Franz Beckenbauer: la chispa que encendió el cambio de paradigma

Fotografía de AFP

09/01/2024

El futbolista alemán murió el pasado domingo 7 de enero de 2024. Este es un breve repaso sobre cómo su juego influyó en la evolución de la disciplina.


«Se suele decir que el fútbol es una droga.
Para mí, el fútbol es una pasión, una afición.
Yo no tengo dependencia del fútbol.
Eso sí, lo adoro».

Franz Beckenbauer

 

Puede que ahora parezca normal que los defensores sepan jugar con el balón hasta el punto de que, cuando alguno no lo hace, se le mira con sospecha: ya no basta con saber despejar, cabecear o soportar choques por aire y tierra. Fue Franz Beckenbauer, El Káiser, uno de los primeros que comenzó a hacerse un nombre por su manera de jugar en el campo, cuando la pelota caía en sus pies, aún teniendo obligaciones defensivas.

La historia más reciente del fútbol de élite tiene nombres como Fernando Hierro, Paolo Maldini, Sergio Ramos, Gerard Piqué, Virgil van Dijk, Mats Hummels y Leonardo Bonucci, una saga de figuras que han influido en el fútbol por su capacidad para salir jugando con la pelota. A la par que tenían obligaciones defensivas, eran —y son— capaces de darle un sentido creativo al balón en vez de solo destruir el esfuerzo contrario. El detalle no es menor y tiene su origen en figuras como la de Beckenbauer, alguien capaz de facilitar distintas opciones defensivas y ofensivas para los equipos. 

Ahora, en relación con los nombres mencionados, se tienen decenas de imágenes, documentales y libros sobre su historia y forma de jugar. Sin embargo, de no haber existido Franz Beckenbauer, puede que ninguna de esas fotos, videos y páginas se hubieran desarrollado; o, de existir, quizá contarían otra historia. Porque Beckenbauer es el nombre más importante de una tradición en la que se deben incluir algunos otros de su tiempo, como Daniel Passarella y Gaetano Scirea

En su época, quienes veían a El Káiser debían experimentar algo equivalente a lo que se siente cuando alguien observa un suceso sobrenatural. Tener la posibilidad de contar con un jugador capaz de actuar como mediocampista y, al mismo tiempo, defender sin perder garbo ni fiereza. Eso que ahora puede parecer común, tomó décadas en instalarse dentro de las dinámicas propias del juego. Franz Beckenbauer fue esa raíz de la que luego salieron tantos zagueros importantes y, lo más relevante, uno de los gérmenes iniciales a uno de los estilos de juego que predomina en la actualidad, cuando el pelotazo es mal visto y los defensores capaces de organizar salidas y cortar ataques contrarios lejos del área se pagan a precio de delanteros. 

Eso fue posible porque, en un principio, Beckenbauer comenzó jugando en el mediocampo hasta retrasar un poco su posición. Eso equivale a tener conocimientos creativos y poder desarrollarlos en una zona del campo en la que había un poco más de espacio para pensar. El periodista Alfredo Relaño, quien recuerda haberlo visto en el Mundial del ‘66, dejó en As una suerte de resumen curricular sobre las virtudes del futbolista:

“Beckenbauer elevó el rango de ese puesto (el de líbero) porque no barría, sino que recuperaba y armaba desde atrás, marcando el ritmo de la salida, en corto o en largo. Su desplazamiento era perfecto. Era un futbolista de terciopelo, con una facilidad para el trato del balón y una elegancia casi empalagosas”.

Sobre Franz Beckenbauer se puede revisar su vitrina y encontrar campeonatos con el Bayern Múnich y Alemania. A uno, el club, lo convirtió en un decano del fútbol europeo, siendo parte del equipo que ganó tres veces la Copa de Europa (1974, 1975 y 1976). Con su selección, ganó la Eurocopa (1972) y Copa del Mundo (1974) siendo jugador (1974) y también director técnico (1990). Su leyenda es tan relevante que incluso quienes nunca le vieron han escuchado su nombre.

Del eco de su apellido, su influencia en las dinámicas del juego y en las posteriores generaciones que crecieron escuchando sobre la posición de líbero. Ubicándose con frecuencia un poco más adelante de la línea de zagueros, Beckenbauer podía dar una altura distinta a la salida de balón, liberar a mediocampistas de alguna tarea y permitirles a estos subir en el campo. Esa píldora sobre su juego, sólo un fragmento de un performance más completo y complejo, es cotidianidad en el fútbol actual. Aunque no todos lo hacen. Pero en aquellos años, cuando los futbolistas no se hacían cortes de pelo estridentes ni las zapatillas eran decoradas con colores cuestionables, Franz Beckenbauer fue vanguardia. 

Con su muerte, se vuelve sobre su título: el mejor futbolista alemán de toda la historia. Mientras en países como Brasil, Argentina o Francia tienen a atacantes en ese lugar, Alemania tiene a alguien que, a simple vista, se recuerda como un defensor; no cualquiera, sino a uno del que sobreviven imágenes en las que actúa mejor que varios atacantes, siendo capaz de influir en múltiples zonas del campo a través de su carrera. Eso también explica parte del porqué ganó dos Balones de Oro. Un talento deportivo especial, al igual que una habilidad poderosa para liderar. De esa sinergia nació la reputación del Bayern Múnich actual, uno de los decanos de Europa, y esa selección que, Mundial tras Mundial, suele estar entre los principales competidores.

Franz Beckenbauer creció en una familia en la que se insistía en que todas las personas eran iguales. Su padre lo apodó El cigarrillo por ser el más pequeño de los niños que jugaban al fútbol, no muy lejos de casa. Quizá por esa característica compuso ese carácter capaz de enfrentarse a toda clase de adversidades, salvo una, la que nos llega a todos. Lo curioso, siguiendo con el detalle de su estatura en años de infancia, es que el más chico se convirtió en el más grande.


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