupción, achacaba los males de Zimbabue en su pasado apartheid y acusaba a sus oponentes (blancos y negros) de querer continuar este sistema.

Así, a través de la deslegitimización de las voces venezolanas y de la apropiación del conflicto para trastocar su naturaleza y usarlo como arma en las políticas domésticas norteamericanas, Hands Off Venezuela (y en consecuencia Code Pink) se convierte, en una nueva forma del viejo colonialismo. Esta forma nueva, a través de salvadores blancos que atacan a la población que dicen representar, infantiliza al sujeto latinoamericano y crea un sistema condescendiente donde los activistas americanos deciden quién es suficientemente venezolano y quién no, con base en simples adhesiones políticas, mientras buscan educar a los venezolanos sobre su propio país.


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