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Gillan & Glover: Deep Purple, gentrificación y geriatría

Pasaporte autografiado por Ian Gillan y Roger Glover. Fotografía de Andrés Kerese | RMTF.

05/06/2021

La gentrificación se mueve en sentido norte-sur o este-oeste; los espacios urbanos deteriorados, generalmente céntricos, junto con sus habitantes, son desplazados y reemplazados por personas con mayor poder adquisitivo y edificaciones modernas. La vejez, que no es otra cosa que la gravedad haciendo su trabajo, lo hace de arriba hacia abajo; se nos cae el pelo, los dientes, los párpados. Nos achatamos.

A finales de la década de los 80 algunas zonas de la ciudad conservaban su bien bregada fama de peligrosas. Rudy Giuliani aún no había sido elegido alcalde de Nueva York. El sur de Manhattan seguía siendo ese lugar a donde, si había necesidad de ir, había que tomar algunas precauciones antes de tomar el metro rumbo downtown. En Times Square, entre la 42nd y la 47th, los enormes anuncios de neón todavía compartían protagonismo con las marquesinas de cines porno. En 1988, el Hard Rock Café quedaba en la calle 57th, cerca de Central Park, entre la séptima avenida y Broadway. Todavía la franquicia no tenía planes de mudar sus fajitas de plástico junto con toda su parafernalia kitsch a la actual sede en pleno Times Square. La fachada del local estaba decorada con la parte de atrás de un viejo Cadillac que colgaba desde el segundo piso del edificio. Un poco más arriba del carro un enorme anuncio de neón decía: “No se permiten drogas ni armas nucleares”. Fuimos a conocerlo un lunes por la noche, estoy seguro del día porque no tuvimos que hacer mucha cola para entrar y conseguir unos asientos en la barra. Desde donde nos sentamos, aparte de las guitarras que colgaban por todo el local, se veían unas escaleras con acceso hacía no sabíamos dónde. Después de unas rondas de Foster’s –Cocodrilo Dundee estaba de moda– vi que dos tipos muy reconocibles bajaban del segundo piso. Sin dudarlo le dije a Rafa que fuera a pedirles el autógrafo: 

—Son el cantante y bajista de Deep Purple. 

—¿Cómo sabes?  

—Estoy seguro.  

—Voy a llevar el pasaporte para que me lo firmen, si no son… 

—Dale, apúrate.

Después de unos minutos hablando con Rafa, y mucha señalización hacia donde yo estaba tomándome la cerveza, Ian Gillan y Roger Glover se acercaron interesados por saber cómo había hecho para reconocerlos. Se sentaron con nosotros, nos contaron que venían de una entrevista en la emisora de radio que funcionaba en el segundo piso y que estaban promocionando su disco Accidentally on Purpose. Yo les comenté que conocía el disco, que me gustaba mucho a pesar de que no sonaba a Deep Purple. Unas cervezas más tarde les aseguré que en Chacao nadie me iba a creer que me había sentado junto a Jesucristo, el Superestrella. Con mi mal inglés, pero con la lengua suelta, les confesé que Lazy, Child in Time y When a Blind Man Cries eran las canciones que más me gustaban de Deep Purple, y hasta tuve la desfachatez de decirles que Smoke In The Water no me parecía la gran cosa. Se interesaron más, nos comenzaron a hacer preguntas sobre Venezuela. Después de explicarles la ubicación geográfica de Venezuela quisieron saber si había buenos lugares para bucear. Nos mostraron orgullosos sus certificados PADI. Nosotros les hablamos de Los Roques. Gillan & Glover terminaron pagando la cuenta y estampando sus autógrafos en el pasaporte de Rafa.

Fotografía de Andrés Kerese | RMTF.

Ian Gillan vino a Venezuela pocos años después. Ya la gentrificación había llegado a Chacao. El Estudio Mata de Coco había dejado de ser un viejo cine para convertirse en una sala de conciertos, donde en 1992 Ian Gillan se presentó junto a su banda. Dudo que se acordara de los caraqueños con los que había compartido unas cervezas australianas ochos años atrás. Tampoco yo me iba a encaramar al escenario a recordárselo. No hubo reencuentro. La banda sí interpretó When a Blind Man Cries y una versión de Smoke in The Water junto a Paul Gillman. El concierto no fue gran cosa, lo único memorable, sobre todo por el mal gusto, fue ver al bajista escupiendo repetidas veces al techo y atajando el salivazo de regreso a su boca.

No sé si fue porque a Gillan le gustó algo de Caracas o porque parte de la penitencia que tienen que pagar los viejos rockeros para no terminar tocando en geriátricos incluye el tener que presentarse en sitios inadecuados, pero lo que para entonces todavía quedaba de Deep Purple se presentó en el anfiteatro del Sambil en marzo del 2008. Una sala de conciertos, o como quiera usted llamar a esa terraza con mala acústica y vista a la autopista, que para entonces compartía su mal sonido con lo que fue el Hard Rock Café de Venezuela. No quise volver a ver a Gillan, ni a Glover. Tampoco quería correr el riesgo de conseguirme a Gillman sobre un escenario. No cometí el mismo error que el escritor Salvador Fleján, quien sí se atrevió a ir al concierto. Un inesperado encuentro con la vejez que dejó plasmado, con exceso de detalles, en un texto publicado hace más de diez años aquí en Prodavinci:

La reciente visita de Deep Purple a Caracas me hizo caer en cuenta de varias cosas que yo ya había intuido en la vida, pero que exigían de una puesta en escena para darlas por ciertas. Una de ellas (y tal vez la principal) es que siempre nos sentiremos distintos a como nos vemos en el espejo. Esa primera epifanía la tuve en la cola para entrar al concierto del grupo británico: una pareja, espléndida para un spot de Securezza, canturreaba ‘Smoke on the water’ como si estuviera arrullando a un nieto muy querido’.


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