Perspectivas

El fango de la soberbia

07/03/2024

Fotograma de Seven. 1995.

La película Seven, estrenada en 1995, no solo atrajo la atención al ser dirigida por David Fincher, para muchos, director de culto; o por el reparto actoral: Morgan Freeman, Brad Pitt, Gwyneth Paltrow, Kevin Spacey, por nombrar los actores principales en la trama de suspenso. Atrapó interés, porque el tejido de la indagación policial y los asesinatos, tenía como sustento, los siete pecados capitales.

Un asesino, que bien podría encajar en un ángel vengador de las huestes de Jehová, llega para castigar a aquellos que, sin freno, ejercen pecados capitales con placer enfermizo; o un demonio del ejército de Lucifer, disfrazado de vengador, que acude a guiarlos a los infiernos como premio por su ofensa a Dios.

De todos los casos, quizá el menos logrado sea el de la soberbia: una bella modelo desfigurada decide quitarse la vida: no soporta su nuevo aspecto. La escena de la soberbia es confusa, similar a un caso de narcicismo. Alguien enamorada de sí misma, en delirio de belleza inalcanzable, de vanidad, a la que el ángel vengador castiga deformándole el rostro.

El equívoco no es casual. La soberbia tiene camuflaje; cuenta como atributo del logro “ser alguien, significar algo”. Adorno del carácter, vanidad en el triunfo, al otro lado de la moneda, es codificada como pecado capital en las escrituras bíblicas.

Los pecados en especial son asunto espinoso, sus bordes son difusos. Nuestra naturaleza atemorizada se ve arrojada a un cuadrilátero, para enfrentarse con un musculoso púgil apodado virtud, cuya aparente fortaleza está debilitada por los vicios, el réferi está de su parte y los límites del ring, cuentan con más de 2000 años de historia.

Pala dei tre arcangeli. 1516. Marco d’Oggiono

La Soberbia

“La caída de Lucifer fue su Soberbia por querer ser Dios, y su Envidia porque Dios creó al hombre”1. Luzbel no reconoce a Dios, se revela.

En la Pinacoteca di Brera (Milán), está la pintura de Marco d’Oggiono (1470-1549), Pala dei tre arcangeli. En el lienzo se observa a Satanás en su caída, casi entrando en el hoyo que conduce a la profundidad de la tierra, su infierno. Alrededor, los tres arcángeles encargados de su sentencia. La mirada torva de Satán está llena de rencor, de odio. Llama la atención que, en su descenso, no tiene pies sino garras, y sus alas son como las de un murciélago. La narrativa del lienzo, sugiere que, cayendo, el ángel condenado se aleja de la imagen y semejanza de la divinidad.

Luzbel debe mantener su lugar, no puede encarnar la deidad. En su intento se ha extralimitado. Es un ángel contrariado en un punto íntimo de su naturaleza. Lo traiciona la ambición. Sus cualidades no están en duda, es bello e inteligente, pero su pretensión, el endiosamiento, le trae la condena. Toda caída implica una consciencia de quién se es, en el mejor, o peor sentido. Al ser la divinidad una, ni todas las virtudes de algún otro se le pueden comparar.

Luego de la caída del hombre, o salida del paraíso, según las escrituras bíblicas, los humanos se hallan en una encrucijada. Caín o Abel, dos caminos según el discernimiento que dicta la consciencia y la posibilidad escoger: el del poder, la maldad, la envidia, o el de la ingenua humildad.

Caín y Abel hacen sacrificios a Dios. Caín frutas y verduras, lo que produce la tierra. Abel los primogénitos de sus ovejas. Dios solo acepta los de Abel. Caín es un hombre contrariado en lo mas profundo de su intimidad. Su oficio no recibe el reconocimiento de Dios. Sus virtudes, en profunda relación con su naturaleza (saber trabajar la tierra, producir alimento), no son tomadas en cuenta. La envidia lo invade. Se inicia el desarrollo del primer crimen, del cual las religiones nacidas en el medio oriente tienen registro.

Los mitos bíblicos remiten a que la ambición por compararse a Dios, o la ambición de ser aceptado por este, producen el desplome de las virtudes. Es una alegoría: todo aquel que por pretensión asuma el endiosamiento, o quiera ganar la aprobación de la divinidad por ambición, está condenado.

El peso del orgullo. 1880 Gustave Doré

Dante

Dante reflexionó en torno a los siete pecados capitales en la Divina Comedia. En la I cornisa del Purgatorio, están los soberbios.

«Maestro», dije «aquellos que se acercan

Hacia nosotros, tienen una forma

Extraña y no parecen ser personas»

«La grave condición de su tormento»

Me explicó, «los mantiene doblados,

Que mis ojos también tuvieron dudas.

Fíjate y desenreda con la vista

A los que avanzan con la roca encima

Y podrás comprender que pena arrastran».2

Esa inquietante aproximación de los poetas a la visión espectral de un castigo, es una reflexión de Dante. La deformación del soberbio está en el alma, tanto que ni luego de su caída, ni en el purgatorio, vuelve a adquirir aspecto humano. “Estaban más o menos contrahechos”2 admite el propio Dante.

Si no me lo impidiese este peñasco

Que está abrumando mi cerviz soberbia

Y me obliga a llevar la testa gacha,

miraría al ser vivo cuyo nombre

no he oído, para ver si lo conozco

y siente compasión por mi tomento.2

El soberbio ni con su carga de piedra, ni sin ella, puede ver. Con la carga, la vista del otro le está impedida; sin la carga, se lo impide el desprecio. El personaje que se le aparece al poeta, en la cita anterior, se refiere a sí mismo: “A todo el mundo desprecié” *.

La piedra es la gravedad de la humildad, virtud opuesta a la soberbia. Es pesada porque contiene en sí, rendición ante lo desconocido.

Así como la soberbia tiene camuflaje, la sumisión y el resentimiento se enmascaran de humildad, aspectos del alma que un vencedor considera deleznables.

De la caída

Una definición de soberbia puede ser: “Una estimación desordenada de sí mismo, que se halla bajo el imperio del primer mandamiento («No tendrás dioses ajenos delante de mí»), ya que, al estimarnos a nosotros mismos demasiado, le negaríamos a Dios el honor que le debemos”1

Las historias bíblicas, corren un velo entre cielo e infierno, de un lado la virtud, del otro el pecado. El hombre contemporáneo, como voyerista, observa incrédulo a través de una rasgadura en la realidad, bien sea de un lado o de otro; está abandonado a la contradicción de opuestos excluyentes, sin reconciliación, pecado o virtud. Esperar la vida eterna, ser escogido entre los justos, con la culpa como único vehículo para transitar la existencia, bosqueja un escenario ante el cual no es difícil dejar de creer.

Por fortuna, el dialogo entre naturaleza humana y creencias tiene lo que la evolución de la humanidad sobre la tierra. El mestizaje de tradiciones y culturas ha permitido al ser humano asomarse a los abismos de la condición humana.

En la Ilíada Agamenón despoja a Aquiles de Briseida, esto origina su cólera. Agamenón no es culpable, atribuye su falta a la ate (tentación divina o infatuación**) propiciada por Zeus, su destino y la Erinia. Algo mágico, divino, fuera de él, actuó en esa decisión. Agamenón tiene la posibilidad de retractarse, ofrece compensación.

La actitud de Agamenón tiene las características de una conducta soberbia; también sus consecuencias. Al final, entrado en razón, el comportamiento ante los hechos es distinto. E. R. Dodds, en su intento de aproximar dicha experiencia, a la psique colectiva del mundo contemporáneo, la ha denominado “intervención psíquica”.3

Todos nos hemos avergonzado de haber cometido algún acto insensato, como en estado de posesión. Luego de cavilar con mente fría, lo hemos considerado ajeno a nuestra naturaleza. Hay crímenes que caen dentro del espectro de la “intervención psíquica”.

En el hombre homérico, se ofrece una arista desde otro lugar, en torno a la “La estimación desordenada de uno mismo…”1, la inflación: –la complacencia del hombre a quien le ha ido demasiado bien– que, a su vez engendra Hybris, arrogancia de palabra, o aun de pensamiento” y que se cree, era previa a ate.

Herodoto expresa diciendo que la divinidad es siempre ‘Celosa y perturbadora’ …  A los dioses les duele todo éxito, toda felicidad que pudiera por un momento elevar nuestra mortalidad por encima de su condición mortal, invadiendo así su prerrogativa… la idea de phthonos o envidia de los dioses.” 3

En el episodio bíblico del Génesis, Dios le prohíbe a Adán y a Eva comer la manzana, fruto del árbol del conocimiento. La prohibición fomenta la violación de la ley. La advertencia propicia la duda. La respuesta a la prohibición divina es invadir su prerrogativa.

Al Adán y Eva salir del paraíso, están desvalidos. El sufrimiento y la necesidad son parte de su vida. Su única ganancia es la consciencia en la inseguridad de la existencia mortal. Son responsables de sus actos.

El ser humano, con tanta vulnerabilidad para sobrevivir, por instinto, dedica toda su concentración y atención a hallar objetivos prácticos, precisos, sujetos al espacio, al tiempo: sembrar, cosechar, hacer la guerra, construir. Borra así, ciertas realidades de la existencia.

Esta práctica ha rondado lo humano en su progreso para subsistir. Es hábito autónomo, una orientación con piloto automático en nosotros. En la unilateralidad de la consciencia o visión parcial de la realidad provocada por este automatismo, se olvida de lo importante al alma. “La orientación puede ser también una forma de ceguera”4.

El poder que asume el ser humano al sobrevivir, sin pasiva sumisión, le permite ver a los ojos a la vanidosa soberbia, sin temor a la divinidad y por encima de ella. ¿Es este el primer paso a la caída?

La naturaleza contrariada

En la mezcla de tradiciones y culturas de occidente, impresiona que el ángel caído, figura bíblica simbólica, y Agamenón, héroe homérico, no menos simbólico, ocupen y tomen la psique del hombre contemporáneo, como escenario de su trama. Y que, bajo las sombras primordiales de este mestizaje, de formas míticas cristianas y paganas, ocurra en intimidad, la contrariedad psíquica del hombre occidental actual.

En el texto bíblico, Dios abandona a Adán y Eva a su suerte. En el vaivén del proceso de civilización y “progreso”, descuidada la creencia, los rituales se desdibujan ante los ojos del ser humano. Al hombre sólo le resta reaccionar contra si mismo, allí donde todavía reside la divinidad.

La inflación, la Hybris, extravía la consciencia. Lejos de ser grosera, la soberbia abriga en claroscuro, actitudes recesivas, inferioridades de carácter que empañan el alma. En el descarrilamiento, la propia naturaleza*** se desconoce y desprecia; bien sea por aburrimiento, poder o ambición, o por no recibir ojos de admiración de otros. Se la considera débil, inapropiada, insípida. Se actúa en su contra.

Tener la consciencia descarriada por contrariedad, anida en sí una perversión, sufrimiento psíquico o físico. La caída en contrariedad, alberga premoniciones.

La metamorfosis se fragua en la conducta: la paranoia de segregación, envidia soterrada, desprecio a otros, deshumanización. La psique asume el aspecto de lo grotesco, pero en maldad: una manera de adquirir notoriedad. Lo extraordinario está en que la persona, la actitud con la cual nos relacionamos con quienes nos rodean, la máscara: no se afecta. Es un reto psíquico a la imaginación del ser humano resistirse a no inclinarse contra la propia naturaleza, a alienarse a sí mismo y a quien nos rodea.

Cabe la pregunta de si todas esas personas implicadas en mass shoting, o esta nueva moda de gobernantes autoritarios, no entran en el perfil de una inflación contrariada.

Fotograma de Seven. 1995.

A las puertas del Infierno

Se dice que la soberbia es partera de los seis pecados restantes. Es posible. Su padecimiento alberga alto precio: deformación de la psique, perversión, enfermedad, ceguera en el alma. Al negar espacio a la divinidad, el ser humano pretende encarnarla.

En la película Seven, los dos detectives descarriados, atraviesan en su Chevrolet negro una llanura inacabable. El viento atiza el pastizal ocre. La luz cruda los asfixia. A la vista, hileras interminables de torretas de electrificación, la telaraña de cables recorta el cielo. En el asiento trasero los acompaña el asesino esposado. Tienen que impedir el cierre del ciclo por pecados capitales. Faltan dos asesinatos. Uno se debe haber cometido. Saber cuándo y cómo genera angustia en los policías. El otro crimen es pura incertidumbre. El matón se ha puesto a la orden en la comisaría. Las manos ensangrentadas lo delatan.

La encomienda llega en furgoneta al lugar acordado, el logo de una empresa conocida la identifica. Morgan Freeman, el investigador de experiencia, le advierte a su compañero que suelte el arma. Las palabras del asesino, por goteo, esbozan en la imaginación del detective joven, una visión aterradora, por suposición advierte lo que contiene la caja.

¿Sentiría en ese instante, que era poseedor de la égida de la justicia, entre el bien y el mal? ¿Se creería con la autoridad para discernir quien vive y quien muere? Al final, al joven se le deforma la conducta. Por instantes no parece saber quién es. Lo ciega la ira, la envidia del asesino, fue su progenitora. La escena, sin duda, es la mejor de la película.

Hay contradicciones que ahogan al alma humana. El siglo veinte ofrece caídas estrepitosas en la guerra, en la política, en la economía, algunas con resultados atroces. Lo que padecieron los personajes en la última escena de Seven: ira, envidia, para Aristóteles son emociones. Aspectos biológicos e irracionales que producen sensaciones y pueden determinar la conducta. Los textos bíblicos, los consideran pecados capitales. Sólo hay que mirar a nuestro alrededor, observar el escenario del mundo, y, percatarse de que el poder de la soberbia, tiene campo libre.

***

  1. Oana Andreia Sambrian, El Texto Dramático y Las Artes Visuales: El Teatro Español del Siglo de Oro y sus Herederos en los siglos XX y XXI, La Representación de los Pecados Capitales en el Teatro de Lope De Vega: La Soberbia y La Envidia, Academia Rumana, Craiova, Instituto de Estudios Auriseculares (IDEA), Colección <<Batihoja>>, Impresión: Ulzama Digital, New York, IDEA/IGAS, 2017.
  2. Dante Alighieri, Comedia, (Ed. Acantilado, 2018), traducción: José María Micó Juan, Canto X-XI, pag 367-388.
  3. R. Doods, Los Griegos y lo Irracional, (Alianza Editorial S.A. Madrid, 1980), traducción: María Araujo, Capitulo I La Explicación de Agamenón, pag 19, Capitulo II De una Cultura de Vergüenza a una Cultura de Culpabilidad, pag. 40.
  4. Alfred J. Ziegler, Archetypal Medicine, Translated from German by Gary V. Hartman, (Spring Publications, Inc. Woodstock, Connecticut, pag. 21.

 

* A quien se refiere Dante es a Umberto degli Aldobrandeschi asesinado hacia (1258-1259)

Ate**: comportamiento irracional en oposición al racional y deliberado

En la evolución del sentimiento religioso griego desde Homero, pasando por la Época Arcaica hasta le Época Clásica, con sus variaciones, el ser humano no es dueño de su destino, los dioses conducen su vida, lo llevan a vivir experiencias en contra de la preservación de la vida.

*** Naturaleza humana: bases biológicas genéticas (instintivas) que predeterminan formas en la conducta, actitud, carácter, el arquetipo de cada quien.


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