Adalber Salas Hernández retratado por Ángel Valenzuela
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Lo que sigue son los textos iniciales de El mar atrás del mar, poemario de Adalber Salas Hernández que acaba de publicar en Caracas Fundación La Poeteca con el patrocinio de Banesco. Aquí el mar no es simple máquina en movimiento perpetuo. Frente a su hecho craso, sus moléculas, sus depósitos minerales, su vida mutable, se eleva como mito: espacio de origen, divinidad iracunda, testigo silencioso de nuestra historia.
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Descubres un nuevo silencio cuando, de golpe, una ola te revuelca. El agua te cubre y enreda, te arruga como un papel viejo. Te inunda la nariz y la boca, te tapa los oídos. Te vuelve garabato el cuerpo.
No sabes bien qué hacer. Boqueas automáticamente, pero el salitre te estalla en la lengua. Abres los ojos y solo ves luz rota, el resplandor que se deja quebrar los huesos para poder atravesar la superficie del agua.
Dije que descubres un nuevo silencio, pero no es cierto. Eso que al principio parece silencio, el oído empantanado, todavía deja pasar algunos retumbos. De todo lo que sucede allá arriba, el escándalo del día restregándose sobre la playa, apenas quedan unos pocos sonidos largos, afantasmados, que te alcanzan casi sin quererlo. Balas de lentitud insoportable. El imperio del ruido diurno reducido a escombros.
Cuando emerges buscando aire, todo eso queda en un pasado quieto. Como de alguien más.
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La primera vez que viste el mar está para siempre olvidada. No puedes recordarlo; eras apenas un bebé. Sería en alguna playa de La Guaira, frente al oleaje que luego te resultaría tan familiar. Antes de los deslaves, mucho antes, con algún avión pasando sobre tu cabeza, dejando un rugido fósil.
En la casa familiar has visto algunas fotos. En ellas hay un niño que sonríe ampliamente, los ojos entornados, el cuerpo estrujado por la mano bruta del sol. Está sentado sobre la arena, mirando hacia el agua. Más acá de la foto está el mar.
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La primera vez que viste el mar no te pertenece. Ese gozo intenso, ese terror te están vedados. Se los han llevado las olas. Lo que da el mar, también lo quita.
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Pero quedan esos sonidos que escuchaste cuando estabas sumergido. Sonidos remotos y gruesos, sin esquinas. Sonidos sonámbulos.
Pasarán los años y visitarás muchas playas y te zambullirás muchas veces y aprenderás a aguantar largo rato la respiración para poder escuchar cómo el mundo se deshace al contacto con el agua.
El mar canta, te dices. El mar canta torciendo la voz. El mar canta de espaldas.
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Traducir es multiplicar misterios, te dices. Apostar por el demasiado de dos misterios: el misterio de la obra original, el misterio de la obra traducida con su vida sonora recién conquistada, su respiración insólita.
Adalber Salas Hernández
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